Graziela



UNA NOCHE CUALQUIERA

Conde, sale al escenario y espera a que se haga el silencio. Se sienta en la silla de enea que queda libre, en el centro, y comienza a dar palmas. Son como latigazos. Con el pie marca el ritmo. Se le unen las de la Rubi y la guitarra de Antolín. Una suave calidez envuelve la sala.

Estrella cierra sus ojos de luna nueva, y de su voz de mimbre y cobre brotan unos fandangos:

“En la fuente del cariño sólo mojaste tus labios,
por eso tu amor no es puro y ha durao tan pocos años..."

La Rubi, poseída por un impulso irrefrenable, se levanta y con andares salerosos recorre el pequeño tablao sin dejar de tocar las palmas. Arquea la cintura y taconea. Da un golpe de melena y como un tornado, los rizos levantan una ventolera de azabache y canela; sus manos se mueven igual que pájaros revoltosos que aletean a su alrededor. La madera canta bajo sus tacones con una melodía propia y ella parece ajena a la fascinación que provoca. Todo es sentimiento, giros y vueltas de mantón de flecos dibujando arabescos.

Quejidos y cante salen del corazón de Estrella, y con la última palabra un rasgueo de cuerdas de guitarra que parecen gemir; después, silencio. Todo queda en suspenso por unos instantes. Luego la explosión de aplausos y una gran algarabía recorre la sala.