Graziela


 Durante toda la semana anunciaban lluvia para el viernes, aunque esto no nos amedrentó; animadas y bien preparadas para la excursión nos dimos cita temprano. Salimos de Madrid bajo un cielo plomizo y amenazante.  Al acceder a la carretera de la Coruña nos encontramos con el inevitable atasco, pero se disolvió como por ensalmo. 
En el trayecto, uno de los guías que nos acompañaban, nos fue contando cosas sobre la ruta que íbamos a realizar y así, contemplando el paisaje, con risas y charlas llegamos al pueblo de Navacerrada, para hacer una parada y tomar café.
Al salir del bar un fuerte aguacero nos acompañó hasta al autocar y durante el resto del viaje hasta llegar al lugar donde comenzaría nuestra ruta no dejó de llover. Las nubes nos impidieron ver los picos de la sierra, aunque si pudimos ver neveros desde la carretera, entre curva y curva de las siete revueltas.
El Parque de la Sierra del Guadarrama, del que forma parte nuestro recorrido, fue declarado Parque Nacional en el año 2013. Tiene una gran riqueza ecológica, así como un patrimonio cultural, educativo y científico, generado en los territorios que integran este parque.

Cuenta con una cultura propia por adaptación al entorno, gracias a pastores, hacheros, carboneros, neveros, gente de la sierra y gabarros. Como no sabía que eran los gabarros y soy muy curiosa, lo he buscado y aunque me ha costado encontrar una definición que encaja, al final lo he conseguido y creo que este es un buen lugar y momento para rendir homenaje a las personas que han ejercido tan duro oficio, así que al final de esta entrada pondré la información para que podáis leerla el que quiera saber más (*), de momento os dejo con la duda.

Nuestro comino transcurría en paralelo a la orilla izquierda del río Eresma, afluente del Duero, que nace en el valle de la Sierra de Guadarrama, de la confluencia de varios arroyos que bajan de Peñalara, Siete Picos y otros.

Por la vertiente norte o segoviana de la Sierra de Guadarrama, los montes de Valsaín, que pertenecen al termino municipal del Real Sitio de San Ildefonso, marchamos por el Camino de las Pesquerías; con cuidado, pues, sobre todo al principio, había tramos de sinuoso trazado entre pinos, desniveles y muchas raíces desnudas, que con la humedad nos obligaba a caminar poniendo atención y cuidado para evitar resbalones. 

Fue el rey Carlos III quien mandó construir estas pesquerías, dada su afición a la pesca de la trucha, para disfrutar de este entorno y practicar uno de sus deportes favoritos. Con grandes losas de piedra se creó un paseo en la orilla izquierda del río que no solo permitía caminar paralelo al río y pescar, sino que además, así se canalizaba una orilla, consiguiendo que el agua pudiera mantener buen caudal; también remansan las aguas en algunas zonas del cauce, levantando plataformas y calzadas. Todo esto debió suponer un gran trabajo para los encargados de ejecutar tan ambiciosa obra, ya que antes no tenían medios que les ayudara, ni les facilitaran la labor. 
Incluso se crearon zonas, como la que hay remontando el curso del arroyo del Telégrafo, donde están los Baños de Venus, que recuerda a los jardines ingleses de la época, todo un lujo.  
En esta foto se puede ver perfectamente el camino de piedra, recubierto de musgo.
El pino silvestre, con características propias que aquí se conoce como pino de Valsaín, tiene el tronco muy recto, y piñas muy pequeñas, pues lo que quiere es crecer y crecer y en su afán por llegar bien alto, esta dispuesto a sacrificar sus ramas más bajas, permitiendo que se vayan quebrando por el escaso flujo de savia, disponiendo así de más fuerza para su crecimiento. Resulta curioso ver su tronco, pues pierde la corteza, cubriéndose de una especie de escama de color asalmonado que le confiere un aspecto diferente a otros pinos, como podéis ver en la foto. 

Además de tener troncos rectos  y poco nudosos, son árboles de crecimiento rápido, lo que les hace más atractivos para la industria maderera, teniendo mucha importancia en esta región. Se realizar talas controladas, como pudimos comprobar al ver a unos operarios realizando trabajos, para su aprovechamiento, que hacen que estos bosques se renueven constantemente y se mantengan en excelente estado de conservación. 
Al tener las copas muy altas, permite pasar la luz hasta el suelo, lo que fomenta el crecimiento de matorrales, como la retama, enebros y acebos, que parece que antes abundaban más en la zona. 
También hay explotación ganadera en esta zona y pudimos ver a las vacas paciendo bajo la lluvia ajenas  a nuestra presencia.
Ahora ya las truchas no abundan tanto en este río, como en épocas anteriores, aunque dicen que sigue habiendo no pudimos ver ninguna, claro que tampoco nos detuvimos el tiempo suficiente para observar las aguas. Nos explicó Manolo, uno de los guías que nos acompañó, que es un pez que gusta de aguas muy limpias, frescas y en movimiento constante, con un buen caudal. Este año ha sido bueno en lluvias y nieve y con el deshielo el río baja caudaloso, pero no siempre es así y además sus aguas no son tan puras como antaño.
Cristalinas si que estaban, y durante todo el recorrido disfrutamos del agradable sonido que produce al pasar y los pequeños saltos, y también de la belleza del paisaje que conforma; la transparencia de sus aguas nos permitió ver las piedras del fondo de sus orillas, donde no es muy profundo y unas curiosas algas de un verde intensísimo, que me llamaron mucho la atención. 
Pese a toda los vaticinios de mal tiempo, solo nos había llovido a ratos y de forma suave. 
Poco a poco llegamos a un área donde se centran los trabajos madereros, organizan los troncos para el transporte, etc. También hay servicios, zona de columpios e información a senderistas y visitantes, donde paramos para hacer un ligero reseso y reponer fuerzas, aunque no habíamos hecho mucho esfuerzo pues el camino era cómodo y casi fue un paseo, escuchando el cantar del río y algunos trinos. 

Pero antes de dispersarnos, una foto de grupo. 
Después de subir unas escaleras nos encontramos frente a unas grandes rocas, la Boca del Asno. No se si la humedad me había nublado la imaginación, pero por mucho que observé desde distintos ángulos no conseguí imaginar una quijada de burro en aquella formación rocosa, aunque hice la foto por si alguna está más espabilada que yo o desde casa conseguía vislumbrar algo que se le pareciera. A veces no se sabe si se está mirando en el punto concreto o la dirección adecuada.
Aunque si me fijé en las flores, ombligos de Venus y el precioso paisaje, que no exigía ningún esfuerzo imaginativo, solo abrir bien los ojos y recrearse.




 Seguimos con la marcha, a buen paso, pues el terreno era cómodo y se ensanchó el camino. 

 Y hasta atravesamos un puente por debajo, por uno de sus ojos laterales pequeños, que nos dio idea del caudal que llevaba el Eresma en otros tiempos, hoy totalmente seco.
Al otro lado, caminamos un rato más y aprovechamos que el cielo nos dio un respiro y hasta salió el sol,  para detenernos, sentarnos y comer, justo antes de pasar el último puente antes de llegar al pueblo de Valsaín.


 Apunté el nombre del puente, que tiene una parte de madera y más recuerda un acueducto, que al parecer ha sido reconstruido, pero entonces comenzó a llover fuerte, apretamos el paso y no sé en que punto se me cayó la libreta de  notas en la que iba apuntado todas las excursiones que hemos ido realizando a lo largo de los años organizadas por Josefina, nuestra profesora de gimnasia, así que no recuerdo el nombre.  
Como el tiempo había decidido no concedernos más treguas, en vez de llegar a la Granja de San Ildefonso caminando bajo la abundante lluvia, aunque solo nos restaba kilómetro y medio de recorrido, hicimos este tramo por carretera y en autocar, bien calentitas.  
vista del pueblo bajo la lluvia
En La Granja tuvimos un ratito para dar un paseo, así que nos hicimos la foto final antes de que se formaran distintos grupos. 
Algunas compañeras (Carmen, Sagrario, Raquel, Carmen, y un par de chicas de otro grupo) aprovechamos para tomar un café, que vino acompañado de unos ricos bollitos de crema y chocolate en el parador, que no todo iba a ser campo...
A la vuelta, lluvia y más lluvia al principio, alternando con sol después. Metidas de lleno en el atasco de regreso, que nos demoraría más de una hora la llegada, y se hizo más llevadero gracias a la música que nuestra profe llevó. Fuimos escuchando, cantando y algunas incluso practicaron las coreografías de clase desde su asiento. Y es que cualquier momento es bueno para pasarlo bien, sobre todo si se está bien acompañado, y en estas excursiones el compañerismo y buen humor siempre están garantizados. 
Gracias a todas por un día estupendo.


(*) "Aunque la palabra “gabarrero” se considera autóctona de la Sierra de Guadarrama, lo cierto es que el término  “gabarra”  se refiere a una embarcación pequeña y chata utilizada para la carga y descarga en los puertos.  Haciendo un ejercicio de imaginación, la gabarra se transforma en el centro de la Península en un equino o en un carro tirado por bueyes. Es así como le encontramos más sentido al origen de la palabra que define a este oficio.
Hoy en día esta profesión ya sólo figura como reivindicación en las fiestas de algunos pueblos de la Sierra de Guadarrama, especialmente en la vertiente segoviana, y con mayor renombre en la localidad de El Espinar.
También conocidos como jornaleros del monte, el gabarrero se encargaba de limpiar el bosque de ramas secas, árboles caídos, troncos muertos, etc. Se trataba de un trabajo muy duro que permitía el aprovechamiento de la madera para usarla como leña, a cambio de muy poco dinero.  Transportaban la madera con ayuda de burros, mulas, caballos o incluso carros tirados por bueyes.
En algunos sitios, los gabarreros sólo transportaban la leña que cortaban los hacheros; en otros, acudían a primeras horas de la mañana al monte en compañía de su equino y después de varias horas de difícil trayecto, abordando la peligrosa orografía de la montaña, iban cortando y recogiendo la madera muerta".