Graziela
EN NAVAFRÍA


Cualquier época es buena para practicar senderismo, aunque parece que la primavera invita más a salir de la ciudad: hacer una escapada para respirar aire puro, frescor y que los ojos se nos llenen de verde.
Navafría (Segovia) fue el destino elegido por Josefina, nuestra profesora de gimnasia, en esta ocasión. 
A mediados de abril no esperábamos que el tiempo se mostrara de lo más invernal, pero como siempre nos pueden las ganas y la ilusión de pasar un día juntas, no nos importó la previsión de lluvia ni la nieve o el viento para salir de Madrid. 

La cita era en la avenida de los Toreros, como siempre, lugar donde nos recogería el autocar, aunque al conductor le dieron mal la dirección y esperaba más abajo, así que no pudimos salir antes de lo previsto como propuso nuestra profe.

No nos amedrentó el cielo encapotado y amenazante que nos acompaño durante el atasco hasta la carretera de Burgos, y el resto del camino. Tampoco la nieve que comenzamos a ver en ruta, pues con el calorcito de la calefacción y la charla disfrutamos de cuanto veíamos por las ventanillas de bus.

Paramos a tomar café y el trayecto, de unos 110 km. se nos hizo corto. Viajábamos en un autocar grande, aunque eramos catorce, el conductor un malagueño muy simpático aunque un poco temeroso, no se atrevió a llevarnos hasta la puerta del hotel, por miedo a que las calles fueran demasiado estrechas, y sin espacio para girar, así que nos dejó en la Plaza del Pino.                  
Desde allí, bien cargaditas, con las maletas o bolsas llenas de "por si acaso", caminamos los metros que nos separaban del hotel y spa "Manantial del Chorro". Los habitantes de la tranquila localidad debían pensar que había llegado el ejercito, pues trece maletas de ruedas arrastrándose por el empedrado organizaban bastante ruido. 
Unas tenían habitaciones y otras bungalós, a los que se accedía directamente por el jardín, todas encantadas pues el sitio era muy agradable, se respiraba paz. Así que dejamos el equipaje y cogimos las mochilas para inicial la caminata.

 


Por la carretera subimos la cuesta hasta que hicimos la primera parada, para una foto.

Había como 2 km. desde el pueblo hasta la caseta de control de entrada al Parque. Y mientras llegábamos fueron muchos los detalles que atrajeron mi atención y me detuve a fotografiar.
 



Durante el camino se escuchaba el sonido del agua del río Cega, afluente del Duero por su margen izquierda, que bajaba caudaloso y cantarín, una delicia para los sentidos, aunque no todo el rato podíamos contemplarlo. 














Nos sorprendió encontrar algunos pinos arrancados de cuajo por los fuertes vientos de días pasados tras las intensas lluvias, daba lástima verlos tan robustos, altos, sanos y tumbados con la raíz y el cepellón arrancados de cuajo en algunas laderas, incluso sobre la carretera. 

Había muchos árboles con las ramas quebradas.










Operarios con sierras eléctricas hacían labores de limpieza  del monte, talando y cortando troncos caídos.




Así, poco a poco, disfrutando del paseo nos fuimos adentrando en el pinar de pino silvestre mejor conservado del Guadarrama. 
La zona recreativa con las piscinas naturales de aguas frías, pues entra por la más pequeña desde el río con las praderas que las rodean, barbacoas, bancos y mesas de madrera, y la zona de aparcamiento, que en ese momento estaba vacío. 

Tras pasar la caseta de control de entrada al Parque, a la izquierda sale el camino a la Cascada "El Chorro", en la vertiente norte del Guadarrama a 1300 metros de altitud. Nos restaban 2,5 km.de camino por la pista forestal que no se encontraba en su mejor momento.

Había bastante nieve y el terreno estaba convertido en un barrizal  con piedras, muy resbaladizo,  por el que era difícil de transitar. Además había algunos pinos caídos que cortaban el paso y teníamos que rodear o saltar, así que había que caminar con cuidado y mucha precaución, viendo donde se ponía el pie. Lo bueno es que en el ascenso había bancos a los lados del camino y aunque hacía bastante frío, no dudamos en detenernos para descansar en distintos puntos.
Los poco más de dos kilómetros se nos hicieron muy largos hasta que por fin pudimos contemplar "El Chorro" a lo lejos, entre los pinos. El esfuerzo había valido la pena.
La cascada nace a más de 2000 metros de altura, en el Pico del Nevero, del que surge un manantial que se convierte en arroyo y casi 700 metros más abajo se precipita en cascada.














A la derecha del "El Chorro" hay una escaleras de piedra y un mirador que permite observarlo desde arriba, donde las vistas deben ser espectaculares, aunque dado lo mojado que estaba todo subir habría sido una temeridad y aún teníamos mucho día por delante para arriesgarnos a sufrir un percance. Disfrutamos de la cascada, del impresionante sonido del agua, de sus salpicaduras desde el puente de madera y de la satisfacción se saber que habíamos culminado nuestra meta.
Se nos había pasado la mañana y empezábamos a tener hambre, nos planteamos comer allí, aunque como el camino nos había resultado complicado preferimos bajar antes de que empeorara el tiempo, pues comenzaba a lloviznar, y buscar un lugar para comer en la zona recreativa, donde sin duda estaríamos mucho más cómodas y tranquilas.


Curiosamente, el descenso que a muchas las producía cierta preocupación resultó más rápido de lo esperado, no se si porque ya conocíamos el camino, porque sabíamos los mejores lugares para esquivar los troncos caídos o simplemente ya no nos impresionaba.
No vimos ningún corzo, ni buitres negros o rapaces culebreras y calzadas,  fauna de la zona, y es que íbamos tan pendientes de mirar donde colocábamos cada pie que no miramos mucho al cielo.



Al llegar abajo buscamos el lugar más adecuado para almorzar. A la derecha del río, bajo los pinos en la zona de merenderos todo era umbría, así que seguimos camino hasta la parte de pradera, donde se encuentran las piscinas naturales, pues aunque no había mesas era más luminoso y solana. Las piscinas no tenían agua y como el verde estaba demasiado húmedo, subimos por el puente de madera y cada una se acomodó como mejor pudo: en las rocas, escalones o suelo de madera. Allí dimos buena cuenta de los bocadillos, emparedados, fiambres y tortillas, compartiendo después dulces, frutos secos, fruta y licores. 

Una breve sobremesa hasta que comenzó a lloviznar de nuevo, recogimos y nos marchamos. Era pequeña la distancia hasta el pueblo y la hicimos comentando la jornada, chistes y risas. 
Aún teníamos un rato para descansar antes de ir al balneario, que teníamos hora para las 17,45.  Cambiamos las botas de montaña, chubasqueros y chaquetas por bañadores, gorros de piscina y chanclas. El contraste ente la tempera fuera y el calor húmedo del spa era impactante, y eso que se había quedado buena tarde.

Las instalaciones no eran muy grandes: había una piscina con chorros (solo tres), yacuzzi, sauna seca y húmeda, ducha fría y ducha caliente. Nos lo dejaron para nosotras solas, así que estuvimos encantadas disfrutando de las virtudes de las aguas, bien calientes, viendo por los enormes ventanales las montañas cubiertas de nieve. Un contraste tan fuerte como el del agua caliente y burbujeantes del yacuzzi y la frescura de los chorros de la piscina. Lo pasé genial bañandome, nadando, en las saunas y las duchas. Mis compañeras se fueron marchando poco a poco. Yo estaba tan divertida que cuando me senté a descansar en la tumbona y tomar un zumo para rehidratarme bien me había quedado sola. 

En la terrada del bungaló habían dejado un cubo de hielo con una botella de cava y dos copas. No la probé, aunque hubo otras que dieron buena cuenta de sus botellas y estaban de lo más animadas. Una vez arregladas y antes de cenar, nos fuimos reuniendo en el bungaló de al lado del mio, en el que estaban instaladas "las trillizas", las más jóvenes y marchosas del grupo, y estuvimos bailando un rato  en su improvisada discoteca, que no hay que desperdiciar ninguna ocasión de pasarlo bien.  

También llevamos la cena  incluida en el paquete de reserva y aunque yo no tenía demasiado apetito la mayoría tomamos los dos platos y el postre, además de lo que compartimos entre unas y otras.

 Con el estómago demasiado lleno nos instalamos en uno de los salones del hotel, totalmente aislado del resto. Quitamos la alfombra, Ángeles trajo música y estuvimos bailando mientras llegaban las demás. Una vez que estuvimos todas y habíamos traído los dulces y las copas  empezaron "las actuaciones" que traíamos más o menos preparadas. Pasamos una noche estupenda de risas y especial mención para "el número" que nos ofrecieron María Jesús, Mar y Piedad, (coreografía, vestuario) y que además tuvieron que repetir para poder grabarlo bien en vídeo, aunque eso queda para nosotras.












Al día siguiente tras el desayuno, recoger la habitación y dejar las maletas en consigna nos dimos un paseo por el pueblo, cuando ya otras mas madrugadoras volvían de allí. 
Compramos dulces de la zona, subimos hacia el pinar.

Volvimos a Navafría para tomar el aperitivo y reunirnos con las compañeras antes de regresar al hotel donde nos esperaba un bus, bastante más pequeño que el anterior, para regresar a Madrid. 






Pudimos por fin ver de cerca el pruno florido, maravillosa imagen primaveral.


Paramos en ruta para comer, en el mismo restaurante que habíamos tomado café el día anterior, y desde allí directo a Madrid.

Un corto fin de semana entre compañeras, estupendo; disfrutando de la naturaleza el aire fresco y el agua, en armonía y con buena compañía. Todo gracias a que contamos con una organizadora excelente, Josefina que está pendiente de cada detalle para que todas lo pasemos bien y nos sintamos mejor por dentro y por fuera. De regreso contenta, feliz y llena de energía.  Gracias.







Graziela



EL HOMBRE DEL TREN

Me avisaron de la residencia, la tía Matilde se había roto la cadera y tenían que ponerle una prótesis. Cuando me llamaron, lamenté una vez más que la hermana de mi madre tan cabezota como ella, se negara rotundamente a abandonar Cartagena y trasladarse aquí, donde podría visitarla con más frecuencia y ocuparme mejor de sus cosas. 
Era su única familia así que tenía que salir inmediatamente. Mi cuñada se encargaría de la tienda en mi ausencia.
Hacía años que no viajaba en tren y la idea de poder pasar casi cinco horas leyendo, escuchando música o pensando en mis cosas me pareció mejor que conducir sola y con este tiempo tan lluvioso. Mi marido me acompañó a la estación.
Llegué pronto, me senté y saqué mi libro mientras salíamos. Afortunadamente el vagón no iba lleno y cuando arrancó pensé que podría estirar las piernas e incluso colocarlas en el asiento de enfrente, momento en que entró un hombre y se acomodó en el mismo. Saludó cortesmente y también sacó un libro. Yo le miré y sonreí, él pareció desconcertado.
­- Disculpe, es que me ha hecho gracia ver que los dos estemos leyendo lo mismo, "Gente imperfecta". 
­- Si, es curioso. Tiene una portada interesante. A mi me lo han regalado, y me da la impresión que no es un best seller.
-­ Para nada, yo me lo compré el día que lo presentaron en Madrid. Conozco a  una de sus autoras. A mi me está resultando muy entretenido.
­ - Sí, se lee fácil.
Los dos volvimos a meternos de lleno en la lectura y de vez en cuando, cuando terminaba un cuento miraba por la ventanilla; quedaban atrás casas y edificios, carretera, árboles, más casas, o el campo. 
       Al acabar un relato me reí y mi compañero de asiento también lo hizo. Debíamos estar en el mismo punto, casi por el final. Empezamos entonces a comentar el tema del libro: los siete pecados capitales y la forma de verlos a través de los protagonistas de las historias que acabábamos de leer.
Esa conversación derivó en otra y al cabo de un tiempo que no podría determinar, me sentía tan a gusto charlando con aquel hombre que acepté su invitación a pasar por la cafetería a tomar algo. 
Las horas pasaron sin sentir, casi habíamos llegado y el viaje me resultó hasta divertido con Daniel, ese era su nombre, una persona agradable. Al llegar a la estación nos despedimos.
  Mi tía fue operada y se recuperaba bien de la intervención cuando empezó a tener fiebre alta y mucha tos. Respiraba con dificultad. Yo estaba muy preocupada pues no respondía a los antibióticos que le administraban, así que su médico pidió que mandaran un colega de neumología  para que la examinara. 
       No me separaba de ella en todo el día. Cuando se abrió la puerta y entró el neumólogo quedé petrificada. No sabía que Daniel era médico; él pareció tan sorprendido como yo.
Entonces lo supe, todos podemos llegar a ser gente imperfecta, y caer en la tentación si surge la oportunidad, como algunos protagonistas del libro que ambos habíamos leído.