Graziela

Con un cielo totalmente nublado salimos de Madrid. Ésta vez no tuvimos que madrugar mucho, pues tardaríamos más o menos una hora de viaje en autocar para llegar a nuestro destino. Salimos de Madrid a las 9,03 con puntualidad casi inglesa. Eramos diez mujeres, bien avenidas y contentas, dispuestas a pasar un corto fin de semana juntas, disfrutando de la naturaleza y nuestra mutua compañía.
Por la M-30 cogimos la carretera de Colmenar. Por el camino, el campo ofrecía una imagen espléndida, lleno de jaras en flor, que salpicaban de blanco el paisaje, pintándolo de lunares. Cuando dejamos la carretera de Navacerrada y mientras nos aproximábamos a Cercedilla, vimos las nubes bajas que lamían la montaña con su humedad.
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Lo primero fue registrarnos en la Casona de Navalmedio, donde teníamos reservadas las habitaciones para esa noche. Un lugar cómodo y acogedor, con magnificas vistas y cómodas habitaciones, de las que tomamos posesión inmediatamente, para dejar las maletas y ponernos en ruta, no sin antes visitas unas y otras las de las compañeras.
Nuestro objetivo era hacer senderismo por el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Iniciamos el recorrido por el Camino del Calvario, como nos indicó Eva la persona que nos atendió en "la Casona", que calificó la ruta como sencilla, aunque había que cruzar el rió Navalmedio en diversas ocasiones.
Salimos un poco más arriba del Embalse de Navalmedio, que tenía bastante agua y poco a poco fuimos dejando atrás, a nuestra izquierda.

El sendero de tierra estaba bordeado de pinos, aunque también vimos algunos frutales de vez en cuando, aún floridos; espinos blancos, escaramujos, zarzas y otras especies.
También, casi desde el principio, pasamos cerca de algunas vacas que parecían tranquilas, afortunadamente, pues tenían unos cuernos que impresionaban.
Había muchas flores alegrando el monte, demostrando que estamos en primavera: margaritas amarillas, amapolas, violetas que aunque son más de frío, se ve que allí por las noches sigue haciendo y en los lugares más umbríos donde los altos pinos no dejan pasar el sol nos sorprendían de vez en cuando.

Al principio solo escuchábamos el agua, sin poder ver el río, pues íbamos en paralelo a él pero mucho más arriba. Cuando por fin nos cruzamos con él  pudimos comprobar que llevaba bastante agua. Se ve que las últimas lluvias y el deshielo en las cumbres habían acrecentado el causal. Con un fluir fuerte, entre piedras y rocas, llenaba el aire con su sonido, relajante, por encima de los trinos de los pájaros.

No intuimos que sería un día de humedad  y frescura cuando al querer tocar sus aguas, mojaron a una compañera en el pie, de forma que se vio obligada  a cambiarse el calcetín por uno seco.
Seguimos camino, dejando que los sonidos del bosque, sus aromas  y los múltiples tonos de verde y marrones llenaran nuestros sentidos.

Nos cruzamos con muchos ciclistas y con algún caminante y su perro. Así íbamos ascendiendo, pues las cuestas y pendientes se sucedían.

Llegó el momento de cruzar el Navalmedio, que nos impedía seguir el camino y fue la primera vez que nos acordamos de Eva, la amable recepcionista, pues no encontrábamos ningún lugar cómodo para hacerlo, ni lo suficientemente sencillo como para pasar a la otra orilla sin riesgo de resbalar.

Al fin localizamos un lugar donde las rocas, aunque mojadas y resbaladizas nos permitirían pasar al otro lado, pero no estaban muy cerca unas de otras  y habría que saltar ligeramente para alcanzar a la siguiente. Asustaba un poco y solo dos cruzamos por ese paso. Tuvimos suerte y no sufrimos ningún percance.
Las demás no se atrevieron a dar el salto y prefirieron atravesar el río justo donde esté irrumpe en  el camino, aunque no calcularon bien la profundidad y firmeza de las piedras y en algunos momentos se mojaron las botas.
Con este incidente tuvimos que improvisar calcetines, pues ya nadie llevaba repuesto.

La verdad es que fue una faena, pero resultó divertido y nos reímos tanto que casi se nos olvido el percance y el incordió de no caminar ya tan cómodamente.

Seguimos ascendiendo y las cuestas cada vez eran más pronunciadas. El camino del Calvario hacía honor a su nombre y al llegar a un repecho, ya bastante fatigadas preguntamos a un ciclista que nos dijo que la ruta hasta el Puerto de Navacerrada no era tan corta y sencilla como nos habían dicho.






Llegamos hasta el pino de la cadena, y nos detuvimos a leer su curiosa historia.



Al parecer un hombre muy aficionado a la montaña se encontraba leyendo un libro bajo ese ejemplar de pino cuando falleció su padre y al saber la noticia, como homenaje a su progenitor decidió comprar ese árbol, que estaba seleccionado para ser cortado y puso una cadena a su alrededor con la fecha de nacimiento y fallecimiento de su padre. Gracias a eso el pino aún sigue en pie y ya es altísimo. La cadena tiene eslabones de sobra que los que se ocupan del bosque van soltando a medida que el tronco crece, para evitar que le dañe.

Caminamos otro tramo, pero viendo que la pendiente cada vez era mayor decidimos parar y empezar a buscar un lugar para sentarnos a comer. Tas un ligero descanso, que amenizamos con frutos secos y risas, recordando lo recorrido hasta el momento, acomodadas como pudimos en rocas cubiertas de musgo.
     Volvimos sobre nuestros pasos y en un claro, cerca del río, nos instalamos. El sol se asomaba a ratos,  un tanto tímido, para templar el ambiente que era fresco, por el ligero viento que corría.


Una vez instaladas, sacamos los bocadillos y demás comida, de la que dimos buena cuenta. Después llegaron los dulces y chocolates, y terminamos brindado con un chupito de riquísimo ron al caramelo.











Ya descansadas, bien alimentadas y alegres buscamos un lugar diferente para cruzar el río. Una compañera encontró un buen paso. Ella saltó la primera y cuando quiso ayudar a la siguiente, pasándole su palo para que se agarrara, no  lo cogió a tiempo, se interpuso en su camino y ambas terminaron en el agua, y chorreando.  Mientras las demás no podíamos ni mirarlas por el ataque de risa que nos dio, (ya se sabe que cuando alguien se cae, inevitablemente, a los demás nos hace  mucha gracia, aunque no sea nada gracioso para el que accidentado). En este caso las que sufrieron el incidente eran las que más se reían.
Cruzados dos más sin problema, aunque las que quedaban no se atrevieron y volvieron al camino para hacerlo por el mismo lugar por el que pasaron en la subida. En esta ocasión ninguna estuvo dispuesta a caminar con los calcetines y las botas mojados, así que se lo quitaron para atravesar la heladas aguas, y aunque por momentos les parecía insufrible, tras secarse y calzarse de nuevo se sintieron estupendamente.

En el camino de regreso algunas  vacas nos cortaron el paso, aunque después de mirarnos descaradas y curiosas, decidieron ir alejándose poco a poco. Debía ser la hora de visita para el ganado y cruzaban por el sendero de un lado a otro del mismo, para ver a sus vecinas.

El último tramo de la ruta, más pendientes del paisaje y de las flores, nos despistamos y tomamos otra senda,  más estrecha y próxima al río, se ve que le habíamos cogido cariño y no queríamos dejar de escuchar el rumor del agua. Vimos rocas enormes y flores curiosas como una especie de orquídea.
El regreso se hizo más corto y antes de que nos diéramos cuenta estábamos al lado del embalse.

Entre la caminata, las cuestas y los cruces del río llegamos cansada, así que se imponía quitarse la botas y descansar un rato.
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Por la tarde algunas se quedaron charlando, ensayando para la fiesta de la noche, y otras optamos por ir dando un paseo a Cercedilla, recorrer el pueblo y sentarnos en una terraza a tomar un refresco. Había quedado una tarde preciosa y el sol invitaba a ello.

La cena fue muy agradable y todo estaba rico. Éramos la única mesa ocupada del comedor, rodeado de cristaleras con magníficas vistas, de las que disfrutamos, pues aún estaba anocheciendo.

Seguimos la sobremesa en uno de los salones de "nuestra casa", pues Eva había tenido el detalle de ubicarnos a todas en la misma casa y no alojar a nadie más en la misma, para que pudiéramos disponer de todo el espacio solas,  poner música y charla o reír hasta la hora que quisiéramos, sin temor a molestar a otros huéspedes. Elegimos el de arriba, abuhardillado, con las vigas de madera y chimenea, más reservado y acogedor.
Después sacamos los dulces y bebidas, y empezó la fiesta, aunque las fotos y vídeos de la misma quedarán solo para las que participamos en la misma. Mencionar únicamene que fue una noche muy amena y variada, en la que todas tratamos de hacer algo gracioso y divertido para entretener a las demás. Lo pasamos muy bien y al final de la noche nos dolía la cara de tanto reír. 

Al día siguiente después de una rico desayuno, servido con amabilidad y sonrisas, paseamos hasta el Cercedilla y dimos una vuelta por el pueblo, que como está ubicado en la falda de la montaña está lleno de cuestas; recorrimos las calles principales, la oficina de turismo y el museo de Paquito Fernández Ochóa, que era de la localidad y tiene una estatua en su calle principal. 
Foto en la estatua del senderista de Cercedilla

Estatua de Paquito Fernandez Ochoa
Entrada a su museo.
Plaza de Francisco Gines de los Ríos, nombre asociado a la Institución Libre de Enseñanza y que gran amante de este pueblo, muy aficionado a la montaña. Ayudó a dar a conocer y promover las visitas a este Parque de la Sierra de Guadarrama y sus distintas rutas.
 Tomamos el aperitivo en una terraza muy concurrida "El chivo loco", y comimos en el restaurante que le recomendó una amiga a Teresa, cuya terraza se encuentra en la plaza de Francisco Gines de los Ríos. La verdad es que fue una elección muy acertada, "El Asador de Ángel", un lugar agradable, con un servicio excelente y una cocina deliciosa. Todas salimos encantadas con los aperitivos que nos ofrecieron y con los platos que degustamos, sin olvidar los originales postres. Os recomendamos que si vais por allí, no dejéis de visitarlo.


Algunas volvimos caminando a la casa rural, aunque después de comer  y con las cuestas que tuvimos que subir a pleno sol, supuso algo más que un paseo, pero el viento lo hizo más agradable, la vista era estupenda y el poder respirar un aire tan puro siempre es agradable y nos ayudó a bajar la riquísima comida. Fue una bonita despedida para un fin de semana tranquilo y en contacto con la naturaleza.
 Como siempre, una excursión inolvidable. Mi agradecimiento a la profe, Josefina, por organizarla, a las compañeras; Marisol, con la que compartí habitación, Teresa,  María, Trini, Ana, Piedad, María Jesús y Mar) por compartir momentos irrepetibles y a todas las personas que nos atendieron en la Casona de Navalmedio,  un lugar muy recomendable, pues fueron muy amables y gentiles con nosotras.  GRACIAS.