Graziela

 

Hoy arranco la última hoja del almanaque de un año que quedará grabado en nuestra memoria, unido a muchos recuerdos dolorosos, a situaciones impensables y a una realidad que se aproximó mucho a esas películas catastrofistas que nada me gustan. 

En el camino hemos ido perdiendo a familiares y amigos, unos como consecuencia del virus que ha marcado el 2020 y otros por que les tocaba marcharse, su tiempo aquí había expirado, aunque nos cueste entenderlo o asumirlo.

Algunas personas cercanas siguen sufriendo las consecuencias y secuelas de la enfermedad y quiero aprovechar para transmitirles mi apoyo y comprensión. 

Ojala fuera tan fácil estrenar año y hacer "borrón y cuenta nueva", solo con sustituir el calendario, pero mucho me temo que esto no funciona así, aunque la verdad es que me encantaría. 

Este año que hoy termina he aprendido muchas cosas y me he dado cuenta de que la capacidad de adaptación es importantísima, y que la mayoría somos mucho más fuertes de lo pensábamos antes de esto, aunque de un modo u otro nos sintamos afectados por lo ocurrido. Nadie ha salido indemne. 

De cualquier manera:

MIS MEJORES DESEOS PARA EL 2021.
ESPERO QUE SEA UN AÑO LLENO DE BUENOS PROPÓSITOS, EN EL QUE NOS REINVENTEMOS Y DEJEMOS SALIR UNA VERSIÓN MEJORADA DE NOSOTROS MISMOS. 
QUE ENTRE TODOS ELEVEMOS LA ENERGÍA POSITIVA 
PARA IR A MEJOR CADA DÍA. 
Y QUE CONSIGÁIS VER VUESTRAS METAS CUMPLIDAS.
Con todo mi cariño

Graziela

 

Este año no tengo la sensación de que las fiestas navideñas están muy cerca. Supongo que se debe a que no las estoy viviendo como otros años, pues van a ser muy diferentes, sin comidas, ajetreos de compras, sin tener que pensar en un menú ni ponernos de acuerdo para su preparación, sin buscar regalos. De nos ser por la iluminación de las calles y comercios nada huele a Navidad y como tampoco salgo de noche, no las he podido disfrutar. Y es que la situación actual impone mesura, medidas especiales y extremar las precauciones para evitar contagios, sin reuniones de amigos, con toda la familia o compañeros.

Estoy convencida de que cumplir escrupulosamente las normas, en esta ocasión salvara vidas y nos evitará problemas, así que celebraremos las fiesta en la intimidad, y además,  nadie podrá quejarse de los compromisos. De cualquier manera: 

OS DESEO UNAS FELICES FIESTAS, QUE LAS VIVÁMOS DE FORMA MÁS CONSCIENTES,  PROCURANDO MANTENER LA ALEGRÍA QUE SUPONE SABER QUE SOMOS AFORTUNADOS, ESTAMOS VIVOS Y SOBRE TODO, QUE ESTO, TAMBIÉN PASARÁ.


Graziela

 

Era una  fecha especial y he querido empezar el día y celebrarlo de forma diferente.  Un buen desayuno, con  chocolate a la española y crujientes porras. Primero poner mis sabanas preferidas y estrenar la colcha nueva, para pasar después a prepararla bañera.

Hace más de un año que no disfruto del mar, pues por las circunstancias que todos conocemos no hemos salido de vacaciones, y lo echo de menos, así que he intentado recrearlo. Con un agua bien caliente, que me encanta, aunque sé que no es muy sano y me baja la tensión, y un kilo de sal marina. De fondo, he buscado en el móvil el sonido del mar. Con el suave oleaje me ha parecido notar el aroma a mar,  he sentido el sabor  salado en la boca. Durante un buen rato he dejado que agua me limpiara por dentro y por fuera, que se liberara mi mente con la relajación, pasando de largo los pensamientos que últimamente me asaltan con frecuencia y la preocupación…

Al salir me sentía ligera y renovada, dispuesta a dar un paseo por el parque otoñal para airearme, aunque el día gris no invitaba a salir, en la calle hacía templanza y ha sido agradable.

Un día estupendo,  al alcance de cualquiera, solo hay que querer disfrutar.

 


Graziela

 



Como todos sabéis, no es momento para actos públicos ni eventos en los que se reúna mucha gente, por eso, en la Asociación Nacional de Artistas Carmen Holgueras, de la que formo parte hace años,  ante la imposibilidad de realizar las exposiciones que estaban programadas para este año, se decidió organizar una exposición virtual, y una compañera Paloma Martín Toral se ha encargado de la colocación y montaje. Gracias. 

Aquí tenéis mi aportación a "ENCONTRÁNDONOS" 

https://asociacioncarmenholgueras.blogspot.com/2020/11/graziela-ugarte.html


Graziela

LA PANDEMIA

             Hoy me levanté temprano, hablé con una amiga por teléfono y al terminar me metí en la cocina. Pensaba poner un caldo para hacer sopa, pero me he liado y, además, he preparado una crema de verduras, unos solomillos de pollo con anacardos y soja, arroz para acompañarlos; bechamel y unas berenjenas rellenas de bonito. También he aprovechado para hacer un picadillo y usarlo con espaguetis o como relleno de empanadillas. Mi marido venia a la cocina de vez en cuando para ver si estaba bien, y es que no me gusta cocinar y no lo hago nunca en domingo, solo en la sierra y si tengo invitados, aunque eso ahora es impensable. Cuando me he dado cuenta eran las tres de tarde. 

            He avisado a mis hermanas para decirles que si me vuelve a pasar, vengan a buscarme y me lleven a pasear al parque; una ha dicho que sin problemas, pero que traerá las tarteras para llevárselas llenas. La pequeña dice que no me preocupe, que ha sido simplemente una enajenación culinaria transitoria.        

            Más bien creo que puede tratarse de una reminiscencia de lo vivido durante la cuarentena, que el aumento de contagios ha revivido en mi mente.

            El confinamiento fue como recibir una bofetada que no esperas y te vuelve la cara del revés, bueno en este caso la cabeza o la vida entera. 

            Yo intentaba estar centrada. Disponía de tanto tiempo que aproveche para “estar más en mí”. Me levantaba temprano, meditaba y me vestía con ropa deportiva para seguir la clase de las nueve en TV, de un conocido entrenador personar. Mi marido, que me veía estirarme, saltar, hacer ejercicios y posturas antinaturales, mientras sudaba como un buen jamón a temperatura ambiente, decía: “chata, este tío va a acabar contigo”. Después de ducharme y desayunar me sentía genial, es más, al terminar el confinamiento estaba más delgada y con el cuerpo mejor moldeado, así que parece que el esfuerzo valió la pena.

            Además de las típicas limpiezas, arreglo de armarios y cajones y liquidar todos los zulos de la casa, mientras charlabas por teléfono, que algo tenía que hacer para distraerme y que fuera más llevadero, me dediqué a cuidarme. Baños de sal, cremas, lociones, mascarillas, hasta aproveché para tratarme la mala circulación de las piernas, que al estar en casa todo el día añoraban los largos paseos, y decidí utilizar ese aceite esencial tan bueno que me regalaron hace tiempo, y me afané en aplicármelo a diario. Parece que todo iba bien, hasta que me salió una erupción. No puedo precisar si el llenarme de granos desde la cintura a la punta del pie se debió al intenso tratamiento o a la tensión interna que me producía ver las noticias, las luchas y críticas políticas, escuchar el número de muertos diarios por la pandemia, cuyas cifras me parecían irreales, totalmente inasumibles. Era como estar inmersa en una película de esas futuristas, que me espantan, en las que todo es lúgubre y muestran un mundo desnaturalizado. Y es que ver instaladas morgues donde había centros comerciales o pistas de hielo y hospitales en lugares reservados para ferias, era más propio del cine que de la vida real.

            Meditaba más esos días. Las relajaciones me daban paz, aunque alguna vez me invadió el llanto, la ansiedad y notaba una fuerte presión en el pecho que me dificultaba la respiración.

            Creo que los que hemos sufrido una depresión la tememos, por eso hacía muchas cosas, actividades que me gustan y me reconfortan como pintar o escribir. Comencé a hacer mariposas de papel y las iba pegando en mi ventana, cada día hacía una. Nunca pensé que la cuarentena se prolongara tanto tiempo, me lo recordaba ver el cristal lleno de mariposas de todos los tamaños y colores, que cuando por fin pudimos empezar a ir a la sierra las colgué de la jaima, montando mi propio mariposario que me ha permitido este verano verlas moverse, mecidas por el viento, alegres, y a la vez como testigos mudos que me recordaban lo vivido durante meses.

            He sentido miedo y desesperanza que han calado en mi mente hasta hacerme sentir culpable, como si fuera una fugitiva, si en vez de ir al supermercado más cercano me alejaba un minuto más para comprar en el que el pescado es mejor. Y es que el tema de mantener la nevera cargada, por si no podía salir en muchos días, también era como una fijación, sin pasar por la obsesión del papel higiénico. El día de compra era dedicación exclusiva. Al volver los zapatos se quedaban en la puerta, la ropa a la lavadora, desinfectar producto por producto y ducha de agua hirviendo, pelo incluido, para después jugar al tetris y acoplarlo todo en un reducido espacio.

            También fui de las que hice pan. Aquello no merecía recibir ese nombre, más bien era una masa dura y pesada que habría servido de arma arrojadiza, aunque presentaba un aspecto de lo más apetecible.

            Los días no me cundían mucho, lo bueno es que al levantarme volvía a disponer de todas las horas, como si estuviera viviendo “el día de la marmota”, creo que a veces hasta oía la dichosa musiquita al mirar el reloj de la mesilla.

            Gran parte de mi tiempo se centraba en mandar energía e interesarme por las personas que lo estaban pasando realmente mal, que se sentían solas, estaban enfermas o eran víctimas del coronavirus. Ha sido muy duro. Y eso que soy de las afortunadas que no ha tenido casos graves en la familia, sí me ha tocado muy de cerca por las amigas. Además, contaba con la compañía y el apoyo de mi marido, aunque he procurado no estar todo el tiempo con él, para evitar fricciones, pues no siempre tenemos el mismo punto de vista. Por eso quedábamos por la tarde, a las siete, en la cocina, para merendar. Y a veces venía a la habitación en la que yo estaba a buscarme, porque llevaba cinco  minutos esperándome.

            Ahora me alarma ver que crecen los contagios, y me parece impensable recordar los días en que una buena noticia era saber que los fallecimientos bajaban de quinientas personas en un día ¡Qué horror!

            Desgraciadamente a todo nos acostumbramos; parece mentira que a algunas personas ya se les haya olvidado lo pasado y no piensen que la amenaza persiste. ¡Una lástima!

            Como todos, me he perdido muchas cosas en todo este tiempo: ver crecer a las niñas, abrazar a las personas que lo necesitaban o al menos estar a su lado, jugar con los más pequeños, la floración de los bulbos y los lilos, los gatitos nuevos, charlar con mis clientas, los cafés con las amigas, las comidas familiares, las reuniones, las fiestas, las vacaciones, el mar, el primer diente de mi ahijada, el consuelo mutuo, no poder visitar a las personas que quiero, las tertulias, las clases… La pandemia también pasara y en primavera todo volverá a brotar.

            Y entre todo esto, aún tengo que rebozar unas setas antes de que se estropeen y hacer unos calamares en su tinta.

 


           

Graziela

 


 NADA ES PERFECTO

Tanta felicidad a veces me daba miedo. Mi mujer y yo supimos crear nuestro propio paraíso, ciegos de amor. No vimos ninguna marca o señal de lo que estaba por venir, no había luces rojas que avisaran de un peligro, todo iba bien y parecía perfecto.
El tiempo se detuvo, con mi temblor ante las palabras del doctor. Nos dejó helados, no se trataba de un espejismo
Me siento inmensamente afortunado porque ellos están a mi lado; mis mellizos son mi mayor bendición. Ahora somos tres, como siempre soñamos ella y yo, sin embargo, no puedo dejar de ver a su madre en los ojos de Lucía, ni en la sonrisa de Samuel. Y me duele el alma al pensar que para que ellos estén hoy conmigo ella tuvo que dejarnos.
 

Graziela

 





LA MUJER DE LA OTRA ESCALERA


            Yo tuve la culpa. Algo raro ocurría en aquella casa. Las agradables palabras de la vecina, cuando nos cruzábamos, mis encuentros en el mercado con su marido, que decía buscar algo para sorprenderla: “melocotones que le encantan, unos girasoles”. Alguien tan obsequioso no parecía capaz de cometer una infamia al llegar a casa. 

            No parecían tan sentimentales y amorosas las broncas, portazos o insultos, que los oía por el patio.

            La policía llamó a mi puerta. Encontraron muerta a la vecina de la otra escalera. Con temblor de piernas les conté lo que sabía. Ella nunca tenía marcas de golpes.

            No creía que un hombre tan atento fuera capaz de cometer el crimen, pero le detuvieron.

            Un señor visiblemente afectado colocó un tulipán rojo sobre el ataúd.  Le recordé, siempre con la maleta. Es el marido, me dijo la cotilla del bajo.  ¿Su marido?


(Micro del juego del verano Sol-Mar 2020)

Graziela

 


CRIMEN SIN RESOLVER

            Hace tiempo que estoy en la estantería de libros que nadie mira.  Fue una mujer la última en sostenerme entre sus manos.  Sentí  el  temblor de los dedos helados  en mi cubierta roja.  Me hojeaba  muy rápido. Se detuvo, puso  una marca con palabras escritas en un papel que me resulta ajeno, muy molesto, y me dejó en mi sitio.

            Soy optimista y pensé que volvería para saber qué pasa con mis tres personajes y como mataron al  pianista ciego. 

            Ella no ha vuelto y nadie más me ha tocado hasta hoy.  Unas manos enormes me llevaron directamente a caja, sin ojearme.

            Dentro de una bolsa me sentí en el paraíso. Duró poco mi alegría, me revisó hasta que encontró el papel, después me abandonó en un banco.  

            Seguro que aquí alguien descubre el asesino que llevó a cabo un crimen casi perfecto. No pierdo la esperanza.


Graziela

 


 LA HORA DE LOS MURCIÉLAGOS

             Cuando se empieza a esconder el sol, cuando los pájaros vuelven a sus árboles para dormir, con gran algarabía, aunque no canten de alegría sino de miedo porque llega la noche, cuando todo es sombra, es la hora de los murciélagos.

            Aparece primero uno, volando en círculo, batiendo con rapidez sus alas, mostrando su silueta que se recorta en negro. Después viene otro y  se elevan y bajan de forma inesperada,  entrecruzándose. Su vuelo es como ver las ondas que se  crea en el agua al arrojar una piedra, concentricas, de pequeñas a grandes y luego, otros se suman a la extraña danza.

            Me parecía que esa era la hora más triste del día. Es realmente cuando muere la luz, sin embargo, contemplar el baile de los murciélagos, como un ritual diario, que surgen precisamente para alimentarse de de los mosquitos que pululan por el aire buscando sangre dulce, la ha convertido en un momento agradable que a medida que avanza el verano se va adelantando en el reloj.  

            Es curioso, como cambian las cosas según la forma de percibirlas. Por eso me ha parecido un buen título para la mi próxima novela, aunque todavía no puedo precisar mucho sobre sus personajes o la trama, pero estoy segura de que una tarde de estas, mientras disfruto del vuelo alocado e irregular de los murciélagos empezaran a tomar forma y cobraran vida.

Graziela

 


          Me afanaba con la espátula para levantar las capas de pintura de la vieja cómoda de la abuela. El mueble mostraba golpes y estaba deteriorada por años de uso; llevaba en la casa desde antes de que yo naciera. El decapante olía muy fuerte y me empezaba a afectar. El verde carruaje salió rápido, pero detrás apareció un burdeos que recordé al instante, y bajo este aún quedaba un beige pajizos de lo más insulso. Llevaba horas dedicada a la ardua labor para dejar aquel mueble como debió ser al principio. Mi abuela era muy aficionada a la brocha y quería ver lo que se escondía tras tanto colorido. Total, siempre estaba a tiempo de volver a decorarla a mi gusto

         Ojala pudiera hacer lo mismo con mi vida, pensé de pronto. Imaginar que existía un producto, con mucho disolvente, como este, capaz de ir quitándome las capas que poco a poco me habían ido cubriendo, tapando mis detalles e imperfecciones, ocultando desconchones y golpes que la vida me había ido asestando a lo largo de los años. Era una opción que consideré nada desdeñable. ¿Y si con unas aplicaciones y bastante trabajo de espátula consiguiéramos volver a ser los de antes?   

         Tras los restos de colores empezó a aparecer la madera, tenía un bonito color avellana y con unas manos de lija, un tapa-poros y barniz quedaría como nueva.

          Desgraciadamente conmigo no pasaría lo mismo, pues saldrían los complejos, la timidez, las inseguridades, los miedos y la inexperiencia, así que mejor no decaparme, ya había cambiando muchas pieles, como las serpientes, y desechado las distintas caretas que había utilizado a lo largo de mi vida. Perdería mucho con la supuesta reparación. Mi trabajo estaba hecho.  

           Al terminar, la cómoda lucia preciosa, como recién comprada, aunque conservaba el valor de lo antiguo, y el olor a las mantelerías y toallas de hilo con las bolsitas de lavanda y a las cajas de polvorones que mi abuela guardaba en el último cajón. Los recuerdos permanecían intactos.

Graziela


MARIBEL

             Las suegras no tienen buena fama aunque yo he tenido suerte, como en muchas otras cosas en la vida.

            Cuando conocí a Maribel me impresionó por su marcada personalidad y su fuerte carácter, sin embargo, desde el  principio nos entendimos bien.

            Compartíamos aficiones: pasear, leer, los concursos culturales... y como las dos sabíamos lo que le gustaba a la otra no nos costaba complacernos mutuamente. Ella, me acompañaba al parquecillo cuando salían las primeras violetas y visitábamos el jardín de los frailes para ver las camelias, que nos encantaban.  Yo le guardaba los libros que me habían parecido más interesantes o que mis hermanas me dejaban para que los leyera en esos días de vacaciones que pasaba con nosotros en la Finquilla, en los que además, hacía todos los crucigramas y pasatiempos que había, sin dejar de fumar, mientras me animaba a sentarme con ella un rato, porque decía que estaba cansada de verme trabajar, que la agotaba. Compartíamos aperitivos a la hora del vermú, tomábamos zumos de pomelo rojo recién exprimido y por la tarde jugábamos a las cartas, que eran su pasión.

            Cuarenta años de relación dan para mucho, compartimos confesiones, penas, reímos y viajamos juntas. Ella quería ir a Santiago de Compostela para ganar el jubileo y como no era caprichosa y no queríamos que se quedara con las ganas, finalmente mi marido decidió regalarle el viaje y que nos fuéramos con ella, la sorpresa es que solo saco pasajes y alojamiento para nosotras dos. Fue un viaje inolvidable para ambas. En pocos días recorrimos la Costa de la Morte,  conocimos la parte antigua de la ciudad y la más moderna, paseamos por las calles de Santiago y sobre todo visitamos la Catedral, por la que atravesábamos cada vez que íbamos a algún sitio, así que seguro que ella gano el jubileo. Volvimos encantadas,  aunque casi perdemos el vuelo porque ella, que era muy suya y muy navarra, dijo que no estaba dispuesta a correr para coger un avión (eso “no me divierte nada”, era una frase que aplicaba a cualquier situación), que ella me esperaba tranquilamente fumándose un pitillo, mientras yo iba al hotel a por los equipajes y cogía un taxi, y si no volvíamos ese, día allí no nos íbamos a quedar, dijo. Lo pasamos genial aquellos días y las noches de charla, pues no nos dormíamos hasta la madrugada hablando, me permitieron conocer profundamente su historia y la de su familia y esto me ayudo a entenderla mejor.

            Era una mujer fuerte que no se permitía nunca bajar la guardia ni mostrar debilidad. Hacía de la sinceridad un estandarte y no tenía filtro. Era afectuosa, pero reacia a  las muestras de cariño, por eso, un día que me cogió del brazo y me lo apretó para despedirse, además de los dos consabido besos que le daba refilón, le dije a Jesús: tu madre se está haciendo mayor, y es que las niñas y los chicos, sus nietos que ya eran mayores, consiguieron hacer que perdiera el miedo a sentirse vulnerable, aunque todavía le quedaba mucho para  reconocer que ya no era el tronco que sujeta las ramas.

            Ella me ayudaba y me apoyaba, aplaudiendo mis logros, grandes o pequeños, dándoles importancia. Me animó a montar mi primera exposición de pintura, lo que siempre le agradeceré. Y es que aunque no lo demostráramos con besos y abrazos nos teníamos mucho afecto y nos queríamos.

            Era una mujer única, divertida, animada, de risa fácil y de amena charla, a la que admiraba por su fortaleza y decisión. He lamentado profundamente su perdida, llenando el  vacío que me deja con sus mejores recuerdo. Por eso seguiré comprando los primeros higos de la temporada, porque a ella le encantaban; degustando el dulzor de los dátiles, y compartiendo los zumos de pomelo y los melocotones más deliciosos,  o pensando… este libro o aquel cuadro le habrían encantado a Maribel, mi suegra, cuya mejor versión seguirá viva en mi memoria, con la media melena nívea, los labios de carmín y sus uñas rojas, y el inevitable cigarro entre sus dedos.


Graziela
 DESDE MI SOLEDAD

         Ya sé que no es normal, pero no pude evitarlo. Me produjo mucha alegría ver aquel precioso abejorro libando las flores de los ciclámenes de mi ventana. Todavía era invierno y pensé que no debía haber muchas flores por la zona para alimentarles.
         Era grande y aterciopelado de rayas, con un amarillo muy vivo que resaltaba aún más en contraste con el negro. Sus alas, irisadas, hacían mucho ruido y lanzaba reflejos dorados. Quedé embelesada mirándolo, como si fuera un peluche diminuto, mullido y zumbón. Si me acercaba mucho al cristal se asustaba, así que le observaba a través de los visillos.
         Al día siguiente, aproximadamente a la misma hora, apareció con un compañero. Los escuché mientras desayunaba y me acerqué sigilosa para verlos más de cerca. Sé que puede parecer absurdo, pero a partir de aquel momento esperaba su visita cada día, como un acontecimiento. 


Graziela


Cuando amaine el viento y pase la tormenta, se llevará estas nubes plomizas  que nos impiden ver con claridad.  Quedará el olor petricor flotando en el aíre.
Pasado el temporal,  soplará una brisa suave que acariciando nuestros rostros traerá aromas de frescura y renovación. 
Volveremos a saborear la vida, con mayor intensidad.
Una nueva mirada nos permitirá observar el futuro sin sentirnos lastrados por el pasado, sin miedo ya.
La luz se abre paso, se ilumina el cielo pintado de azul. Es momento de soltar el ancla, de avanzar  impulsados por la fuerza de la esperanza y la energía de los que te apoyan.
Aquí estoy, aquí seguiré. Mirándome en ese mar.

Graziela




EN PRIMAVERA

Quiso volar, pero cada vez que intentaba dar un brinco para elevarse y coger altura,  parecía que sus zapatos estaban pegados a la tierra, a la que se sentía unida.
Siguió intentándolo, siempre con el mismo resultado. 
Estaba lastrada.
Fue saltando barreras, derribando obstáculos y perdiendo peso.
Cuando solo le quedaban sus zapatos, se descalzó, caminó deprisa, con decisión. Abrió los brazos, era ligera como un amento. Dejó de sentir la tierra bajo sus pies, para  notar el frescor de la brisa en el rostro y empezó a elevarse. Flotaba ingrávida y al fin voló como siempre había soñado en este viaje postrero.

Graziela

Tanto tiempo sin poder salir de casa se me estaba haciendo muy cuesta arriba. 
Tenemos que cuidarnos, hacer ejercicio, estiramientos, alimentarnos bien; practicar actividades que nos enriquezcan a nivel personal, intelectual, profesional o espiritualmente, para estar contentos y centrados. 
También hacer lo posible para que se sientan mejor nuestros familiares y amigos, aunque sea hablando con ellos por teléfono, con palabras de ánimo, consejos y apoyarnos unos a otros. Tenemos que cuidarnos.
Sin embargo, me di cuenta de que empezaba a dejar mella en mi este confinamiento, al sentirme desanimada y triste, pese a querer mantenerme en mi centro, haciendo muchas cosas y disfrutando con actividades para las que normalmente no dispongo de tiempo.  Sin ganas de nada, apática. 
Y es que lo de salir solo para comprar, por pura necesidad y con sensación de premura, de miedo, incluso de culpa, como si realmente estuviera haciendo una maldad, me estaba pasando factura. 
Antes de esta situación por la que estamos pasando, caminaba más de una hora al día.  Me encantan los parques y trabajar en el jardín de la Finquilla. Necesitaba estar en contacto con la naturaleza, con la tierra.


Tenía que cambiar la actitud y aprovechar la oportunidad de salir a la calle a por fruta, pan y otros alimentos para gozar del aire, del sol o la lluvia y de todo lo que me ayuda a sentirme bien y que puedo encontrar en mi camino, por corto que sea. Por eso, ésta semana, cuando me tocó ir a comprar, además de la mascarilla y los guantes me puse las gafas de atención plena, para no perder detalle. 
Me sorprendió lo preciosos que están los árboles, la intensidad de los colores, el frescor del aire, y yo sola me fui animando. 



Decidí ir a un supermercado diferente, por cambiar de ruta, aunque esté igual de cerca. Me llamaron la atención las flores en ventanas y balcones, los gingkos biloba frondosos, con sus preciosas hojas en forma de abanico moviéndose en las ramas, como un ballet; las acacias en flor, los tilos, aligustres, y hasta pinos y cipreses, que fui encontrando en mi breve recorrido. 













¡Una maravilla! Incluso me detuve a tomar fotos y un señor se reía al verme. "¡Es que tengo tantas ganas de verde...!" le dije desde la acera de enfrente, y él asintió sin dejar de sonreírme con los ojos.


Os parecerá mentira, lo cierto es que volví como nueva. Necesita asomarme a la primavera, dejar que germinara en mi la ilusión que me produce cada capullo, cada brote o una flor, y sumergirme por unos minutos en su colores y aromas. 
Y es que a poco que nos lo propongamos, la primavera y su alegría nos sale al encuentro. 


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Graziela



Este año, el día del libro tiene un significado especial para mí. Primero porque era la fecha elegida para presentar el libro editado por el Colectivo Tirarse al Folio, al que pertenezco y en el que participo con unos cuantos relatos, y de momento los ejemplares de "NO TODO ES AZAR", que es su título, están esperando en un almacén hasta que todo esto pase, podamos tenerlo entre nuestras manos, celebrarlo como se merece y con el tiempo, también presentarlo para que lo podáis leer.
Y en segundo lugar, porque ahora más que nunca los libros son necesarios para ayudarnos a sobrellevar la cuarentena, ellos nos ayudan, nos hacen volar, nos permiten salir. 
Así que vamos a celebrarlo con buenas lecturas.

FELIZ DÍA DEL LIBRO


Graziela

          Sí, ya sé que todos empezamos a estar  cansados del confinamiento que se sigue prolongando más de lo deseado.  Y es que tantos días en casa, sin poder salir van dejando huella en nosotros, haciendo mella y sumiéndonos en una especie de tedio y desanimo, a los que no podemos rendirnos.
            También yo, de  vez en cuando, me encuentro pensando en lo que está sucediendo, sin que pueda hacer  nada, o en lo que me estoy perdiendo por tener que permanecer aquí. He asistido a través de la pantalla a esos primeros intentos de gateo de Pilar; Iune se ha soltado a hablar y mi ahijada se ríe a carcajadas, y me siento afortunada.
            No he podido abrazar a mis amigas por sus respectivas perdidas, ni siquiera mandarles unas flores con mis condolencias, aunque con el corazón me sienta cerca de ellas.
        Sin embargo, no es momento para  lamentaciones ni criticas. Tenemos que mantenernos centrados, cargados de energía y fuertes física y mentalmente, cuidarnos y mimarnos, para afrontar estos días y los que están por venir. Sentirnos activos, tener la mente ocupada, aunque cueste. Elegir ocupaciones que nos relajen, que nos hagan disfrutar. Es tiempo de hacer espacio en casa, reorganizar y limpiar, pues como es fuera, es dentro, y tirar papeles o hacer orden, es también una forma de trabajarnos.
        La clave está es la resiliencia, en activar esa capacidad de adaptación que tenemos. Dejemos de mirarnos el ombligo, y comparecernos. Esto es una prueba para todos, para los que han seguido trabajando y exponiéndose, para los que han contraído y desarrollado la enfermedad, para los que luchan por superarla y sobre todo, para los que han tenido una perdida en estos tiempos de aislamiento, en los no podemos acompañar a los que queremos.
             Aunque besos y abrazos fuera de casa están vetados de momento, con una simple mirada desde la pantalla, por la ventana o escuchar una voz cariñosa al otro lado de la línea nos sentimos reconfortados y con las emociones a flor de piel.
         Veamos las oportunidades que esta época extraña nos brinda. Supongo que los que tenéis niños apreciaréis más la labor de los profesores estas semanas. Estoy segura de que nunca habríais soñado disfrutar de vuestros pequeños tantas horas seguidas, sin ser vacaciones, aunque a veces resulten demasiado intensos. Para ellos también es una prueba.
           Los días grises tienen su belleza y la lluvia es un regalo que disfrutamos detrás de los cristales. Cuando luce el sol, nos alegra y recibimos su caricia, como gatos ociosos.
             Es buen momento para practicar la atención plena y mantenernos en el ahora. Cada día tiene su afán y  mañana ya veremos.
             Mientras esto pasa, que también pasara, busquemos un motivo, por pequeño que sea, para ilusionarnos, y disfrutemos todo lo podamos.
              Yo pinto flores y hago mariposas para adornar mi ventana, al fin y al cabo, sigue siendo primavera.
           
           





Graziela


UN SOPLO DE AIRE

   Me sentía presa. Nos habíamos dejado llevar por la fuerza de la inercia y nuestra relación se había convertido en rutinaria y tediosa.  
   A veces, sentada en el sofá, a su lado, notaba que me costaba respirar, como si me faltara el aire. No me atrevía a dejarle, tampoco tenía motivos para hacerlo. Le amaba.
    Añoraba  poder volar, salir sin rumbo, sin ataduras ni freno.
  Cuando le dije que no podía más, que me asfixiaba y necesitaba alejarme de todo, me miró sorprendido, incrédulo. No lo entendió. Tampoco estaba dispuesto a retenerme si yo quería marcharme.
    Por fin era libre. Durante un tiempo disfruté haciendo cosas que juntos nunca nos planteamos.
   Poco después, cuando la soledad me devoraba por dentro,  me di cuenta de que la libertad no radica en estar solo.

Graziela

Ha comenzado la primavera y aunque no puedo contemplar los brotes de los árboles, ni veo los capullos pugnando por abrirse, soy capaz de olerla desde mi ventana.     
Este silencio de calles solitarias hace que los trinos de los pájaros parezca más intensos, más cercanos.
Siempre he mirado al cielo, aunque creo que nunca lo he contemplado tanto como ahora, que parece que el tiempo se ha detenido.
En estos días, en que todos tenemos la sensibilidad a flor de piel,  se aprecian mucho más las pequeñas cosas, los gestos que te acercan a la gente a la que ahora no puedes ver, ni abrazar.
Aun me parece que estoy inmersa en una pesadilla, un enorme paréntesis que nos mantiene a todos en nuestros hogares, como un mal sueño que se prolonga durante semanas mostrando una realidad impensable hace solo unos días. 
Incredulidad, miedo y desconcierto hasta llegar a la serenidad, y buscar esa otra cara de la moneda, la parte positiva, la que nos brinda una oportunidad.
Mi sentimiento es de gratitud, por poder permanecer en mi hogar, cuando sé que otros están en hospitales, luchando por mejorarse, por mantenerse con vida, a los que desde aquí brindo todo mi apoyo y mi cariño. 
Agradecimiento a los que están trabajando, ampliando horarios, no siempre en buenas condiciones ni con medios suficientes, sobrepasados, para atender a esos enfermos, para transportarlos, para que todo esté limpio y desinfectado. Gracias a los que investigan contra reloj en un intento de encontrar tratamientos y una vacuna; a los trabajan y colaboran de uno y otro modo para que podamos disponer de comida, que no se acumule la basura en las calles, que tengamos medicinas y consejo para pequeñas dolencias. Gratitud a los cuerpos de seguridad a los que ayudan a organizar, hacen posibles que cada vez se pueda atender a más gente, a mantener el orden; a los que siguen apagando fuegos, aunque ahora no produzcan humo. A los que trasladan a todos aquellos que ya no podrán contarlo.También a los que informan, a los que entretienen, a los que apoyan desde sus casas, ejerciendo su labor; a los profes que están haciendo un esfuerzo para que los niños sigan aprendiendo. A los voluntarios. Y a tantas y tantas personas que se están esforzando para hacer que la situación mejore, aunque sea simplemente bajando la basura de su vecina. 
Se que todos lo hacen lo mejor que pueden o lo mejor que saben. 
Para mí es momento de introspección, de mirar hacia dentro buscando paz y esperanza para sacar una nueva versión mejorada de mí. 
Centrémonos en mantenernos fuertes, sanos, comer bien, descansar, escuchar música y hacer todo aquello que eleva nuestra vibración que refuerza nuestro sistema inmune y nos hace más optimistas, aunque viendo las noticias resulte difícil.
Podemos dedicar más tiempo a los demás: charlar largamente, sin premura, enviar o recibir mensajes de esas personas con las que no te ves más que de ciento en viento, y no por eso quieres menos, o "quedar" para tomar café viéndote en una pantalla, y cada uno en su casa. 
Es muy curioso, tengo la sensación de que ahora estamos mucho más conectados, más unidos y remando en la misma dirección, reforzando lazos.
Atrás queda lo superfluo, lo que antes nos preocupaba y ahora ha pasado a no tener importancia.
Como un mantra me repito que esto también pasara. Volveremos a salir, a reunirnos, a disfrutar, a abrazarnos y entonces nos daremos cuenta de que pese a todo, la primavera nos regala todo su esplendor, aunque en el aire flote un halo de tristeza por los que ya no nos acompañan y los que tienen que vivir con la perdida.

Graziela

DÍAS NUEVE A DOCE.

Durante días me he ido retrasando en hacer el resumen de esta última etapa en Bali. No conseguía sacar un rato para dedicarme a ello y cuando por fin disponía de tiempo no encontraba el momento. Me he dado cuenta de que el motivo de la tardanza es que me costaba cerrar el paréntesis que ha supuesto este viaje en mi vida, mucho más que un viaje. 
Aunque las imágenes de los lugares que conocí, los olores, la gente, la energía, y todo el torrente de emociones y sentimiento vividos allí formen ya parte de mí, es como una despedida, así lo siento ahora, pero nunca me ha gustado dejar cosas pendientes y esto ya necesita un cierre. 

La costa Norte era nuestro destino final en Bali. Singaraja y nos alojamos en Gaia Oasis, lugar que me sorprendió muy gratamente desde que puse mis pies allí.

Estábamos emocionadas con el sitio, un verdadero paraíso, especialmente para mí: amante del mar, la calma y las flores. 

Una vez instaladas, deshicimos las maletas, recorrimos el inmenso jardín, visitamos las habitaciones de las compañeras y nos reunimos en el restaurante.


Allí disfruté de la comida más que en ningún otro lugar del viaje.

Había varias salidas y visitas opcionales, sin embargo, allí estábamos tan a gusto, que preferimos disfrutar de nuestra estancia, sin necesidad de movernos, de hecho solo pasee por los alrededores.
Podía pasar horas contemplando el mar, disfrutando de la calma y el rumor de aguas que con dulzura besaba la playa.



Antes de que empezara a clarear me despertaba y me acercaba a la playa, escuchaba los sonidos de las horas tempranas, el silencio del amanecer. Caminaba largamente y dejaba que la primera luz del sol me llenara de energía y de paz, procurando mantener esa vibración durante el resto del día.
Después, una buena ducha y un delicioso desayuno, antes de la meditación y unos ejercicios de medicina energética bajo las palmeras. No se me ocurre mejor manera de comenzar el día.


Me seguía sorprendiendo la presencia de los pollos y gallos paseando por el jardín.
La gente era encantadora y algunos de los turistas con los que coincidimos nos explicaron que llevaban años viniendo unos días.
Me encantaba mirar los pequeños estanques con plantas de loto y comprobar como florecían cada día los capullos.
No solo los pollitos me sorprendían, también este pequeño escorpión que encontré en nuestro porche.
Nos cedieron una sala estupenda para hacer nuestras meditaciones, relajaciones y terapias, que durante estos días fueron más frecuentes.
El primer día, cada una hicimos nuestra ofrenda para compartir con todas.

Tuvimos la suerte de disfrutar de la luna llena en este lugar de ensueño y también del día 11 del mes 11, que era una fecha muy especial a nivel energético, y pude comprobarlo al celebrar una meditación con este motivo.




Me apetecía la salida en barca para avistar delfines, pero nos recogían antes del amanecer y como además, en los últimos días no habían tenido suerte y los delfines no se dejaron ver, preferí quedarme en tierra.
Los amaneceres y los atardecer me tenían embrujada y no me quería perder ninguno.


Aquí, al no tener que hacer excursiones ni visitas,  no estábamos sujetas a ningún horario, excepto los de las comidas, así que coincidíamos en el comedor, las meditaciones y durante el resto del día cada una seguía su propio ritmo y no estábamos todo el tiempo en grupo. 
Aunque ninguna perdonaba la hora golosa del pastelito y tomábamos un té, avisándonos unas a otras del postre del día.

Nos bañábamos en el mar y en la piscina. El agua estaba deliciosa, aunque en una ocasión ya recibimos un aviso en la playa, en forma de pequeño latigazo y pese a que el agua era totalmente transparente no vimos nada. Nos reímos del sobresalto y al día siguiente, debió ser una medusa, que me dio como una especie de descarga eléctrica y me salieron unas ronchas con sarpullido en el brazo y costado, pero fue más el susto que el daño, pues me apliqué inmediatamente una pomada y se me pasó rápido la molestia.



















Esta era la casa de los masajes, muy cercana a la nuestra, pero que tenía la agenda llena y no pudimos coger cita.
Enfrente había una cama balinesa frente al mar y una terraza en la misma playa para descansar sintiendo la brisa.
Aunque no me quedé sin masaje, pues fuera del recinto de Gaia Oasis, habíamos visto al llegar que había una tienda pequeña en la que vendían aceites, ropa, collares y otras cosas típicas de allí, y ofrecían todo tipo de masajes. Fuimos a conocerlo y compré unos sarones, aceite de frangipani, que eran esas flores preciosas cuyo aroma me tenía cautivada. Al día siguiente pedí hora y pude probar y disfrutar de las maravillosas manos una de las mujeres que trabajaban allí, toda una delicia para el cuerpo, aunque no dejaba de sorprenderme que la masajista se subiera en la camilla para realizar mejor determinadas maniobras.
Después te ofrecían un coco, con su pajita para que tomaras su agua fresquita y así completar el tratamiento.

Volví el último día para comprar otro aceite, pero solo estaba el gato, así que me senté a esperar y escuche un rato la música, pero no llegó nadie, así que me marche sin poder comprarlo.


El día de la luna llena al atardecer llegaron unos chicos australianos a la urbanización que iban a realizar un ritual. Pudimos observarlos desde los sofás situados fuera del salón restaurantes. Fue muy curioso verles en la playa prepararse, hacer las ofrendas, cantar  y adentrarse después en el mar.


Y así, entre baños, relajación, deliciosas comidas, tras las que esperábamos la hora del pastel, todos los días a las 14,30,  y un estado de calma física y mental, fueron pasando los días en este lugar de ensueño.
Había llegado la última noche que disfrutaríamos las cinco juntas y nos arreglamos y vestimos de forma especial para la cena y el ritual de despedida, que celebramos después. 



Montse, preparó la sala y antes de entrar hicimos una ceremonia de depuración y limpieza.
Fue una noche muy especial para mi, en la que los sentimientos estaban a flor de piel, y me sentí llena de agradecimiento y amor hacia las personas con las que había compartido esta aventura. Bailamos, reímos, saltamos, lloramos  de alegría, nos emocionamos y nos abrazamos sintiéndome inmensamente agradecida por todo lo que había aprendido de ellas y con ellas. 
Esta despedida fue la culminación y un cierre de oro para el camino que habíamos recorrido juntas.
A la mañana siguiente Macarena y yo nos levantamos para despedir a Montse, Alejandra y Carolina que salían muy temprano y las acompañamos al comedor, que abrieron solo para ellas, pues aún no había comenzado la hora del desayuno.
Después paseamos por la playa y llegamos hasta más lejos, caminando por un pequeño poblado de pescadores, fue nuestra despedida de aquel lugar en el que tanto habíamos disfrutado.







Luego nos recogió un chofer nuevo que nos llevaría al aeropuerto, con calma, pues se sabe que en Bali no se puede calcular el tiempo que se invierte en hacer cualquier trayecto y teníamos que atravesar la isla. Ya en Denpasar disfrutamos de nuestra última comida juntas, dimos una vuelta por las tiendas, charlamos y reímos mientras esperábamos la salida de nuestros respectivos vuelos. 
Como viajábamos en distintas compañías aéreas nos separamos para facturar y quedamos después de la presentación de pasaporte, pero curiosamente no nos volvimos a encontrar, así que no pudimos despedirnos, seguramente habían sido demasiadas despedidas para un solo día. 

Volví sola, igual que llegué, pero me sentía diferente. Este viaje ha supuesto un antes y un después, porque además de conocer un país diferente, otra cultura, otra forma de entender la vida, he coincidido con persona encantadoras, a las que me he sentido muy unida, con las que he aprendido y compartido experiencias, sensaciones y alegrías, por lo que me siento profundamente agradecida al haber podido interiorizarlo todo y utilizarlo para mi propio crecimiento y enriquecimiento personal. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.