Graziela


Bajo un cielo azul despejado, con nubes grises amenazadoras, con esa luz cálida y anaranjada,  con tintes violetas, o cuajado de estrellas. 

NAMASTÉ
“Yo honro el lugar dentro de ti
donde el Universo entero reside.
Yo honro el lugar dentro de ti de amor y luz,
de verdad, y paz.
Cuando tú estás en ese lugar en ti,
y yo estoy en ese lugar en mí,
somos sólo Uno”

FELIZ  2014.
Graziela

  F E L I C E S     F I E S T A S



MI FELICITACIÓN ESTÁ CARGADA DE ENERGÍA, AMOR, PAZ INTERIOR Y MUCHA LUZ, Y AUNQUE SON DESEOS POCO ORIGINALES, ESPERO QUE DISFRUTÉIS DE LAS NAVIDADES
ME PARECE UNA OCASIÓN IDEAL PARA AGRADECER SU PRESENCIA A TODOS MIS SERES QUERIDOS, A LAS PERSONAS QUE APRECIO, A LOS QUE COMPARTEN SU TIEMPO CONMIGO, EN MAYOR O MEDIDA, Y ME ACOMPAÑAN O ME HAN ACOMPAÑADO EN ALGUNA ETAPA DEL CAMINO QUE ES LA VIDA. GRACIAS POR SU APOYO Y TODO  LO QUE HE APRENDIDO DE ELLAS Y ESPERO PODER SEGUIR CAMINANDO A SU LADO. 

CON MUCHO CARIÑO Y BESITOS MULTICOLORES.

GRAZIELA
Graziela

Este año, la excursión de otoño ha sido al Hayedo de la Tejera Negra; forma parte de Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara y pertenece al término municipal de Cantalojas. Está configurado por los valles de los ríos Lillas y Zarzas.
Salimos de Madrid muy temprano, para aprovechar el día, pero ya desde primera hora nos acompañó un cielo gris, que amenazaba lluvia. Tomamos la carretera de Burgos y poco tardaron en aparecen las primeras gotas.
Después de un trayecto de dos horas con lluvia y niebla que de vez en cuando nos permitían apreciar preciosas vistas, paramos en Ayllón, localidad segoviana. Tras atravesar sus murallas, por una puerta de arco apuntado, nos vimos inmersas en otro tiempo, como si hubiéramos retrocedido al Medievo. 



Disfrutamos no solo de un café humeante, con dulces de la zona, que debido al clima resultaba muy apetecible, además, dimos un paseo muy agradable por el pueblo, para disfrutar de plazas, fachadas y rincones que no pudimos dejar de admirar.









Continuamos camino y una vez pasado el Centro de Interpretación del Hayedo, donde nos confirmaron la reserva, hicimos los 8 kilómetros que nos separaban de la zona de aparcamiento y comienzo de la Senda de Carretas, a paso lento por la carretera de curvas cerradas y gran desnivel, que a veces la niebla hacía invisible. A tramos veía el río al fondo del barrando y la belleza impresionante del paisaje.

Cuando llegamos a nuestro destino ya teníamos un estupendo día de lluvia, así que adecuamos nuestra vestimenta a la climatología, dispuestas a disfrutar del otoño en todo su esplendor.



  Tomamos la Senda de las Carretas, una de las dos rutas circulares que se pueden realizar a pie, señalizadas con paneles y balizas, y la elegida para nosotras que consta de 6 kilómetros. Desde el principio fuimos guidas por María Jesús, una compañera que conoce bien la zona y fue haciendo comentarios al respecto durante el camino.

Mostejo


La belleza del lugar es incuestionable. Al principio destaca la masa de roble melojo y pino silvestre, hasta que nos encontramos de lleno entre las hayas, especie protegida en Castilla-La Mancha.



La luz del día lluvioso hizo el musgo más esponjoso, la alfombra de hojas más mullida y los colores más brillantes: ocres, naranjas, dorados, cobrizos, verdes, que se combinaban en perfecta armonía, para sorprendernos a cada paso. En ocasiones era como caminar bajo una luz de miel o ámbar, que pese a la lluvia nos hacía permanecer atentas a cada detalle.


Algunos tejos contrastaban con su oscuro verdor con las hayas otoñales, cuyas hojas exhiben tonos que van del verde amarillento al dorado, al parecer los responsables de estas tonalidades otoñales son los carotenoides. Antes eran muchos más los tejos que poblaban esta zona y de ellos deriva el nombre: Hayedo de la Tejera Negra, por su oscuro color verde.

También abundan abedules, serbales, arces, mostajos y olmos de montaña. Y como matorrales encontramos retamas y brezos rosados y blancos llenos de diminutos capullos a punto de explosionar; en otras zonas también vimos jaras. Pegados al suelo arándanos, payubas y enebros rastreros, aunque no pudimos apreciarlos. 


Sí vimos, sin embargo, gran cantidad de hongos. Setas de forma variadas, como pequeños paraguas marrones medio cerrados, redondas que recuerdan a cantos rodados grises, parasoles claros y unos magníficos ejemplares propios de bosques de cuento, poblados de duendes y hadas, preciosas, con un color rojo y puntos blancos o naranja intenso, que nos hizo suponer que se trataban de las temibles amanitas.














Pudimos ver una carbonera, como testigo mudo del trabajo ancestral.
Carbonera
Terminamos el ascenso por el suelo de pizarra y la alfombra de hojas, que se iba mezclando con el barro al arreciar la lluvia haciéndose más resbaladizo, y pudimos disfrutar de la maravillosa vista desde arriba rodeadas de cimas, donde se sitúan los ejemplares de haya más viejos; resultar más inaccesibles les ha permitido sobrevivir a las cortas de leña y la producción de carbón.


Las nubes bajas y la niebla besaban las cimas haciendo del paisaje una imagen un tanto enigmática o fantasmal. Pensábamos hacer en esta zona una parada, tomarnos el merecido descanso y dar buena cuenta de los bocadillos que nos pesaban en las mochilas, pero las ráfagas de viento y la lluvia racheada hicieron imposible este deseo.










Volvimos por otro camino igual de hermoso que el de ida, con troncos llenos de líquenes y musgos brillantes, bajadas y cuestas más suaves, hasta finalizar la ruta, para comenzar otra aventura, la de encontrar un lugar protegido para comer. Fue fácil para María Jesús, mujer de recursos que nos llevó a un merendero, pero como el minibús no pudo entrar por los accesos existentes terminamos en la localidad de Galve de Sorbe comiendo en un hostal, en un ambiente cálido y agradable, con buena charla entre compañeras y amigas.


Una excursión inolvidable pasada por agua, lo que no impidió que disfrutáramos de un día en el bosque, de preciosas vistas y de estupenda compañía. Todo ello gracias a Josefina, nuestra profe de gimnasia, que pese a las dificultades siempre está dispuesta  a proporcionarnos un maravilloso día fuera de la rutina y la ciudad. Gracias por otro paseo estupendo, aunque la próxima vez yo voy a pedirme sol.
Foto de grupo que no podía faltar. Mojadas, pero felices.


Graziela


EL FUMADOR


            Dio una última calada, apurando el cigarrillo hasta casi llegar al filtro, después lo apagó apretándolo con saña contra el fondo del cenicero rebosante de colillas. El humo que con una fuerte inspiración había tragado lo fue exhalando despacio, soplando, en una gran bocanada que enturbió el aire de la habitación, ya tan viciado que parecía que las paredes tenían que abrirse para contenerlo.  Era la última calada del último cigarrillo que fumaría en su vida, estaba seguro. Había hecho una promesa y no la incumpliría, sabía que iba a ser muy duro, pero en su casa no volvería a entrar el tabaco. Apenas hacía un minuto que había dejado de fumar y ya se estaba convirtiendo en un detractor, aquel pensamiento cruzó su mente fugaz como un guiño y le hizo sonreír. Seguro que también Susana sonreiría al escucharle pensar así.
            Hacía unas horas que la habían incinerado, no podría vislumbrar su rostro tras la fumarada del puro, aunque estaba seguro de que al percibir el olor característicos de los habanos, entre la bruma gris de otros seguiría adivinando el óvalo imperfecto de su amada y sentiría el dolor que ahora le oprimía el pecho. Notó que le falta el aire y tuvo que abrir la ventana para poder respirar.
            En su desesperación odiaba el tufo que seguía en el ambiente, después de meses en los que  el tabaco de ella no saturaba su olfato notaba que el fuerte hedor impregnaba las cortinas, la tapicería de los sillones,  la ropa y el contenido de los cajones. No sería suficiente con ventilar la casa y palmearlo todo, habría que limpiar, que pintar de nuevo hasta los techos, que al igual que los muros estaban cubiertos de diversas tonalidades de gris que ocultaban los colores iniciales, cubriéndolo el conjunto con una fina capa de tristeza. 
            Le dijeron que fueron los dichosos cigarros los que le arrebataron a su mujer, los que la debilitaron hasta la extenuación, los que le hicieron sufrir lo indecible al someterse a tan agresivos tratamientos y sin embargo, pese al dolor y la lucha ella no conseguía liberarse de aquella lacra, aquel vicio pernicioso que le robaba la voluntad, con el que soñaba mientras estaba conectada a una bombona de oxígeno y mantenía un habano de los denominados robusto, sus preferidos, entre los dedos. Eso le daba tranquilidad, le hacía sentirse segura y confiada y en una ocasión hasta lo había encendido, sin pensar en que podría haber hecho volar todo el edificio con ella.
            Su cuñada la pequeña, Clara, la de la vida sana, la que sudaba perfume y orinaba agua mineral se había comprometido a ayudarle, después de cuidar a Susana durante sus últimos días. También ella le había hecho una promesa a su hermana antes de que muriera.
            Cuando Tomás abrió la puerta y la vio con la maleta le pareció que la luminosa mañana había traspasado las paredes de la escalera. Solo unas horas después, con su  presencia limpió la atmósfera de la casa, y un suave aroma a frutas fue llenando la estancia. A medida que pasaban los días era como si un soplo de viento nuevo invadiera la vida de Tomás. Las plantas, las velas, los inciensos, la música  relajante y la comida vegetariana fueron haciendo acto de presencia en un hogar que nada tenía que ver con el que había creado Susana a lo largo de diez años de matrimonio. 
            Compartiendo el dolor por la pérdida se acrecentó el cariño entre los cuñados, que se descubrieron mutuamente. Él superó la muerte de su esposa en poco tiempo y su adicción al tabaco, que cambió por el ejercicio físico intenso y los zumos naturales. Se sentía fuerte y feliz.
            Inesperadamente avisaron a Clara de que su amiga más íntima había sufrido un grave accidente de tráfico y se encontraba en estado crítico. Inmediatamente se presentó en el hospital y estuvo acompañándola durante los días que duró su agonía. Hablaron mucho y también a ella le prometió apoyar a su marido. Tomás la acompañó al entierro y después la ayudo con la maleta.Su cuñada le abrazo con cariño y le entregó un pequeño paquete. No lo abras ahora -dijo- es como una prueba.
            Tomás quedó conmocionado, la casa le pareció inmensa y se sintió sólo y perdido de nuevo. Recordó el regalo y lo abrió. Sonrió cuando encendió el primer cigarrillo.


Graziela



EL JARDÍN DE LAS DAMAS CURIOSAS


Bonito título para un cuadro. Parece un jardín francés y dos mujeres elegantemente ataviadas que pasean juntas, pero ¿porqué la pintora calificaría como curiosas a estas damas?
Conocí el jardín, está muy cuidado y es enorme: con setos de boj y aligustre recortados, hermosos parterres de flores; dicen que hubo un tiempo en el que incluso tuvo un laberinto, lugar que ahora es ocupado por un estanque, una pradera de césped y sauces llorones.
Yo también sentía curiosidad por la historia de esas damas y no pude evitar preguntar para saber más de ellas.
Las mujeres se llamaban Beatriz y Silví. Según me contaron la primera era una mujer muy celosa y posesiva que sospechaba que André, su marido le era infiel, él sabedor de la obsesión de su esposa y tal vez, simplemente por fastidiarla, flirteaba con frecuencia ante sus ojos, aunque no se le conocía amante alguna. En su afán por cogerle in flagrante, Beatriz a veces le seguía cuando salía de casa y él lo sospechaba, y consideraba estos des varios de su mujer como un juego más.
Un día le persiguió hasta aquel jardín. Desde lejos pudo ver como se encontraba con Maté, el marido de Silví, que era socio suyo. Aquel encuentro la resultó sospechosos, no por el hecho de que ellos se reunieran, lo que resultaba lógico al tener negocios en común, sino por hacerlo en un lugar tan poco usual para ese tipo de reuniones. Llevaba por su curiosidad le comentó el asunto a su amiga y ambas acordaron seguirles para saber el motivo de aquellos encuentros clandestinos, fuera de sus despachos.
Una semana después las damas se encontraron en la entrada del jardín francés y a cierta distancia observaron a los hombres que paseaban por los senderos floridos, silenciosos, sin mirarse, ni cruzarse con ninguna mujer. No había mucha gente a esas horas, y ellas procuraron mantenerse medio ocultas por los setos, por senderos paralelos. Pronto se dieron cuenta de que no corrían riesgo de ser vista pues ellos iban totalmente ensimismados, con las miradas fijas en el suelo, como si solo se juntaran para pensar.
Llegaron al laberinto y uno de ellos se adentro en él, desapareciendo de la vista, mientras su amigo se sentaba en un banco y con parsimonia cargaba su pipa y la encendía, fumando con deleite, dejando escapar grandes bocanadas de humo. Cuando terminó de fumar, salió André acomodándose la levita y colocándose el pañuelo. Desde lejos las mujeres, cada vez más sorprendidas, observaron como sus esposos intercambiaban una sonrisa cómplice,y sin dirigirse la palabra se encaminaban hacia el centro del jardín y salían de allí. Ellas estaban tan desconcertadas con lo ocurrido que no sabían que pensar y continuaron con sus indagaciones. Una semana después volvieron las damas a encontrase en la entrada del parque y tras el largo paseo siguiendo los pasos de sus maridos les vieron de nuevo separarse. En esta ocasión fue Maté el que se introdujo entre la trampa de altos setos y André el que pacientemente le esperaba fuera, leyendo un libro. Su socio salió después de casi una hora y con un gesto de cabeza le indicó que podían marcharse.
Beatriz pensaba que aquello no podía ser más que un juego excitante para André y Martí, no le quedaba ninguna duda de que estaban siendo engañadas, pero ¿quién se prestaría a hacerlo en aquel lugar, a riesgo de ser sorprendida por cualquiera...? Entonces se dio cuenta de que la misión del que esperaba fuera era vigilar. Ellas no habían perdido de vista la entrada del laberinto y acordaron que Beatriz lo recorrería en busca de su rival, mientras la otra esperaba en la entrada por si salia alguien.
Durante casi hora y media solo salió en joven. Se hizo de noche y su amiga no volvió a aparecer como si hubiera sido tragada por aquella intrincada trampa verde. Nadie pasaba por allí, estaba oscuro, Silví la llamó a gritos, sin que de allí saliera más sonido que el de los pájaros cuando se van a dormir, por lo que venciendo su temor se vio obligada a introducirse también ella en el incierto juego de setos para buscar a su amiga. Nunca las encontraron.
Parece que a las damas, igual que al gato las mató su curiosidad y lo mismo también ellas muriendo sabiendo.


Graziela


Clara quería ayudar, no sabía a quién ni dónde. Buscó fundaciones y asociaciones por las que se sintiera motiva. Empezó por hacer de lectora para ciegos, lo que supuso una experiencia nueva y gratificante, y aunque los invidentes que conoció eran personas alegres y parecían felices a ella le apenaban y lo dejó. Se apuntó para cuidar niños en una asociación de madres trabajadores que criaban a sus hijos solas, y conoció historias conmovedora, también terminó dejándolo, pues todos aquellos niños necesitaban atención y tuvo miedo de que se crearan vínculos demasiado fuerte entre ella y los pequeños o sus madres.
Le ofrecieron acompañar a ancianos, y educadamente declinó la invitación. La gente mayor tiene poca paciencia y suele ser impertinente y ella quería ayudar, pero no estaba dispuesta a aguantar a nadie.
Eso de ser voluntaria no era lo que esperaba, se sentía más confusa, triste y abrumada que antes de intentarlos y un día comentándolo con sus amigas de la partida de canasta, Marita, una de ellas le dijo que si quería ayudar debería pensar en los demás, no en ella. Que empezara por abajo, sin miedo a ensuciarse. Aquello la desconcertó, tampoco era imprescindible rebozarse en el fango, con lo que de ningún modo conseguiría sentirse a gusto. Sin duda daba una imagen demasiado aséptica, y eso podía hacerla aparecer como alguien superficial.
Días pasó meditando sobre aquella conversación hasta llegar a la conclusión de que Marita tenía algo de razón. Sin pensárselo dos veces decidió tirarse al barro y lo hizo de la mano de una vecina que trabajaba para los sin techo una noche a la semana. El panorama que vio se le antojo terrible, sin embargo, aunque le parecía absurdo se sintió más próxima a aquella gente que a muchas de las personas con las que trataba habitualmente. En la calle se encontró con un montón de historias, contacto con una realidad que ni siquiera imaginaba. Gente de toda condición que por un revés de la vida, un giro inesperado en su camino, se encontraba sin un techo donde guarecerse. Tanto le impresionaron algunos testimonios que esperaba ansiosa el momento para volver a encontrarse con ellos, o con otros que estaban en la misma situación.

Preparaba grandes termos de caldo y café para ayudarles a paliar el frío. Allí conoció a Santiago, un hombre curtido que había sido marino, y bajo su apariencia andrajosa descubrió a un ser excepcional. Se enamoró de su voz, de las historias que contaba y de sus manos. En aquellos encuentros, delante de un bidón con fuego, durante el invierno más frío del siglo, Clara había encontrado por fin como dar sentido a su vida.
Graziela


EL MANZANO

Cuando llevábamos un año saliendo, Carlos, que sabía de mi afición a la jardinería me regaló un manzano. Él mismo me ayudó a plantarlo. Era muy pequeño con un tronco delgado y endeble; desgarbado y sin gracia. Me pareció un regalo muy soso Y pensé que no sobreviviría al invierno, igual que dudaba de lo nuestro.
La primavera siguiente el arbolito se cubrió de brotes, se llenó de vida, que salpico de blanco el verde de algunas de sus ramas. Los dos asistíamos maravillados a todos sus cambios, temerosos de que alguna granizada o un mal viento arrasara nuestra ilusión y deshojara una por una sus preciosas flores. No fue así, aunque lo nuestro poco a poco se enfrió. Contra todo pronóstico la floración se mantuvo. Yo lo regaba, lo cuidaba con mimo y lo abonaba; presenciaba con entusiasmo el milagro de ver como los diminutos frutos crecía por semanas. Hacía meses que lo nuestro terminó. Las pequeñas manzanas iban madurando ante mis ojos. Mientras recolectaba la reducida cosecha disfrutaba de la belleza de cada pieza, del suave tacto de su piel, del fresco aroma. Eran preciosas: rojizas, brillantes, parecían de cera, manzanas enanas de cuento, más pequeñas que ciruelas. Al contemplarlas le recordé a él: sus manos fuertes horadando la tierra o recorriendo mi cuerpo; su olor, mis dedos entre su cabello y el brillo de sus ojos cuando me miraba. Hice una foto de las manzanas y se la envié. Minutos más tarde teníamos una cita para saborearlas juntos.


Graziela




Esperaba ansioso que cayera la tarde. Ver desde la ventana el ocaso, esa hora triste en la que los días languidecen ya sin fuerza, para morir lentamente. Observaba el ajetreo del puerto desde mi ventana, y me servia una copa de vino tras otras. No bebía para olvidar, al contrario. Apuraba esas tres copas con la que me sentía capaz de afrontar mi pasado, de recordar los momentos en los que la tuve, en los que con ella gocé. Después con la mirada perdida en el horizonte, que se desdibujaba al caer la noche, sabía que nunca más la tendría. Así con cada anochecer la volvía a perder para siempre entre la bruma.
Graziela



MUJER SONRIENTE

Ella sonreía. Agarrada a la barra metálica, con los auriculares puestos y leyendo. Le daba igual si estaba rodeada de gente o sola en el vagón. Nunca se sentaba. Permanecía de pié frente a la puerta, ajena a los empujones, los malos olores y las conversaciones que había a su alrededor.
Yo la observaba. No sé bien porqué, tal vez me llamó la atención que apenas cambiaba de atuendo; siempre llevaba sus botas, limpias, brillantes y viejas y un bolso grande color marrón.
El mismo libro entre las manos, que a juzgar por la señal que marcaba su lectura acababa y volvía a empezar una y otra vez. Durante meses coincidimos y ella sonreía. Durante el trayecto yo la observaba, trataba de imaginar que música escuchaba y el motivo de su alegría; cada día me inventaba una historia sobre su vida que al llegar a mi estación olvidaba.
Una mañana, fuera del horario habitual cogí la misma línea. Había mucha gente en el tren y entre los demás la distinguí. Con el pelo muy liso y la mirada lejana, sonriendo, con sus auriculares puestos. Ella me miró y al sentirse observada volvió a concentrarse en su lectura, y movió la cabeza como si siguiera el ritmo de una música, sin dejar de sonreír.
Hace unas semanas la vi a lo lejos en el primer vagón, como siempre. Poco a poco me fui abriendo paso para acercarme a ella y cuando llegué a su altura, inesperadamente, la vi desvanecerse. Los de alrededor la sujetaron, alguien se levantó para cederle el asiente. Me coloqué a su lado, hice que la gente le dejara espacio para que pudiera respirar mejor. Poco a poco se fue espabilando. Parecía desorientada, le ofrecí agua y un caramelo, que aceptó al instante Le di su libro. Y volví a colocarle los auriculares, que también se le habían caído. Pude comprobar que no estaban conectados a ningún aparato. Supe que ella escuchaba su propia música. Me miró agradecida, con dulzura y sentí como si me mirara por dentro; me dedicó la mejor de sus sonrisas.

A partir de aquel día siempre nos saludamos.
Graziela


HORA TRISTE.

Olvido avanza despacio por el viejo pasillo de la iglesia. Va cogida del brazo de su hijo, con la cabeza baja, arrastrando su pena, sin querer ver a nadie ni mirar el féretro que brilla frente ellos. Hace días que libró su última batalla, y las consecuencias aún se reflejan en su rostro. Le costó trabajo hacerse a la idea de que su marido nunca volvería a ser el mismo, y pensó que esta podría ser la última oportunidad para reconciliarse, para cuidarle con el cariño que antaño le tenía, pues del amor ya no quedaba nada.
Él no se quiso enterar de que la enfermedad que padecía tenía mal pronostico y siguió llevando la misma vida, la misma mala vida. Después, encontró en su dolencia el pretexto perfecto para poder continuar fumando, bebiendo, dilapidando en locales de alterne y juego los ahorros que habían conseguido durante los años que duró la instalación de la refinería de Francia, que de otro modo no tendría tiempo de gastarse. Total, ¡qué más le podía pasar! Como se consume el humo de un cigarro fue quemando su salud, a grandes bocanadas; se fue apagando como un mal habano. Cada vez se sentía más débil, impotente e inseguro y toda la rabia que eso le generaba la volcaba en su mujer, hasta que apenas tuvo fuerza para salir, y la hiel le llenó la boca. Para entonces a Olvido sólo le quedaba el odio y el deseo de liberarse de él de una vez y para siempre.
Terminó el funeral, al que apenas pudo prestar atención, metida en su propias cavilaciones. Pensando en lo diferente que era el hombre con el que se casó del que terminó siendo al regresar a España, sin reconocer a ninguno de los dos en el cadáver que ahora tenían delante. La gente comenzó a acercase a ella, a abrazarla y trasmitirle sus condolencias. Entonces y sólo entonces, comenzó a llorar, suavemente. Notaba cómo las lágrimas caliente recorrían su rostro y los pésames se sucedían. Sólo su hijo sabía que no lloraba por él, era un llanto de alivio.

Graziela


TANTA TRISTEZA

Hacía semanas, tal vez meses, que ella había perdido la noción del tiempo. A veces los días se le antojaban interminables, eternos allí encerrada. No sabía cómo era capaz de soportar tanto sufrimiento.
Primero se vio obligada a abandonar su hogar, su ciudad, con su marido y su niño; tuvieron que huir  para esconderse en un cuartucho sin luz, sin ventilación, en el que se hacinaban dos familias y la suya, con poca comida y sin ninguna higiene. Después, cuando parecía que nada podía ir peor les detuvieron.
Sin previo aviso entraron a empujones, dando golpes, sin tener en cuenta que fueran hombres o mujeres, jóvenes o viejos, ancianos o niños, les daba igual, ellos imponían su autoridad a la fuerza, debían demostrar que eran superiores en todos los sentidos; creían formar parte de otra raza. Su intención era causar daño y si en sus crueles ataques brotaba sangre y moría alguien, mejor todavía, así los demás se mostraban más dóciles.
Resistencia. Qué resistencia podrían oponer ellos, si en su mayoría a duras penas eran capaces de tirar de sus cansados cuerpos. Alguno intentó revolverse, rebelarse ante aquella situación tan injusta; las mujeres chillaban espantadas, con un grito que les salía de lo más profundo de su ser cuando sus hijos les eran arrancados de los brazos, sin piedad, arrebatándoles así lo único que las unía a la vida.
Les obligaron a subir a un tren, a entrar en vagones de carga. Los llenaron hasta tal punto que al cerrar las puertas y durante el largo trayecto muchos murieron asfixiados, aprisionados unos contra otros; no quedaba ningún espacio, ni siquiera para caer al suelo desfallecidos.
Cuántas de aquella personas hubieran preferidos morir en ese viaje, pensaba ella mientras sentía como un mordisco en el vientre, un dolor agudo que la rompía por dentro. Después, algo caliente resbalar entre sus piernas húmedas de los vapores humanos, inhalando el olor dulzón de la sangre. Podía sentir el aliento de su marido en la cabeza, notar su abrazo, era lo único que realmente le quedaba, además del agotamiento y el miedo.
Exhaustos por la falta de descanso, las enfermedades, la desnutrición y la sed, eran la sombra de ellos mismos cuando fueron conducidos al campo de concentración.
No podría precisar el tiempo que llevaban encerrados allí, viviendo en barracones, sobreviviendo por la fuerza de la inercia que la llevaba a respirar. No había vuelto a ver a su hijo y al enterarse por otros que su marido trabajaba en el grupo que había sido llevado a una de las grandes naves de chimeneas, sabía que todo estaba perdido se apoyó en la pared para sostener tanta tristeza y al fin, sin albergar ya el más mínimo resquicio de esperanza se pudo rendir a la muerte, deseando encontrar en ella la única salida que le quedaba. Fue rápido, sin esfuerzo, sus piernas se negaron a mantenerla y simplemente dejó de respirar.




Graziela



UNA NOCHE CUALQUIERA

Conde, sale al escenario y espera a que se haga el silencio. Se sienta en la silla de enea que queda libre, en el centro, y comienza a dar palmas. Son como latigazos. Con el pie marca el ritmo. Se le unen las de la Rubi y la guitarra de Antolín. Una suave calidez envuelve la sala.

Estrella cierra sus ojos de luna nueva, y de su voz de mimbre y cobre brotan unos fandangos:

“En la fuente del cariño sólo mojaste tus labios,
por eso tu amor no es puro y ha durao tan pocos años..."

La Rubi, poseída por un impulso irrefrenable, se levanta y con andares salerosos recorre el pequeño tablao sin dejar de tocar las palmas. Arquea la cintura y taconea. Da un golpe de melena y como un tornado, los rizos levantan una ventolera de azabache y canela; sus manos se mueven igual que pájaros revoltosos que aletean a su alrededor. La madera canta bajo sus tacones con una melodía propia y ella parece ajena a la fascinación que provoca. Todo es sentimiento, giros y vueltas de mantón de flecos dibujando arabescos.

Quejidos y cante salen del corazón de Estrella, y con la última palabra un rasgueo de cuerdas de guitarra que parecen gemir; después, silencio. Todo queda en suspenso por unos instantes. Luego la explosión de aplausos y una gran algarabía recorre la sala.
Graziela


Como cada primavera Josefina, "la profe" de gimnasia del C.C. Buenavista, nos brindo la oportunidad de pasar un día al aire libre para hacer senderismo, y yo no pude negarme a la tentación. Este año preparó una excursión al Ferrocarril del Tiétar.

Se ve que con la ruta, el autocar y los guías también encargó un día primaveral, pues el cielo estaba límpido y prometía mantenerse así durante toda la jornada, lo que ya suponía una alegría después de tantas lluvias y días grises.

Madrugamos, pues la cita era a las 8,15, aunque tuvimos que esperar hasta que estuvimos todos y salimos a la hora prevista.
Por la carretera de Extremadura nos dirigimos al suroeste de la Comunidad de Madrid, a la poco conocida Mancomunidad de Pinares, y la primera parada la hicimos en Aldea del Fresno, para desayunar y tomar fuerzas para la caminata. 



Dimos un paseo por el pueblo antes del café, y pudimos ver el pequeño parque situado al lado de la iglesia. Luego nos acercamos a ver el río, y no sorprendió una playa, en la que imaginamos que en días de veranos la gente aprovecha para disfrutar de un buen baño en el río.


Seguimos una carretera de montaña, que pasa tan cerca del Safari Park en Aldea del Fresno, que desde el autocar pudimos ver a lo lejos avestruces. Llegamos al  embalse de Picadas (Pelayos de la Presa). Este embalse recoge las aguas del río Alberche,  donde comienza de la Vía Verde, que sigue la plataforma del ferrocarril del Tiétar, por el valle del Alberche, que nace en la vertiente norte de Gredos y no del Tietar como sería más lógico pensar. Este ferrocarril fue un proyecto de finales del siglo XIX, que nunca llegó a terminarse, aunque si su trazado que llega hasta el embalse de San Juan, punto en el que termina la ruta.
  

La presa de Picadas fue construida en 1952 y tiene una altura de 60 metros de hormigón . La ruta transcurre por un cañón fluvial.

Un sendero, cómodo de recorrer, nos permitió apreciar el bosque mediterráneo: encinas, robles, pinos, cornicabras (fácil de distinguir porque ramifica desde abajo y por las curiosas formaciones que recuerdan los cuernos de las cabras), pinos, alisos y acebuches.  



Plantas aromáticas (tomillo, cantueso, romero...)

Este bosque mediterráneo también presenta influencias occidentales, con enebros y sabinas. Nos deleitamos con el resultado de las abundantes lluvias de este año, que han hecho brotar en todo su esplendor multitud de flores silvestres,que pintaban el campo a ambos lados del camino de vivos colores: jaramagos, botones de oro, margaritas, narcisos, jaras rosas, etc. 



También pudimos observar a los buitres que nos sobrevolaban y otros pájaros, pues es una zona especial de protección de aves y una de las buitreras más importantes de España se encuentra muy próxima. 

Cruzamos la presa, y buscamos un lugar para hacer un pequeño descanso y tomar un tentempié, antes de continuar. 




 Pasamos el tunel, y tras el frescor que da la piedra y la oscuridad...





De nuevo el agua, el sol, la belleza del paisaje y las pequeñas flores



Y así con los ojos llenos de tonos vivos y luz, y gracias al ligero vientecillo que nos acompaño durante todo el trayecto, llegamos al final de la ruta y vimos el embalse de San Juan, con los pies un poco más cansados al llevar andados 10 km.  Como el senderó era llano y realizamos el camino con tranquilidad, en vez de quedarnos en el merendero que allí había, nuestro guía decidió buscar alguna pradera para poder disfrutar del almuerzo.
Subimos un pequeño repecho y entre los pinos nos instalamos cómodamente para dar buena cuenta de cuanto llevábamos en nuestra mochilas y aligera totalmente el peso de las mismas.




 Al sentarme me di cuenta de que estaba cansada. Compartimos viandas, charlamos y reímos. Después incluso quisimos hacer la competencia a los pájaros que nos habían acompañado con sus trinos, y sin temor a que el maravilloso azul se cubriera de nubes,  cantamos, unas mejor que otras, pero todos con alegría y el buen humor que se siente cuando estás feliz. 
Especial mención merecen Delia, la mayor del grupo que pese a haber pasado un invierno bastante regular se apuntó a la excursión y no solo cantó, sino que también bailó y nos hizo reír; y Carmen, que transmite esa alegría que le caracteriza, y fue la primera en "salir al escenario", y aunque ya no está en el mismo grupo que yo, seguimos siendo compañeras y cuando nos vemos lo celebramos.


Estas salidas anuales que organiza Josefina no sólo suponen un corte en la rutina diaria y una oportunidad para disfrutar de la naturaleza (con lluvia o con sol), sino que también es una experiencia y un modo de conocernos mejor y de compartir algo más que frutos secos, lo que siempre es importante.  


Después de comer y recuperadas del paseo, con buen ánimo levantamos el campamento para caminar el tramo que nos quedaba, sin embargo aún subimos un pequeño tramo para poder contemplar desde arriba la maravillosa vista del Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias, perteneciente a la orden cisterciense desde mediados del siglo XII.


No podía faltar la foto del grupo y pese a los preciosos parajes que habíamos recorrido no se nos ocurrió hacerla antes, así que no quedó muy bien el fondo, pero lo importante en este caso eran las personas, y esas están todas estupendas.


Gracias a todos y en especial a Josefina, por hacer posible que pasara este día tan estupendo y volviera a casa llena de energía, aire puro y un dulce recuerdo.