Graziela

LA EXTRAÑA MIRADA

Cuando le conocí me pareció que tenía una mirada extraña. Su ojo izquierdo se quedaba fijo, lo que me resultaba un tanto inquietante. Me ponía nerviosa. Al poco tiempo ya ni advertía aquella particularidad suya. Estaba tan enamorada que pronto pasé por algo una nimiedad así. Supe que era la consecuencia de un accidente.

Al final me acabe casando con él y era tan feliz… Pero no paso mucho tiempo hasta que me di cuenta de que no lo podía soportar. La primera vez que vi aquel ojo color castaña mirándome atento desde un vaso de agua en la mesilla de noche, no conseguí dormir. Me sentía observada en todo momento y aquello me impedía conciliar el sueño. Sabía que me miraba incluso con la luz apagada. Ese iris irreal… Su pupila como una sima parecía absorberme, robarme la energía. La claridad entraba por la ventana y siempre se reflejaba en la esclerótica artificial, lanzando destellos cristalinos. Estaba obsesionada. Amaba a mi marido pero el dichoso ojo se empezó a interponer entre nosotros y acabaría con nuestro matrimonio si no encontraba rápido una solución a mi calvario. Él me veía preocupada, pero yo no me atrevía a confesarle mis temores.

Una noche me desperté sudando, había tenido una pesadilla terrible, cuando fui al baño a refrescarme noté cómo la mirada del ojo de cristal me seguía, girándose sobre sí mismo dentro del vaso. Tenía vida propia y yo lo sabía, me estaba haciendo perder la razón. Me daba miedo. Pero me atreví a cogerlo y con rabia lo lance por la ventana. Escuché el ruido que hizo aquel artefacto diabólico e inútil al chocar contra el suelo desde el séptimo piso y supe que se había estallado en mil pedazos y ya nunca más me molestaría su presencia.

Mi marido está mucho más atractivo con el parche de cuero, me recuerda las románticas historias de corsarios de Salgari que leía en la adolescencia. Y he vuelto a ser feliz
Graziela
(Ya se que los hechos reales contados tal cual no resultan bien como relatos, mis compañeros me lo han recordado, pero solo quería escribir lo sucedido tal y como ocurrió, así que es más que un cuento un testimonio, aunque no el mio).



GALLOS DE PELEA

Ocurrió en Madrid, pero en realidad podría haber pasado en cualquier otra ciudad. Salía del garaje cuando escuché a una mujer increpando a unos chavales:
- Dejar de dar más patadas a esos botes que vais a golpear a alguien. Sinvergüenzas, que sois unos sinvergüenzas.
- Cállate “hijaputa”, vieja asquerosa, déjanos en paz y vete a la mierda si no quieres que te demos a ti la patada.
Miré para otro lado. No quería problemas. Se veía que eran unos niñatos; unos chulos sin educación. Continué mi camino mientras la mujer también se marchaba refunfuñando entre dientes.
Los dos chicos, hartos de patear todo lo que encontraban en su camino, entre risotadas y palabrotas se dirigieron hacia un hombre y una mujer muy mayores que venían por la calle y comenzaron a meterse con ellos. Les insultaron y les hicieron burla. Los vi tan indefensos y débiles que no pude sujetarme más y tuve que intervenir. Me acerqué a los ancianos tratando de evitar que aquellos indeseables les empujaran o les hicieran algo. Cuando le pregunté al señor si les habían hecho daño contestó que no, que gracias por salir en su defensa.
En ese momento uno de los chicos se envalentonó y nos dijo muy agresivo, si estábamos hablando de ellos, si queríamos que nos pegaran, añadiendo, que nos estábamos ganando unas hostias.
El pobre anciano se puso nervioso y con un hilo de voz respondió que no hablábamos de ellos, que comentábamos otra cosa. Yo sentí que el corazón se me encogía al ver que aquellos octogenarios estaban intimidados y muertos de miedo por culpa de unos gamberros y noté como la sangre se me subía a la cabeza, me bullía calentándome el rostro y las orejas, sin embargo, hice un gran esfuerzo y tragué saliva, intentando tranquilizar a los señores. Parecían tan delicados como el cristal y un simple sopló podría volcarlos quebrándolos. ¡Sentí tanta lástima…!
No contentos los muchachos con lo ocurrido hasta el momento, se acercaron a insultarme también a mí. Uno de ellos, el más descarado, se aproximó tanto para escupirme los insultos en la cara que podía sentir su aliento en la piel. Durante unos segundos los pensamientos se aglomeraban en mi mente intentando decidir si cogerle por el cuello o darle un par de bofetones. Cuando el otro unió su voz a la agresión oral, eran como dos gallos de pelea dispuestos a atacar, dejando escapar las palabras más gruesas y malsonantes de todo su vocabulario, que ciertamente era bastante extenso en este sentido.
Notaba el corazón martilleándome las sienes; tenia la mano metida en el bolsillo y antes de sacarla me di cuenta que llevaba esa navajilla con hoja del tamaño de un meñique que utilizo para pelar la fruta cuando voy al campo, y decidí asustar a los chicos con ella, en vez de liarme a golpes por miedo a no poder controlar mi fuerza. Estaba muy, muy enfadado. Esos niños chulos me habían sacado de mis casillas.
Levantando la voz por encima de las dos fieras, les mostré la pequeña arma indicándoles que se aproximaran si querían probarla y salieron corriendo, perdiendo al momento toda aquella valentía de la que segundos antes hacían gala.
Los ancianos se marcharon, no sin antes comentar cómo estaba la sociedad, la falta de respeto y de principios de los chicos a los que no les importaban las consecuencias de sus acciones.
-Es que estando como están las leyes no tienen mucho que temer siendo menores. Además, los medios de comunicación se ocupan de hacérselo saber constantemente –argumente yo antes de despedirle de ellos.
Cuando me volví vi cómo se me venía encima un inodoro roto que me había lanzado uno de aquellos energúmenos desde una distancia de veinte o treinta metros. Quise esquivarlo, pero no tuve tiempo de moverme, así que intenté parar el golpe y cuando caía lo empuje con el antebrazo izquierdo y se reventó contra el suelo con gran estrépito, haciéndose añicos. Mientras el otro salía corriendo, el más agresivo había cogido un ladrillo del mismo contenedor y se disponía a lanzármelo, cuando un hombre cruzó desde la acera de enfrente y le arrebato la rasilla, sujetándole por la pechera. El muchacho empezó a gimotear, asegurando que yo les quería pegar y la gente comenzó a arremolinarse alrededor preguntando al hombre porque le retenía. ¿Dónde estaba toda esa gente momentos antes? Gracias a que el chico se escabullo, pese a que yo pedí al señor que le retuviera, pues si le hubiera enganchado no sé que habría hecho, y eso que aún no me había dado cuenta de que me había mal herido.
- Está usted sangrando, tiene que ir a urgencias, denunciarles a la policía…
- Cómo voy a denunciarles si no se quienes son, no les conozco y usted ha soltado al único que teníamos.
- Al menos debería haberles pinchado, es lo que se merecen. ¿Quiere que le acompañe al hospital? -se ofreció preocupado.
- No, muchas gracias, si no hubiera sido por usted y me lanza el ladrillo me deja en el sitio.
Cuando miré al suelo estaba lleno de sangre de la que me chorreaba por la mano, tenía la ropa manchada. Desde la calle donde ocurrió el altercado, hasta las urgencias del Hospital Reina Sofía, en la calle Maldonado, apenas distan cinco minutos andando, durante los cuales fui dejando un reguero de sangre a mi paso.
Mientras esperaba en la sala de urgencias no dejaba de arrepentirme de haberme metido en aquella riña pueril. Podía haber terminado en la cárcel por agredir a unos menores, si me hubiera dejado llevar por mis instintos más primitivos que lo único que hubieran querido era pararles los pies, hacerles comprender, aunque fuera a golpes, que no se podía ir así por la vida, insultado y faltando al respeto a la gente, sin tener ni siquiera su edad o condición. No había justificación alguna. Luego nos quejamos de la falta de solidaridad. Es lamentable que haya que mirar hacia otro lado. Me juraba y me perjuraba que jamás volvería a intervenir en una cosa así. Estaba tan arrepentido… Me podían haber buscado la ruina.
En la sala de espera de urgencias me dieron un paño para ponérmelo en las heridas mientras me llamaban, pero la sangre, como si fuera la de un drago herido en la corteza, seguía cayendo gota a gota sobre el suelo formando un charco a mis pies.
Un joven de raza negra que se encontraba en la sala se levantó indignado al verme y dijo en el mostrador de información que si pensaban permitir que me desangrara allí mismo, en un hospital y a la vista de todos. Un minuto después me atendieron.
Aquello tenía muy mal aspecto con tanto colgajo, así que en vez de cortármelos como les pedí me los cosieron y me aplicaron un vendaje compresivo. Al salir para marcharme me despedí del hombre gracias al cual ya me habían atendido, que esperaba pacientemente que llegara su turno.
Me consoló del desagradable incidente pensar que, aunque ciertamente hay mucho malnacido por el mundo, también queda gente dispuesta a dar la cara por los demás y ayudarte si lo necesitas.

Graziela


ANUNCIOS

Después de horas al volante atravesando Extremadura, me llamó la atención ver desde la carretera, en letras enormes pintadas sobre la fachada de una nave industrial, “Semilleros de empresas” y mientras conducía, esas palabras seguía revoloteando como alegres mariposas por mi mente que les buscaba sentido, intentando ocuparse de algo más que del asfalto y las rayas de la autovía. ¿Y si vendieran semillas de empresa? Sería fantástico, y tan fácil: las siembras con mucho mimo, las riegas y abonas, y florecen preciosas empresas, una solución ideal para tiempos de crisis. Pensé. Pero no podría ser tan sencillo. Tal vez era algo más simple y lógico. Pero… ¿el qué?

Cansados de tanto coche, media hora después paramos a tomar un café, estirar las piernas y airearnos un poco, y otro anunció me saltó a la vista. En un enorme corcho al fondo del local había un cartel sobre un folio blanco que rezaba “SE VENDEN VACAS CON DERECHO” y aquello ya me hizo reír; comentamos qué clase de derechos tendrían las vacas que vendían. ¿Sería el obsoleto derecho de pernada con el vaquero afortunado? ¡Qué barbaridad! Tantos kilómetros me hacen desbarrar. Lo mismo eran vacas letradas y habían ido a la universidad consiguiendo licenciarse, incluso podría haberlas especialistas en derecho civil, penal, laboral, internacional o vaya usted a saber; esto podría ser tema para un cuento. Salimos del bar riendo de nuestras tonterías y al ver unas cuantas frisonas paciendo nada más volver a tomar la carretera, las miré con más atención por si se trataba de algunas de esas vacas universitarias y portaban sus libros, o estaban estudiando, pero no, sólo eran vacas comunes, no se si con o sin derechos, pues parecían normales, aunque me dio la sensación de que estaban muy concentradas, lo mismo estaban repasando derecho romano...
En cuanto llegue a casa buscaré en Internet algo que consiga explicar el dichoso derecho vacuno, pensé. No me hizo falta navegar para averiguar de qué se trataba. Nada más llegar a Madrid, sonó el teléfono. Era mi padrino, que es de Extremadura y sabe mucho y sobre todo de lo que pasa en aquellas tierras, y al comentarle nuestro viaje y lo que me habían sorprendido los anuncios el se prestó a explicármelo inmediatamente, riendo abiertamente de mi ocurrencia y supongo que no sin dejar de pensar que el tiempo metida en el coche me había empezado a afectar a la mente.
Al parecer los Semilleros de Empresa son unas naves industriales que la Junta de Extremadura presta a nuevas pequeñas o medianas empresas para que puedan desarrollar sus actividades, utilizándolas como oficinas u almacenes.
Respecto a las vacas, seguramente el anuncio no se veía entero pues lo que se venden son “vacas con derechos”, y al parecer vale mucho más una vaca con derechos que una sin ellos, como es lógico, ya que esto supone que se puede cobrar por ella la ayuda de la Comunidad Europea. Da igual que se trate de una vaca famélica, que no de ni gota de leche, o sea más vieja que una tortuga y solo pueda proporcionar carne correosa y seca, pues lo realmente importante y valioso es que tenga “derechos” proporcionando así pingues beneficios a su propietario, gracias a la ayuda comunitaria.
Lo que es no saber, he visto que hasta se pueden comprar las vacas nodrizas o limusinas con derechos por Internet… ¡Qué desilusión! Al final lo que prima son los intereses y el dinero.