Graziela

Ha comenzado la primavera y aunque no puedo contemplar los brotes de los árboles, ni veo los capullos pugnando por abrirse, soy capaz de olerla desde mi ventana.     
Este silencio de calles solitarias hace que los trinos de los pájaros parezca más intensos, más cercanos.
Siempre he mirado al cielo, aunque creo que nunca lo he contemplado tanto como ahora, que parece que el tiempo se ha detenido.
En estos días, en que todos tenemos la sensibilidad a flor de piel,  se aprecian mucho más las pequeñas cosas, los gestos que te acercan a la gente a la que ahora no puedes ver, ni abrazar.
Aun me parece que estoy inmersa en una pesadilla, un enorme paréntesis que nos mantiene a todos en nuestros hogares, como un mal sueño que se prolonga durante semanas mostrando una realidad impensable hace solo unos días. 
Incredulidad, miedo y desconcierto hasta llegar a la serenidad, y buscar esa otra cara de la moneda, la parte positiva, la que nos brinda una oportunidad.
Mi sentimiento es de gratitud, por poder permanecer en mi hogar, cuando sé que otros están en hospitales, luchando por mejorarse, por mantenerse con vida, a los que desde aquí brindo todo mi apoyo y mi cariño. 
Agradecimiento a los que están trabajando, ampliando horarios, no siempre en buenas condiciones ni con medios suficientes, sobrepasados, para atender a esos enfermos, para transportarlos, para que todo esté limpio y desinfectado. Gracias a los que investigan contra reloj en un intento de encontrar tratamientos y una vacuna; a los trabajan y colaboran de uno y otro modo para que podamos disponer de comida, que no se acumule la basura en las calles, que tengamos medicinas y consejo para pequeñas dolencias. Gratitud a los cuerpos de seguridad a los que ayudan a organizar, hacen posibles que cada vez se pueda atender a más gente, a mantener el orden; a los que siguen apagando fuegos, aunque ahora no produzcan humo. A los que trasladan a todos aquellos que ya no podrán contarlo.También a los que informan, a los que entretienen, a los que apoyan desde sus casas, ejerciendo su labor; a los profes que están haciendo un esfuerzo para que los niños sigan aprendiendo. A los voluntarios. Y a tantas y tantas personas que se están esforzando para hacer que la situación mejore, aunque sea simplemente bajando la basura de su vecina. 
Se que todos lo hacen lo mejor que pueden o lo mejor que saben. 
Para mí es momento de introspección, de mirar hacia dentro buscando paz y esperanza para sacar una nueva versión mejorada de mí. 
Centrémonos en mantenernos fuertes, sanos, comer bien, descansar, escuchar música y hacer todo aquello que eleva nuestra vibración que refuerza nuestro sistema inmune y nos hace más optimistas, aunque viendo las noticias resulte difícil.
Podemos dedicar más tiempo a los demás: charlar largamente, sin premura, enviar o recibir mensajes de esas personas con las que no te ves más que de ciento en viento, y no por eso quieres menos, o "quedar" para tomar café viéndote en una pantalla, y cada uno en su casa. 
Es muy curioso, tengo la sensación de que ahora estamos mucho más conectados, más unidos y remando en la misma dirección, reforzando lazos.
Atrás queda lo superfluo, lo que antes nos preocupaba y ahora ha pasado a no tener importancia.
Como un mantra me repito que esto también pasara. Volveremos a salir, a reunirnos, a disfrutar, a abrazarnos y entonces nos daremos cuenta de que pese a todo, la primavera nos regala todo su esplendor, aunque en el aire flote un halo de tristeza por los que ya no nos acompañan y los que tienen que vivir con la perdida.

Graziela

DÍAS NUEVE A DOCE.

Durante días me he ido retrasando en hacer el resumen de esta última etapa en Bali. No conseguía sacar un rato para dedicarme a ello y cuando por fin disponía de tiempo no encontraba el momento. Me he dado cuenta de que el motivo de la tardanza es que me costaba cerrar el paréntesis que ha supuesto este viaje en mi vida, mucho más que un viaje. 
Aunque las imágenes de los lugares que conocí, los olores, la gente, la energía, y todo el torrente de emociones y sentimiento vividos allí formen ya parte de mí, es como una despedida, así lo siento ahora, pero nunca me ha gustado dejar cosas pendientes y esto ya necesita un cierre. 

La costa Norte era nuestro destino final en Bali. Singaraja y nos alojamos en Gaia Oasis, lugar que me sorprendió muy gratamente desde que puse mis pies allí.

Estábamos emocionadas con el sitio, un verdadero paraíso, especialmente para mí: amante del mar, la calma y las flores. 

Una vez instaladas, deshicimos las maletas, recorrimos el inmenso jardín, visitamos las habitaciones de las compañeras y nos reunimos en el restaurante.


Allí disfruté de la comida más que en ningún otro lugar del viaje.

Había varias salidas y visitas opcionales, sin embargo, allí estábamos tan a gusto, que preferimos disfrutar de nuestra estancia, sin necesidad de movernos, de hecho solo pasee por los alrededores.
Podía pasar horas contemplando el mar, disfrutando de la calma y el rumor de aguas que con dulzura besaba la playa.



Antes de que empezara a clarear me despertaba y me acercaba a la playa, escuchaba los sonidos de las horas tempranas, el silencio del amanecer. Caminaba largamente y dejaba que la primera luz del sol me llenara de energía y de paz, procurando mantener esa vibración durante el resto del día.
Después, una buena ducha y un delicioso desayuno, antes de la meditación y unos ejercicios de medicina energética bajo las palmeras. No se me ocurre mejor manera de comenzar el día.


Me seguía sorprendiendo la presencia de los pollos y gallos paseando por el jardín.
La gente era encantadora y algunos de los turistas con los que coincidimos nos explicaron que llevaban años viniendo unos días.
Me encantaba mirar los pequeños estanques con plantas de loto y comprobar como florecían cada día los capullos.
No solo los pollitos me sorprendían, también este pequeño escorpión que encontré en nuestro porche.
Nos cedieron una sala estupenda para hacer nuestras meditaciones, relajaciones y terapias, que durante estos días fueron más frecuentes.
El primer día, cada una hicimos nuestra ofrenda para compartir con todas.

Tuvimos la suerte de disfrutar de la luna llena en este lugar de ensueño y también del día 11 del mes 11, que era una fecha muy especial a nivel energético, y pude comprobarlo al celebrar una meditación con este motivo.




Me apetecía la salida en barca para avistar delfines, pero nos recogían antes del amanecer y como además, en los últimos días no habían tenido suerte y los delfines no se dejaron ver, preferí quedarme en tierra.
Los amaneceres y los atardecer me tenían embrujada y no me quería perder ninguno.


Aquí, al no tener que hacer excursiones ni visitas,  no estábamos sujetas a ningún horario, excepto los de las comidas, así que coincidíamos en el comedor, las meditaciones y durante el resto del día cada una seguía su propio ritmo y no estábamos todo el tiempo en grupo. 
Aunque ninguna perdonaba la hora golosa del pastelito y tomábamos un té, avisándonos unas a otras del postre del día.

Nos bañábamos en el mar y en la piscina. El agua estaba deliciosa, aunque en una ocasión ya recibimos un aviso en la playa, en forma de pequeño latigazo y pese a que el agua era totalmente transparente no vimos nada. Nos reímos del sobresalto y al día siguiente, debió ser una medusa, que me dio como una especie de descarga eléctrica y me salieron unas ronchas con sarpullido en el brazo y costado, pero fue más el susto que el daño, pues me apliqué inmediatamente una pomada y se me pasó rápido la molestia.



















Esta era la casa de los masajes, muy cercana a la nuestra, pero que tenía la agenda llena y no pudimos coger cita.
Enfrente había una cama balinesa frente al mar y una terraza en la misma playa para descansar sintiendo la brisa.
Aunque no me quedé sin masaje, pues fuera del recinto de Gaia Oasis, habíamos visto al llegar que había una tienda pequeña en la que vendían aceites, ropa, collares y otras cosas típicas de allí, y ofrecían todo tipo de masajes. Fuimos a conocerlo y compré unos sarones, aceite de frangipani, que eran esas flores preciosas cuyo aroma me tenía cautivada. Al día siguiente pedí hora y pude probar y disfrutar de las maravillosas manos una de las mujeres que trabajaban allí, toda una delicia para el cuerpo, aunque no dejaba de sorprenderme que la masajista se subiera en la camilla para realizar mejor determinadas maniobras.
Después te ofrecían un coco, con su pajita para que tomaras su agua fresquita y así completar el tratamiento.

Volví el último día para comprar otro aceite, pero solo estaba el gato, así que me senté a esperar y escuche un rato la música, pero no llegó nadie, así que me marche sin poder comprarlo.


El día de la luna llena al atardecer llegaron unos chicos australianos a la urbanización que iban a realizar un ritual. Pudimos observarlos desde los sofás situados fuera del salón restaurantes. Fue muy curioso verles en la playa prepararse, hacer las ofrendas, cantar  y adentrarse después en el mar.


Y así, entre baños, relajación, deliciosas comidas, tras las que esperábamos la hora del pastel, todos los días a las 14,30,  y un estado de calma física y mental, fueron pasando los días en este lugar de ensueño.
Había llegado la última noche que disfrutaríamos las cinco juntas y nos arreglamos y vestimos de forma especial para la cena y el ritual de despedida, que celebramos después. 



Montse, preparó la sala y antes de entrar hicimos una ceremonia de depuración y limpieza.
Fue una noche muy especial para mi, en la que los sentimientos estaban a flor de piel, y me sentí llena de agradecimiento y amor hacia las personas con las que había compartido esta aventura. Bailamos, reímos, saltamos, lloramos  de alegría, nos emocionamos y nos abrazamos sintiéndome inmensamente agradecida por todo lo que había aprendido de ellas y con ellas. 
Esta despedida fue la culminación y un cierre de oro para el camino que habíamos recorrido juntas.
A la mañana siguiente Macarena y yo nos levantamos para despedir a Montse, Alejandra y Carolina que salían muy temprano y las acompañamos al comedor, que abrieron solo para ellas, pues aún no había comenzado la hora del desayuno.
Después paseamos por la playa y llegamos hasta más lejos, caminando por un pequeño poblado de pescadores, fue nuestra despedida de aquel lugar en el que tanto habíamos disfrutado.







Luego nos recogió un chofer nuevo que nos llevaría al aeropuerto, con calma, pues se sabe que en Bali no se puede calcular el tiempo que se invierte en hacer cualquier trayecto y teníamos que atravesar la isla. Ya en Denpasar disfrutamos de nuestra última comida juntas, dimos una vuelta por las tiendas, charlamos y reímos mientras esperábamos la salida de nuestros respectivos vuelos. 
Como viajábamos en distintas compañías aéreas nos separamos para facturar y quedamos después de la presentación de pasaporte, pero curiosamente no nos volvimos a encontrar, así que no pudimos despedirnos, seguramente habían sido demasiadas despedidas para un solo día. 

Volví sola, igual que llegué, pero me sentía diferente. Este viaje ha supuesto un antes y un después, porque además de conocer un país diferente, otra cultura, otra forma de entender la vida, he coincidido con persona encantadoras, a las que me he sentido muy unida, con las que he aprendido y compartido experiencias, sensaciones y alegrías, por lo que me siento profundamente agradecida al haber podido interiorizarlo todo y utilizarlo para mi propio crecimiento y enriquecimiento personal. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.