Graziela

 


DE ALBAHACA Y MIEL

             Amed siempre había dicho que Zaida tenía ojos de albahaca. Llevaba años enamorado de su mirada, su risa, sus gestos, su voz; todo en ella le generaba cariño y una inmensa ternura. Compartir la vida con esa chica era su mayor aspiración. Procuraba complacerla, satisfacer sus caprichos, que no eran pocos, y la muchacha se dejaba querer, aunque no terminaba de decidirse ni aceptar su propuesta de matrimonio.

            Él, bastante parco en gastos, guardando todo el dinero que podía mes a mes, pues sabía que la ilusión de su amada era tener un tetería, y estaba dispuesto a poner ese sueño al alcance su mano.

            Con tiempo y mucho esfuerzo, encontró el local adecuado y llegó a un acuerdo con su propietario, sin comentarle nada a Zaida. Lo reformó para adaptarlo a su nuevo objetivo, allí derrochó horas de duro trabajo que fue arañando de su escaso tiempo libre, restándoselas al descanso, hasta casi el agotamiento. Había días que le dolían hasta las uñas y cada vez tenía peor la espalda. Cuando todo estuvo listo y colocado el letrero “Albahaca, tetería”, llevó hasta allí a la chica, con la excusa de invitarla a tomar algo a un sitio nuevo.

            Al llegar, solo le dijo: “Esto es para ti, mi amor”. Ella quedó tan impresionada al ver el cartel, y el gusto con que lo había decorado, pensando hasta en los mínimos detalles, que con los ojos anegados por la emoción se abrazó a su cuello, como nunca lo había hecho. Aquel gesto de cariño hizo olvidar a Amed todos los desvelos y palió sus dolores al instante. Estaba encantada con el inmenso regalo y no dudó en darle el sí, aunque no se decidió a poner fecha al enlace, decía que tenía que pensarlo, que había que preparar muchas cosas. Para lo que sí quiso fijar día fue para la inauguración de su negocio.

            Ella era amable y pronto consiguió hacerse con una clientela variada y fiel, que casi desde el principio llenó el local. Como estaba cerca de un cuartel, los soldados frecuentaban su local y no solo por el sabroso té y el delicioso café que allí se servía. Los ojos de Zaida eran como un imán para los hombres y Amed estaba como loco por casarse con ella cuanto antes, pues veía un gran peligro al pasar por allí tantos hombres, a los que ella obsequiaba con preciosas sonrisas, disfrutando de piropos y halagos con coquetería. Sin embargo, se seguía mostrando reticente cuando su novio le recordaba que aún no tenían fecha para la boba, sugiriendo días muy próximos o con meses de distancia, a ella le daba igual, esquivaba las propuestas con la destreza que tiene un pajarillo para evitar la jaula.

            Una mañana “La albahaca” no levantó el cierre, tampoco al día siguiente. Pasaban los días, sin noticias, aunque su futura familia no parecía preocupada, los notaba tristes y respondían con evasivas para justificar la ausencia de su amada. Fue una prima de ella quien le contó lo ocurrido. 

            Se había fugado con un soldado. Al parecer, vivía con él en una casa, con todas las comodidades. Le dijo que la primera vez que la llevó al que era ya su hogar, llenó la habitación de velas y pétalos de flores, como en las películas y ella no pudo resistirte al muchacho y a aquel lujo, entregándose de inmediato.

            Tal fue el disgusto para Amed que quedó postrado en cama con depresión y un ataque de lumbago. Le costó recuperar las ganas de vivir. Aisha, la prima de Zaida que tenía los ojos de miel, le visitaba con frecuencia, para cuidarle y hacerle la comida. Al parecer siempre había estado enamorada de él y supo conquistarle con sus encantos y sus maravillosas manos para la cocina.

            Entre los dos convirtieron la tetería en un moderno restaurante y le cambiaron el nombre por “El Paraíso” que es donde se sentían ellos cuando estaban juntos.