Graziela


EL UNICORNIO


En una de las ocasiones en que volví a la casa y se me ocurrió abrir el buzón, encontré un aviso de correos, a nombre de los dos, para recoger un paquete. No ponía remitente, sólo decía que procedía de Australia, esto despertó mí curiosidad, pero, decidí posponer su recogida; aquél día no disponía de tiempo.

Un par de semanas más tarde había quedado con unos posibles compradores y antes de ir al piso pasé por la oficina de correos. Me entregaron un pequeño envoltorio. Nada más llegar al coche lo abrí, quitando el papel burbuja que rodeaba la cajita; dentro de ella, entre mullido relleno había una delicada figura tallada en fino cristal. Lo saqué con cuidado y al roce del sol lanzó un destello de arco-iris que me hizo entornar los ojos. Era un unicornio, un precioso unicornio esbelto y transparente con su afilado cuerno. Nada más verlo me gusto. Mientras lo posaba sobre la palma de mi mano recordé que es un símbolo de pureza, que representa fuerza, libertad, imaginación, sueños e ilusiones y que había leído algunas leyendas que hablan de ellos; incluso, me vino a memoria el cuadro de Daly, “el unicornio feliz”. Intuí que llegaba en el momento más adecuado y podía considerarlo como una señal; quería decirme algo. En unos segundos todos estos pensamientos pasaron por mi cabeza, en ese instante supe que éste sería el único regalo que conservaría, además no podía devolverlo, sin remite, no sabía quien lo había enviado. Fue entonces cuando repare en que en el interior de la tapa de la caja había algo escrito “Con cariño, mis deseos de felicidad y suerte. Nora”.

Lo volví a introducirlo en la caja y a cubrir ésta con el papel burbuja que lo había protegido durante el largo viaje que tuvo que recorrer hasta llegar a mí. No conocía a la tal Nora, ni recordaba haber enviando ninguna invitación de boda a Australia, sin embargo me dio igual, sabía que aquella figurita me traería suerte. Con cuidado acomodé la cajita en la guantera del coche.

Aquella misma mañana vendí la casa y un mes más tarde después de firmar la escritura, ingresé un cheque por la mitad del precio, descontando los gastos, en la cuenta que Manuel me había facilitado cuando rompimos, según lo acordado.

Sabía que él se había marchado del país, que había decidido coger aquel trabajo en Holanda y cambiar de vida de forma radical. Todo había terminado, la casa era lo único que teníamos en común y el hecho de venderla me produjo un descanso y un consuelo que nunca hubiera podido imaginar.

Por primera vez desde aquel día primaveral en que vi como mi futuro se hacía añicos, me sentí tranquila. Respiré aliviada al sentarme en el coche. Abrí la guantera y saque mi unicornio para guardarlo en mi bolso, no sin antes mirarlo de nuevo. Está vez su fino cuerno reflejó un rayo de sol, como en las leyendas, y yo no pude por menos que agradecerle a Nora, aquella desconocida de exquisito gusto, que desde la otra parte del mundo lo había enviado como presente.

Acababa de cerrar una etapa de mi vida y estaba dispuesta y animada para empezar la siguiente.