SILENCIO
BLANCO
Se esperaba un gran temporal de nieve. Llevaban día anunciándolo, aún así supuso una gran sorpresa. Nunca había visto nevar tan copiosamente, durante días, de forma ininterrumpida.
Al salir al porche me sobrecogió la
imagen de los jardines. Los árboles soportaban en sus ramas tal peso que casi
podía escuchar su sufrimiento al intentar mantenerse en pie. La luz
resplandeciente, el cielo rosado y la frialdad lo llenaban todo.
Estoy acostumbrado a la montaña y
tengo un buen equipo, así que me calcé las botas, los crampones y cogí mi
cámara de fotos para captar instantes únicos. Tenía ganas de volver a Rascafría,
y visitar el Bosque de Finlandia, paraje de una belleza singular que sospechaba
que ahora, más que nunca, recordaría la zona que le da nombre; el lago debía presentar una imagen
digna de verse.
El silencio era escandaloso, tanta
quietud hacía parecer que el tiempo no existía. Se respiraba paz. En el suelo,
la nieve virgen cedía ante mis pisadas marcando el recorrido con un crujir a cada
paso. Quería disfrutar de aquella placidez, del equilibrio de la naturaleza en
estado puro. Olía a frío. Necesitaba disparar mi cámara; el clic se
multiplicaba por el eco, perturbando la calma.
Al llegar al embarcadero el asombro
me inmovilizó. Al final del mismo, como si estuviera casi sobre el agua, una
mujer miraba al infinito. La nieve a su alrededor estaba impoluta, sin huella
alguna. No podía separar mi ojo del objetivo de la máquina, tomando
instantáneas de aquella inesperada visión: esbelta, delgada, casi etérea. El
contraste del color carmín de su capa la realzaba más sobre la armonía reluciente.
Temía acercarme y romper el embrujo; permanecí a cierta distancia, deseando que
se volviera para verle el rostro y, a su vez, temiendo que lo hiciera por dejar
de imaginarla.
No sé el tiempo que permanecí allí.
Todo quedó en suspenso. Tampoco recuerdo en qué momento me aleje o si fue ella
quien se marchó primero, ni como lo hizo.
Ya en casa, con el crepitar de las
llamas en la chimenea, repasé todas las fotografías y solo había una en la que
la mujer aparecía, como una sombra, en el resto, solo se veía la inmensa nevada
y, al observarlas, volví a escuchar el silencio blanco.
Graziela
Ugarte