Graziela
























ESTAS SON ALGUNAS DE MIS PIEZAS
(con distintas técnicas, diversos materiales y terminaciones)
Graziela


I- INESPERADO ENCUENTRO

La anciana se detuvo ante mí, implorando con la mirada.
- No veo mi casa – dijo agobiada.
- ¿Dónde vive?
- Cerca del Río, creo, y mi madre me espera –contestó agarrándose a mi brazo.
Comprendí que se encontraba más que extraviada, totalmente perdida. Yo le hablaba despacio, mientras paseábamos. En cinco minutos recorrimos un corto trecho y apareció por la esquina una chica de uniforme que al vernos corrió hacia nosotras.
- Juana. ¡Qué susto nos has dado! Anda vamos.
- Déjeme yo con usted no me voy, no la conozco.
La chica, nerviosa, se impacientó al ver que la viejecita no quería soltarme. No me importó acompañarla a la residencia de la que huía en cuanto podía, como supe después por su cuidadora.
-Adiós hija- dijo al despedirse de mi, con la resignación y la tristeza reflejadas en sus ojos de agua.
Sentí pena.

Microrrelato publicado en el Cuaderno Literario nº 3 de Tirarse al Folio, "Cuentos de Invierno entre la nieve y el fugo", que aparece como Vivencias-I.
Graziela


EL SILENCIO

Por fin cesó el llanto. Al parecer aquella mala noche había terminado. Reinaba el silencio. Con el bebe placidamente dormido entre mis brazos me olvidé totalmente del cansancio y la angustia. Al mirarle una oleada de ternura me invadió y sonreí feliz. Que maravilla, fuera ya estaba amaneciendo.

Microrrelato publicado en el Cuaderno Literario nº 3 de Tirarse al Folio, "Cuentos de Invierno entre la nieve y el fugo", que aparece como Vivencias-VI.
Etiquetas: 0 comentarios | edit post
Graziela




II-SOLIDARIDAD

Al salir del despacho me encamine hacía la Plaza de Colón por calles que no parecían las de siempre: solitarias, sin tráfico, silenciosas.
A medida que me acercaba a la Puerta de Alcalá veía grupos de personas que andaban en silencio, con paso rápido y semblante grave. Cada vez había más gente hasta que fue imposible transitar sin dificultad, entonces me detuve entre mujeres y hombres de distinta condición, jóvenes, viejos y niños se daban cita a esa hora. La muchedumbre era impresionante, callada, con la pena dibujada en los ojos brillantes o anegados por el llanto, la tristeza impresa en el cuerpo y la rabia pugnando por salir. Todos éramos uno, unidos en el dolor, en la repulsa, no sólo los allí congregados, también participaban otros desde su casa en la concentración. Habían asesinado a Miguel Ángel Blanco.