Graziela

Mientras intento escribir un cuento de navidad, viendo que se me pasan las fechas, arranco la última página del calendario que en unas horas quedará obsoleto, dejando atrás los meses vividos, cuelgo el nuevo almanaque, y estreno una preciosa agenda de hadas que me han regalado, pues cada vez tengo menos memoria y necesito apuntar las citas para no olvidarme de nada. No preciso hacer balance, ha sido un año bueno, me siento bien y con mucha frecuencia he sido feliz, por lo que estoy agradecida y dispuesta a seguir disfrutando de la vida, de los que me rodean y me acompañan en este camino y de los que van llegando, aunque eche de menos a los que ya no caminan a mi lado. Como parece que lo del cuento no acaba de cuajar, aprovecho para felicitaros el nuevo año, en el que espero que todos encontréis lo que añoráis y sea mejor que el que termina. CON MIS MEJORES DESEOS PARA EL 2012, Y BESITOS DORADOS PARA TODOS.




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Graziela

OS DESEO QUE EN ESTAS FIESTAS DISFRUTÉIS DE LAS PEQUEÑAS COSAS, DE LA ALEGRÍA, DE LA AMISTAD, DEL CARIÑO DE LA FAMILIA.
ESPERO QUE UNA PRECIOSA LUZ OS INVADA CADA DÍA DEL NUEVO AÑO Y SOBRE TODO QUE SEÁIS FELICES.
QUE LAS MUSAS NOS INSPIREN.

GRAZIELA



Graziela



UNA COMIDA ESPECIAL

Llamé a Marían para citarla en el restaurante “Horizontal”, en San Lorenzo del Escorial. Resultó ser tan romántico y encantador, como me había indicado mi amigo. Aunque hacía frío lucia el sol y
el lugar era una maravilla; un chalet de grandes dimensiones decorado simulando un refugio de montaña, situado en pleno monte. Cuando ella apareció por la puerta yo estaba sentado esperándola tomando un buen vino. Estaba preciosa, envuelta en su visón hasta el cuello. Nuestra mesa, frente al ventanal, nos permitía disfrutas del paisaje; se veía el bosque y alguna que otra ardilla saltando entre los pinos. Como había imaginado a ella le encantó el sitio.
Mientras examinábamos la carta decidimos pedir como entrantes croquetitas de cigala, que nos ofreció el chef de forma entusiasta y ensalada templada con nueces y queso. Los dos estábamos hambrientos y mientras traían la comida yo habría devorado a Marián allí mismo.
--Estas croquetas están exquisitas -dijo ella cogiendo otra- , tan crujientes por fuera y luego es como si se produjera una explosión de sabor en la boca ¡qué bechamel tan suave! Cuando las masticas parece que la masa ligera y caliente te acariciara el paladar y el sabor de las cigalas…
– No sigas, que entre lo que dices y la boca que pones para decirlo, no se si voy a poder
controlarme, y me gustaría llegar a los postres.
Marían rió divertida mientras se metía un poco de queso de la ensalada en la boca y cerraba los ojos para saborearlo mejor, moviendo ligeramente la cabeza hacia los lados, entre tanto me
acariciaba la mano por encima del mantel, me encantaba ese roce ligero y una sensación agradable que me recorrió entero.
Estábamos dando buena cuenta de la botella de Rioja gran reserva, y esperando impacientes a que nos trajeran el magret de pato a la plancha con salsa roja de frutos del bosque y verduritas que había pedido Marián y mi venado cuya descripción ocupaba tres líneas de la extensa carta. A mi me habría dado igual tomarme unos huevos con patatas, pues sentía cierta urgencia por estar a solas con ella, en la habitación que había reservado en el Hotel Felipe II, y el tiempo se me antojaba eterno entre plato y plato, sin poder quitar mi mirada de su escote. Marían adivinó mi impaciencia, me dedicó una encantadora sonrisa. Los segundos platos tenían un aspecto de lo más apetitoso. La carne de venado era tierna y jugosa. Marián partió un trozo del magret de pato y me lo acercó con su tenedor; cogió con los dedos una patatita de mi plato y se lo introdujo en la boca con delicadeza, chupándose los dedos con deleite.
Yo acabe mi plato y pensaba dar por terminada la comida con un café, para poder marcharnos de una vez, pues no me veía capaz de aguantar más tiempo sin abrazarla, pero ella se empeño en elegir un postre. Le gustaba ver el deseo en mis ojos. Algo ligero, dijo y pidió sorbete de frambuesa y limón. Me miraba con los ojos brillantes y sonreía mientras sorbía con su pajita el manjar helado.
Comencé a acariciar con mi pie su empeine, a escalar por su pierna con suavidad; Marián no dejaba de mirarme desafiante, con sonrisa juguetona, sabía que me encantaban esos juegos. Me sobresalté cuando note el calor de su pie en mi entrepierna, había colocado el talón en el borde de mi silla y me acariciaba con movimientos precisos, sin dejar de observarme risueña para ver la reacción de su gesto en mi rostro, me hizo atragantarme con el primer sorbo del café italiano que me acaban de traer. Abría mucho los ojos, fingiendo sentirse sorprendida y hasta escandalizada por el efecto del masaje en mi bragueta.
– Con el vino que he bebido yo no puedo conducir. Deberíamos dar un paseo por el pueblo para ver si nos despejamos un poco.
– ¡Estás loca!, con este frío. Mejor iremos pasearemos hasta el hotel Felipe II, tengo reservada
habitación.
– Da gusto contigo, cariño, estás en todo.
Al legar a la habitación del hotel y ver las rosas rojas que cuidadosamente había dejado extendidas sobre la cama, Marián se enroscó en mi cuello, ocultando su rostro en mi pecho. Yo le agradecí el gran esfuerzo que había tenido que hacer para acudir a la cita. Sabía lo difícil que le resultaba distraer unas horas de su interminable jornada, sin embargo para mí todo había sido mucho más fácil, al fin y al cabo sólo había tenido que decir un par de medias verdades sin consecuencias. Ella también me sorprendió al quitarse el vestido y quedar enfundada en un conjunto de encaje color frambuesa de lo más sugerente.
Después de amarnos con ansia, con fuerza y con ternura hasta quedar extenuados, nos dormimos. Despertamos sobresaltados, se había hecho tarde. Precipitadamente nos vestimos. Acompañé a Marián a su coche y nos despedimos con un apasionado beso, durante unos segundo seguimos abrazos y ella me susurró al oído, conduce despacio, yo tengo que recoger a los niños y nos vemos en casa.

Publicado en la revista Papirando nº 19 "Historias de amor"
Graziela
TODO ROJO

Desde el amplio ventanal, a través de las rejas, veo como las ratas se descuelgan de los árboles; corren por el jardín, se esconden entre las plantas y por los rincones. Parece que a ellos no les hacen nada, ni siquiera las ven. Son muy astutas y se mantienen alerta; deambulan veloces, acechando. Quieren que yo salga para lanzarse sobre mi como alimañas que son, morderme las piernas y devorar mis orejas, sacarme los ojos... Me dan miedo y no puedo dejar de mirarlas recorrer los senderos y detenerse en la hierba, expectantes.

Hace una semana que decidí dejar de tomar la medicación. Me atonta demasiado. Procuro mostrarme dócil y sumisa para que crean que me tiene dominada. No discuto con nadie y participo en las actividades que me sugieren. Soy mucho más lista que ellos. Espero el momento oportuno para escaparme, lo tengo todo planeado. Si no fuera por esas malditas ratas ya no estaría aquí.

Seguro que cuando Raúl se entere de que me tienen encerrada en este horrible lugar, con todos estos tarados, vendrá a buscarme.

Al niño no le echo mucho de menos. No soportaba sus llantos; sólo conseguía que se estuviera quieto cuando le ataba y le dejaba a oscuras en el cuarto. Le quiero, es mi hijo, pero estoy mucho más tranquila sin él, seguro que la bruja de mi madre le cuida bien y hasta le hace comida caliente y le mantiene limpio. No puedo quitarme de la cabeza que ese mocoso llorón es el único culpable de que Raúl me abandonara sin dar señales de vida. Creo que no le dejan verme. La arpía de mi madre nunca le pudo soportar. Decía que no era bueno ¡Qué sabrá ella!. Yo le quería, me cuidaba, a su manera. ¡Si no fuera por lo celoso que era...! El muy cabrón no me dejaba hacer nada, pero casi nunca llegábamos a las manos. Sólo una vez que se empeñó en retenerme en casa y le rompí el macetero en la cabeza. Salí despavorida de allí, gritando, cuando vi toda aquella sangre por el suelo, por las paredes. Las sirenas, la policía. No quiero acordarme de eso, me pone muy nerviosa. Se me nubla la vista, lo veo todo rojo. No, no, no, otra vez no.

- Mercedes calma. Deja de moverte así que puedes hacerte daño en la cabeza con el cristal. ¡Quieres un tranquilizante?

- No, no. Déjame, estoy bien. Estoy perfectamente. Que no venga el gordo. No voy a hacer nada.


- Muy bien. Respira. Eso es. ¿Salimos a dar un paseo? Hoy hace una preciosa tarde otoñal, con todos esas hojas que el viento arrastra por el jardín ¿Es eso lo que mirabas? ¿por qué te asustan las hojas? No te preocupes Mercedes, mañana vendrá el jardinero y las recogerá todas. Tranquila. No pasa nada, te acompañaré a tu habitación y será mejor que te tomes la medicina ahora, así podrás descansar.


Cuento publicado en PAPIRANDO 18 – Locura + Alienación
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Graziela
Antes de que comenzaran los fríos y aprovechando para disfrutar del otoño he ido de excursión con las chicas de gimnasia, lideradas por Josefina, como no podía ser de otro modo.
José Luis, un compañero de nuestra clase se había ofrecido como guía y nos dirigió durante todo el trayecto.

Al llegar al Puerto de Cotos en el autocar aún era temprano y hacia frío, que intentamos paliar con un buen chocolate con picatostes para ir abriendo camino.


Desde Cotos, a 1848 metros del altitud comenzamos la marcha.

La mañana era espléndida y el terreno escapado y pedregoso, pero triscando seguimos la Senda del Batallón Alpino, hasta Peñacitoles, situado a 2.181 metros.

Como lo habíamos cogido con ganas empezamos a un ritmo fuerte y resultó un tanto cansado, aunque la deliciosa vista que nos ofrecía palió la dureza de la subida.


Me sorprendió el cielo, limpio, sin una sola nube y que allí tenía un azul tan intenso que parecía pintado.

Deteniéndonos de vez en cuando para disfrutar de la maravillosa mañana, hacer fotos y dejar que el aire nos acariciara el rostro continuamos por el Camino de las Trincheras hasta el Pico de Dos Hermanas, desde donde pudimos contemplar una preciosa panorámica, llenándonos los ojos de verde y los pulmones de aire fresco y puro a 2.285 metros de altura, que nos llenó de energía.

Tomamos un descanso que aprovechamos para beber; el sol estaba alto y con la subida y el esfuerzo se notaba calor, también compartimos galletitas, frutas, chocolate o frutos secos en un ambiente jovial y divertido, en armonía con la naturaleza que nos rodeaba.

Arriba corría un vientecito traicionero que nos hizo a todos volver a ponernos los jerséis e incluso algunos tuvieron que sacar los guantes.

Bajamos por la senda sur y pista forestal, desviándonos para llegar hasta el Refugio Zabala, donde nos detuvimos a recobrar fuerzas, comiendo nuestros bocadillos sin dejar de admirar el paisaje. Así entre risas y dulces terminamos de comer y nos acercamos a ver la Laguna de Peñalara, en la que ya no permiten bañarse, aunque ese día de octubre tampoco invitara a probar sus aguas.
















De regreso por la senda sur y pista forestal pasamos por el Mirador de la Gitana y acabamos la excursión sentados en el bar, comentando la experiencia ante un café o un refresco, dispuestos a regresar cansados pero llenos de energía y con la mente tan limpia como el cielo bajo el que pasamos el día, un maravilloso día de montaña.
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"COCO"

Es difícil para alguien que nunca ha compartido una etapa de su vida con un animal de compañía entender lo mucho que se les puede llegar a querer, y lo dolorosa que puede resultar su pérdida.

Coquito era preciosa y no sólo me refiero a su aspecto físico, sino a su forma de ser, a ese carácter suyo que hacía de ella una gata excepcional (esto deben de pensar todos los dueños de mascotas de sus animales, pero en mi caso además es verdad). Durante muchos años nos ha acompañado y como pese a ser un felino era muy cariñosa, a veces incluso demasiado empalagosa, conseguía las caricias y comprensión no sólo de los amantes de los gatos, como yo, sino también de personas que nunca tuvieron contacto con ellos a los que conseguía cautivar con sus atenciones, caricias y sus maullidos.

Le encantaba estar muy cerca de mí cuando estaba con el ordenador, como ahora. Si no le hacía caso me incordiaba, se paseaba por delante de la pantalla e incluso pisaba algunas teclas. Se iba aproximando poco a poco. Se tumbaba sobre la impresora, para ver salir las hojas y a veces si estaba apagada, incluso la conectaba ella; apoyaba la cabeza en el teclado en cuanto me despistaba, o se tumbaba en mi regazo con medio cuerpo colgando sobre mi brazo, con lo que escribir se convertía en una labor bastante incómoda, pero yo se lo perdonaba todo por lo mucho que la quería.

Ahora que hace muy poco tiempo que no está en casa sigo notando su presencia y de vez en cuando miro hacía mi izquierda, pues tengo la sensación de que su verde mirada me observa desde el cojín del sillón, como tantas veces.

Estoy tan acostumbrada a sentir su peso sobre mis piernas, que cuando me siento en el sofá o en la cama noto su falta. Tengo que pensar que ya no está cuando abro la puerta de la calle y no acude a recibirme, y debo controlarme para no llamarla como hacia al pensar que andaba remoloneando en alguno de sus rincones preferidos.

Se que voy a necesitar tiempo para acostumbrarme a no escuchar sus pasos silenciosos por la madera, sus maullidos pidiendo comida o preguntado que me pasa. Han sido años en los que Coco y yo nos hemos conocido perfectamente, se ha adaptado a nuestras rutinas, a mis costumbres y a los horarios, sin faltar jamás a mis noches de insomnio, madrugando para acompañarme mientras me arreglaba en el baño, con ojos soñolientos tumbada en el suelo, utilizaba la báscula a modo de almohada. Pidiendo mantequilla mientras me veía untarme las tostadas o acudiendo rauda en cuanto yo sacaba la carne o el pescado de la nevera y empezaba a preparar la comida.

Ya no escucharé ese sonido característico con el que nos indicaba que había entrado un bicho y había alguna polilla o mosca revoloteando por la casa.

Echaré de menos esos besos frescos que eran un ligero roce de su preciosa nariz en la mía.

Es muy triste perder a una gata como esta, que me ha dado tanto amor, que me ha enseñado muchas cosas y me ha ayudado a ser mejor, que deja un grato recuerdo en mi memoria, y en la de los que la conocieron y pudieron disfrutar con ella, pero más penoso resulta verla sufrir infructuosamente. Cuando al fin decides que ha llegado el momento de acabar con su padecimiento te invade una especie de paz, es como una liberación, aunque no puedes imaginar lo grande que es el vacío que se siente después.

Mi mente la requiere aunque mi boca permanezca sellada y ahogue las llamadas: “Milinca linda” “Cocolinga malinga” “Coco, Cocona, Coquito” “Mi Coqui” y aún espero oír su respuesta y que acuda rauda o rezongando y se tumbe a mi lado cariñosa o displicente. Hoy me he dado cuenta que si ella no está conmigo cuando estoy sola, es que me he quedado realmente sola, aunque su vivo recuerdo permanezca vivo y a mi lado. Y no he llorado por ella, he llorado porque ella ya no está conmigo.

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Graziela


MUJERES EN UN BAR

Una mujer está en un bar y escucha una conversación en la mesa de al lado.

- De verdad que estoy impresionada. No sabes que desagradable

- ¿Pero que ha pasado?

- Esta mañana muy temprano me han despertado los ruidos de las sirenas. Se oían muy cerca y eso que la calle Tomillo es muy tranquila. Luego me he vuelto a dormir pero había mucho jeleo en la escalera. Gente que subía y bajaba, voces, puertas que se abren y se cierran y de pronto suena el timbre.

- ¿Y qué hora era?

- Debían ser las ocho y pico, aún no había sonado el despertador de Guille. Bueno, el caso es que yo me he puesto una bata y he salido a abrir. Casi me quedo muerta al ver al policía con otro señor muy serio y circunspecto. Menos mal que sabía que el chico estaba durmiendo como una marmota en su cuarto, sino ¡Imagínate que susto!

- Sí, menos mal. ¿Y que querían a esas horas?

- Muy nerviosa, les hago pasar y me empiezan a preguntar por D. Enrique, el vecino del sexto C. Chica, he respirado...

- No me extraña ¿Y quién es?

- Un anciano más raro que la calentura. Un borde que no se hablaba con nadie.

- ¿Y vive solo?

- Más solo que una almeja, y así se lo dije a los agentes. Querían saber quién le cuidaba, si tenía familia, cuando le había visto por última vez... Hija, un interrogatorio en toda regla. Pero ya me conoces, les dije que o me informaran de lo que había pasado... y me lo contaron todo.

- Sigue, sigue que cada vez estoy más intrigada. Voy a pedir otro café ¿Tú que quieres? que con este follón todavía no has pedido nada.

Intrigada y preocupada se empezó a mostrarse también la mujer de la mesa de al lado que escuchaba conversar a las dos amigas, sin perder detalle, ni intentar disimular su interés.

- Pues un café con leche y una tostada con aceite. No he tenido tiempo de desayunar y me va a dar un vahído en cualquier momento. Bueno, yo sigo, que sino pierdo el hilo.

- Si si, continua.

- Al parecer algunos vecinos habían notado un olor raro en la escalera y como ya sabes que la gente es muy dada a llamar a la policía, habían recibido un aviso y estuvieron investigando. En el sexto C no respondía nadie y parece que el tufo cada vez era más fuerte, así que han tenido que tirar la puerta abajo y allí encontraron al viejo, tumbado en la cama más tieso que un paraguas. Tuvo que venir un juez a levantar el cadáver y estaban intentando localizar a la familia. Por eso interrogaban a todos lo vecinos.

- ¡Que horror! Se ven esas cosas en la tele pero parece que si es un vecino tuyo impresiona más ¿No?

- Y tanto. Yo les dije que creía que tenía por lo menos un hijo casado y una hija soltera. La verdad es que no había quien le aguantara y desde que murió su mujer, que era una bendita, vivía solo. A la hija la ponía de puta para arriba, que lo escuchábamos todos los vecinos, y se la veía como muy buena chica, hasta que de pronto dejé verla; con el hijo ya no se hablaba en vida de la madre....

- Es una lástima terminar así, aunque hay gente que se gana lo que tiene a pulso.

La mujer que escuchaba desde la otra mesa, sin poder ocultar ya su nerviosismo, sacó la cartera para pagar la cuenta cuando la música de su móvil la hizo buscar dentro del bolso azoradamente hasta dar con el aparato. Hola Enrique ¿que pasa? Si yo también se lo de tu padre. No, no me ha llamado tu hermana, me acabo de enterar mientras desayunaba. Vale, me paso por la oficina para avisar y voy para allá.


Se quedó pensativa mirando el aparato, sin percatarse de que las señoras de la mesa de al lado la había estado escuchado. Cuando pasaron por delante, una de ella se paró y le dijo “Le acompaño en el sentimiento, si necesita algo yo vivo en el quinto C” de Tomillo 22.
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OTOÑO

Hoy el jardín me anuncia que ya llegó el otoño.

Las sombras se hacen grandes y pierde brillo el sol.

Las hojas, en mil ocres, se lanzan a volar,

como aves melancólicas reposan en la tierra

formando un gran mosaico que cruje a cada paso.

Cada tesela danza con un soplo de viento

que me trae el recuerdo de días de calor.

Y se aleja el verano dorando los membrillos

y apagando el carmín de geranios en flor.

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Graziela
En esta ocasión no voy a contaros un cuento, ni a mostraros imágenes de mis vacaciones o un paseo por la ciudad, quiero compartir con vosotros un libro que he leído y me ha parecido muy interesante y en cierto modo impactante, recomendando su atenta lectura.
Empezaré recordando estas palabras (que aparecen en "La biología de la creencia") de un hombre ejemplar, en el que ojala nos miráramos un poco todos, aunque fuera de vez en cuando, para tratar de imitar su forma de ver la vida y de luchar por ella.

Mahatma Gandhi dijo:

Tus creencias se convierten en tus pensamientos.

Tus pensamientos se conviertes en tus palabras,

tus palabras se convierten en tus actos,

tus actos se concierte en tus hábitos,

tus hábitos se convierten en tus valores,

tus valores se convierten en tu destino.


LA BIOLOGÍA DE LA CREENCIA.

La liberación del poder de la conciencia, la materia y los milagros.

Dr. Bruce H. Lipton.

Ed. La esfera de los libros.


En este libro se muestra una innovadora visión de la biología. Su autor es un prestigioso biólogo celular que con un lenguaje asequible, ilustraciones, ejemplos y humor explica que los genes y el ADN no controlan nuestra biología, sino que son las señales procedentes de los medios externos a la célula los que controlan el ADN, destacando que los pensamientos, positivo y negativos son los que envían poderosos mensajes que tienen su efecto en nuestro cuerpo.
Lo más importante es que si cambiamos nuestra forma de pensar, también ayudaremos a cambiar nuestro cuerpo y mejorar nuestra salud.
Graziela
FRENTE AL MAR

Las olas lamían la arena dócilmente con el dulce rumor del agua, mientras, la brisa suave me acariciaba. Llevaba horas en la playa, sentada, con los ojos fijos en el mar. Me sentía incapaz de moverme mientras mi mente se iba relajando en el azul de aquel atardecer único.

Había sido una estupidez dejarme llevar por aquel irrefrenable impulso. Huir, no me conducía a nada, solo podría sembrar temor entre los que aún se preocupaban por mí. Mis problemas no me perseguían, por muy lejos que consiguiera llegar, ellos seguirían estando allí, me acompañaban, iban conmigo.

Por fin, después de mucho tiempo era capaz de pensar con claridad, con una nitidez como nunca lo había hecho. Era sorprendente, casi increíble que yo sola en medio de una playa desierta pudiera al fin darme cuenta del conflicto que mantenía conmigo misma.

No debía seguir así, tal vez esto era lo que necesitaba para comprender que había llegado el momento de sentar la cabeza de una vez. Estaba segura que al principio para mi padre enterarse de mi nueva situación sería un duro golpe, pero también sabía que una vez repuesto del primer impacto, me apoyaría, como siempre hacía.

Nunca se lo había dicho y le había hecho sufrir muchísimo, pero le quería. Creo que por esta vez aceptaría de buen grado su ofrecimiento. Estaba decidida a recuperarme, a someterme al tratamiento de desintoxicación que una y otra vez no se cansaba de proponerme.

Hay clínicas especializadas, médicos, enfermeras y psicólogos dispuesto ayudarte a conseguir que superes esto, es una lacra que va a terminar contigo, tu no puedes hacerlo sola, me repetía machaconamente en cuanto tenía ocasión.

Ahora se que podré afrontar cualquier cosa, quiero cambiar, no sólo por mí, sino por ti, no deseo que sufras daño alguno, bastante tenemos con no saber quien es tu padre, y además, no quiero que pases por lo que yo pase. Te prometo que nunca sabrás lo que es tener una madre alcohólica.

Caminando muy despacio noto como mis pies se hunden en la arena húmeda. El mar parece escucharme, el sol casi se ha ocultado existiendo aún una extraña claridad que lo envuelve todo.

Está subiendo la marea, me vuelvo a contemplar mis huellas, en el mismo instante una ola silenciosa extiende su mano borrando mis pasos. Creo que ha llegado el momento de regresar, tengo que volver a empezar.


Graziela

EL FINAL

- Es terrible, desolador... pero esto se veía venir. La destrucción continuada de nuestro medio ambiente, el invento del cambio climático para justificar tanta barbarie anti-ecológica, los conflictos armados que se extendían cada vez a más territorios y la crisis, la dichosa crisis de los últimos años. Esto creo que fue el gran desencadenante de todo, el sunami que desbordó el océano.

- Estoy totalmente de acuerdo con usted.

-Cuando todo está tan mal parece necesario que se produzca un cambio radical, una ruptura que termine con lo establecido y en estos casos las guerras son lo único que hace avanzar el mundo. Vivíamos en una gran mentira, el pueblo no se enteraba de nada, los que estábamos en los gobiernos nos encargábamos de maquillar, enmascarar y ocultar al precio que fuera la verdad. Esa verdad en la que sólo primaban los intereses económicos y el poder, daba igual el precio de vidas humanas que pudiera implicar. Las personas no tenían valor, la población era una masa demasiado grande, amorfa y burda. Nosotros no podíamos considerarnos responsables de ella. Teníamos una misión, un deber que cumplir y las pérdidas humanas estaban asumidas de antemano.

No pudimos calcular que los otros precipitaran el final y que casi toda la humanidad sucumbiera bajo aquel invento que en las manos inadecuadas podía suponer un exterminio casi total de los hombre.

La gran amenaza salió de oriente y salpicó todo el planeta. Suerte que nosotros ya sabíamos que existía vida en otros planetas y que llegado el momento los extraterrestes impedirían que desapareciera la raza humana. Llevábamos años manteniendo contactos con ellos. Una civilización mucho más avanzada que la nuestra que nos advirtió de que la hecatombe planeaba ya sobre nuestras cabezas. No eran esos hombrecillos verdes de figura estilizada y sin pelo que aparecían en las películas. Adquirían una imagen similar a la nuestra y se encontraban entre nosotros. Lo sabíamos hacía tiempo, pero no se podía hacer público. La gente asustada no se puede controlar y siempre han existido muchos visionarios dispuestos a jurar y perjurar que habían participado en encuentros extraterrestres, que un general del mundo interestelar nos visitaría en una fecha concreta para aleccionarnos y ayudarnos, creando grandes expectativas. No podíamos tolerar que conocieran el verdadero alcance de las incursiones.

Empezaron los atentados contra Estados Unidos, luego se fueron extendiendo por Europa, América Central y del Sur. Asía y África cruzaban ofensivas hasta que todo se les fue de las manos y nos vimos inmersos en un apocalipsis. Solo los más próximos al poder, los ricos y dirigentes de los gobiernos pudimos salvarnos, los únicos que teníamos medios para conseguir evadir un ataque nuclear masivo. Aunque ahora tengamos que permanecer aquí encerrados, viviendo bajo tierra como alimañas hasta que la amenaza desaparezca o vengan a rescatarnos de otro mundo.

­- Señor X, acompañeme, es hora de acostarse.

­ -¿Dónde me lleva? ¿Quién es usted?

­ -Soy Jon, su enfermero. Ahora le daré una pastilla y podrá dormir tranquilo todo la noche, como todos los días. Mañana es jueves, día de visita y vendrá su hija a verle. ¿No querrá estar cansado para recibirla?

­ -No quiero que me drogue, tengo que estar alerta por si vienen a buscarme.

­ -Tranquilícese o tendré que ponerle las correas. Nadie vendrá a rescatarle esta noche y mañana podrá volver a imaginar el fin del mundo.


(Publicado en la Revista Literaria Papirando)

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Como dicen que una imagen vale más que mil palabras, en esta ocasión os ofrezco unas fotrografías de mis vacaciones en Mallorca y de Coco en la sierra.


















Graziela


ATRAPADA

Sabía que se trataba de un juego peligroso, demasiado peligroso, pero sin pensárselo decidió entrar en él. Lo había visto por internet y se sintió atraída de inmediato por aquellos encuentros, totalmente anónimos. Siguió las instrucciones recibidas. Apuntó la dirección del motel de carretera y el número de habitación. Debía vestirse de negro, llegar a una hora concreta, no encender la luz en ningún momento y practicar sexo con un desconocido, al que ni siquiera vería la cara.

Antes de salir de casa “se empolvó bien la nariz”. Aquello suponía un reto, más que una cita. Le excitaba pensar en un encuentro tan poco usual. Corría riesgo, pues estaba prohibido comentarlo con nadie y cualquier cosa podía pasar, pero no le importó.

Llegó al motel, subió a la habitación número 15. Sabía que la puerta no tenía echada la llave. Le sudaban las manos y notaba los latidos del corazón retumbando en sus oídos y una gran subida de adrenalina. Dentro estaba oscuro. No debía encender ninguna luz, recordó.

- Ven, estoy aquí -dijo una voz masculina casi en un susurro.

Por un momento ella sintió miedo, pero se aproximó a la cama decidida.

El encuentro no le resultó desagradable, sin embargo, cuando media hora después salió de aquel cuarto y condujo entre el tráfico hasta su casa, se sentía extraña, como si no fuera la misma. No dejaba de pensar en que acababa de acostarse con un desconocido, que podría ser su jefe, el que limpiaba los cristales de su edificio, un amigo de su padre o el cura del pueblo de la abuela. Siempre le quedaría la duda, jamás sabría si el hombre que tenía delante en determinado momento ya había estado con ella antes.

Al llegar a casa le dio el bajón. Se duchó con agua muy caliente y siguió sintiéndose sucia. Había sido una experiencia excitante al principio, pero ahora se encontraba tan mal que de haberlo sabido nunca habría entrado en el juego.

No pudo cenar, tenía cerrado el estómago. Se notaba agotada, pensó que no conseguiría dormir, pero estaba rendida. El sueño tardó poco en aparecer. Las pesadillas que le acompañaron toda la noche, también.

Volvía a entrar en aquel cuarto oscuro, recordaba perfectamente el olor a gel que llenaba la habitación, el aliento silbante y cálido del hombre que ocupaba la cama, sus manos firmes recorriendo ansiosas su cuerpo. Deseaba verle la cara pero no podía, una densa negrura lo ocupaba todo. Ella lloraba y él se reía, grandes risotadas rompían el tenso silencio. Cogía su ropa y huía corriendo.

Las dudas la consumían, tenía que averiguar con quién había estado, no podía soportar esa zozobra, notaba una bola de acero en el estomago y un sabor amargo que no desaparecía de su boca.

Se levantó y salió de casa, era de madrugada y la ciudad parecía desierta. Recorrió el camino hasta llegar al motel, conduciendo como una suicida. El motel se había convertido en un edificio fantasmal, que se perdía entre la bruma invernal. Mostraba un aspecto lúgubre, con los cristales de las ventanas rotos, las paredes desconchadas y descoloridas; el rótulo se había descolgado y parecía que hacía años que se encontraba en aquel estado. Anonadada se bajó del coche y se acercó al edificio semiderruido. El viento, como un murmullo de risa imperecedera, se colaba por las grietas de los muros. Creyó percibir un ligero aroma a gel en el ambiente.

A la mañana siguiente se sintió desconcertada, incapaz de saber si lo que recordaba había ocurrido en realidad o solo había sido un sueño. Se levantó, salió de la casa, condujo como una suicida…


* RELATO PUBLICADO EN LA REVISTA LITERARIA PAPIRANDO Nº 17. http://www.4shared.com/document/g2lbn9Xi/-_Papirando_17_-_Subrealismo_S.html


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UNA COPA

Descorchó la botella y se sirvió la primera copa de frustración, luego llegó la del abatimiento, con la que además se sintió incomprendido. Le siguieron las de la rabia, el fracaso y la culpa, tras la que supo que no valía la pena maltratarse más, pero aún así siguió bebiendo, y notando como la ansiedad y la sensación de asco se iban apaciguando con cada sorbo, pensaba más despacio y todo era confuso. Apuró el final de la botella de vino y se bebió de un trago la escasa autoestima que le quedaba, con una gran dosis de auto-compasión, al fin y a la postre dormiría todo la noche de un tirón, y aunque mañana se sintiera como un trapo, y se prometiera no volver a probarlo, en la soledad de la noche descorcharía una nueva botella y volvería a empezar la letanía con una primera copa.

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Graziela
Resulta curioso que cuando visitamos cualquier ciudad queramos conocerlo todo, ver los edificios más notables, su arquitectura, las zonas más concurridas, los museos, los lugares típico... y sin embargo, pasamos la vida en una localidad, que es la nuestra, y muchos ni siquiera reparamos en el precioso mirador de la casa de la esquina, por la que estamos hartos de pasar por delante. Por eso, de vez en cuando me gusta salir a pasear y ponerme los ojos de turista bajo los cristales de mis gafas y observarlo todo desde otra perspectiva. Disfruto mucho al descubrir que cualquier calle esconde detalles sorprendentes que me hacen seguir enamorada de Madrid, pese a sus ruidos y su tráfico, con el calor asfixiante que nos proporciona el asfalto, que no me hace olvidar que también puedo escuchar el trino de los pájaros, ver las golondrinas por la mañana haciendo trazos en este cielo de un azul especial.


Por eso, ahora que la gente está de vacaciones y abandona la gran urbe en busca del aire fresco de la montaña, de su casita del pueblo o de la brisa que les llena los ojos de
mar, es un momento ideal para disfrutar de Madrid.

Durante años
visité con frecuencia, por motivos laborales, el precioso edificio de Correos, sin dejar de admirarlo, ahora reconstruido y convertido en Palacio de Cibeles luce precioso y os recomiendo la maravillosa vista de toda la ciudad que desde su octavo piso se ofrece, de la que sólo se podrá disfrutar hasta finales de julio.

No dejéis pasar esta oportunidad, os aseguro que vale la pena, y además conocer el edificio por dentro, descansar en sus salas de cómodos sofás y subir a la azotea es totalmente gratis.

Graziela

MAÑANA DE LLUVIA

Era una mañana plomiza en la ciudad, el agua caía dócil, sin malicia, barnizando todo con un brillo especial, avivando los colores. En la entrada de aquel local cerrado había una mujer cuya edad no supe calcular, estaba sentada sobre un montón de cajas de cartón, tapada con una manta y en sus manos cubiertas con unos sucios mitones, que antaño debieron ser guantes, sujetaba, con mucho cuidado, casi con mimo, un libro. Sonreía, parecía feliz con la lectura, ajena al mundo que la rodeaba. Comprendí entonces más que nunca que los libros te permiten vivir muchas historias, y sobre todo, como en este caso, te ayudan a vivir otra realidad. Sentí curiosidad por saber el título de aquel ejemplar que parecía tan interesante, pero preferí no acercarme, y guardarme aquella imagen. Muchas veces la recuerdo y pienso que detrás de cada persona se esconde un mundo.

Graziela


EL UNICORNIO


En una de las ocasiones en que volví a la casa y se me ocurrió abrir el buzón, encontré un aviso de correos, a nombre de los dos, para recoger un paquete. No ponía remitente, sólo decía que procedía de Australia, esto despertó mí curiosidad, pero, decidí posponer su recogida; aquél día no disponía de tiempo.

Un par de semanas más tarde había quedado con unos posibles compradores y antes de ir al piso pasé por la oficina de correos. Me entregaron un pequeño envoltorio. Nada más llegar al coche lo abrí, quitando el papel burbuja que rodeaba la cajita; dentro de ella, entre mullido relleno había una delicada figura tallada en fino cristal. Lo saqué con cuidado y al roce del sol lanzó un destello de arco-iris que me hizo entornar los ojos. Era un unicornio, un precioso unicornio esbelto y transparente con su afilado cuerno. Nada más verlo me gusto. Mientras lo posaba sobre la palma de mi mano recordé que es un símbolo de pureza, que representa fuerza, libertad, imaginación, sueños e ilusiones y que había leído algunas leyendas que hablan de ellos; incluso, me vino a memoria el cuadro de Daly, “el unicornio feliz”. Intuí que llegaba en el momento más adecuado y podía considerarlo como una señal; quería decirme algo. En unos segundos todos estos pensamientos pasaron por mi cabeza, en ese instante supe que éste sería el único regalo que conservaría, además no podía devolverlo, sin remite, no sabía quien lo había enviado. Fue entonces cuando repare en que en el interior de la tapa de la caja había algo escrito “Con cariño, mis deseos de felicidad y suerte. Nora”.

Lo volví a introducirlo en la caja y a cubrir ésta con el papel burbuja que lo había protegido durante el largo viaje que tuvo que recorrer hasta llegar a mí. No conocía a la tal Nora, ni recordaba haber enviando ninguna invitación de boda a Australia, sin embargo me dio igual, sabía que aquella figurita me traería suerte. Con cuidado acomodé la cajita en la guantera del coche.

Aquella misma mañana vendí la casa y un mes más tarde después de firmar la escritura, ingresé un cheque por la mitad del precio, descontando los gastos, en la cuenta que Manuel me había facilitado cuando rompimos, según lo acordado.

Sabía que él se había marchado del país, que había decidido coger aquel trabajo en Holanda y cambiar de vida de forma radical. Todo había terminado, la casa era lo único que teníamos en común y el hecho de venderla me produjo un descanso y un consuelo que nunca hubiera podido imaginar.

Por primera vez desde aquel día primaveral en que vi como mi futuro se hacía añicos, me sentí tranquila. Respiré aliviada al sentarme en el coche. Abrí la guantera y saque mi unicornio para guardarlo en mi bolso, no sin antes mirarlo de nuevo. Está vez su fino cuerno reflejó un rayo de sol, como en las leyendas, y yo no pude por menos que agradecerle a Nora, aquella desconocida de exquisito gusto, que desde la otra parte del mundo lo había enviado como presente.

Acababa de cerrar una etapa de mi vida y estaba dispuesta y animada para empezar la siguiente.




Graziela


FELIZ CUMPLEAÑOS


Arturo llegó temprano a su despacho. Antes de comenzar con su trabajo habitual, conectó el ordenador y se dispuso a mirar su correo personal, mientras tomaba la primera taza de café, como todos los días.
El primer mensaje que apareció en la bandeja de entrada era de Elvira y como asunto “feliz cumpleaños“
Aún faltaba casi una semana para su cumpleaños. Esto no era propio de Elvira, siempre apuraba hasta el último momento con la esperanza de que pudieran celebrar la fecha juntos. Intrigado abrió el mensaje y leyó atentamente el texto.
“Como imagino que tus compromisos y obligaciones te impedirán celebrar conmigo ese día, podrías pasarte por casa esta noche o mañana para que te dé tú regalo. Y te aseguro que este año me he esforzado mucho por sorprenderte. Espero tu llamada”
Arturo sonrió divertido, ella no tenía imaginación a la hora de preparar sorpresas, que siempre resultaban convencionales y previsibles y para una vez que intentó algo diferente él no pudo cogerse un par de días, como pretendía y se fastidió.
Pensó unos segundos y decidió quedar esa misma noche, puso la respuesta y la envió.
No encontrar a Elvira como recién salida de una revista de moda fue la primera sorpresa. Nunca la había visto con esa camisola tan deslucida y descalza, sin embargo, le pareció tan atractiva y sexi como hacía años. La estrechó contra él y la beso en el cuello, aspirando un dulce aroma.
- ¿Te has perfumado?
- Sí, una amiga llevaba esta colonia, le dije que me gustaba y me la ha regalado. La uso desde entonces y me encanta, además como ahora tú y yo nos vemos menos…
- ¡Vaya! Esto si que es una sorpresa y tu apariencia también.
- Lo siento, he salido tarde de la tienda y en cuanto he llegado me he metido en la cocina; no he tenido tiempo de arreglarme. Me cambio en un momento.
- No te preocupes cariño, estas guapísima así. De hecho, creo que deberíamos irnos directamente al dormitorio.
- ¡Ni hablar! no llevo tres horas preparando una cena tan elaborada para que ahora la dejemos enfriar, seria una pena...
La velada fue tranquila, todo estaba exquisito, y charlaron alegremente hasta los postres; finalmente apuraron el cava antes de que ella le entrega el gran paquete. Arturo rasgó el brillante envoltorio y sonrió.
- Una bolsa de viaje. Estupendo, me viene fenomenal, por el tamaño podré llevarla al gimnasio, pero... pesa mucho ¿hay más?
- ¡Oh sí! mucho más de lo que puedes imaginar, estoy segura. Al final de la bolsa hay una tarjeta, pero espera. Me tienes que prometer que no correrás esa cremallera hasta el día de tu cumpleaños.
- Vale, sabes que nunca he sido curioso, claro que ese día no podremos quedar y te perderás la cara que pondré al ver el contenido de la bolsa y la misteriosa tarjeta.
- No me importa, casi puedo imaginar tú expresión. Y ahora, coge otra botella de la nevera y te espero en el dormitorio.
Fue una noche inolvidable, un buen regalo de cumpleaños.
Durante esos días, Arturo se sorprendió en varias ocasiones pensando en el enigmático contenido de la dichosa bolsa que permanecía guardada en el armario del despacho. Le picaba la curiosidad más de lo que habría podido imaginar, pero era un hombre de palabra y había prometido no abrirla antes de tiempo.
El día señalado se saltó la rutina y lo primero que hizo al llegar al trabajo fue sacar la bolsa y abrirla. No había nada envuelto, impropio de Elvira tan detallista, pensó mientras iba sacándolo todo: su colonia preferida, un desodorante, maquinillas y gel de afeitar, cepillo de dientes y un peine en un neceser; camisas, dos corbatas, calcetines, unos cuantos boxer, un albornoz y zapatillas de felpa; seis Cd y otras tantas películas; unas gafas de sol, un llavero y una cartera en su caja y un cuaderno de sudokus, con un portaminas concluían el inesperado equipaje. Quedó boquiabierto por la impresión. No se sorprendió de que fueran cosas que utilizaba habitualmente, sino el hecho de reconocerlas como suyas.
Rasgó el sobre, sacó la tarjeta que era un precioso amanecer pintado con acuarela y leyó la felicitación.
“Se que esta vez he conseguido sorprenderte. Hace meses que me enteré que existe otra persona, además de tu mujer. He cambiado la cerradura de casa y aquí tienes todo lo que has acumulado durante estos años. Adiós y feliz cumpleaños”

Graziela


EN MAYO SERÁ EL PRÓXIMO VIERNES, DÍA 27.
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Graziela


EN MAL MOMENTO


Ha elegido usted gasolina super.

- Buenos días, el número seis y una barra de pan integral.

- Son cuarenta y ocho con veinte, ¿Señora, me deja su DNI?

- ¡No te muevas que te rajo! Dame la cartera y las llaves de tu coche. Y tú, no toques la alarma o me trinco a esta tía y luego voy a por ti. Coge el bolso a esta y mete dentro todo lo que hay en la caja.

¿No querrás que me crea que esto es todo lo que tienes? ¡Me estoy poniendo muy nervioso!

- Te lo juro, casi todo el mundo paga con tarjeta, yo acabo de empezar mi turno y mi compañero solo me deja el cambio.

- ¡Y una mierda1 ¿Tú te crees que soy tonto...? Pilla una bolsa y echa unas botellas de JB, alguna Cocacola, jamón y pan, date prisa, ¡ah! y patatas fritas. Vamos, acelera que no tengo todo el día, y no te hagas la listilla que me da igual llevarme a las dos por delante.

- Por favor, tranquilízate, me haces daño, me estás clavando la navaja.

- Cierra el pico, pija de mierda y si te hago daño te jodes, coge uno chicles y métemelos en tu bolso. Muy bien, ahora sin hacer tonterías os tumbáis las dos en el suelo, bocabajo, y esperáis diez minutos para levantaros.


-Ji, ji, ji, ji, ji.

-¡Pero señora! ¿Se ha vuelto usted loca? Nos acaban de atracar, casi la apuñalan y encima se ríe. A mi me tiembla todo.

-He dejado desatado a Bruno, y mi precioso dogo argentino no entenderá porqué un extraño entra en el coche llevando mi bolso, e intenta ponerlo en marcha... ¿Diez minutos ha dicho el chorizo ese? Bruno tendrá más que suficiente, tú no te muevas guapa, Ja, ja, ja.

Graziela



MADRES


Estoy deseando que venga la niña con el crío, ya se que llevarme al hospital para conocerle es un engorro, que llevo meses sin salir a la calle, y es que las piernas me pesan como sacos terreros, menos mal que se vendrá unos días aquí, para que su madre cuide de ellos, y entonces podré disfrutar del biznieto.

Pobre yaya, no me atrevo a decírselo, pero me da miedo que coja a Koldo; parece que mamá tampoco confía mucho de ella, pues de ser así se lo había dejado un rato nada más llegar. Estoy segura de que la yaya estaba ansiosa por tenerle en brazos. Hasta se ha emocionado cuando se lo hemos enseñado.

Yo no he dicho nada, y puedo ser vieja pero no tonta; se nota que ni mi hija ni mi nieta quieren que toque al pequeño; es rico, pero con ese nombre..., ya podía haberle puesto Manuel, como el bisabuelo que en gloria esté, o Jaime como su abuelo, pero Koldo... si parece un palabro. Ha sacado la nariz de su padre, y ese gesto de notario; habría sido mejor que se pareciera a mi Palomi siempre ha sido preciosa y de pequeña era como un ángel, este es una “menudencia”, y como habían dicho que era tan hermoso... aunque yo no quiero decir nada, ¡pues sí, lo que faltaba!

¡Qué pena me da ver a mi madre así! Está cada día más torpe, más agachada. Siempre fue una mujer fuerte y ahora parece una pavesa. Es triste ver el paso del tiempo en las personas mayores, menos mal que tengo al pequeño Koldo; que mal suena el dichoso nombre, con lo bonito que es Luis, pero con tal de ser originales, y la culpa la tiene Paloma, pues está claro que con el genio que se gasta mi niña... si su hijo se llama así es porque ella ha querido, mi pobre yerno lleva los pantalones, pero se limita a asentir cuando ella habla; es igualita que su padre. Que precioso es mi niño, me recuerda a ella, aunque espero que no salga tan llorón, de todos modos dejaremos la cuna en el salón cuando le dé de mamar y si llora, puedo echarle una mano con él para que no tenga que levantarse a cambiarle o ponerle el chupete, como hacía mi madre conmigo cuando Paloma era pequeña. Pobrecilla, se me parte el corazón al pensar que no va a poder manejar a este pequeñín, ¡con lo que le gustan los críos! ¡Está tan mayor! menos mal que ella también parece consciente de sus limitaciones. Mañana si se levanta bien lo mismo la digo que se siente en el sofá, me pongo a su lado disimuladamente y se lo dejamos un poquito.

Juraría que he oído llorar a Koldo, debo estar obsesionada porque me había quedado profundamente dormida, debe ser la tranquilidad de saber que mamá está pendiente. Parece que ya no se le oye, lo mismo se ha dormido el solito. Tengo que reconocer que aunque a Luis no le hacía mucha gracia, ha sido buena idea venirnos aquí, por lo menos hasta que me recupere y vea como me apaño con el niño, porque entre las visitas, los puntos y las tomas, estoy agotada. No, ya no se le oye. ¡Qué gusto dormir otro rato!, esto se me va a acabar cuando estemos en casa.

¿Pero qué te pasa, chiquitito? Hace nada que has comido y te han cambiado... ¡Eres un tunante! Y estás aprendiendo muy rápido. No me mires con esos ojos de mochuelito, que sí, que te voy a coger un poquito hasta que se te pase; nos sentamos en la mecedora, verás como te duermes rápido. No llores y ten paciencia que una ya no es tan ágil, las piernas me pesan como sacos terreros ¡Chisss, que vas a despertar a toda la familia! ¿Sabes? Ahora que te veo mejor no tienes la nariz tan grande, ni el gesto tan serio. Eres muy bonito aunque no me acuerdo de como te llamas. También se me había olvidado lo bien que huelen los bebés y lo poco que pesan. ¡Ay mochuelito! Que guapito eres y como estás de suave. “Ea, ea, el gato de Andréa, tiene cuatro patitas y ninguna la menea, ea, ea...”

Casi se me había olvidado esa nana, es la misma que me cantaba la yaya a mí para dormirme.


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