Graziela
"COCO"

Es difícil para alguien que nunca ha compartido una etapa de su vida con un animal de compañía entender lo mucho que se les puede llegar a querer, y lo dolorosa que puede resultar su pérdida.

Coquito era preciosa y no sólo me refiero a su aspecto físico, sino a su forma de ser, a ese carácter suyo que hacía de ella una gata excepcional (esto deben de pensar todos los dueños de mascotas de sus animales, pero en mi caso además es verdad). Durante muchos años nos ha acompañado y como pese a ser un felino era muy cariñosa, a veces incluso demasiado empalagosa, conseguía las caricias y comprensión no sólo de los amantes de los gatos, como yo, sino también de personas que nunca tuvieron contacto con ellos a los que conseguía cautivar con sus atenciones, caricias y sus maullidos.

Le encantaba estar muy cerca de mí cuando estaba con el ordenador, como ahora. Si no le hacía caso me incordiaba, se paseaba por delante de la pantalla e incluso pisaba algunas teclas. Se iba aproximando poco a poco. Se tumbaba sobre la impresora, para ver salir las hojas y a veces si estaba apagada, incluso la conectaba ella; apoyaba la cabeza en el teclado en cuanto me despistaba, o se tumbaba en mi regazo con medio cuerpo colgando sobre mi brazo, con lo que escribir se convertía en una labor bastante incómoda, pero yo se lo perdonaba todo por lo mucho que la quería.

Ahora que hace muy poco tiempo que no está en casa sigo notando su presencia y de vez en cuando miro hacía mi izquierda, pues tengo la sensación de que su verde mirada me observa desde el cojín del sillón, como tantas veces.

Estoy tan acostumbrada a sentir su peso sobre mis piernas, que cuando me siento en el sofá o en la cama noto su falta. Tengo que pensar que ya no está cuando abro la puerta de la calle y no acude a recibirme, y debo controlarme para no llamarla como hacia al pensar que andaba remoloneando en alguno de sus rincones preferidos.

Se que voy a necesitar tiempo para acostumbrarme a no escuchar sus pasos silenciosos por la madera, sus maullidos pidiendo comida o preguntado que me pasa. Han sido años en los que Coco y yo nos hemos conocido perfectamente, se ha adaptado a nuestras rutinas, a mis costumbres y a los horarios, sin faltar jamás a mis noches de insomnio, madrugando para acompañarme mientras me arreglaba en el baño, con ojos soñolientos tumbada en el suelo, utilizaba la báscula a modo de almohada. Pidiendo mantequilla mientras me veía untarme las tostadas o acudiendo rauda en cuanto yo sacaba la carne o el pescado de la nevera y empezaba a preparar la comida.

Ya no escucharé ese sonido característico con el que nos indicaba que había entrado un bicho y había alguna polilla o mosca revoloteando por la casa.

Echaré de menos esos besos frescos que eran un ligero roce de su preciosa nariz en la mía.

Es muy triste perder a una gata como esta, que me ha dado tanto amor, que me ha enseñado muchas cosas y me ha ayudado a ser mejor, que deja un grato recuerdo en mi memoria, y en la de los que la conocieron y pudieron disfrutar con ella, pero más penoso resulta verla sufrir infructuosamente. Cuando al fin decides que ha llegado el momento de acabar con su padecimiento te invade una especie de paz, es como una liberación, aunque no puedes imaginar lo grande que es el vacío que se siente después.

Mi mente la requiere aunque mi boca permanezca sellada y ahogue las llamadas: “Milinca linda” “Cocolinga malinga” “Coco, Cocona, Coquito” “Mi Coqui” y aún espero oír su respuesta y que acuda rauda o rezongando y se tumbe a mi lado cariñosa o displicente. Hoy me he dado cuenta que si ella no está conmigo cuando estoy sola, es que me he quedado realmente sola, aunque su vivo recuerdo permanezca vivo y a mi lado. Y no he llorado por ella, he llorado porque ella ya no está conmigo.

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Graziela


MUJERES EN UN BAR

Una mujer está en un bar y escucha una conversación en la mesa de al lado.

- De verdad que estoy impresionada. No sabes que desagradable

- ¿Pero que ha pasado?

- Esta mañana muy temprano me han despertado los ruidos de las sirenas. Se oían muy cerca y eso que la calle Tomillo es muy tranquila. Luego me he vuelto a dormir pero había mucho jeleo en la escalera. Gente que subía y bajaba, voces, puertas que se abren y se cierran y de pronto suena el timbre.

- ¿Y qué hora era?

- Debían ser las ocho y pico, aún no había sonado el despertador de Guille. Bueno, el caso es que yo me he puesto una bata y he salido a abrir. Casi me quedo muerta al ver al policía con otro señor muy serio y circunspecto. Menos mal que sabía que el chico estaba durmiendo como una marmota en su cuarto, sino ¡Imagínate que susto!

- Sí, menos mal. ¿Y que querían a esas horas?

- Muy nerviosa, les hago pasar y me empiezan a preguntar por D. Enrique, el vecino del sexto C. Chica, he respirado...

- No me extraña ¿Y quién es?

- Un anciano más raro que la calentura. Un borde que no se hablaba con nadie.

- ¿Y vive solo?

- Más solo que una almeja, y así se lo dije a los agentes. Querían saber quién le cuidaba, si tenía familia, cuando le había visto por última vez... Hija, un interrogatorio en toda regla. Pero ya me conoces, les dije que o me informaran de lo que había pasado... y me lo contaron todo.

- Sigue, sigue que cada vez estoy más intrigada. Voy a pedir otro café ¿Tú que quieres? que con este follón todavía no has pedido nada.

Intrigada y preocupada se empezó a mostrarse también la mujer de la mesa de al lado que escuchaba conversar a las dos amigas, sin perder detalle, ni intentar disimular su interés.

- Pues un café con leche y una tostada con aceite. No he tenido tiempo de desayunar y me va a dar un vahído en cualquier momento. Bueno, yo sigo, que sino pierdo el hilo.

- Si si, continua.

- Al parecer algunos vecinos habían notado un olor raro en la escalera y como ya sabes que la gente es muy dada a llamar a la policía, habían recibido un aviso y estuvieron investigando. En el sexto C no respondía nadie y parece que el tufo cada vez era más fuerte, así que han tenido que tirar la puerta abajo y allí encontraron al viejo, tumbado en la cama más tieso que un paraguas. Tuvo que venir un juez a levantar el cadáver y estaban intentando localizar a la familia. Por eso interrogaban a todos lo vecinos.

- ¡Que horror! Se ven esas cosas en la tele pero parece que si es un vecino tuyo impresiona más ¿No?

- Y tanto. Yo les dije que creía que tenía por lo menos un hijo casado y una hija soltera. La verdad es que no había quien le aguantara y desde que murió su mujer, que era una bendita, vivía solo. A la hija la ponía de puta para arriba, que lo escuchábamos todos los vecinos, y se la veía como muy buena chica, hasta que de pronto dejé verla; con el hijo ya no se hablaba en vida de la madre....

- Es una lástima terminar así, aunque hay gente que se gana lo que tiene a pulso.

La mujer que escuchaba desde la otra mesa, sin poder ocultar ya su nerviosismo, sacó la cartera para pagar la cuenta cuando la música de su móvil la hizo buscar dentro del bolso azoradamente hasta dar con el aparato. Hola Enrique ¿que pasa? Si yo también se lo de tu padre. No, no me ha llamado tu hermana, me acabo de enterar mientras desayunaba. Vale, me paso por la oficina para avisar y voy para allá.


Se quedó pensativa mirando el aparato, sin percatarse de que las señoras de la mesa de al lado la había estado escuchado. Cuando pasaron por delante, una de ella se paró y le dijo “Le acompaño en el sentimiento, si necesita algo yo vivo en el quinto C” de Tomillo 22.
Graziela
OTOÑO

Hoy el jardín me anuncia que ya llegó el otoño.

Las sombras se hacen grandes y pierde brillo el sol.

Las hojas, en mil ocres, se lanzan a volar,

como aves melancólicas reposan en la tierra

formando un gran mosaico que cruje a cada paso.

Cada tesela danza con un soplo de viento

que me trae el recuerdo de días de calor.

Y se aleja el verano dorando los membrillos

y apagando el carmín de geranios en flor.

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