Graziela

 



DE VUELTA A CASA

            Volvía en el último tren. Nada más sentarme noté todo el cansancio y la tensión de los últimos días que me caía encima como si me taparan con tierra. Había sido muy difícil. Desde que murió mamá no volví a ver a mi padre: su entierro, la despedida, arreglar papeles, la venta, levantar la casa bajo la atenta mirada de todos vecinos... seguro que seguía siendo “la mala hija”.

            Solo la señora Paca me preguntó por el crío. Le enseñé fotos y le dije que había empezado la carrera. Y sí, seguía casada con D. Nicolás, el maestro.

            Tenía el convencimiento de que no volvería jamás a aquel lugar polvoriento y maloliente en el que nací, al que pocos recuerdos me unían. Mi memoria había sabido esconderlos  para paliar el dolor que me producían y poder vivir tranquila.

            – ¡Señora, despierte! Hace rato que estamos en Valladolid y este tren se va a cocheras, así que si no quiere seguir durmiendo a oscuras y en una vía muerta, debería bajarse.

            El revisor me saludo cuando empezaba a alejarme y el tren se puso en marcha. No quedaba nadie en la estación. Me dio un poco de miedo oír solo mis pasos.

            Había una maleta abandonada en el andén. Espabilé del todo al verla. Miré la etiqueta por si ponía alguna dirección, y en lugar de un nombre la tarjeta decía: “si me has encontrado, soy tuya” y la llave estaba colgando. Qué cosa tan rara. No pesaba mucho. Dudé. Desde luego no tenía pinta de contener una bomba, era una maleta bonita, de piel. La cogí por el asa y la llevé conmigo. Sentía curiosidad. En casa la abriría y para dejarla en objetos perdidos siempre estaba a tiempo.

            Mi marido y el chico estaban dormidos, así que sin hacer ruido, me metí en la cama.

         Las pesadillas agitaron mi sueño toda la noche y no descansé. Debí quedarme dormida al amanecer y al despertar era tarde, Nicolás ya se había ido a clase y el chico a la universidad. La maleta misteriosa me esperaba en el comedor. Estaba tan intrigada que decidí ver su contenido.  Dentro había un sobre con una nota.

            “Si has encontrado esta maleta, espero que des uso a lo que contiene. Para mí solo son malos recuerdos de un desamor y quiero perderlos de vista. Gracias. Martina”

            Había una novela, deportivas del 40, cazadora de piel, una bolsa con cosas de aseo, un par de camisas, jersey y pantalón vaquero. Todo estaba nuevo y era ropa cara. Pensé en lo contento que se pondría mi hijo, pues seguro que todo le valía y eran cosas que nosotros no podíamos comprarle.

            Como es la vida, al final y gracias a una desconocida había conseguido algo bueno de aquel desagradable viaje al pasado que nunca volvería a hacer..