Graziela


LAGO DE SANABRIA.

Catamarán de energía solar.




Playa

















PUEBLA DE SANABRIA



 Vistas del Río Tera.





Graziela



Dicen, que de vez en cuando deberíamos ponernos los zapatos de otro y caminar con ellos un trecho. Creo que eso lo practicamos todos de pequeños. Yo recuerdo como trastabillaba, cuando me calzaba los tacones de mi madre y la consecuente regañina que conseguía al hacerlo. También me acuerdo de una ocasión en  que al salir de clase de yoga me puse las botas que había dejábamos al lado de la puerta al llegar, como hacíamos todas  y me sentía raririma andando con ellas, caminé media manzana sin dejar de mirarlas, intentado entender aquel cambio, hasta que llegué a la conclusión de que llevaba una botas idénticas a las mías y de mi número pero que realmente no eran las mías, entonces desande el camino. Cuando llegué, la otra mujer se estaba poniendo mis botas y también notaba algo extraño en sus pies. Nos reímos juntas de la casualidad y la confusión, pero para mi fue toda una experiencia.
Llevo un par de años que cuando cambia la temporada y saco las botas, zapatos o sandalias del año anterior, al calzármelas ya no me resultan tan cómodas como antes, me molestan, me rozan y hasta me hacen daño. Caminar con los zapatos de otros..., ¡pero si los propios ya me resultan ajenos! ¿cómo se puede cambiar tanto en unos meses?, o es que mis pies "evolucionan" y crecen de forma libre e independiente del resto del cuerpo. 
Nos vamos haciendo mayores, y a veces lo mejor es descalzarse y caminar sintiendo la tierra o el suelo directamente bajo los pies para darse cuenta que ésta es la mejor manera de andar, aunque tampoco estaría mal probar de vez en cuando a ponerse los zapatos de otros y dejarse llevar por ellos ¿o no?