Graziela


Para los más pequeño y en especial para "tesorito".


T A N O


La otra noche, estaba jugando y me llamó mi padre.

- Iñaki, ven, corre- ¿Qué querría?

Seguro que era para enseñarme algo. Rápidamente fui a la cocina.
– Mira
– ¿Qué es esto?
– Son dos mazorcas de maíz
– ¿Maíz? Como las palomitas

– Si de los granos del maíz salen las palomitas, pero así es como nacen, con todas estas hojas que ocultan la parte que comemos. Pero lo que quiero que veas es esto.


– Oh ¡Qué bonito! Allí estaba, entre las hojas. Era del color de los guisantes y como un fideo gordo. Tan brillante que parecía un bicho de luz - ¿Es una luciérnaga, Papi?

– No hijo, es un gusano.
– ¿Me lo regalas?
­– Si claro, cógelo despacito y sin apretarle, no le hagas daño.
Pero a mi me daba un poco de miedo tocarlo. Yo nunca había cogido un gusano verde. Mi padre, con sus grandes dedos tomó al gusanito con mucho cuidado y lo colocó en la palma de su mano. El pequeño gusano comenzó a moverse, andaba y se levantaba para mirarnos. No mordía ni picaba, así que después lo dejó sobre mi mano. Cuando andaba, sus diminutas patitas rasposas me rascaban y a veces me hacían cos
quillas. Le acaricie con un dedo, despacito. Estaba suave, era tan blandito...
Mamá dijo que tendríamos que ponerle nombre. Tano, se llamara el gusano Tano.

Le hicimos fotos y estuve con el hasta la hora de la cena. Lo deje en la tapa de una caja y me lavé las manos.
Cuando me fui a la cama papá dijo que deberíamos ponerlo en la jardinera, con las flores de mamá. Seguro que ese era un buen sitio para que Tano viviera.


A la mañana siguiente, en cuento me levante fui a verle, pero no le encontré entre las plantas de la petunias. Yo estaba triste al no poder ver a mi amigo Tano.

Papá dijo que era un gusanito tan verde, que entre las plantas no se le distinguía, que podíamos tenerlo delante de los ojos y no verlo ¡Que cosas! además también se puede esconder detrás de alguna flor. ¿Querrá jugar al escondite?

No le hemos vuelto a ver, aunque a veces le buscamos, pero sabemos que el gusano sigue estando en la jardinera, pues todos los días hay grandes agujeros en las hojas de las plantas, porque se las come, aunque mamá no se enfada con Tano por estropear sus flores, pues dice que todos tenemos que alimentarnos para poder vivir.

Graziela
Este trabajo versa sobre un tema que a muchos puede parecer banal, carente de intereses, sin embargo lo he elegido por que a mí me resulta, cuanto menos, curioso.
He buscado documentación al respecto, sin embargo en ninguno de los libros consultados he hallado respuestas a mis dudas, es más, ni siquiera se contempla la cuestión, claro que es lógico, pues no se traba más que de una apreciación mía, una observación no científica que realmente ha sido corroborada posteriormente por muchas otras personas, respaldando mi hipótesis incluso un especialista en oftalmología animal.
Bueno no quisiera cansar a los lectores, en este caso oyentes, antes de empezar mi exposición.
¿Alguna vez se han planteado ustedes si los gatos pueden ver la televisión? Supongo que si no tienen como animal de compañía un felino esta simple cuestión les parecerá totalmente absurda y fuera de lugar; también cabe la posibilidad de que ahora y al hilo de mi pregunta se den cuenta, que en algunas ocasiones han observado como un gatito se quedaba extasiado delante la pantalla del televisor, sin perder detalle de la emisión.
Bien pues yo he querido ir más lejos llegado a la conclusión, con mis observaciones y pesquisas, de que los gatos no solo ven la televisión, sino que únicamente se interesas por determinados espacios de la programación.
Nada he hallado al respecto en los libros consultados sobre la vida y comportamiento de tan enigmático animal, en cambio he aprendido, por ejemplo, con la lectura de “Gatos” escrito por Alison Jones, que las zonas del celebro relacionadas con las emociones son iguales en las personas que en los gatos y que ellos no pueden detectar el sabor dulce debido a una mutación que sufren y muchas otras curiosidades, pero nada con respecto a sus aficiones televisivas.
Manuel Villagrasa es veterinario especializado en oftalmología, reputado cirujano en este campo; goza de gran prestigio incluso fuera de nuestras fronteras, atendiendo en su consulta los casos más difíciles y extraordinarios de animales de toda Europa y del que la mayoría de sus compañeros de profesión han oído hablar debido a su dilatada y brillante carrera; además es un hombre jovial, amable y abierto al que le gusta conversar. En una ocasión cuando acudimos a su consulta con el perro para un control rutinario, él me estaba explicando algo relativo a un caso que había atendido en esos días y hablando de la agudeza visual de los gatos, se me ocurrió preguntarle si éstos podían ver la televisión. Él sonrió, sin percatarse de la mirada cortante que me lanzaba mi marido inmediatamente, ya que sabía que aquella pregunta nos retrasaría conociéndonos a Manuel y a mí. Tampoco se me escapó la expresión de impotencia que ponía el pobre perro al ver que yo seguía interrogando a su veterinario y que éste no escatimaba en explicaciones privándole de salir inmediatamente a la calle.
Él, complacido, me comentó su experiencia al respecto, para terminar diciendo que cuando operaba a un gato de los ojos aconsejaba a sus dueños que le colocaran frente al televisor para comprobar si fijaran su mirada y si seguían a animales o personas en movimiento, lo que supondría que podían ver perfectamente las trescientas veinticinco líneas.
Posteriormente al leer los libros de Antonio Burgos “El alegato de los gatos” y “Gatos sin fronteras”, también pude constatar que había llegado a la misma conclusión que yo: los gatos pueden ver la televisión. Claro que no todas nuestras mascotas tienen las mismas preferencias de programación, pues al igual que las personas ellos muestran sus gustos como posteriormente me han contado otros observadores de la conducta felina, que comparten su vida con uno de estos animales en su hogar.
A Nala, la gata romana de María Arriba, le gusta seguir las retrasmisiones de opera, sin embargo es más aficionada a la radio; a Duende, el persa de Borja Zafra le encantan las películas de acción y los documentales del mundo submarino, es un gran admirador de Jacque Custóo; Poker, el siamés de Antonio Requejo, se inclina más por las películas de suspense y las que se desarrollan en África mostrando la selva, con toda su vegetación, sus sonidos característicos y sus animales; a Noël, el blanquísimo angora de Rosa Ortega le gustan los deportes, sobre todo el fútbol; y a Coco, la gata que yo he heredado de mi madre le encanta ver los documentales de “la 2” y los de caza y pesca, como “Jara y Sedal”, a veces no puede contener su emoción y cada vez se va aproximando más a la pantalla, llegando a tocarla con la pata en un intento de capturar algún pajarillo que revolotea.
Sin embargo todos muestran gran desinterés por las tertulias, los culebrones, los reality show y sobre 0todo la tele-basura, lo que me lleva a pensar que no solo ven la televisión, sino que, además, son más selectivos, exigentes y listos que muchas personas y prefieren dormir, jugar, tomar el sol o pasear antes que estar todo el día tirados en el sillón o en brazos de sus amos tragándose obnubilados cuanto aparece en la pequeña pantalla.
Graziela
SÁBADO

El Centro Comercial había quedado en penumbra, el supermercado y las tiendas estaban cerradas, no había nadie en los locales de ocio. Una sensación inquietante invadió a Carmen al salir del cine. Era como si la gente se hubiera esfumado de repente. La película que acababa de ver ¿la había soñado? No la recordaba. Comenzó a angustiarse ante la inusitada soledad. Los pasillos, tan concurridos habitualmente, estaban totalmente desiertos; no se escuchaba nada salvo el silencio. Su preocupación iba en aumento al mirar a su alrededor. Tal vez había ocurrido algo y ella no se había enterado; quizás incluso estaba en peligro, imaginó; ante este pensamiento se sintió paralizada por el terror, no se podía mover, estaba allí en medio, sola, sin saber que hacer o adonde dirigirse. Su corazón latía con tal fuerza que le retumbaba en las sienes. Intentó tranquilizarse antes de comenzar a andar con paso inseguro hacia las escaleras mecánicas. No funcionaban. Como sonámbula se dirigió entonces al ascensor, al que tampoco parecía llegarle energía. Tal vez solo era un apagón, pero ¿dónde había ido todo el mundo? Intentó recordar como llegar a las escaleras cuando sintió que algo le rozaba y escuchó un grito desgarrador que pareció invadirlo todo, quedándose sobrecogida de pavor. Notó erizársele el bello de todo el cuerpo y un escalofrío la recorrió entera. Buscó con la mirada sin ver nada y sintió ganas de correr, de huir de allí, de salir a la calle, de volver a su vida, pero las piernas comenzaban a flaquearle, creyó que se iba a desmayar, incapaz ya de aguantar la tensión al escuchar unos pasos aproximándose sigilosos. No pudo evitar que un gritó ahogado le atenazara la garganta al sentir una mano fría en el hombro. Apretó los ojos con fuerza. Por favor... Perdone, ya empieza la película ¿me permite pasar?


Etiquetas: 3 comentarios | edit post
Graziela
"EL RINCÓN DE ROSA”
Siempre había albergado la ilusión de abrir un restaurante, finalmente lo conseguí y así fue como nació “El Rincón de Rosa”.
Desde muy pequeña me gustaba estar en la cocina de mi abuela viendo cómo ella preparaba esas comidas tan sabrosas, de las que todos disfrutábamos. Los alimentos frescos, sus condimentos, la elaboración... todos aquellos colores, la variedad de verduras, los frascos de las especias, las hierbas... aquello era una fiesta para los sentidos y sobre todo para el olfato; a veces me quedaba extasiada con los ojos cerrados oliendo el aire caliente que salía del horno y de los pucheros, invadiendo todo el espacio existente con esos aromas de vainilla, patatas guisadas, caramelo recién hecho o un simple sofrito. Esos olores han quedado grabados en mi memoria asociados a mi infancia y a la felicidad. Entre aquellas cuatro paredes cubiertas en parte de azulejos blancos, que casi siempre estaban empañados, mi abuela con su gran delantal y un paño colgado de la cintura hacía magia y alquimia con sartenes, cazuelas, ollas y sus cucharas de madera gastadas. Todo era perfecto hasta que llegaba mi madre sin que me diera tiempo a esconderme, y a gritos me echaba de allí.
-Rosa ¡hija!, ¿cuántas veces te tengo que decir que no me gusta que estés en la cocina? Puedes quemarte y cortarte; hueles a comida y te manchas la ropa. ¡Sal de aquí inmediatamente!
Mi abuela me miraba de reojo y me hacía un gesto indicándome que obedeciera; yo no decía nada, simplemente bajaba la vista y salía despacio de aquel mundo cálido y sonoro donde se desarrollaba la sinfonía de los pucheros.
Como la mayoría de los niños preguntaba sin parar, quería saberlo todo, entender porqué se preparaban las cosas de una determinada manera, cómo se sabía cuando estaba lista la sopa y la forma en que se combinaban los platos, así poco a poco iba aprendiendo, ayudando en pequeñas tareas y probándolo todo.
Cuando me casé era una experta cocinera, lo que no tenía demasiado merito teniendo en cuenta mi entusiasmo y dedicación desde pequeña, y las buenas maestras que tuve. Mi abuela paterna, Esperanza, era vasca y guisaba maravillosamente y la materna, María había nacido en Castilla, su cocina era menos elaborada pero igualmente exquisita.

Mi afición por la buena mesa fue creciendo y seguí aprendiendo, sin llegar a hacer nunca cursos de arte culinario, me gustaba y me sigue gustando experimentar y hacer pequeñas innovaciones en platos tradicionales y populares, lo que no puede considerarse cocina de autor, además, mis ideas no llegar a incluir canapés con flores ni postres con metales preciosos, tan de moda en estos tiempos, en los que parece primar lo exótico e innovador buscando nuevos sabores, que a mi humilde parecer, no siempre resulta acertado.

Como todo tiene su parte negativa el hecho de disfrutar tanto con la buena mesa me ha supuesto siempre tener que reprimir mi apetito, por no hablar de más de una dieta adelgazante a la que he tenido que someterme dada mi tendencia a engordar.

Mis amigos y mi familia siempre han aplaudido mis aperitivos, guisos, asados, repostería y la presentación de los platos, animándome a ganarme la vida con lo que más me ha gustado hacer. Así, cuando los niños fueron mayores pensé que había llegado el momento; me armé de valor, me lié la manta a la cabeza, me informé de las subvenciones y créditos que el Instituto de la Mujer ofrecía a empresarias, aunque yo ya no era tan joven seguía teniendo la energía y el empuje de la juventud, y me lancé a esta aventura que ha resultado enriquecedora en todos los aspectos en la que no sólo yo me embarqué, sino que de alguna manera toda mi familia participó.

Para decorar y montar el restaurante conté con la ayuda inestimable de mi primo Rafa, arquitecto y de mi cuñada Marisa, decoradora de interiores que me asesoraron y aconsejaron, con lo que conseguí que el comedor resultara agradable, luminoso y acogedor. La nota de color la pusieron mi madre y mis tías al hacer los estores y las mantelerías, en azul intenso que contrasta perfecto con el color mango de las paredes estucadas. Para mí todos los detalles eran importantes, no era cuestión solamente del comedor, además estaban los aseos, el recibidor con el mostrador y todo decorado de forma muy personal, tarea ardua en la que colaboraron todas mis hermanas y sobrinos aportando cada uno aquellas ideas y sugerencias que en conjunto dan un aire fresco y actual al local.

Además estaba la cocina, mi propio reino. La cocina... qué maravilla... hermosa, impoluta como un quirófano, con una isla de fuegos y hornos, alrededor muebles y encimeras conteniendo los cacharros y utensilios, los frigoríficos y congeladores, el anaquel de las especias y las hierbas en la amplia alacena... Para mí era un paraíso en el que todos llevábamos nuestro propio ritmo, con gestos medidos y precisos en perfecta armonía, como si estuviéramos interpretando un extraño ballet con el único fin de dar placer al paladar.

Siempre ofrecemos un menú normal y otro especial bastante completos, que además resultan asequibles con calidad, variedad y abundancia. También se puede comer a la carta, que es modificada casi diariamente en virtud de los productos de temporada y del clima, me gusta seguir los ritmos que marcan las estaciones. Y no me podía olvidar de los que tenemos que mantener a raya la báscula, que pueden encontrarse en nuestra carta con tres o cuatro platos para tomar de primero y otros tantos segundos que se ajustan perfectamente a cualquier dieta baja en calorías e hidratos de carbono.
La cocina que yo hago no es pretenciosa, complicada, ni exótica, sólo saludable y sabrosa para los paladares sencillos y no hay mayor reconocimiento para mí que ver el restaurante lleno todos los días y que la gente que viene por primera vez vuelve; en una reseña que publicaron del mismo en “El Semanal” decía: “Comer en el Rincón de Rosa, es realmente como comer en casa de esa abuela dulce y complaciente con la que todos soñamos”, ellos no saben que ese es mi verdadero secreto, que yo disfruté de unas abuelas que cocinaban y mimaban a los suyos, con las que otros sólo pueden soñar. Ellas me enseñaron que el único secreto de la buena cocina consiste en combinar productos de calidad y poner una gran dosis de cariño al hacerlo.
¡Buen provecho a todos!