Graziela




ENTRE VECINOS

Un coche se detuvo en la puerta del vecino. A través del seto, mientras regaba sus petunias Aurora escucho como se abría la pesada puerta de enfrente:
- Buenas tardes, vive usted en esta casa.
- Hola, buenas tardes, agentes. Si yo vivo aquí, soy Patricia Lenares.
- Tiene usted perros sueltos.
- En casa si, pero no los saco a la calle.
- Es que hemos recibo varias quejas y una denuncia por el escándalo que organizan sus perros por la noche.
- Son animales, y en casi todas las casas de este lado de la calle hay perros. En cuanto ladra uno, los demás contestan. Yo no puedo hacer nada por evitarlo.
- Si señora, es natural, pero usted es responsable de su perro, y tiene que evitar las molestias que el mismo pueda causar al resto del vecindario.
Sonó el ruido de una puerta al abrirse. De la casa de al lado de Aurora salió un señor y se acercó a los policías que permanecían en la entrada de la parcela de enfrente.
-Perdonen que me meta auque nadie me haya invitado. Soy el vecino de allí y no he podido evitar escucharles.
Entre el seto y el ruido del agua a Aurora le costaba poder escuchar con nitidez la conversación, ya que además, tanto Selva, la haski de Patricia, como los dos perritos del siguiente chalet estaban ladrando como locos. Salio el marido de Patricia y con un par de gritos acalló los ladridos de la husky y los otros animales también se tranquilizaron.
Aurora cerró la manguera y permaneció de pie frente a los lilos de la tapia como si siguiera regando, para conseguir enterarse de cuanto estaba ocurriendo al otro lado de la calle, estirando un poco el cuello e inclinando la cabeza para aproximar el oído, ya un poco atrófico.
- Yo no he puesto ninguna queja, ni tampoco les he denunciado, pero aquí hay días que no se puede dormir con tanto ladrido. Te acuestas y de pronto te despiertas sobresaltado por los ruidos de los perros, sobre todo se oye a la suya -interviene D. Julián.
- Es que los perros ladran cuando pasa alguien o se acerca, son para defender.
- Claro que sí, estoy de acuerdo y que ladren de día no es que no me importe, pues es molesto, pero por la noche y de esa manera…
- Sí, tal vez por ser la mía de esa raza se la oiga más que a los otros.
- No es que se la oiga más, es que esa perra no sabe ladras, solo aúlla y a veces son tales los alaridos que da, que me saca del sueño asustado. Es como si estuvieran matando al alguien y gritara despavorido. ¡Es espeluznante!
- ¿Y a ustedes no les molesta? - interrogó uno de los agentes.
- Al principio si, pero ya nos hemos acostumbrado.
- ¡Esto es increíble! Inaudito, y mientras tanto todos los vecinos a fastidiarse.
- Es que no podemos hacer nada para que se calle… Usted también tiene perro ¿no?
- Pues no, pero tuve uno y no ladraba porque las primeras veces que lo hizo le di una paliza y se le quitaron las ganas de seguir haciéndolo.
- Caballero no se si sabe que dar una paliza a un animal está castigado en el Código Penal y puede ir a la cárcel por ello.
- Creo que está usted confundido, el Código Penal solo se refiere a las personas y darle una paliza a un perro, es decir un par de guantazos, no puede estar penado ¡Habrá que educarles de alguna manera! Así se evitan problemas como este.
- Señora usted podría meter al perro en casa. O pedirle a su veterinario que le de alguna pastilla para que la perra duerma mejor -intervino el otro agente.
- No me parece bien drogar a la perra y no puedo meterla en casa porque tengo un hijo alérgico. Puedo mostrarles los papeles del médico, si desean verlos.
- No, no hace falta, pero tome las medidas que quiera. Esto es una amonestación y esperamos no recibir más denuncias, o tendremos que actuar de otro modo.
- De acuerdo, lo tendré en cuenta.
Se cerró la cancela y Aurora escucho los pasos de los policías alejándose en dirección contraria al lugar donde habían dejado aparcado su vehículo.
Oyó también el portazo de la puerta de D. Julián, tras él y como los agentes hacían sonar la campanilla de la señorita Inés. Con paso ligero se situó arrastrando la manguera y apuntando con el supuesto chorro al alcorque del laurel, para poder seguir de cerca la nueva intervención de la policía en casa de la anciana de enfrente. La señora tardó un rato en abrir la puerta correera y permitirles la entrada a su parcela, quedándose Aurora paralizada al no poder escuchar nada desde su jardín.
Pasaron unos minutos, durante los cuales aprovecho para regar realmente el árbol, las clavellina y las calenturas que estaba totalmente agostadas, y cortó de nuevo el paso del agua cuando oyó salir a los policías y cerrase la puerta tras ellos. Se marcharon en el coche y el silencio se hizo en la urbanización.
Aurora agachó la cabeza y muy despacio, con paso sigiloso recorrió la parte del jardín que la separaba de su casa, entró en el salón, encendió las luces y fue a su alcoba para ponerse un chal, después fue a la cocina y se sirvió vaso grande de té helado de la nevera. Salió y se sentó en la mecedora del porche a tomar el fresco. Casi era de noche. Escuchó como su vecina chistaba y regañaba a sus perros para que dejaran de ladrar y entonces sonrió. Escucho los grillos y el rumor de las hojas de los árboles mientras observaba las estrellas.