Graziela


UN REGALO ORIGINAL


Mateo estaba preocupado, faltaban solo un par de días para la Noche de Reyes y todavía no había encontrado un regalo adecuado para su nieto Ismael. El niño tenía esa edad en la que aún no había perdido la inocencia y la candidez infantil; sin embargo, ya era capaz de entender muchas cosas y pensar con lógica.

No resultaba tan fácil encontrar el regalo original para el benjamín de la casa; como era el único hijo de su hija mayor y el primer nieto, no le faltaba de nada desde que nació. Además, su padre se encargaba de comprarle las últimas novedades en juguetes y muchas de ellas, a entender de Mateo, ni siquiera eran adecuadas a su edad. A él personalmente le parecía que le estaban mal criando con tanta pamplina, pero no quería decir nada para evitar molestar a su yerno.

Pese a todo, el crió era una maravilla, la alegría de la familia y su debilidad.

El orgulloso abuelo no podía evitar que una sonrisa se dibujara en su rostro cada vez que recordaba cuando hacía unas semanas le dijo al pequeño:
-Ismael voy a escribir mi carta a los Reyes Magos de Oriente y me gustaría saber qué quieres que les pida para ti.
El niño se quedo un poco pensativo y, abriendo mucho los ojos, contestó a su abuelo que le miraba intrigado y expectante.

-¿Sabes qué “Abu”?

-¿Qué hijo? -Preguntó Mateo con ternura.

- Pues... pídeles un charco.

-¿Un charco? ¡Pero nene, cómo voy a pedirte un charco! Además, para qué lo quieres.

- Pues... tú lo pides, quiero que tenga mucho barro y cuando me lo traigan yo puedo pisarlo, jugar y saltar, salpicando con las botas de agua nuevas, ¡verás que bien lo pasamos “Abu”! – le explicó el niño convencido.

Mateo no pudo evitar emocionarse ante la naturalidad y los razonamientos del pequeño, por eso no quería comprarle un juguete convencional y como cuentos le regalaba con frecuencia prefería que fuera algo más, algo especial que le hiciera ilusión, importante para el niño, pero no conseguía imaginar qué podría ser.

Había recorrido jugueterías y grandes almacenes sin encontrar nada que le convenciera. Finalmente, desesperado porque se le agotaba el tiempo, decidió ir a uno de esos inmensos centros comercial para niños, pese a no gustarle nada porque siempre estaban abarrotados de gente que tanto le agobiaba, había que ir en coche por encontrarse en las afueras de la ciudad, sin poder evitar los grandes atascos y retenciones a la salida y a la entrada y, además, aparcar allí se convertía en poco menos que una hazaña ímproba. Esperaba que el esfuerzo valiera la pena y poder conseguir el preciado obsequio. Sin embargo, no consiguió encontrar más que una caja grande decorada como si fuera una selva, que contenía unos lápices de colores muy gordos y cada uno de ellos llevaba el dibujo de un animal diferente. En su desesperación la compró adquiriendo también algunos cuadernos para colorear, después de esperar la interminable cola para pagar. Pensó que si no era para Reyes, ya se lo daría en otra ocasión. Tardó más de lo previsto en llegar a casa porque había empezado a lloviznar y la circulación estaba imposible.

El día de Reyes, cuando Ismael llegó, después de los besos y abrazos, su abuela le dio un paquete con la chaqueta que había tejido para él; después Mateo cogió al niño en brazos y le llevó a la ventana para enseñarle a través del cristal el patio en el que se había formado un enorme charco, ya que la noche anterior no había dejado de llover. Nunca olvidaría aquel momento al ver la mirada y la sonrisa de su nieto cargadas de agradecimiento.

- ¿Has visto “Abu”? ¡Me lo han traído! Decía el chaval entusiasmado mientras le abrazaba.
Mateo miró al cielo, dando gracias por haber podido mantener aquella ilusión infantil y disfrutar de aquel momento.


" Y colorín colorado, este cuento se ha acabado, colorín colorete, por la chimenea salia un cohete y colorín colorón, si te ha gustado, canta una canción."
Graziela




















OS DESEO UNAS ALEGRES FIESTAS NAVIDEÑAS, EN LAS QUE REINE EL AMOR Y LA FELICIDAD. ADEMÁS, ESPERO QUE EN EL AÑO NUEVO MANTENGÁIS LA ILUSIÓN PARA HACER REALIDAD VUESTROS PROYECTOS.

CON TODO MI CARIÑO
GRAZIELA
Graziela

Como los primeros de año suelen ser fechas que nos animan a iniciar nuevos proyecto y buenos propósitos, he pensado que una agradable manera de empezar el 2010 sería dando un Segundo Nivel de Reiki (sistema Usui y Tibetano). Es un curso de profundización, que os capacitará para poder aplicar Reiki a distancia, abriendo un amplio abanico de posibilidades que además, os ayudará en vuestro crecimiento personal.
Si decides comprometerte, lo celebraremos los días 23 y 24 de enero en el Centro de Terapias Quidea.
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Graziela


CON OTRA MIRADA
Notaba la presión de su pequeña mano cuando entrábamos en el subterráneo y recorríamos el largo pasillo de tonos marinos que nos conducía a las taquillas.
Todo le sorprendía abriendo mucho sus grandes ojos castaños; una maquina en la que metes dinero y te sale un papelito; otra que se lo come y lo escupe por otro sitio para dejarte pasar.
Bajamos las escaleras despacio mientras va escudriñando con mirada atenta los carteles, los anuncios, las paredes. Se siente inmediatamente atraído por el gran espacio que separaba un andén del otro y mira con precaución la negrura absoluta del túnel, que como enormes bocas se abren a cada extremo.
– Esto son las vías del tren -le explico indicándole los brillantes raíles pateados- Son cuatro, dos para cada tren. Verás que largos son, tienen tantos vagones que llegan de un lado al otro.
– ¿Y cuando viene?
– Pues el rótulo luminoso ¿Lo ves? Dice que en dos minuto. Así que ya pronto.
– Escucha, oye. Mira. ¿Ves las luces?
– Si, es nuestro tren que se va acercando. Esas son las luces de los faros ¿Tienes miedo?
El mueve la cabeza hacia los lados, sin hablar, pero un sobresalto le recorre entero cuando el coche entra rápido en la estación, haciendo un ruido tremendo. Estaba extasiado. Se fija en todo, las puertas que se abren, la gente que sale y entra. Otro susto. Intentó tranquilizarle.
– Es el pitido que avisa de que van a cerrarse las puertas para ponerse en marcha
– ¡Que suerte! Hay dos asientos libres ¿Nos sentamos?
Está viviendo una experiencia única y no quiere perder detalle. Su mirada inquieta, atenta recorre todo el tren sin dejar de observar la oscuridad del túnel, como si quisiera ver algo en ella. Asiente con la cabeza a mis comentarios y explicaciones.
Seguimos nuestro trayecto mientras su oído infantil se va acostumbrando poco a poco a los ruidos propios del metro hasta conseguir no dar un respingo con cada sonido. El pitido que anuncia la salida, el ruido estridente al entrar en la estación, el chirrido de las ruedas al frenar, el cruce entre dos trenes dentro del túnel viendo como las ventanilla de los otros vagones entremezclan luz y sombra, en décimas de segundos, sin permitirle ver nada.
Cada nueva estación es la entrada en un mundo desconocido; los alegres colores llaman mucho su atención. Esta amarilla, ahora una roja. Azul.
“Metro de Madrid informa...” la enlatada voz femenina, inesperada que le coge por sorpresa nada más bajar del tren, anunciando un retraso en otra línea, consigue asustarle de pronto, sacándole de su abstracción.
– ¿Dónde está la señora? ¿Qué quiere?
– No se donde está, ella habla por un micrófono, como los cantantes y nosotros la escuchamos aquí por esos altavoces. Está avisando que en otra estación el tren tardará un poco. Vamos que ya tenemos que salir a la calle.
– No espera, mira. Se va –dice admirado.
Esperamos mientras el conductor le saluda con la mano sonriendo y vemos como uno tras otro todos los vagones son engullidos por la boca negra que parece ir tragándoselos hasta desparecer totalmente las dos pequeñas luces rojas.
– Me gustan las escaleras que andan solas
– Pues es una suerte porque vamos a subir muchas más.
Por fin llegamos a la calle. Los niños son increíbles, está encantado con su primer viaje en metro, una aventura, un descubrimiento del que ha disfrutado cada momento. Me gustaría que la mayoría de los usuarios habituales pudiéramos verlo con sus ojos inocentes, tal vez así tendríamos esa otra mirada.
– Mira un bus azul, otro rojo allí ¿Los cogemos?...
Graziela


DE NUEVO JUEVES

De nuevo jueves. Un jueves más después de dos años, años que han parecido siglos sin verte, sin poder contar los días, sin que el aliciente de nuestros encuentros partiera la semana en dos, haciéndola más llevadera.
Desde el principio tú mantuviste que era el mejor día para quedar, el cuarto de la semana, el que siempre está en medio, el de Júpiter, quinto planeta del sistema solar y el menor, sin embargo para mí era el más importe, el mejor. Contaba las horas y ya el miércoles notaba como el humor se me alegraba, reía con cualquier cosa, ni siquiera me molestaban las travesuras del niño, o los desplantes de Rogelio, que regresaba a casa, como siempre, hastiado del trabajo y de esta vida aburrida que compartimos desde hace demasiado tiempo.
Te reías de mi entusiasmo, de mi ilusión y de mi amor, y aún bromeabas diciendo que ese dios romano que daba nombre a nuestro día era el de la lluvia, el rayo y el trueno y que mucho iba a llover y nos fulminaría un rayo si nuestras respectivas familias se enteraban de lo nuestro.
Y que era lo nuestro… Lo he pensado muchas veces. Un encuentro semanal en el que nos transformábamos, y yo dejaba de ser la mujer gris de opalina, hermética y anodina, para recobrar esa juventud que aún se escondía detrás de tus ocurrencias, con las que nunca dejabas de sorprenderme, o de mis nimiedades y excusas de reprimida, que tanta gracia te hacían. El roce de tu mano en mi piel era la felicidad, el paraíso poder aspirar el aroma dulzón de tu perfume, aunque fuera en una cafetería entre la gente y el humo.
Nada del otro jueves, tiene gracia la frasecita viniendo de ti. ¿Sabias que los jueves de un año determinan la numeración de las semanas? Así la primera semana del año es la que contiene el jueves. Además si un mes comienza en jueves habrá martes trece. Como verás yo también me he acostumbrado a buscar curiosidades sobre nuestro día, pues las horas sin la perspectiva y la emoción de un posible encuentro se me han hecho eternas.
Se da la circunstancia que tanto tú como yo hemos nacido en jueves. Lo comprobé mirando nuestras fechas en un calendario perpetuo y es curiosos, pues los que nacen ese día de la semana dicen que son personas sabias que protege el conocimiento y la enseñanza; que traen la luz, aunque pueden parecer arrogantes y sabelotodo, pero francamente, no creo que yo de esa imagen.
Al recibir tu llamada, al escuchar tu voz al otro lado de la línea el corazón me dio un vuelco y volví a sentir la misma emoción, notaba como se me empezaba a formar aquella presión en la boca del estómago, como si me dieran una vuelta de tornillo con cada frase tuya. Percibia una oleada de euforia recorrerme entera, estoy segura de que incluso me había sonrojado. ¡Menos mal que estaba sola en casa! ¡Qué apuro, y que alegría a la vez!
Ahora puedo asegurarte que mis sentimientos no han cambiado, que no se como he podido vivir todos este tiempo sin ti. Pensarás que soy otra, tan charlatana, tan abierta… y es que me he dado cuenta que tú dabas otro sentido a mi existencia. Podemos llegar hasta donde tú quiera. Por favor Mara no me dejes nunca.
Graziela

EL DISGUSTO DE SUSI

Cuando Lidia pasó delante de la pecera y vio que Glupi flotaba inerte en la superficie del agua, se disgustó. Sabía cuánto apreciaba su hija Susi aquél pececillo rojo y plateado. Desde que se lo compraron pasaba largo rato observándole, siguiendo sus movimientos con mucha atención, viéndole comer; a veces la sorprendían hablando con él, que seguía nadando despacio, ajeno al discurso infantil, sin escuchar las historia que la niña le contaba con denodado afán.
No quiso deshacerse del pequeño cuerpo sin vida y decidió esperar a que llegara Susi, para que viera por primera vez y de forma natural lo que ocurría cuando un ser vivo se moría, en vez de hacerle desaparecer y contarle un cuento.
Al ir a recogerla al colegio la fue preparando para lo que se encontraría al llegar a casa. Como todos los días, la niña fue a ver a su mascota nada más llegar; su mamá le había dicho que había muerto, pero no sabía que eso significaba que ya no le vería nadar y que tampoco tendría que volver a echarle comida.
Con mucho cuidado Lidia depositó a Glupi entre las manos menudas de su hija, y esta lloró sin apartar los ojos del escamoso cuerpito.
- No se mueve, está frió y no brilla tanto.
- Si cariño, eso ocurre cuando alguien muere –trato de explicar Lidia.
- Mami no quiero que muera Glupi, es mi pececito.
- Ya, pero no tiene solución. Tendrás que despedirte de él y le enterraremos en una de las jardineras de la terraza.
La niña quedó pensativa y de pronto dejó de llorar mirando el pececillo muerto.
- Mami ¿nos lo comemos?
Graziela

ATARDECÍA DESDE SIEMPRE.
Caía la tarde cuando Santiago salió de su casa. Ya en el rellano de la escalera el último abrazo resultó incómodo con tanto bulto, pero no por ello menos cálido. Elisa, desde el balcón, le vio alejarse con el enorme macuto, el saco, la bolsa con todos los visados y los bocadillos que le acababa de preparar para el largo viaje. Él se volvió antes de entrar en el coche, con una enorme sonrisa que le pareció iluminar la calle. Se le veía tan feliz de poder al fin realizar su sueño…
Después de dos semanas aquella imagen seguía nítida y brillante en la memoria de su madre, que se refugiaba en ella como si fuera la única tabla a la que aún podía asirse.
A veces la angustia le impedía respirar. No podía separarse del teléfono ni un momento, esperando noticias. Se sentí impotente allí sentada, pero había resultado imposible acudir en su búsqueda.
Manuel, desesperado, no paraba de pasear nerviosamente por el salón, como si algo le apremiara, frotándose las manos hasta hacerlas enrojecer.
Ella pensó que conseguiría deshacérselas, pero no le dijo nada, no podía distraerse, en su mente solo había lugar para el miedo.
El timbre del teléfono llenó todo el espacio. Sólo sonó una vez. Elisa se precipitó sobre el auricular antes de que Manuel consiguiera alcanzarlo. Escuchó atentamente con rostro inexpresivo.
Antes de colgar se escuchó decir gracias con una voz que no era la suya. Su marido la miraba implorante.
– Le han encontrado –casi susurró.
– ¿Cómo está?
– Ellos se encargarán de todo para repatriar su cadáver.
Aquel “no” retumbó entre las cuatro paredes como un aullido escalofriante y la sobrecogió. Él se derrumbó en el sofá y con unas manos a punto de sangrar se tapó el rostro, sollozando como un crío desamparado.
Elisa incapaz de reaccionar, de consolarle, se aproximó despacio hasta el balcón, abrió la puerta y se asomó. Atardecía, como siempre, pero nunca nada volvería a ser igual.
Graziela

LA COMIDA DEL MIÉRCOLES
Olga pensaba que este mes ella sería la principal protagonista de la comida.
Estaba acostumbrada a escuchar las historias de Marta, aburrida de tener que aguantar las constantes insinuaciones de su jefe, incapaz de responder a las mismas como le habría gustado. Él jamás perdía ocasión de tirarle los tejos y se pensaba que el hecho de traerle regalos caros siempre que venía a Madrid, le daba algún derecho sobre ella. Un cerdo, eso es lo que le parecía a Olga aquel señor maduro que siempre imaginaba vestido de Armani. Sabían que Marta le paraba los pies, pero no estaba dispuesta a renuncia al puesto directivo que tanto le había costado conseguir.
También Laura tendría algún episodio que contar del desgraciado de su marido, por el que renunció a su carrera, cegada por el amor y deslumbrada por la vida que le ofrecía. Lamentablemente aquel cuento de hadas nunca tendría final feliz. Le daba pena ver envejecer a su amiga por semanas, sin embargo, pese a sus consejos, la pobre Laura no era capaz de poner fin a su calvario. De seguir así, aquel desalmado conseguiría llevársela por delante con tantos disgustos. Él sabía perfectamente que para su mujer las niñas eran su vida, y la tenía amenazada. Decía que si se atrevía a dejarle, las perdería para siempre. Jamás volvería a verlas, se marcharía del país con ellas y sus abogados la destrozarían, le arruinarían la vida. ¡Imbécil! bastante daño le había hecho ya. Laura se había convertido en una sombra gris de aquella mujer vitalista, alegre, divertida y fantástica. Nadie podía ayudarla: ni ellas, ni los ansiolíticos, ni la psicoterápia. Estaba tan hundida que no veía salida a su terrible situación. Solo le quedaba esperar. Esperar a que las niñas se hicieran mayores y comprendiera la situación de su madre, y quién era su padre.
Sólo faltaban dos días para que las tres amigas acudiera a su encuentro. Llevaban años reuniéndose, comiendo juntas el primer miércoles de cada mes. Fue una decisión que habían adoptado hacía mucho tiempo, cuando terminaron la carrera y cada una eligió un camino diferente. Seguían estando muy unidas. Habían compartido sus éxitos y sus fracasos, sus alegrías y sus tristezas y se seguían apoyándose unas a otras en cualquier situación.
La vida de Olga siempre había sido tranquila, como ella, sin grandes acontecimientos. Tuvo la oportunidad de crear su propia empresa, y lo hizo. No solo había conseguido que esta se mantuviera, sino que iba creciendo y expansionándose. Nunca había tenido suerte con los hombres. Cuando ya había perdido la esperanza de encontrar a alguien para compartir su vida todo había cambiado de forma radical. En solo tres semanas parecía una mujer nueva. Sus amigas lo notaron nada más verla.
- Olga ¿qué te ha pasado? Estás guapísima –dijo Marta mientras le estampaba un sonoro beso en cada mejillas.
- Es verdad tienes un brillo especial en la mirada. Por cierto tengo buenas noticias –comentó Laura mientras las abrazaba, mostrando esa sonrisa que hacía meses que no iluminaba su rostro.
- Siempre tan zalameras. Sois unas brujas, pero tenéis razón. Tengo un montón de cosas que contaros.
- ¡Lo sabía! –exclamó Marta- Tú siempre has sido tan transparente...
- Yo también traigo novedades –argumentó Laura.
- Me parece que vamos a tener que hacer una larga sobremesa para que nos de tiempo a enterarnos de todo –rió Marta divertida.
Alegres y eufóricas examinaron la carta, antes de empezar con las confesiones. Con el vino y los aperitivos Laura soltó la bomba. He pedido el divorcio, dijo sin preámbulos. Marta se atraganto y le dio la tos.
-¿Puedes repetirlo? -Consiguió decir mientras casi se ahoga.
- No sé de dónde he sacado la fuerza. Estaba desesperada. Hacía tiempo que sabía que estaba liado con otra. Esta vez parecía algo más serio. ¡El muy canalla! Estaba con esa mujer, en actitud amorosa, en un palco del real, cuando me había dicho que estaba trabajando en Milán. Todo Madrid pudo verles. Es increíble, no sólo no se ocultaban, sino que parecían alardear de su amor.
-¿Quién te lo ha dicho? –preguntó Olga intrigada.
-¿Decírmelo? No me lo ha tenido que decir nadie. Los vi con mis propios ojos. Había acompañado a mi suegra al ballet, su amiga Esperancita se ha roto la cadera y tenía dos entradas para el estreno, así que me invitó. ¡Pobre mujer! Creo que ninguna de las dos prestamos atención a la función, intentando disimular la una con la otra.
- ¿Y qué hiciste?
- Pues mira, Marta, no hice nada. Nada. Estaba deshecha, sabía que había tenido sus líos, pero al menos era discreto. ¡Qué ridículo tan espantoso! Casi hago una tontería.
A los tres días, cuando apareció con la maleta, los regalos de Italia para las niñas y esa sonrisa cínica, me dio como un arrebato de ira. Os juro que me habría tirado a su cuello, si las niñas no hubieran estado delante. Estaba exacerbada. Le dije que lo sabía todo, que les había visto, que estaba harta, que no estaba dispuesta a pasarle ni una más. –paró para dar un largo trago de vino, mientras sus amigas la miraban obnubiladas- ¿Sabéis lo que hizo entonces?
- No ¿qué hizo?
Pues darme un bofetón que me tiro al suelo y después patearme, mientras no paraba de repetirme con la cara crispada, y entre dientes “tú sólo harás lo que yo te diga” una y otra vez. Estaba aterrada. Cuando se fue calmando me levanté y llamé a un taxi. Me fui a urgencias. Tenía rotas dos costillas y magulladuras en la cara y el cuerpo.
- ¿Cómo no nos avisaste?
- Era muy tarde. No sé, no se me ocurrió. Quería estar sola para pensar. Pasé la noche en el hospital. Al día siguiente le denuncié, después fui a ver a mi suegra. Ya sabéis que siempre nos hemos llevado muy bien. Se lo conté todo, desde el principio.
- ¿Y ella qué dijo? –quiso saber Olga cuando el camarero se alejó.
- ¡Pobrecilla! Qué va a decir. Estaba destrozada. Me daba pena. Ya se lo imaginaba. Llamó a su abogado y me concertó una cita con otro, especialista en temas matrimoniales, para esa misma tarde.
- Qué fuerte. Y tú ¿Cómo estás?
- Pues todavía no termino de creérmelo. Han dictado orden de alejamiento, y se ha tenido que ir de casa. ¿Sabéis? He dejado el Prozac.
Marta no pudo aguantar más y se levanto a abrazarla. Olga nunca había sido tan efusiva, pero le cogió la mano por encima de la mesa y la mantuvo apretada.
- ¡Qué barbaridad! Parece increíble. Lo que puede cambiar una vida en solo un mes –dijo pensativa Olga- Yo también tengo novedades importantes. He conocido a alguien.
- ¡Qué bien! ¿Quién es? ¿Cómo es? –preguntó ansiosa Laura, sonriendo.
- Es una persona increíble. Hace que me sienta bien. A su lado parezco más vital, más alegre. No sé, creo que me estoy enamorando perdidamente.
- No me lo puedo creer. Ya era hora de oírte hablar así. Creo que esta vez te va a dar fuerte –argumentó Marta- Y no sabes cuánto me alegro...
- Sí, tengo la sensación de que puede funcionar. Creo que es lo que estaba buscando sin saberlo ¿Pedimos la cuenta?
- ¡Qué horror! Si son casi las cinco. Tienes que contárnoslo todo. Ahora es muy tarde, yo tengo una reunión, pero por lo menos dinos cómo se llama.
- Alejandra, se llama Alejandra.
Graziela

Jamuga me llaman. Yo no soy una silla cualquiera, ni mucho menos. Nací de las manos hábiles de un ebanista joven, que con mimo, talló la noble madera que me da forma y con fuerte cuero repujado me hizo el asiento y el respaldo, fijándolo con grandes tachuelas doradas; soy una pieza única de tijera y con patas curvas, aunque tengo una hermana melliza a la que parezco idéntica, sin llegar a serlo. A nosotras no nos venden por medias docenas como al resto de nuestras congéneres, no, dado que nuestro fin en esta vida es mucho más especifico y delicado que aguantar nobles posaderas. Como mucho nos hacen por parejas, como a nosotras, y aunque nuestro trabajo está en desuso, pues las costumbres han cambiado mucho y nuestras principales usuarias también. Y es que nosotras fuimos creadas para que nos colocaran sobre el aparejo de las caballerías, así las damas podían montar más cómodamente, “a mujeriegas” lo llaman. Hemos tenido un papel importante, pero hace tiempo que nos vimos relegadas de nuestras funciones, convirtiéndonos en mero adorno, aunque tendréis que reconocer que precioso. Decoramos cualquier estancia y nos llevamos bien con casi todos los estilos; sé de una amiga que está colocada en un salón minimalista, y luce espléndida.
Yo disfruté muchísimo cuando trabajaba para los Condes de Vallelargo y paseaba orgullosa con mi señora sobre un noble animal de raza española llamado Azabache, ella me apreciaba mucho y por eso me cuidaban tanto, yo siempre estaba dispuesta y ansiosa por trotar, aunque ella prefería un paso lento y tranquilo. Cada ver me usaba menos, ya casi se me había olvidado el olor de las caballerizas, el tacto del aparejo, el delicado peso de aquella mujer imponente y el notar entre mis patas el nervio y la fuerza de mi compañero, los dos sabíamos que nos quería y éramos muy apreciados, pero todo cambió cuando un buen día llegó a la finca un familiar de la condesa, admiró mi presencia, y ella en un alarde de generosidad me regaló, así, sin más, ni siquiera tuve tiempo de despedirme de Azabache, que seguro que cuando se enteró se quedó tan sorprendido y triste como yo.
Me trasladaron a un pequeño palacete en Madrid del que no conocí más que su entrada, pues me colocaron allí, donde permanecía ociosa y mi única distracción consistía en mirar a los que pasaban ante mí. Con el paso del tiempo, cuando faltaron los señores se acabaron las fiestas y su hijo, mi nuevo dueño, parecía tener una vida un tanto dispersa. Nunca se le oía antes de las doce y parecía bastante ocioso, claro que debía tener un extraño trabajo pues salía anochecido y no volvía hasta la madrugada, algunas veces muy bien acompañado. El servicio era cada vez era más escaso y pasaban semanas sin que nadie me quitara el polvo ¡Qué asco! Acabar así, cuando una siempre ha sido tan limpia y pulida. De vez, en cuando venía un hombre muy serio que se llevaba algún cuadro y otros objetos que a mí me parecían muy valiosos, y nunca traían otros para sustituirlos.
En una ocasión el misterioso visitante fijó su mirada en mí y una semana más tarde fui trasladada a una tienda del Rastro, menos mal que por poco tiempo, pues menudo agobio y con aquel trajín de gente me habría acabado volviendo loca. Me compró un matrimonio que tuvo que regatear para conseguirme al precio que querían.
Me instalaron en un lugar privilegiado de la casa, entre el piano y el balcón, y cuando su primogénito terminó la carrera y puso el despacho me fui con él.
Había perdido la costumbre de aguantar el peso de las damas y sintiéndome ya cansada me vi obligada a soportar la pesada carga de negociantes y estafadores, adúlteros y vendedores, gente honesta y apenada que acudía allí en busca de ayuda, y descansaba sobre mí durante largas conversaciones o breves entrevistas, sin que ninguno reparara en mi presencia, lo que hacía que me sintiera olvidada y vejada, al tener que realizar el mismo trabajo que una silla cualquiera, perdiendo así parte de mi categoría.
Me sentía tan herida en lo más hondo de mi orgullo que un día ya no pude soportarlo más y dejé que el cuero de mi asiento se resquebrajara, tirando al suelo al pobre hombre que estaba viendo cómo el banco se quedaba con su piso.
Al día siguiente, como castigo y considerándome una inútil, decidieron arrojarme a la basura. Tuve la suerte de que aquella mujer se compadeciera de mí y no solo me recogiera, sino que me entregó a otra que, con mano certera, fue curando una por una todas mis heridas y cubriendo las cicatrices. Tras muchas horas de dedicación consiguió rejuvenecerme, hasta tal punto que cuando acabó conmigo lucia como nueva. Estaba encantada, no podía creerlo. Me envolvieron en papel de regalo y me pusieron un precioso lazo. Por una vez en mi vida fui la protagonista de la fiesta cuando la anfitriona, que cumplía medio siglo, me descubrió y se mostró gratamente sorprendida y muy agradecida.
Me siendo afortunada en mi nuevo hogar, viendo por la ventana cómo los días se suceden y, de vez en cuando, recibo la visita de un niño precioso al que le encanta subirse sobre mí, motivo por el que toda la familia tiene fotos mías con el pequeño y me siento muy admirada. No habría podido imaginar una vejez más placentera y agradable, el único inconveniente es que mi dueña fuma mucho y siento que toda yo huelo a ese humo, que se me ha pegado como una gruesa capa de barniz. No me extrañaría que cualquier día de estos me levante tosiendo, igual que ella. Creo que le acabaré cogiendo el gusto a estos cigarrillos.
Graziela



SUCEDIÓ EN MADRID
Todos los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia y durante semanas La Cibeles se convirtió en la gran protagonista.
Después de un exhaustivo estudio en el que llevaba trabajando años, un conocido astrólogo español había llegado a la conclusión de que en la emblemática plaza de Madrid el viernes 28 de diciembre, y debido a una extraña cuadratura astrológica que se daría por primera vez después de cinco siglos, tendría lugar un hecho importante e irrepetible, aunque no precisó en qué consistiría el inigualable fenómeno. Está noticia, que según los expertos no tenía una base científica que la sustentase, se vio como un intento más del conocido personaje para ser portada en la prensa y acudir a programas de televisión concediendo exclusivas, que pronto dejaron de serlo.
Es innegable que, gracias a aquello, el estrafalario vidente se había embolsado grandes sumas de dinero; claro que, como aún faltaba tiempo para que llegara el día señalado, el vaticinio fue cayendo en el olvido y la fuente de Cibeles, que desde 1872 permanecía impertérrita viendo pasar gente y acontecimientos ante sus pétreos ojos, y siendo objeto de admiración de foráneos y turistas, consiguió que todos conociéramos mejor su historia.
La diosa Cibeles, símbolo de la tierra, la agricultura y la fecundidad, está realizada en mármol cárdeno procedente de Montesclaro (Toledo) y es obra de Francisco Gutiérrez, al igual que el carro, que descansa sobre una roca en medio del pilón; los leones que tiran del carro, representan a los personajes mitológicos Hipómenes y Atalanta que se enamoraron y al cometer sacrilegio uniéndose en el templo de Cibeles, hicieron enfurecer a Zeus, que los condenó a tirar eternamente del carro de la diosa convertidos en leones; están realizados, al igual que el resto de la fuente, en piedra de Redueña.
No hay que ser muy observador para darse cuenta de que la plaza en la que está situada es un enclave perfecto, lleno de historia y belleza, conferida por los cuatro edificios que la circundan: el Palacio de Buenavista, el Palacio de Linares, el Palacio de Comunicaciones y el Banco de España, dándose la circunstancia de que cada uno de estos impresionante monumentos pertenece a un barrio o distritos distinto de Madrid.
Esta fuente en principio no era un simple monumento artístico, pues prestaba un servicio importante a los madrileños abasteciéndoles de agua, para lo que estaba dotada de dos caños que se mantuvieron rústicos hasta 1862. De uno de ellos se surtían los aguadores oficiales, normalmente asturianos y gallegos, que se encargaban de llevar agua a las casas, y del otro se abastecía el público de Madrid; además en el pilón bebían las caballerías. El agua tenía fama de poseer propiedades curativas para cualquier mal.
La historia de la fuente de la Cibeles está muy unida al pueblo de Madrid, y con motivo de la inesperada predicción se han conocido montones de anécdotas, curiosas y singulares, llegando incluso a publicarse una serie de artículos en una gaceta local que recogen las menos conocidas.
Y así, poco a poco, a medida que pasaban los meses y se aproximaba el día señalado para el gran evento, iba decreciendo el interés hasta llegar a caer en el más profundo de los olvidos; ya se sabe que lo poco gusta y lo mucho cansa y todos nos acabamos saturando de tanta historia: que si la manzana de oro, que si celebración de la liga, que si los sacos en la guerra... Total, que llegado el momento solo un puñado de curiosos, visionarios y seguidores del astrólogo se dieron cita en la Plaza, con un frío capaz de acabar con las voluntades más férreas y penetrando como un cuchillo en los huesos de aquellos que esperaban asistir en directo al acontecimiento de la temporada, resignados a coger un resfriado o una bronquitis en su afán de ser también protagonistas de lo que estaba por venir.
Solo algunos consiguieron resistir allí parados, pertrechados con mantas y dispuestos a pasar la noche a la intemperie, rindiéndose en los brazos de Morfeo a intervalos, cuando ya habían dejado de sentir los pies.
Cuentan algunos que en un determinado momento de la noche, la fuente cobró vida y la diosa, tras echar una mirada a su alrededor, confiada y decidida, azuzó a los leones que inmediatamente y tras un gran rugido, iniciaron la marcha por el Paseo del Prado. Pasaron ante el fuego siempre encendido de la tumba del Soldado Desconocido y llegaron hasta la Plaza de Neptuno, deteniendo el carro al lado de la fuente que, al ser tocada con el cetro de la madre de los dioses, hizo que su hijo, el dios del mar, le saludara alegre con el tridente, quedando después oculto tras una gran ola. Los leones se asustaron cuando fueron salpicados por el agua salada y salieron corriendo hacia el Parque del Buen Retiro, entrando por la puerta del Casón. Entre los árboles y la oscuridad se sintieron más seguros, y guiados con pulso firme hicieron un agradable recorrido por las inmediaciones del estanque, callado y brillante como un espejo de opalina. Después visitaron el Palacio de Velázquez y el de Cristal hasta llegar a la estatua del Ángel Caído, que ante la presencia de Cibeles se reanimó, estirándose, mostrando su gran envergadura, desentumeciendo sus brazos y extendiendo las alas, cansado de la incómoda posición a la que había sido condenado a permanecer hasta el fin de sus días. Salieron al paseo de coches después y lo recorrieron, escuchando a lo lejos los mugidos y los ruidos que habían permanecido en el ambiente de la que fue la Casa de Fieras. La diosa se mostraba encantada y los leones estaban tan felices que Zeus se compadeció de ellos y, por un breve minuto, permitió que volvieran a ser los enamorados de antaño; se fundieron en un estrecho abrazo, besándose ardorosamente, olvidando la competición, el engaño de la manzana de oro y la gran ofensa, para recuperar en ese breve espacio de tiempo todos los siglos perdidos. Pero como nada parece ser eterno, ya comenzaba a aparecer la luz de la aurora y era hora de regresar. Salieron a la Puerta de Alcalá y desde allí sólo necesitaron unos instantes para llegar hasta la plaza y volver a ocupar su lugar habitual. Solo faltaba un pequeño detalle: con la emoción de pensar en ver a su hijo, Cibeles había dejado caer la llave de su mano, lo que suponía un serio problema ya que todo debía volver a su forma original. Entonces la rana, que siempre había pasado desapercibida en el conjunto arquitectónico, abrió su gran boca y croando lanzó la llave a la mano de la diosa, que sonrió agradecida.
Al día siguiente nadie creyó aquella absurda historia y tacharon de loco al astrólogo, que perdió la poca credibilidad que aún le quedaba al no poder demostrar nada de lo que había visto, pues ninguna foto o película consiguió plasmar el increíble acontecimiento.
Graziela




LAS EXTRAÑAS VACACIONES

Era la primera vez que íbamos a salir de vacaciones solas. Habíamos conseguido una casa perfecta en un pequeño pueblo pesquero de la provincia de Cádiz, a quince minutos de la playa, según el anuncio.
Nos hacía muchísima ilusión estar juntas disfrutando del mar y del sol, sin nadie que nos controlara. Llegamos hasta allí en el coche de María, cargado hasta los topes con nuestros equipajes y un pedido del supermercado que la madre de Rosa se había empeñado en hacernos. Estábamos pletóricas cuando por fin entramos en el pueblo después de muchas horas de carretera; paramos en el bar a recoger las llaves y que nos acompañaran hasta la casa, aprovechando para llamar a Madrid y decir que habíamos llegado, sanas y salvas.
– ¿Vosotras sois las madrileñas que venís a pasar unos días a casa de Doña Julia? – nos preguntó una mujer muy morena de edad indescifrable, al vernos entrar en el bar.
– Si, yo soy Elsa y estas son Rosa, María e Irene –comenté a modo de presentación.
– Pues yo soy Luisa. Ahora os acerco hasta allí –dijo mientras nos contemplaba con una mirada tierna y maternal.
Durante diez minutos seguimos de cerca a aquella mujer que conducía una vieja motocicleta subiendo por las callejuelas estrechas del pueblecito encalado y luego por un camino vecinal, seco y polvoriento que nos guiaba hacía la casa. Al llegar estaba anocheciendo, salimos del coche expectantes, contentas; la vista era magnifica desde arriba y la casa verdaderamente impresionante. Estaba en medio de ninguna parte, en lo más alto de aquel montecillo, un lugar rodeado de rocas y naturaleza en estado puro; tenía un pequeño jardín con naranjos y limoneros, una buganvilla muy tupida bordeaba la verja; se respiraba un ligero olor salobre, que al entremezclarse con el aroma penetrante de un jazmín en flor, embriagaba los sentidos.
Creíamos estar soñando, reíamos constantemente, nerviosas y aturdidas por la emoción. Luisa abrió el pesado portón de forja, con un cartel que rezaba “El Cortijillo” y la puerta principal de la casa.
Los postigos de las ventanas estaban cerrados y la mansión permanecía a oscuras cuando entramos en ella siguiendo a nuestra guía, que nos fue enseñando toda la estancia, mientras abría las ventanas y las contraventanas de madera, permitiendo que penetrara el aire fresco del anochecer.
Nos sorprendió ver lo grande que era la casa por dentro, olía a cerrado y estaba muy fría. El salón era espacioso, decorado con muebles rústicos y una de las paredes estaba totalmente cubierta de estantes, llenos de libros, había dos ventanales y una chimenea.
Fuimos recorriendo “El Cortijillo” viendo todas las habitaciones, menos una, la última de ellas, que permanecía cerrada y Luisa comentó que ella nunca había tenido su llave, sin darnos más explicación, lo que nos pareció raro y misterioso, sin darle mayor importancia, teníamos espacio de sobra y lo que queríamos era instalarnos inmediatamente, se había hecho totalmente de noche y empezábamos a acusar el cansancio del viaje.
Todas presumíamos de adultas y nos creíamos muy desenvueltas, dispuestas a comernos el mundo, y a la hora de la verdad no era así; un poco temerosas decidimos elegir las dos habitaciones dobles, para poder estar juntas, por si acaso, pues en el fondo teníamos miedo al sentirnos aisladas, solas en aquella hermosa casa que hacía volar nuestro imaginación y aflorar pensamientos tenebrosos.
Como Rosa se apresuraba a ir cerrando las ventanas de las habitaciones a medida que íbamos saliendo de ellas, Luisa se volvió sonriendo y con su gracioso deje andaluz dijo:
– Chiquillas, no tenéis que temer nada de afuera, el enemigo siempre vive dentro. Podéis estar tranquilas que nadie se acercará al Cortijillo, ni de día ni de noche, además estáis sólo a diez minutos del pueblo.
– Ya, es que esto es tan solitario... –dijo a modo de excusa Rosa, un poco turbada.
– Bueno, yo me voy ya. Adiós y espero que tengáis unas buenas vacaciones; si necesitáis algo, ya sabéis donde encontrarme –se despidió Luisa.
Todas le contestamos mientras le acompañamos hasta la puerta, viendo desaparecer la luz de su moto en la oscuridad del camino.
Abajo se veían montones de luces que iluminaban el puerto. Allí se respiraba una inmensa e inquietante paz, que rápidamente fue interrumpida por los comentarios agoreros de Irene, que no paraba de decir que aquella casa no le producía buenas vibraciones, que al pasar delante de la habitación misteriosa salía un frío horroroso y que eso no era un buen presagio. A lo que nosotras respondimos con risas y burlas, sin duda para ocultar nuestra inquietud.
Agradecimos la idea de la madre de Rosa que nos hizo cargar con un montón de comida, que habíamos distribuido en la nevera y los armarios de la cocina y gracias a ello pudimos cenar como reinas, tranquilamente acomodadas en el porche de la que durante los próximos días sería nuestra casa.
La charla se prolongó hasta la madrugada, a pesar de estar todas muy cansadas no veíamos el momento de irnos a acostar; sin querer darles la razón a Rosa y a Irene, todas teníamos un poco de miedo. Acordamos dejar encendidas las luces de fuera, cuya claridad penetraba tenuemente por las ventanas.
Estábamos rendidas por lo que nos dormimos casi inmediatamente; medio en sueños yo creí haber oído, además de los ruidos propios de una casa vieja situada en medio del campo, un golpe, como sí algo se hubiera caído al suelo. A la mañana siguiente durante el desayuno María preguntó que se nos había caído que hizo ese ruido al poco tiempo de irnos a la cama, nosotras dijimos que nada, que también lo habíamos escuchado y al entrar en el salón supimos la causa; un libro debió resbalarse de la estantería, procediendo Rosa a colocarlo en su sitio, sin darle la menor importancia a este hecho.
Irene estaba muy nerviosa, decía que de vez en cuando tenía la extraña sensación de sentirse observada; nosotras nos burlábamos de sus comentarios y le gastábamos bromas al respecto, ella se ponía muy seria y se enfadaba; estaba preocupada, convencida de lo que sentía.
Conocimos a unos chicos muy simpáticos en la playa, nos divertimos mucho con ellos por lo que decidimos quedar al día siguiente y cuando les indicamos donde estábamos alojadas, palidecieron y parecieron perder todo su entusiasmo, comenzaron a poner todo tipo de excusas para no volver a vernos, por lo que nos sentimos bastante defraudadas por su extraña conducta ya que parecían realmente asustados. Esa misma noche volvimos tarde a casa y nos acostamos muy contentas porque habíamos tomado algunas copas.
No sé que hora sería, pero a juzgar por la luz que entraba por la ventana, acababa de amanecer cuando de pronto me despertó el ruido monótono, persistente como el que producen los aspiradores. Nada más abrir los ojos vi que Irene estaba en su cama durmiendo profundamente; me puse furiosa y a voz en grito empecé a despotricar.
– ¡Será posible que se pongan a limpiar a estas horas! Desde luego no tienen fundamento, son dos descerebradas....
– ¿Qué pasa? ¿Qué ruido es ese? –preguntó Irene aturdida y adormilada aún.
– Pues no sé... parece que a doña pulcra y doña limpia les ha dado temprano por las tareas domésticas –contesté yo levantándome y dirigiéndome al cuarto de nuestras amigas que estaban sentadas en la cama, desconcertadas y sorprendidas por aquel ruido. Quedé paralizada y se me pasó instantáneamente el enfado siendo reemplazado por el miedo.
Las cuatro, muy asustadas, nerviosas y temerosas decidimos dirigimos a la cocina, lugar de donde parecía proceder aquel ruido; íbamos descalzas, en camisón, delante María y yo, Rosa e Irene nos seguían escondiéndose detrás; conseguimos localizar un armario grande al fondo de la despensa, en el que ni siquiera habíamos reparado, del que salía aquel sonido que rompía el silencio matinal. No nos atrevíamos a abrirlo por miedo a lo que podríamos encontrar dentro, pues en el cabía perfectamente una persona; se seguía oyendo, ahora con mayor claridad el ruido de un aspirador funcionando a toda potencia. María tiró del pequeño pomo de la puerta y ésta chirrió abriéndose lentamente, apagándose entonces el ruido como por ensalmo; allí en el fondo se encontraba un moderno aspirador. Quedamos atónitas, perplejas... aquello parecía cosa de brujas y no dejaba de asombrarnos. Rosa estaba histérica.
– ¡Nos vamos ahora mismo! -decía entre sollozos- yo no duermo en esta casa embrujada ni una noche más.
– Tranquilízate hija, todas estamos asustadas, pero seguro que hay una explicación lógica -intentaba María consolarla mientras la abrazaba con fuerza.
Cuando nos tranquilizamos volvimos a acostarnos, haciéndolo las cuatro en la misma habitación, dos en cada cama, como dormiríamos a partir de entonces todas las noches.
La casa era estupenda, estaba situada en un lugar maravilloso pero había algo en ella que no nos permitía disfrutar ni sentirnos cómodas, sin embargo no queríamos marcharnos empeñadas en terminar nuestras vacaciones, incluso Rosa estaba dispuesta a llegar hasta el final, dado lo sospechoso y poco convincente que resultaría volver al hogar antes de lo previsto, aduciendo que sucedían cosas extrañas en la solitaria mansión.
Todo se complicaba más cada día.
Llegamos a ver normal que al entrar en el salón todas las mañana alguna de nosotras tuviera que recoger el libro que inevitablemente amanecía en el suelo, como si la estantería lo repeliera o lo que era más preocupante, como si alguien lo tirara intencionadamente. Acostumbrándonos a los crujidos, chirridos y demás ruidos que hacía el suelo al caminar sobre él e incluso cuando nosotras no lo pisábamos.
Una noche estábamos en el porche escuchando unas historias misteriosas que Irene nos contaba y de pronto se puso pálida y enmudeció, como si hubiera visto un fantasma; todas nos asustamos al ver su expresión y nos comentó que había visto pasar a alguien, era una figura femenina, delgada y esbelta, sin poder concretar nada más, entonces yo instintivamente miré hacía los ventanales del salón y también me pareció ver la sombra de una mujer que llevar un vestido o un camisón largo cubriéndole el cuerpo; lo más curioso es que las dos coincidíamos en la descripción. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y se me erizó el vello; sin embargo no era precisamente miedo lo que sentí entonces.
Estas escenas se sucedieron en más ocasiones y casi siempre éramos Irene y yo las que la veíamos; seguramente si le hubiera pasado a Rosa no habría vuelto a entrar en el salón.
De vez en cuando, estando tranquilamente tumbadas al sol cuando de pronto alguna notaba un frío horroroso, como una corriente de aire helado o la sensación de que le rozaba ligeramente una tela, entonces sabíamos que ella había pasado a nuestro lado. María y Rosa no dudaban de nuestras sensaciones, pero tampoco querían creer que fueran reales.
María, que parecía estar más versada en temas de parapsicología, decía que si hubiera querido que nos marcháramos nos habría echado y que estaba claro que no tenía intención de hacernos ningún daño, lo que suponía un consuelo. No podíamos seguir viviendo asustadas, con éste miedo que había terminado por ser lo más importe de las que suponíamos iban a ser una vacaciones fantásticas, y fantásticas estaban siendo, pero en otro sentido muy diferente al que nosotras le habíamos dado en un principio. Decidimos hacer frente al “problema” e investigar el motivo de los fenómenos extraños que sucedían en aquella misteriosa casa.
Por la mañana bajamos a ver a Luisa y le preguntamos. Ella parecía preocupada por nosotras y siempre se interesaba por saber si estábamos contentas y si todo iba bien en “El Cortijillo”. Fue así como supimos, después de muchas indagaciones y tras confesarle nuestros temores, que precisamente en la habitación que permanecía cerrada había muerto una mujer joven, hacía ya muchos años, de forma repentina y en circunstancias poco claras, por lo que sobre la casa siempre había pesado una especie de leyenda negra que nadie se había atrevido a desentrañar.
Nosotras hablamos durante horas sobre el tema y decidimos afrontar la situación en vez de huir de ella. Fue así como ésta vez las cuatro pudimos ver desde el porche y por los amplios ventanales del salón, moverse la extraña sombra con gran nitidez, atravesándolo de lado a lado. Sorprendidas e inmovilizadas por el miedo observamos como el libro caía de la estantería y la sombra desaparecía en la penumbra. Tardamos largo rato en reaccionar y decidirnos a entrar y coger aquel libro que parecía contener la clave de lo que sucedía allí. Intrigadas cogimos el tomo de piel que todas habíamos tocado en alguna ocasión y al tomarlo María en sus manos se abrió, cayendo una hoja de papel amarillenta escrita con tinta negra, en la que había trozos borrosos que no se leían muy bien.
Era una carta y no estaba fechada, María comenzó a leerla con voz temblorosa.
Querida Beatriz:
No puedo seguir viviendo con esta inmensa pena que me embarga desde la desaparición de Antonio. He intentado rehacerme, pero él lo ha sido todo par mi, ya nunca tendré futuro. Solo queda oscuridad y tristeza en mi vida. Me he dado cuenta de que no seré capaz de superar la perdida y que todos sufrís por mí. El tiempo no ha paliado mi dolor, al contrario, cuantos más meses pasan más sola me siento, más profunda es mi depresión y más inútil mi existencia, por lo que he decidido que lo único que puedo hacer en mi situación actual es acabar con este martirio que supone para mí tener que vivir sin él. No quiero seguir así ni que sigáis viendo este sufrimiento inútil, pero sobre todo, no quiero que os sintáis culpables, soy dueña de mis actos, todavía, pero no se hasta cuando pues temo que acabaré perdiendo la razón. Es una decisión largamente meditada, aquí he tenido mucho tiempo para pensar, siempre he amado la vida, pero ya no me queda nada por hacer.
Esto es una despedida, se que tú me entenderás, siempre hemos sido algo más que hermanas. Te quiero y agradezco todo lo que has hecho por mí. Despídeme de ellos y piensa que una parte de mí siempre permanecerá en “El Cortijillo”, junto a vosotros.
Marina.

Todas estábamos visiblemente emocionadas y conmovidas por el descubrimiento cuando oímos un ruido, corrimos hacia la cocina, sobre la mesa de madera estaba derramado el contenido del azucarero y había dos palabras escritas con un dedo sobre el azúcar: “Gracias y adiós”.
Nunca olvidaremos nuestras primeras vacaciones solas que fueron realmente increíbles.
Graziela

CLARO DESAMOR

Clara se había levantado temprano como todos los días, sumergiéndose inmediatamente en la frenética actividad que suponía la rutina matinal; preparó el desayuno de los chicos y les apremió para que no llegaran tarde al colegio. La pequeña hoy no estaba, se había quedado a pasar la noche con una amiga. La casa permanecía en silencio y Clara se sorprendió al comprobar que aún le faltaba más de media hora para irse a trabajar; entraba a las diez y estaba acostumbrada a ser puntual, pues era ella la encargada de abrir la tienda y como antes tenía que dejar a Anita en su “cole”, siempre solía llegar con tiempo.
Hoy podía permitirse el lujo de desayunar con toda tranquilidad porque además de ser muy pronto, no tenía que llevar a la niña. Se preparó un zumo de naranja, hizo tostadas de pan integral que untó con mermelada de naranja amarga, su preferida, mientras respiraba el aroma del humeante café recién hecho; lo colocó todo en una bandeja y se fue al comedor a desayunar, como si fuera domingo, ella sola.
Sentada en el sillón apurando el final de su taza, mientras exhalaba una bocanada de humo del cigarrillo que acababa de encender, su vista se detuvo un momento en una de las fotografías que había en el mueble.
- ¡Qué guapo estaba Juan con los niños aquel verano!, se escuchó decir sin dejar de sonreír a la foto.
Pensó que había sido una pena que todo se acabara de aquella manera. Todavía creía que debería haberse dado cuenta antes... Bueno, que ambos deberían haberse dado cuenta antes de que lo suyo no tuviera remedio. Con el tiempo y después de darle muchas vueltas al tema durante meses, en las largas noches de insomnio que siguieron a la separación; en los fines de semana de soledad en los que la ausencia de su marido y la de los niños se hacía casi insostenible y en las charlas con su hermana y con sus amigas, había llegado a la conclusión de que su matrimonio se había roto nada más nacer Ana, manteniéndose después por la fuerza de la inercia y la costumbre de tantos años de convivencia.
Al menos ahora había dejado de sentirse culpable. Había conseguido asumirlo.
– ¡Que barbaridad!, con lo que les costó al principio lograr que lo suyo llegara a ser algo más que una aventura – pensaba Clara en voz alta.
Juan todavía estaba en trámites de divorcio de su primera mujer... Casi toda su familia se opuso a que saliera con él, sobre todo su madre. Ellos estaban tan enamorados que les parecía que nada ni nadie podía impedirles estar juntos. Estaba convencida de que él era el hombre de su vida.
Clara le amaba profundamente, nunca había querido así a nadie. A pesar de no llevar mucho tiempo saliendo tenían muy claro que deseaban estar juntos y sin embargo algunos días ni siquiera podían verse de lo atareados que estaban con sus respectivas ocupaciones. Juan le propuso entonces que se fuera a vivir a su casa, sin embargo Clara no se decidía, tenía miedo, no estaba segura y no quería disgustar a su madre; aguantaron así casi dos años y se casaron. Pronto se quedo embarazada y nació Alejandro. Todo parecía perfecto, formaban una pareja estupenda y disfrutaban mucho del niño. Dos años después llegó un nuevo bebe, Marcos, que les colmó de alegría y tuvieron que plantearse el hecho de que ella dejara de trabajar pues un niño pequeño, un bebé, la casa y el horario de comercio era demasiado y además habían conseguido una situación económica consolidada gracias al nuevo puesto de trabajo de Juan, que comportaba más responsabilidades y le exigía más tiempo, pero los dos estaban contentos.
Se mudaron a aquel maravilloso chalet cerca de Madrid. Recuerda ahora Clara que precisamente cuando fueron a comprar el dormitorio nuevo ella tuvo un atisbo de que su relación con Juan había empezado a cambiar, que algo se había empezado a romper. Fue cuando el dependiente de la tienda de muebles les preguntó:
- ¿De que medidas desean ustedes la cama?, porque según las medidas les puedo ofrecer unos modelos u otros –aclaró resuelto aquel chico.
Ellos se miraron un instante dudando, sin saber qué responder y entonces el vendedor les planteó la opción de poner dos camas independientes.
Juan no contestó y Clara, desconcertada y confusa, por sus propias emociones, se encogió de hombros.
¡A buenas horas habrían consentido ninguno de los dos dormir separados!
Anita llegó porque tenía que llegar, no fue un bebé buscado ni deseado. El hecho de tener una niña, que siempre había sido su ilusión, no le alivió en absoluto ni le sacó del estado de indolencia en el que se había sumido desde el primer momento en que supo que estaba de nuevo embarazada. Juan parecía contento con la idea, pero cada vez se veían menos y las conversaciones que mantenían casi siempre solían versar sobre los niños, la casa y la familia; aquellas charlas, las confidencias, la complicidad y esa intimidad de las que siempre habían gozado, habían desaparecido para siempre. Cuando Clara hablaba de ello con sus amigas, estas le decían que era normal, que lo que no era lógico es que llevaran tanto tiempo casados y que pretendiera tener la misma relación que al principio. Pero ella sabía que no era eso. Poco a poco se empezó a sentir frustrada y triste. Cuando nació la niña, lejos de mejorar las cosas fueron empeorando. Tuvo una depresión post-parto tremenda y se sentía muy sola, a pesar de estar rodeada de gente.
Lo del profesor de tenis fue una tontería. ¿Cómo se llamaba aquel tipo? ¡Será posible que no se acuerde! ¡Tampoco hace tanto tiempo! Y pensar que aquel hombre había sido el detonante de su ruptura conyugal y ahora, ni siquiera podía recordar su nombre. ¡Ah sí, Francisco!, claro, aquel hombre de cuerpo bronceado y musculoso, de sonrisa cautivadora, se llama Francisco, pero eso no tenía importancia, lo único que en realidad importaba era que ella se hubiera fijado en él. Sentirse deseada y admirada de nuevo pareció despertarla de su letargo. Tal vez era lo único que necesitaba, si no hubiera sido él podría haber sido otro. Hay que reconocer además que ese chico tenía muchos “talentos”, no sólo físicos y ella se dejó llevar. Fue una estupidez y en opinión de sus amigas fue mayor tontería decírselo a Juan, que se sintió traicionado, engañado, ofendido y sobre todo sorprendido. Él pensaba que eran felices; después le confesó que no era así y que tal vez por eso se volcaba cada vez más en su trabajo. Había llegado un momento en que ambos compartían la casa, los niños y poco más. Juan tardó en reconocerlo. Su matrimonio estaba herido hacía tiempo y lo de aquel “tío” solo precipitó su muerte. Curiosamente fue precisamente él quien pronto rehizo su vida con una chica bastante más joven que su ya ex-mujer.
Clara parpadeó, al sentir en sus ojos claros el fuerte reflejo del sol primaveral en el cristal de la mesa; vio el cigarrillo consumido en el cenicero. Sonrió sintiéndose contenta. Su vida había cambiado mucho; había vuelto a trabajar, estaba sola con los niños en una casa modesta y hacía equilibrios para llegar a fin de mes, pero todo había valido la pena. Se sentía a gusto consigo misma, pese a que los demás la consideraban tonta al renunciar a una vida de lujo simplemente al darse cuenta de que no estaba enamorada de su marido. Ella era así.
Graziela

JUVENTUD DIVINO TESORO.

El farmacéutico saludó cariñosamente a doña Herminia; elevó un poco la voz para que la anciana, un tanto dura de oído, pudiera escucharle con facilidad. La mujer fue dejando pasar a otros hasta quedarse sola con don Manuel, para tomarse su tiempo y conversar un rato, mientras le preparaba el montón de recetas que le había dado su médico de cabecera.
Le encantaba charlar con el propietario de la farmacia, y no es que la manceba fuera antipática, es que don Manuel la conocía desde hacía años y la entendía mejor; además, siempre la regalaba caramelos.
– ¿Qué tal se encuentra hoy? –preguntó el boticario.
– Hijo, cómo quiere que esté, fatal de las piernas y un poco mareada, como siempre. La edad que no hay quien me la quite.
– Ande, ande, no se queje que está usted estupenda.
– Pues tengo el colesterol por las nubes, me ha dicho don Ramón ayer, cuando fui a por las recetas y a recoger los análisis, y que además, no debo comer tanto dulce.
– Pero si ayer era jueves y es el martes cuando su sobrina la lleva al ambulatorio.
– Ya lo sé, pero es que tiene al niño malo y esta semana me ha acompañado Raúl, el chico que viene a verme y me lee de vez en cuando. El muchacho se ofreció a ir conmigo. Es tan majo… y aunque quise darle una propinilla después, no hubo manera de que la aceptara.
– Es de los que le mandan del Ayuntamiento.
– No, no, que va. No tiene que ver con la Junta, ni con el Centro de Mayores. Este no cobra. Es.... Dios mío, cada día tengo peor la cabeza. ¿Cómo se dice?
– ¿Voluntario?
– Eso, voluntario. Atienda usted a estos muchachos que yo no tengo prisa.
Acababan de entrar un par de chicos. Eran muy jóvenes y no tenían mala pinta. Hablaban un poco bajo y doña Herminia, por más que se esforzaba, no conseguía entender lo que decían, pero el farmacéutico, no les perdía de vista un momento ni les daba nada.
Seguro que querrán alguna cosa rara, la juventud a veces no sabe muy bien lo que quiere, pensó la anciana mientras esperaba sin dejar de mirar descaradamente a los chavales.
Uno de ellos se iba poniendo cada vez más alterado, parecía algo enfadado. Ella oía palabras sueltas y viendo que don Manuel seguía sin despacharles y ellos no se iban, comenzó a buscarse en los bolsillos.
– ¡Qué lástima! Siempre llevo algún caramelito guardado y hoy no he traído ninguno.
– Esta vieja está loca... ¿Quién le ha pedido un caramelo? –comentó uno de los muchachos a gritos, mirando al boticario.
– Hijo, si no es para vosotros, es para el mono ¿No ha dicho tu amigo que tenéis un mono?
– El chico la miró desafiante y se acercó a ella; su compinche le cortó el paso y le impidió que sacara la mano del bolsillo con el cuchillo de cocina que sujetaba y que ya había mostrado al dueño de la farmacia.
– Pasa de la vieja, no ves que no se entera de nada. Y tú ¡danos lo que te hemos pedido!, que me estoy empezando a mosquear y si me enfado puedo ser muy peligroso.
El farmacéutico sacaba cosas de los cajones y las metía en una bolsa. Cuando terminó abrió la caja y les dio dinero. Sin decir nada más, los jóvenes cogieron el botín y se marcharon a toda prisa por donde habían venido.
– Don Manuel, cómo es usted. Si me lo hubiera dicho yo también les habría dado algo de propina a esos muchachos. Pobrecillos, enfermos, sin dinero y con un mono que mantener ¡Ay, Juventud, divino tesoro!
Ante tal comentario, el boticario no supo si reírse o echarse a llorar, incluso se le paso por la mente coger a la ancianita por el cuello, pero suspiro profundamente optando por mandarla a su casa. En cuanto ella abandono la farmacia, marcó nervioso el teléfono de la policía.
Graziela



UNA NOCHE PERFECTA




¡Qué lástima, que el tiempo no se detenga cuando aparece el amor! Yo jugaba con la Barby cuando tú estabas casado y esperabais un bebé.
Nuestros caminos se cruzaron en clase de anatomía y, entre órganos y huesos, me fui enamorando de ti. Te admiraba y sabia que no podía esperar nada, que nunca tendría la relación que anhelaba. Sólo era una alumna más de las que te miraba embelesaba cuando, en el centro del aula, explicabas cualquier tema. Eras el profesor más apuesto y simpático de la facultad, y yo completamente conciente de ello.
Parece que todo se conjugó para que nos encontráramos en aquella fiesta. Fueron muchas las veces que sentí tu mirada en mi nuca y que tú me sorprendiste observándote de lejos, entre la gente que nos separaba. Que un hombre tan interesante y maduro como tú se fijara en mí me hacía sentir halagada.
No sé qué ocurrió para que los dos, como si acudiéramos a una muda llamada, saliéramos al jardín a tomar el aire al mismo tiempo. Sabía que estabas con tu mujer, pero no me importó cuando me abrazabas y besabas ocultos tras los lilos; aquellas caricias furtivas me encantaron y quise tener más.
El hecho de tener que escondernos no suponía para mí ninguna molestia, al contrario, hacía que creciera mi interés dando un punto de intriga y morbo a nuestra incipiente relación.
Yo entonces era una cría, quería comerme el mundo y no me importó convertirme en tu joven amante, hasta que decidiste separarte, bueno, hasta que tu mujer te echó de casa y te refugiaste en mi buhardilla, que ya conocía tu aroma y tu voz. Estaba encantada de compartir mi vida contigo, de tener tu apoyo y de conseguir un buen trabajo.
Como te quería disfruté de la compañía de tus hijos adolescentes en fines de semana alternos, sin lamentarlo jamás. Te amaba tanto…
Después, con el tiempo, cuando por fin quisiste que formalizáramos nuestra situación, algo se rompió entre nosotros. La rutina me pesaba como una losa y tú fuiste cambiando, se te agrió el carácter y te volviste raro, egoísta y hasta celoso.
Renuncié a muchas fiestas, a congresos y a cenas, por complacerte. Me he ido dando cuenta de que supedite mi vida a tus deseos, a tus necesidades que cada vez se volvían más exigentes.
Cuando quise tener hijos, me regalaste un perro, porque tú ya tenía tres y yo me conformé. Cuando me ofrecieron aquel puesto en otra ciudad compraste el maravilloso ático y me convenciste para que renunciara al traslado, pese a estar jubilado.
Después de tu infarto nada ha vuelto a ser igual. Tanta aprensión te hace creer que estas delicado.
Por eso hoy he abandonado por un rato el hospital sin comentárselo a nadie. He cogido un taxi hasta aquí para darte una sorpresa y estar en casa cuando vuelvas del paseo, esperándote con un Martini seco bien cargado, con su rodaja de naranja y una aceituna, como a ti te gustaba; para prepararte la bañera con agua muy caliente y esas sales de frutas de aroma a lavanda, tan relajantes como la pastilla que te tomaras después de disfrutar de mi cuerpo, aún lozano, por última vez. Todo va a ser perfecto, escucharas tu música preferida mientras yo me visto para marcharme y tu tomas tu baño, medio dormido ya. Solo tendré que tirar ligeramente de tu pie. Glup, Glup, Glup, y todo habrá terminado.
Graziela

CORTAS VACACIONES

Aquel estudio estaba decorado de forma funcional, impersonal. Dos paisajes y una marina rompían la monotonía de un gotelé rozado y amarillento; el sofá cama, una mesita, la mesa y dos sillas llenaban casi toda la estancia. Si no fuera por los frascos y cajas de medicinas que se veían tras las puertas de la cocina francesa, nadie diría que el lugar estaba habitado. En el pequeño armario empotrado solo había algunas prendas sin colgar en las dos baldas y unas zapatillas deportivas, todo perfectamente ordenado. El espejo del baño estaba cubierto con una toalla vieja de color indefinido.
Ramón se sentía amenazado por las inofensivas imágenes que parecían observarle desde las paredes, enmarcadas en marrón, como agujeros, entradas a otros lugares. Por la única ventana penetraba la suave luz del atardecer y se escuchaban las gaviotas, que no dejaban de gritar y los desagradables sonidos penetraban en su cerebro, como llamadas de auxilio. Había llegado la hora de salir sin miedo al sol. Se quitó las chanclas y se calzó las deportivas para irse.
Por el paseo las sombras de los ficus y las adelfas se alargaban por momentos, como si quieran tocarle, pese a qué el procuraba esquivarlas, no prestarles atención, tenía la sensación de que le seguían, haciéndole sentirse indefenso.
El paseo desembocaba en la playa. No conseguía abarcar con la vista la grandeza de aquel espació. No había casi nadie bañándose y eran pocos los que aún permanecían tumbados en la arena. La fresca brisa le acarició el rostro, despejándolo del cabello mientras se descalzaba para acercarse al mar. Cerró los ojos para aspirar el aroma salobre y por momentos sintió una sensación cercana a la felicidad. Caminó despacio hasta que la espuma del agua rozó su piel. Se empezaban a ver las estrellas. Se sentó a la orilla y se mantuvo ajeno a todo, hipnotizado por el movimiento de las olas que cada vez morían más cerca de él.
Al tumbarse y observar el cielo se dio cuenta, supo que no podría volver a las paredes inmaculadas, a los uniformes, al olor a desinfectante y percibir los sonidos amortiguados por las puertas cerradas. Comenzó a concebir un plan. Aún le quedaban dos días para pensar cada detalle y llevarlo a cabo. No podría fracasar.
Graziela




ENTRE VECINOS

Un coche se detuvo en la puerta del vecino. A través del seto, mientras regaba sus petunias Aurora escucho como se abría la pesada puerta de enfrente:
- Buenas tardes, vive usted en esta casa.
- Hola, buenas tardes, agentes. Si yo vivo aquí, soy Patricia Lenares.
- Tiene usted perros sueltos.
- En casa si, pero no los saco a la calle.
- Es que hemos recibo varias quejas y una denuncia por el escándalo que organizan sus perros por la noche.
- Son animales, y en casi todas las casas de este lado de la calle hay perros. En cuanto ladra uno, los demás contestan. Yo no puedo hacer nada por evitarlo.
- Si señora, es natural, pero usted es responsable de su perro, y tiene que evitar las molestias que el mismo pueda causar al resto del vecindario.
Sonó el ruido de una puerta al abrirse. De la casa de al lado de Aurora salió un señor y se acercó a los policías que permanecían en la entrada de la parcela de enfrente.
-Perdonen que me meta auque nadie me haya invitado. Soy el vecino de allí y no he podido evitar escucharles.
Entre el seto y el ruido del agua a Aurora le costaba poder escuchar con nitidez la conversación, ya que además, tanto Selva, la haski de Patricia, como los dos perritos del siguiente chalet estaban ladrando como locos. Salio el marido de Patricia y con un par de gritos acalló los ladridos de la husky y los otros animales también se tranquilizaron.
Aurora cerró la manguera y permaneció de pie frente a los lilos de la tapia como si siguiera regando, para conseguir enterarse de cuanto estaba ocurriendo al otro lado de la calle, estirando un poco el cuello e inclinando la cabeza para aproximar el oído, ya un poco atrófico.
- Yo no he puesto ninguna queja, ni tampoco les he denunciado, pero aquí hay días que no se puede dormir con tanto ladrido. Te acuestas y de pronto te despiertas sobresaltado por los ruidos de los perros, sobre todo se oye a la suya -interviene D. Julián.
- Es que los perros ladran cuando pasa alguien o se acerca, son para defender.
- Claro que sí, estoy de acuerdo y que ladren de día no es que no me importe, pues es molesto, pero por la noche y de esa manera…
- Sí, tal vez por ser la mía de esa raza se la oiga más que a los otros.
- No es que se la oiga más, es que esa perra no sabe ladras, solo aúlla y a veces son tales los alaridos que da, que me saca del sueño asustado. Es como si estuvieran matando al alguien y gritara despavorido. ¡Es espeluznante!
- ¿Y a ustedes no les molesta? - interrogó uno de los agentes.
- Al principio si, pero ya nos hemos acostumbrado.
- ¡Esto es increíble! Inaudito, y mientras tanto todos los vecinos a fastidiarse.
- Es que no podemos hacer nada para que se calle… Usted también tiene perro ¿no?
- Pues no, pero tuve uno y no ladraba porque las primeras veces que lo hizo le di una paliza y se le quitaron las ganas de seguir haciéndolo.
- Caballero no se si sabe que dar una paliza a un animal está castigado en el Código Penal y puede ir a la cárcel por ello.
- Creo que está usted confundido, el Código Penal solo se refiere a las personas y darle una paliza a un perro, es decir un par de guantazos, no puede estar penado ¡Habrá que educarles de alguna manera! Así se evitan problemas como este.
- Señora usted podría meter al perro en casa. O pedirle a su veterinario que le de alguna pastilla para que la perra duerma mejor -intervino el otro agente.
- No me parece bien drogar a la perra y no puedo meterla en casa porque tengo un hijo alérgico. Puedo mostrarles los papeles del médico, si desean verlos.
- No, no hace falta, pero tome las medidas que quiera. Esto es una amonestación y esperamos no recibir más denuncias, o tendremos que actuar de otro modo.
- De acuerdo, lo tendré en cuenta.
Se cerró la cancela y Aurora escucho los pasos de los policías alejándose en dirección contraria al lugar donde habían dejado aparcado su vehículo.
Oyó también el portazo de la puerta de D. Julián, tras él y como los agentes hacían sonar la campanilla de la señorita Inés. Con paso ligero se situó arrastrando la manguera y apuntando con el supuesto chorro al alcorque del laurel, para poder seguir de cerca la nueva intervención de la policía en casa de la anciana de enfrente. La señora tardó un rato en abrir la puerta correera y permitirles la entrada a su parcela, quedándose Aurora paralizada al no poder escuchar nada desde su jardín.
Pasaron unos minutos, durante los cuales aprovecho para regar realmente el árbol, las clavellina y las calenturas que estaba totalmente agostadas, y cortó de nuevo el paso del agua cuando oyó salir a los policías y cerrase la puerta tras ellos. Se marcharon en el coche y el silencio se hizo en la urbanización.
Aurora agachó la cabeza y muy despacio, con paso sigiloso recorrió la parte del jardín que la separaba de su casa, entró en el salón, encendió las luces y fue a su alcoba para ponerse un chal, después fue a la cocina y se sirvió vaso grande de té helado de la nevera. Salió y se sentó en la mecedora del porche a tomar el fresco. Casi era de noche. Escuchó como su vecina chistaba y regañaba a sus perros para que dejaran de ladrar y entonces sonrió. Escucho los grillos y el rumor de las hojas de los árboles mientras observaba las estrellas.
Graziela

Hasta el 6 de septiembre se puede disfrutar en Madrid de la exposición antológica dedicada a Joaquín Sorolla en el Museo de Prado. Para admirar las 102 pinturas que integran la exposición, en un recorrido cronológico, pudiendo contemplarse una muestra de las diferentes etapas del pintor y todas sus obras maestras, tenemos la facilidad de conseguir las entradas a través de Internet para el día que elijamos a una hora concreta, con descuentos para jubilados, estudiantes y desempleados. Por si esto fuera poco, también debéis tener en cuenta que el museo es un lugar fresquito, en el que además de huir de los calores del estío madrileño pasareis un rato estupendo de la mano del pintor, que nos paseara por las playas de Zarauz, nos hará un recorrido por las provincias de nuestra geografía, con escenas cotidiana, o nos mostrará el retrato de los abuelos de sus hijos, por ejemplo.
Graziela

SENDERISMO.

Practicar senderismo era una asignatura pendiente para una mujer montaraz como Claudia. Le encantaba el campo, la montaña y caminar, pasear por la naturaleza dejándose invadir por ella; al saturarse de verde y de agua, sentía como si le insuflaban vida.
Después de muchos años deseando hacerlo y sin encontrar a nadie con quien compartir esa afición, o que se ocupara de sus inevitables obligaciones para permitirle dedicarse un tiempo a recorrer senderos, había decidido apuntarse en “Tierra de Fuego”, un club que organizaba salidas todos los fines de semana. Aunque solamente fuera un día al mes se propuso quitarse de una vez aquella espina y marcharse sola, con un grupo de gente desconocida, dejando a su marido con las niñas en casa. Se lo merecía y estaba harta de tener que posponer sus deseos en pro de los de su familia. Ya estaba bien de ser la última para todo, de no poder hacer nunca lo que más le apetecía, rindiéndose a las necesidades de los demás. Había llegado a una edad en que sabía que si no se lanzaba ahora, se le pasaría el momento y cada vez le daría más pereza.
La noche anterior casi no durmió, temía no escuchar el despertador o retrasarse, nada de eso ocurrió. Llegó al local antes de tiempo y al poco rato vio venir a Miguel, el organizador, después fueron apareciendo las otras siete personas integrantes del grupo de ese día. Estaba tan ilusionada como si le hubiera tocado una cesta de navidad, se le notaba la emoción en ese brillo que parecía aclarar aún más sus azules ojos.
Pasado Pradoluengo, aparcaron los coches en un pequeño claro abierto entre los pinos, descargaron sus mochilas y comenzaron la marcha. Hacía una mañana espléndida y no le costó mucho esfuerzo la hora larga que les llevó subir la empinada cuesta, mientras disfrutaba del maravilloso paisaje. Una vez arriba vieron la fuente de piedra en la que se podía beber el agua del deshielo de la parte alta de la Sierra de la Demanda. El panorama desde allí era espectacular. Hicieron un descanso que algunos aprovecharon para tomar fotos y otros para coger arándanos, que estaba exquisitos.
Unas extrañas flores llamaron la atención de Claudia y se acercó para poder observarlas. Tenían un tallo larguísimo y leñoso color marrón, con hojas finas y alargadas, muy dentadas, las mismas que rodeaban el enorme cáliz del tamaño de una copa pequeña, que parecía contener un pompón suave y sedoso, de un increíble color violáceo; eran tan espectaculares y originales que otra chica del grupo también se acercó a contemplarlas.
- Son increíbles. Parecen artificiales ¿verdad? –dijo Claudia.
- Sí, son rarísimas. Yo no las había visto en mi vida y eso que suelo fijarme en las plantas porque me gustan mucho y ya hemos venido por aquí en otras ocasiones –argumento Raquel.
- Tienes razón, son curiosísimas. Cuando volvamos me gustaría cortar algunas para llevármelas. Tengo un florero grande en el que quedarían preciosas.
- Pues si quiere cogerlas tendrás que hacerlo ahora, luego bajamos por el otro lado –le aconsejó Raquel.
Lo de cortarlas no resultó ser tan sencillo. El tallo no se rompía al quebrarse, era de una fibra tan dura que le dañó un poco la piel, de nos ser por la navaja que le dejaron se habría quedado con las ganas de llevarse las flores.
El resto de la ruta transcurrió con total normalidad. Pararon a comer a orilla de un riachuelo y se rieron mucho con Matías, un hombre maduro que había recorrido medio mundo con su mochila y tenía una gracia especial contando anécdotas de todo tipo.
En el grupo, muy agradable, había de todo: desde el director de marketing a un seminarista, pasando por una pareja de fisioterapeutas y tres mujeres más, entre todos consiguieron que a Claudia se le pasara el día sin sentir.
De regreso los ocupantes del coche que conducía Matías, en el que iba Claudia, hicieron la mayor parte del viaje durmiendo, presas de un inevitable sopor que les impidió permanecer despiertos al poco tiempo de acomodarse.
Cuando Claudia llegó a su casa las niñas estaban en la cama y Santi la esperaba viendo la tele tumbado en el sofá. Ella estaba eufórica, le contó con todo lujo de detalles la excursión, lo agradable que era el grupo y lo bien que lo había pasado.
- ¿Y esas flores tan raras que has traído? –Preguntó al ver tan extraño ramo.
- Las he cogido en la Sierra de la Demanda, en una zona que llaman la fuente del lobo ¿No te parecen preciosas?
- Yo no diría tanto... ni siquiera me parecen bonitas. No pongas ese gesto. Claro que… originales sí lo son.
- Raquel, una psicóloga que iba en el grupo, dice que nunca las había visto, eso que entiende de flores y le gusta observar las plantas. Además ya les tengo buscado un sitio.
- Muy bien, si te hace ilusión.
- Pues sí, además así tengo un recuerdo de mi primera salida, creo que cuando se sequen quedaran bien. Me parece mentira que por fin haya empezado a practicar senderismo. Es estupendo, no sabes lo que me he divertido.
- Me alegro mucho. Además estás muy guapa con esos colores de pepona que se te han puesto. Hacía tiempo que no te veía tan contenta.
Se sentía feliz y agotada, ni siquiera tenía hambre, así que se dio una ducha bien caliente y se metió en la cama sin cenar.
Al día siguiente, al sonar el despertador, Claudia tuvo que hacer un esfuerzo casi sobre humano para poder ponerse en marcha. Estaba agotada, no tenía agujetas ni le dolía nada, pero no podía con su alma. Estaré incubando algo, pensó. Lo raro es que no tenía ningún otro síntoma que pudiera justificar ese cansancio que arrastró, como si llevara encima rémoras, durante toda la semana. Parecía que después del ajetreado domingo se había recuperado un poco, pero el lunes volvió a sentirse desmadejada, sin energía, y decidió ir a visitar al médico.
Después de reconocerla el doctor le indicó que no había nada en su estado físico general que justificara su extenuación, así que le dio un volante para que se hiciera una analítica y le recetó unas vitaminas.
Un par de semanas más la fatiga persistía, llegó a pensar que le había picado la mosca del sueño. Los análisis eran normales. Cuanto más descansaba más agotada se sentía. Hacía las cosas arrastras, sin embargo en la calle parecía que se animaba un poco. Había pasado un mes desde su excursión y no se sentía con fuerza para emprender ninguna caminata. Miguel, el director del club de senderismo, la animó mucho, planeaban una ruta corta por la zona de La Jarosa de la Sierra; también Raquel, que conocía su malestar, la llamó y quedó en recogerla en su casa, así que no pudo negarse. Santiago, su marido, también pensaba que el cambio de aires le podía sentar bien; la veía tan abatida últimamente que estaba muy preocupado, sin saber cómo ayudarla.
Fue un acierto que se decidiera a ir. Al poco tiempo de iniciar la marcha Claudia se sentía mucho más fuerte que en semanas anteriores. Era como si la vida hubiera vuelto a ella, le parecía increíble experimentar una mejoría tan llamativa; no se cansó en absoluto, al contrario, a cada paso se notaba más y más recuperada. No podía entenderlo. Tal vez, pensó, empezaban a hacer su efecto las vitaminas.
Nada más ver la cara de su mujer cuando regreso a casa Santi supo que se encontraba bien, se la veía lozana y fresca como una flor recién abierta, muy contenta. Los dos pensaron que había superado el bache. No fue así, el lunes el cansancio volvió a aparecer y abrió de nuevo brecha en su cuerpo hasta hacerla sentirse totalmente extenuada, impidiéndole realizar incluso las labores más simples.
Raquel le planteó la hipótesis de que el origen del problema fuera psicosomático y le recomendó hacer terapia. Ella se negaba a contemplar esa opción.
- ¿Cómo va a ser algo psicológico si el único cambio que ha habido en mi vida ha sido a mejor? –intentaba explicarle Claudia con su marido.
- ¿Cómo a mejor? No lo entiendo cariño.
- Sí. La primera vez que me encontré así fue después de la primera salida con la gente del club ¿No te acuerdas?
- Es verdad, recuerdo que cuando regresaste estabas muy guapa. Parecías tan contenta...
- Y lo estaba. Me sentía feliz. Espera... Esas flores.
- ¿Qué flores?
- Las de la habitación. Las que cogí aquel día en la Fuente del Lobo.
- Si, las de tu cómoda que cada vez están más hermosas ¿Qué les pasa?
- Tienen que ser ellas. Son las flores del mal.
- ¡Claudia por favor, no digas tonterías!
- No es ninguna tontería. Es como si succionaran la vida, me chupan la energía por eso siguen creciendo. Cuanto más cerca las tengo peor me encuentro.
- No sigas, estas empezando a preocuparme de verdad ¿Cómo puedes creer eso? Es absurdo.
Sin pensarlo dos veces se levantó airada cogió las flores, las introdujo con rabia en una bolsa de plástico que ató con varios nudos y las bajo a la basura, quería que desaparecieran de su casa inmediatamente y que nadie más atraído por su exótica belleza pudiera cogerlas.
Graziela

EN SOLO UN INSTANTE
(Cuento Publicado en Miscelánea Literaria. Revista trimestral. nº 13.)

Le parecía mentira que realmente hubiera llegado el momento. Lo estaba sintiendo en sus propias carnes y sin embargo aún no podía creerlo, o no quería creerlo. Tenía miedo, sin embargo pese al dolor que sentía no sufría por ello, dejó lo que estaba haciendo y se fue a recostar un rato en el sillón, a ver si se le pasaba.
En estos momentos comenzó a recordar diversos episodios de su vida que ya casi creía olvidados y aún así seguían siendo parte de su existencia y probablemente gracias a ellos, se encontraba aquí, ahora en esta determinada situación.
En solo un instante, de forma breve, con absoluta nitidez fue reviviendo situaciones; como si de pronto se hubiera roto un compartimiento estanco de su memoria que había permanecido cerrado y aislado en algún lugar recóndito de su cerebro y sin saber bien porque, se había abierto espontáneamente, dejando escapar imágenes que veía perdidas en el espacio, pero perfectamente ubicadas en el tiempo.
Por un momento se vio corriendo por una inmensa pradera, sus largas trenzas rubias hondeaban al viento y podía sentía el aire fresco de la montaña en su cara, a lo lejos una figura grande y maternal la esperaba con los brazos abierto; era su abuela Clara, a la que tanto había querido y que tanto añoraba ahora. Gran parte de su niñez la había pasado en el caserón de sus abuelos, en una aldea pequeña, que distaba al menos una hora de cualquier centro urbano medianamente grande y en la que aún se hablaba el bable. Sus padres, ambos originarios de esta región de España, marcharon siendo muy jóvenes a Oviedo, en busca de un mejor porvenir, alejándose así de la vida en el campo y del trabajo de la vaquería. Se casaron y cuando ella nació, debido a que necesitaban el salario de los dos para mantenerse, se vieron obligados a dejarla al cargo de su abuela paterna, que la cuidaba con mimo, colmándola de cariño y amor cuando podía prestarle atención, mientras efectuaba las abundantes tareas de la casa y de la granja.
Recordaba ahora con dulzura y tristeza aquellos domingos lejanos, en que su tío Damián, hermano pequeño de su padre, que trabajaba en la mina y aún estaba soltero, las llevaba a ella y a una amiga suya a la playa a pasar el día. La abuela les preparaba el almuerzo y pasaban todo el tiempo jugando en la arena y bañándose. Evocaba el color del mar en contrate con la arena y el batir de la olas en el rompiente, donde solían comer. A estas deliciosas excursiones pronto se les unió Marina, la que luego se convertiría en la mujer de Damián. Ella siempre había sentido una especial adoración por su tío, que por otra parte era con el que se había relacionado durante su infancia y en realidad, el único que alguna vez se había mostrado interesado por ella, pese a todos los hermanos que tenían sus padres.
Notó un dolor sordo en la parte de sus riñones que le hizo volver a la realidad, recuperando así su vida actual; desapareció con la misma rapidez con la que había venido al relajarse y cerrar los ojos de nuevo, no quería precipitarse, ni ser alarmista, por lo que decidió aguantar sola mientras pudiera, hasta realmente cerciorarse de que se trataba del momento esperado.
Volvió a sus ensoñaciones y ahora la imagen la traslado al instituto, donde había cursado sus estudios de secundaria, ya en Oviedo y viviendo con sus padres.
Nunca había podido precisar si los constantes desacuerdos y discusiones entre sus padres y ella, había surgido a raíz de no haber pasado su infancia con ellos, lo que en cierto modo hacía que no se conocieran en profundidad o si eran debidos al cambio tan abismal existente entre la vida que había llevado con su abuela en la casona y la que se veía obligada a vivir en una ciudad tan grande, en la que se sentía perdida e indefensa, desubicada de su entorno habitual.
El recuerdo de esta época de su vida la hizo encogerse y retraerse dentro de sí. ¡Que inocente e ilusa había sido! Tan tímida e introvertida. Recordaba lo difícil que le resultaba hacer amistades. En Oviedo todo era diferente, se sentía a años luz de la gente de su edad.
Ella había recibido una educación sencilla, en contacto con la naturaleza y no sabía nada de técnica ni de tendencias de moda. Era realmente una absoluta “paleta”, por ello se sentía observada por todos sus compañeros de clase, así como por la gente del vecindario. De toda esa época solo recuerda la amistad que tenía con Hortensia, una chica que también había sido criada por sus abuelos y a las que la unía un denominador común, el amor por la montaña y el miedo a la ciudad; literalmente ambas se sentían engullidas por el constante ajetreo y el bullicio allí existentes.
Por las noches y pese a estar cerca de su madre, sentía tanta nostalgia por su casa que en la oscuridad y el silencio, a veces se le saltaban las lagrimas al recordarla, le faltaba el calor y el amor de su abuela.
Todo se fue complicando con el transcurrir de los años, ella era buena estudiante e iba sacando los curso, fue entonces cuando aquel joven profesor de literatura, alegre y mundano se fijó en ella. Y ella, como una tonta se enamoró perdidamente de él.
En que hora se le ocurriría apuntarse a aquellas clases, tan interesantes que por otro lado le marcaron de por vida, abriéndose un terrible abismo a sus pies al poco tiempo de conocer a Miguel.
Miguel era un ser encantador, cariñoso, agradable, ameno y divertido, con el que desde un primer momento y pese a su timidez se había sentido muy a gusto. Era una de esas personas que saben valorar y sacar lo mejor de cualquiera.
Con él y casi sin darse cuenta, se le olvidaba su vergüenza y no se sentía constantemente observada, sino que perdía la conciencia de si misma y se veía desde fuera, como una joven brillante, dulce y simpática. Él le hacía sentirse como un tesoro.
Fueron pasando los meses y la relación cada vez se fue haciendo más íntima, se veían casi todos los días y salían juntos los fines de semana. En esta época fue primordial el apoyo de Hortensia, su mejor amiga y su confidente.
Aunque Miguel le doblaba la edad en el momento en que se conocieron, en realidad no se notaba una gran diferencia entre ellos, ya que Ana siempre había aparentado ser más mayor de lo que realmente era; tenía una complexión fuerte y aunque era delgada, su aspecto no resultaba en absoluto frágil, al contrario, era esbelta destacando sus formas. Siempre parecía fresca y lozana.
Ella hacía referencia a Miguel como si fueran novios y su madre, con la que no hablaba mucho, así lo intuía.
Sin embargo, pese a esa imagen de fortaleza física y a ser una chica instruida, era bastante inocente e ilusa y por ello casi sin saber cuando ni darse cuenta se quedó embarazada, lo que constató uno de esos test moderno que se compran en de farmacia que se hace una misma, aunque a ella se le ayudo Hortensia. Le parecía casi imposible que por haberlo hecho un par de veces hubiera podido quedarse en estado; además nunca le había prestado mucha atención a sus menstruaciones y no sabía cuando le tocaba ponerse mala, por lo que espero un mes más para confirmarlo.
Cuando tuvo la absoluta certeza se lo dijo a Miguel, esperando que este la ayudara, pensando en un primer momento que sería estupendo estar casada con el hombre que amaba; sus padres se sentirían disgustados al principio, admitiendo fácilmente esta opción como la mejor solución y con su ayuda, ella incluso podría seguir estudiando hasta acabar su formación.
Las cosas fueron muy distintas y Miguel reacciono de forma totalmente inesperada para ella, proponiéndola en primer lugar pagarle un aborto asegurándole además que él no tenía ninguna intención de casarse con ella ni ahora y después y esto, no iba a modificar sus planes, ya que tenía novia en Barcelona desde hacía años, con la que se escribía constantemente y veía siempre que podía, con la que pensaba contraer matrimonio en un futuro no muy lejano. Confesándole así el engaño que durante todos estos meses había estado sufriendo.
Ana estaba atónita ante las manifestaciones de Miguel y sobre todo tremendamente decepcionada, ya que nada de lo que ella había pensado era real para él. Se sentía como una estúpida, confiada y romántica que había creído en un hombre, cuando él lo único que había hecho era utilizarla, divertirse y entretenerse. Limitándose a decirla que averiguaría la dirección de algún buen doctor que se dedicara a practicar abortos y que él correría con todos los gastos.
Hortensia la aconsejó decírselo a su madre, a lo que ella se negó en redondo y decidió ir a ver a su abuela, dispuesta a confesarle todo, implorando su ayuda y su apoyo, sin tener muy claro que era lo que ella realmente deseaba hacer.
Recordaba con total nitidez el momento en que llegó a su casa y como su abuela de forma inmediata y con solo mirarla a los ojos, supo que algo no estaba bien y que Ana se sentía muy desdichada.
Cuando poco a poco, entre sollozos y sentadas en la cocina viendo humear la olla le contó cual era su problema, su abuela se levantó y la abrazo, permaneciendo callada largo rato y después le pregunto sin preámbulos que pensaba hacer.
Ana no estaba segura de nada y si el hijo que iba a tener era el producto de un engaño, pues así veía ella ahora lo que antes consideraba un amor desmedido, no lo quería y menos aún si iba a tener que criarlo sola, sin el apoyo de un hombre, al haber visto lo dura que podía ser la situación cuando a una prima de su amiga había pasado por ese mismo trance y aunque Oviedo era una ciudad grande, los comentarios y habladurías de la gente se suceden igual que en una aldea.
Clara solo quería el bienestar de su nieta, fuera al precio que fuera y tras dos días sopesando los pros y los contras de cada decisión, hablo con Marina, su nuera, que era enfermera exponiéndole la situación; mostrándose ésta dispuesta a ayudarlas.
Marina acompañó a Ana a una Clínica muy renombrada de Oviedo y su abuela corrió con todos los gastos de la intervención, invirtiendo en ello sus escasos ahorros, llevando el tema en absoluto secreto en el que solo ellas tres estaban incluidas. No quería que su nieta tuviera nada que agradecer a ese cretino que se había aprovechado de ella.
La intervención fue rápida y limpia y a las pocas horas Ana estaba de nuevo en la casona, ya sin su “problema”. Su abuela la cuido durante tres días más y regreso a Oviedo a casa de sus padres, que nunca llegaron a saber nada del asunto.
Por su parte Miguel pidió el traslado y salió de la vida de Ana de forma rápida, sin escándalos, ni promesas. Nadie, salvo Hortensia sabía la verdad y el porqué de las lagrimas de su amiga y su falta de apetito y su apatía.
Recordó entonces Ana con horror los meses que siguieron a la marcha de Miguel y los problemas físicos y emocionales que padeció, sin que nadie viera una explicación visible a este hecho.
El recuerdo de las imágenes de abandono, de autodestrucción y el sentido de culpabilidad que sufrió durante largo tiempo y las consecuencias de todo esto, hicieron que a Ana se le inundaran los ojos de lagrimas, calientes y amargas que resbalaban ahora por su rostro, ya maduro y un poco hinchado.
Viendo que la tristeza y abatimiento de Ana no remitían, sus padres la llevaron a los mejores especialistas, por mediación de Marina que se interesó mucho por el estado en que se encontraba, puesto que ella sí sabía cual había sido el proceso que la había llevado a tal postración.
Se sentía muy mal, no apreciaba la vida en absoluto, nada la consolaba y además quería hacerse daño y se lo hacía a los que la rodeaban sin quererlo.
Con tantos recuerdos tristes, a estas alturas, ya había comenzado a llorar abiertamente, hipando y sollozando al evocar aquella época tan difícil y dolorosa, que casi creía superada y que había mantenido oculta en el último rincón del cajón más recóndito de su existencia.
Ahora se sentía empujada a seguir adelante, a afrontar cada día por duro que fuera, disfrutando de cada amanecer; se incorporó a duras penas del sillón y se fue hacia el cuarto de baño.
La imagen que le devolvió el espejo de ella misma no la complació en absoluto. Su pelo estaba alborotado, tenía los ojos irritados e hinchados y unas ojeras oscuras y profundas surcaban su rostro, que además parecía bastante pálido.
Abrió en grifo de la ducha y se metió en la bañera, pensó que esto la relajaría y mejoraría un poco su aspecto. Dejó que el agua primero templada, luego tibia y finalmente fresca resbalara por su cuerpo, recorriéndolo delicadamente como un bálsamo suave y reconfortante, limpiando de paso su mente y dejando alejarse aquellos recuerdos dolorosos de su vida, con los que tantas veces había soñado y que tan profunda huella había dejado en su existencia.
Mientras estaba bajo la ducha, se sintió tremendamente agradecida por haber podido superar aquella depresión y una nueva punzada en la parte baja de su vientre la obligó a doblarse y permanece agachada en la bañera, mientras el agua resbalaba por su espalda, hasta que recobró las fuerzas y pudo salir y secarse sentada en una banqueta.
Después se dispuso a arreglarse el cabello con delicadeza, siendo consciente de cada movimiento mientras examinaba su reflejo en el espejo, percibiendo ese brillo profundo que emanaba de sus ojos, sintiéndose observadora y observada al mismo tiempo.
Estaba muy tranquila, como si la ducha, los dolores y los recuerdos en su conjunto hubieran conseguido hacer aflorar esa paz interior que con tanta frecuencia sentía últimamente.
De pronto, sintió hambre y fue a la cocina a prepararse algo, sabía que en su estado y en este preciso momento no debía comer mucho, así que se preparó un batido de frutas, pensando también que sí la espera se prolongaba o tenía complicaciones, pasaría muchas horas sin comer nada y tampoco quería sentirse débil; le quedaba una dura tarea por delante.
Se instaló nuevamente en el sofá y cuando parecía que se estaba quedando traspuesta volvieron de nuevo sus recuerdos, curiosamente en el mismo punto que los había dejado.
Hizo un nuevo recuento de todos los tratamientos que había seguido con el fin de acabar con aquella terrible depresión nerviosa.
La psicoterapia, con aquella consultar largas y estériles en la que lo único que ella creía conseguir era salir peor de lo que entraba; los tratamiento farmacológicos, que la hacían permanecer durante todo el día soñolienta y atontada, con los que parecía que su mente se acorchaba y apaciguaba, dejando de martirizarla con pensamientos negativos y destructivos.
Recordó todo aquello con pena, sin agobios, ya que el tiempo y la distancia habían conseguido que lo viera desde lejos, como una mera espectadora y que su recuerdo, no la hiciera sentir ese miedo cerval que sentía al principio solo con pensar en que podía volver a encontrarse nuevamente en el mismo estado. Pensaba que siempre tendría la espada sobre su cabeza, aunque se había dado cuenta que la misma espada puede estar encima de cualquiera y había dejado de temerla de esa forma tan desmedida.
Hoy en día las depresiones son un trastorno o enfermedad muy extendidos y del que la gente habla muy a la ligera, probablemente porque no han padecido ninguna. Pero cuando Ana comenzó a tener ciertos síntomas como inapetencia, apatía, un sentimiento de honda tristeza y unas ganas terribles de llorar a todas horas, sin que nada ni nadie la consolara y la hicieran salir de aquel estado; no todos los médicos sabían como tratarla ni que era lo más adecuado, si hacerla o no hacerla caso.
Sonrió al recordar que D. Antonio el médico de cabecera de su familia, tras tratarla durante meses con jarabes e infusiones, dijo a su madre que lo que Ana necesitaba era un novio.
¡Pobre hombre! y pensar que todo eso era consecuencia de haber tenido novio, le producía ahora risa.
Recordó también como con la ayuda de Marina, que la paseó por toda España en busca de cualquier persona que pudiera ayudarla y aportarle alguna solución o tratamiento eficaz a su dolencia, poco a poco y “tocando muchos palos”, parecía que había ratos en los que no se encontraba tan mal; se fueron multiplicando y muy despacio, con cautela fueron superados por los momentos en los que se encontraba peor.
Atrás fueron quedando los días en que amanecía y anochecía y en su mente solo permanecía la idea de dejar de sufrir, aunque para ello tuviera que quitarse la vida, a sabiendas que no lo haría, pues siempre había sido muy miedosa y algo pasiva, así que solo se dejaba vivir, sin ver ningún otro aliciente.
Se dio cuenta entonces al sentir otro fuerte dolor, esta vez en los riñones, cuan distantes se encontraban aquella Ana, depresiva y triste, como ausente y la Ana actual, vitalista, animada, abierta y feliz y nuevamente en muy poco tiempo y sin sorprenderse por ello, se vio dando gracias a la vida, no solo por lo que era y tenía ahora, sino por todo aquel largo y pedregoso camino que había tenido que recorrer para llegar a este punto. Una fuerte contracción le vino precisamente mientras tenía estos pensamientos y la sensación de que algo de ella se derramaba cálido entre sus piernas, le dio la certeza que esperaba. Estaba de parto.
Lo primero que hizo fue llamar a Manuel al Hospital y decirle que no se preocupara, que todo iba perfectamente y que podía venir tranquilo; tenía la certeza de que en diez minutos estaría en casa. Cuando él le preguntó que iban a hacer, ella sin dudarlo le comentó que se sentía muy bien, fuerte y confiada, y que ahora llegado el momento estaba segura de que quería que Herminia, la comadrona la asistiera en casa, así que él quedo en avisarla.
Después y con total tranquilidad llamó a su madre, que había venido desde Oviedo para estar con ella en estos momentos y creía que se lo debía; no la hacía demasiada ilusión.
Sin embargo le habría encantado poder contar con la ayuda de la abuela Clara, que desgraciadamente había muerto hacia dos años, por lo que no podría sentir su mano firme y áspera apretando la suya. Curiosamente con solo evocarla su recuerdo ya la estaba ayudando.
Manuel llamó a Herminia inmediatamente y quedó en reunirse con ella en casa, saliendo disparado de la consulta. Todos allí sabían lo que pasaba con solo verle la cara. Llevaba días en los que se sobresaltaba con que sonara el teléfono, en espera de que la llamada fuera de Ana indicándole que había llegado el momento.
Durante unos minutos el tiempo parecía haberse detenido, cuando se encontró en medio del tráfico y recordó aquella tarde, ahora tan lejana en la que Ana y él se habían conocido y como la profundidad de su mirada le había cautivado desde el primer instante en que la vio. Aun hoy le seguía sorprendiendo esa extraña mezcla de suavidad y tristeza que había en sus ojos, como las pequeñas chispas doradas que los salpicaban.
Seguramente fueron sus ojos precisamente lo que más le llamó la atención de ella, dada su profesión, pues era oftalmólogo y se pasaba todo el día viendo los ojos de la gente y nunca había visto unos como los de su mujer.
Cuando se conocieron el tenía novia y ya se habían planteado el hacer planes de boda, incluso estaban empezando a mirar pisos. Ella era una compañera de carrera con la que siempre se había llevado muy bien y se querían mucho, pero cuando Manuel conoció a Ana, comprendió que no estaba enamorado de Isabel.
Antes incluso de saber si podría salir con Ana, decidió romper una relación establecida, que mantenía desde hacía más de cuatro años.
La verdad es que fue un drama horroroso tanto para Isabel como para las familias de ambos y más por lo sorprendente de la situación, no habían discutido y él no sabía nada de Ana, habiéndose limitado a verla durante la hora de consulta en dos ocasiones. Una vez pasado el primer trago, él se sintió más seguro y libre para poder conquistar a la que desde el comienzo consideró la mujer de su vida y con la que llevaba viviendo seis años.
A Manuel le hacía una ilusión tremenda tener un hijo y Ana nunca parecía estar preparada para ello, por eso le sorprendió tanto cuando ella le comunicó que estaba embarazada, lo que le hizo sentir el hombre más feliz del mundo.
Desde el comienzo del embarazo, Ana dejó de trabajar aunque trabajaba en una biblioteca y podría desarrollar el trabajo perfectamente estando embarazada decía que quería disfrutar de cada momento de este embarazo y a él le pareció perfecto. Además así estaba más tiempo en casa y él podía ir a comer con ella. No le preocupó el hecho de que con un bebe tuvieran que vivir sin el sueldo de Ana, que podían hacerlo perfectamente y con todo tranquilidad dado que si ella trabajaba era porque realmente le gustaba su trabajo y decía que le hacía sentirse realizada.
Al principio el tuvo miedo por Ana, al pensar que tan vez los fuertes cambios hormonales que acompañan a la gestación la afectaran emocionalmente y la descolocaran un poco. Fue al contrario, desde el comienzo del embarazo se mostraba más estable y apenas tenía cambios de humor mostrándose tranquila y encantada con la nueva situación disfrutando de la casa y de su estado.
Estudiaba mucho relacionado con el tema; siempre había sido un ratón de biblioteca, o al menos desde que él la conocía. Daban largos paseos y escuchaban música casi constantemente.
Parecía que los nueve meses se le estaban haciendo eternos, sin embargo ahora notaba que habían transcurrido con una rapidez asombrosa y no podría creer que su hijo estuviera a punto de nacer.
Por fin aparcó el coche y subió a casa rápidamente.
Cuando llegó, Ana se encontraba tranquilamente recostada en el sillón, con los ojos cerrados y nada más verla sintió una serenidad que le hizo relajarse inmediatamente; la besó suavemente en los labios y se sentó a su lado, rodeándola con el brazo los hombros y acariciando su abultada barriga.
Permanecieron así durante unos minutos, mientras, le sobrevinieron un par de contracciones, no muy fuertes y aun espaciadas. Ambos estaban callados, no necesitaban decirse nada. Ella controlaba su respiración y él simplemente se limitaba a abrazaba y sentirla.
Llamaron al timbre; era Herminia con su maletín. Pasaron a la habitación y examinó a su paciente, quedándose sorprendida por lo avanzado que estaba el proceso.
Las contracciones se sucedían con rapidez y cada vez eran más intensas, precisamente por eso Ana se sentía mejor paseando que tumbada.
La madre de Ana también había llegado y los cuatro conversaban amigablemente, siempre que los dolores lo permitían, dejando que el parto se desarrollara de forma totalmente natural.
Llegó un momento en las contracciones le venían de forma continuada, mientras ella intentaba controlarse con la respiración y comenzó entonces a empujar. Fueron solo unos minutos y con una suavidad increíble, sin gritos, ni aspavientos la pequeña Clara vino al mundo y la vida la recibió en los brazos de su padre, que la ayudó a nacer, conteniendo a duras penas las lagrimas de emoción y felicidad que pugnaban por salir, entregándosela a su madre para poder cortar el cordón umbilical que aún la unía a ella.
Ana no podría creerlo, tenía un bebe en su brazos y además era parte de ella y de Manuel. Aquella pequeña criatura era la esencia de la vida misma y la muestra viva de que todo cuanto la había pasado había valido la pena; la beso y se la dio a su madre para que la cogiera, mientras Manuel la estrechaba entre sus brazos y le susurraba palabras de agradecimiento al oído, mientras Ana sonreía complacida y feliz.