Graziela


MARIBEL

             Las suegras no tienen buena fama aunque yo he tenido suerte, como en muchas otras cosas en la vida.

            Cuando conocí a Maribel me impresionó por su marcada personalidad y su fuerte carácter, sin embargo, desde el  principio nos entendimos bien.

            Compartíamos aficiones: pasear, leer, los concursos culturales... y como las dos sabíamos lo que le gustaba a la otra no nos costaba complacernos mutuamente. Ella, me acompañaba al parquecillo cuando salían las primeras violetas y visitábamos el jardín de los frailes para ver las camelias, que nos encantaban.  Yo le guardaba los libros que me habían parecido más interesantes o que mis hermanas me dejaban para que los leyera en esos días de vacaciones que pasaba con nosotros en la Finquilla, en los que además, hacía todos los crucigramas y pasatiempos que había, sin dejar de fumar, mientras me animaba a sentarme con ella un rato, porque decía que estaba cansada de verme trabajar, que la agotaba. Compartíamos aperitivos a la hora del vermú, tomábamos zumos de pomelo rojo recién exprimido y por la tarde jugábamos a las cartas, que eran su pasión.

            Cuarenta años de relación dan para mucho, compartimos confesiones, penas, reímos y viajamos juntas. Ella quería ir a Santiago de Compostela para ganar el jubileo y como no era caprichosa y no queríamos que se quedara con las ganas, finalmente mi marido decidió regalarle el viaje y que nos fuéramos con ella, la sorpresa es que solo saco pasajes y alojamiento para nosotras dos. Fue un viaje inolvidable para ambas. En pocos días recorrimos la Costa de la Morte,  conocimos la parte antigua de la ciudad y la más moderna, paseamos por las calles de Santiago y sobre todo visitamos la Catedral, por la que atravesábamos cada vez que íbamos a algún sitio, así que seguro que ella gano el jubileo. Volvimos encantadas,  aunque casi perdemos el vuelo porque ella, que era muy suya y muy navarra, dijo que no estaba dispuesta a correr para coger un avión (eso “no me divierte nada”, era una frase que aplicaba a cualquier situación), que ella me esperaba tranquilamente fumándose un pitillo, mientras yo iba al hotel a por los equipajes y cogía un taxi, y si no volvíamos ese, día allí no nos íbamos a quedar, dijo. Lo pasamos genial aquellos días y las noches de charla, pues no nos dormíamos hasta la madrugada hablando, me permitieron conocer profundamente su historia y la de su familia y esto me ayudo a entenderla mejor.

            Era una mujer fuerte que no se permitía nunca bajar la guardia ni mostrar debilidad. Hacía de la sinceridad un estandarte y no tenía filtro. Era afectuosa, pero reacia a  las muestras de cariño, por eso, un día que me cogió del brazo y me lo apretó para despedirse, además de los dos consabido besos que le daba refilón, le dije a Jesús: tu madre se está haciendo mayor, y es que las niñas y los chicos, sus nietos que ya eran mayores, consiguieron hacer que perdiera el miedo a sentirse vulnerable, aunque todavía le quedaba mucho para  reconocer que ya no era el tronco que sujeta las ramas.

            Ella me ayudaba y me apoyaba, aplaudiendo mis logros, grandes o pequeños, dándoles importancia. Me animó a montar mi primera exposición de pintura, lo que siempre le agradeceré. Y es que aunque no lo demostráramos con besos y abrazos nos teníamos mucho afecto y nos queríamos.

            Era una mujer única, divertida, animada, de risa fácil y de amena charla, a la que admiraba por su fortaleza y decisión. He lamentado profundamente su perdida, llenando el  vacío que me deja con sus mejores recuerdo. Por eso seguiré comprando los primeros higos de la temporada, porque a ella le encantaban; degustando el dulzor de los dátiles, y compartiendo los zumos de pomelo y los melocotones más deliciosos,  o pensando… este libro o aquel cuadro le habrían encantado a Maribel, mi suegra, cuya mejor versión seguirá viva en mi memoria, con la media melena nívea, los labios de carmín y sus uñas rojas, y el inevitable cigarro entre sus dedos.