Graziela

EL RAYO

            Los médicos no se lo explicaban. ¡Cómo pude ser atravesada por un rayo y no sufrir daño alguno! Decían que había tenido mucha suerte, salir ilesa de algo así no era normal; sin embargo, al poco tiempo empecé a darme cuenta de me había afectado. Me sentía rara, pensaba en cosas que antes me pasaban desapercibidas y también me estaba cambiando la forma de ver el mundo.
            Seguía con mi trabajo de programadora informática en una multinacional y yo, que siempre había sido distante y fría con mis compañeros, comencé a comportarme de forma más sociable, abierta y empática; ellos también lo notaban, pues me hacían participe de sus dudas, preocupaciones y problemas. Lo más sorprendente es que yo les escuchaba, sin poner cualquier excusa para alejarme y enfrascarme de nuevo en mi tarea, sin tener que aguantar a nadie.
            Nunca tuve buena mano para las plantas, de hecho en casa solo había una que me regalaron y Alba, mi asistenta, se encargaba de su cuidado. No sé qué me indujo a agacharme y recoger aquella ramita del suelo, que debió troncharse y caer de alguna terraza; sus hojas despedían cierto aroma cítrico y al llegar a casa las puse en un vaso con agua. A la hora de cenar, estaban tiesas y de un verde más intenso. Era absurdo, no lo entendía, verlas me alegró. Durante una semana permaneció en el vaso, que cada mañana rellenaba de agua y no solo no se mustió, sino que echó raíces y crecía a ojos vista.
            Al hacer la compra me encontré en un pasillo del hipermercado que nunca transitaba, pues era el dedicado a mascotas y jardinería. Durante un rato estuve eligiendo una maceta adecuada para mi rama, compré tierra y abono… que me recomendó un empleado y también me aconsejó que me llevara una orquídea –están preciosas y las tenemos de oferta hoy, se nota que le gustan las plantas y éstas resultan muy decorativas– dijo, y yo quedé perpleja. Elegí una en color blanco y la compré. Cada mañana la miraba y fueron abriendo todos los capullos que tenía.
            La cosa fue a más: se me iban los ojos detrás de los bebés por la calle, me fijaba en los cachorros que paseaban por el parque cuando iba a correr… ésa no era yo ¿Me estaría volviendo loca?
            Una amiga me pidió que la acompañara al vivero y a partir de aquel momento cada semana lo visitaba, y no me iba sin pasar por la zona de animales de compañía.
Una tarde al llegar a mi apartamento, Alba, la asistenta me estaba esperando.
        Julia ¿se encuentras bien? Estoy preocupada por usted.
         Perfectamente ¿por qué?
        Bueno, nunca ha querido plantas y ahora parece que le gustan, he visto las fotos de flores en su cuarto y también ha cambiado su forma de vestir. Lo mismo se casas pronto…
        Qué tontería. Me estará afectando la primavera. Solo he puesto un poco de color en mi vida.
        Desde que le pasó lo del rayo en la montaña, pareces más feliz.
        ¡Bobadas…! El rayo no me hizo nada, –dije, aunque pensé que algo tendría que ver.
            En solo tres meses mi casa no parecía mi casa. Era como un gran jardín, con plantas frondosas en todas las habitaciones y flores hasta en el cuarto de baño; la terraza estaba como un vergel, hasta tenía algunas tomateras que me había traído el portero. Además me compre una pareja de anapurnis que canturreaban todo el tiempo; me encantaba oírles por encima de la música clásica que escuchaba.
            Un año después del accidente en la montaña volví al mismo lugar con unos amigos y entonces tuve el convencimiento de que quería cambiar de vida. Hablé con mis jefes y me trasladé a un pueblo del sur.
            Ahora trabajo desde casa, he hecho amistad con el veterinario de la zona; cultivo mis propias frutas y hortalizas; tengo perro y dos gatitos. No paro de aprender. Alba estaba preocupada hasta que me visitó. Ya estamos seguras de que el hecho de que me atravesara un rayo me afectó, aunque no en sentido negativo. Fue un buen rayo.   






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