Graziela



MADRES


Estoy deseando que venga la niña con el crío, ya se que llevarme al hospital para conocerle es un engorro, que llevo meses sin salir a la calle, y es que las piernas me pesan como sacos terreros, menos mal que se vendrá unos días aquí, para que su madre cuide de ellos, y entonces podré disfrutar del biznieto.

Pobre yaya, no me atrevo a decírselo, pero me da miedo que coja a Koldo; parece que mamá tampoco confía mucho de ella, pues de ser así se lo había dejado un rato nada más llegar. Estoy segura de que la yaya estaba ansiosa por tenerle en brazos. Hasta se ha emocionado cuando se lo hemos enseñado.

Yo no he dicho nada, y puedo ser vieja pero no tonta; se nota que ni mi hija ni mi nieta quieren que toque al pequeño; es rico, pero con ese nombre..., ya podía haberle puesto Manuel, como el bisabuelo que en gloria esté, o Jaime como su abuelo, pero Koldo... si parece un palabro. Ha sacado la nariz de su padre, y ese gesto de notario; habría sido mejor que se pareciera a mi Palomi siempre ha sido preciosa y de pequeña era como un ángel, este es una “menudencia”, y como habían dicho que era tan hermoso... aunque yo no quiero decir nada, ¡pues sí, lo que faltaba!

¡Qué pena me da ver a mi madre así! Está cada día más torpe, más agachada. Siempre fue una mujer fuerte y ahora parece una pavesa. Es triste ver el paso del tiempo en las personas mayores, menos mal que tengo al pequeño Koldo; que mal suena el dichoso nombre, con lo bonito que es Luis, pero con tal de ser originales, y la culpa la tiene Paloma, pues está claro que con el genio que se gasta mi niña... si su hijo se llama así es porque ella ha querido, mi pobre yerno lleva los pantalones, pero se limita a asentir cuando ella habla; es igualita que su padre. Que precioso es mi niño, me recuerda a ella, aunque espero que no salga tan llorón, de todos modos dejaremos la cuna en el salón cuando le dé de mamar y si llora, puedo echarle una mano con él para que no tenga que levantarse a cambiarle o ponerle el chupete, como hacía mi madre conmigo cuando Paloma era pequeña. Pobrecilla, se me parte el corazón al pensar que no va a poder manejar a este pequeñín, ¡con lo que le gustan los críos! ¡Está tan mayor! menos mal que ella también parece consciente de sus limitaciones. Mañana si se levanta bien lo mismo la digo que se siente en el sofá, me pongo a su lado disimuladamente y se lo dejamos un poquito.

Juraría que he oído llorar a Koldo, debo estar obsesionada porque me había quedado profundamente dormida, debe ser la tranquilidad de saber que mamá está pendiente. Parece que ya no se le oye, lo mismo se ha dormido el solito. Tengo que reconocer que aunque a Luis no le hacía mucha gracia, ha sido buena idea venirnos aquí, por lo menos hasta que me recupere y vea como me apaño con el niño, porque entre las visitas, los puntos y las tomas, estoy agotada. No, ya no se le oye. ¡Qué gusto dormir otro rato!, esto se me va a acabar cuando estemos en casa.

¿Pero qué te pasa, chiquitito? Hace nada que has comido y te han cambiado... ¡Eres un tunante! Y estás aprendiendo muy rápido. No me mires con esos ojos de mochuelito, que sí, que te voy a coger un poquito hasta que se te pase; nos sentamos en la mecedora, verás como te duermes rápido. No llores y ten paciencia que una ya no es tan ágil, las piernas me pesan como sacos terreros ¡Chisss, que vas a despertar a toda la familia! ¿Sabes? Ahora que te veo mejor no tienes la nariz tan grande, ni el gesto tan serio. Eres muy bonito aunque no me acuerdo de como te llamas. También se me había olvidado lo bien que huelen los bebés y lo poco que pesan. ¡Ay mochuelito! Que guapito eres y como estás de suave. “Ea, ea, el gato de Andréa, tiene cuatro patitas y ninguna la menea, ea, ea...”

Casi se me había olvidado esa nana, es la misma que me cantaba la yaya a mí para dormirme.


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Graziela
EL ANILLO

No puedo sacarme el anillo del dedo. Lo miro y recuerdo su engaño, pero aunque éste pedazo de oro sea el testigo de su traición no quiero deshacerme de él. Por mi parte no hubo mentira en nuestro amor. Estoy tan acostumbrada a llevarlo en mi anular izquierdo, a jugar con él cuando estoy nerviosa, a darle vueltas en mi dedo... Desde el principio esto me hacía sentir segura y ahora al tocarlo puedo rememorar la felicidad del momento, ya lejano, en que me lo regaló. Tal vez, algún día decida quitarme esta sortija si alguien me regala otra...

Graziela
CASTILLO DE LA ADRADA Y VALLE DEL TIÉTAR (ÁVILA)

No hay mejor manera de c
elebrar la primavera que hacer una excursión al campo, eso pensó Josefina, la profe de gimnasia del C.C. Buenavista, y yo que nunca puedo apuntarme a estas salidas por tener que trabajar, en esta ocasión al ser viernes pude unirme al grupo y conocer el Castillo de La Adrada y el Valle del Tietar (Ávila).

Salimos temprano en dirección a Sotillo de la Adrada, donde paramos a desayunar unos deliciosos churros. Continuamos camino y visitamos el Castillo de la Adrada. Nos explicaron la historia del castillo, y caminamos por él, observando las maravillosas vistas que ofrecía desde cualquier punto.

El campo estaba precioso lleno de jaramagos, margaritas y retamas en algunas zonas.

Desde allí iniciamos la marcha por una ruta, que según uno de nuestros guías, es poco conocida. Es una zona de dehesas que tradicionalmente ha estado dedicada al ganado, aunque ahora ya no es explotada como antaño.

Atravesamos el Puente Mosqueda y el Puente Chico y fuimos bordeando el río, disfrutando del susurro de las aguas, los trinos de los pájaros y del maravilloso paisaje.

Nos apartamos de la senda en algunas ocasiones para observar una encina centenaria, curiosas especies de la flora propia de la zona o las parideras que se conservan en buen estado, en las que los pastores dejaban a las cabras a punto de parir o con los chivines recién nacidos, mientras acompañaban a su rebaño por las dehesas. Pasa por allí la cañada real eran muchos los pastores que transitaban la zona con su ganado.

Hacía un día casi veraniego y sufrimos el sol de plano durante casi todo el camino, protegiéndonos en cuanto podíamos bajo la sombra fresca de las encinas, los pinos piñoneros y negros y los fresnos, muy abundantes en la segunda parte de nuestra ruta.


Paramos a comer tras atravesar un prado lleno de vacas, que se mostraron de lo más amigables al ignorar nuestra presencia. Allí bajo las encinas y sobre las rocas disfrutamos del merecido descanso y de nuestros almuerzos, compartiendo risas, agua y unos sorbitos de orujo que había llevado una compañera.


Cansada, sudorosas y con mucho esfuerzo por pesarnos el sol y el calor de la tarde llegamos a Fresnedillas, que era donde terminaba nuestra marcha, que en principio nos haría recorrer nueve o diez kilómetros, pero que según mi podómetro ya habíamos pasado los once.
Fue en una terraza donde dimos por terminado "el paseo", mientras tomábamos un refrigerio, tan deseado como necesario.

Acabamos la excursión visitando una quesería especializada en quesos de cabra.

Pero como vale más una imagen que mil palabras...