Graziela

CORTAS VACACIONES

Aquel estudio estaba decorado de forma funcional, impersonal. Dos paisajes y una marina rompían la monotonía de un gotelé rozado y amarillento; el sofá cama, una mesita, la mesa y dos sillas llenaban casi toda la estancia. Si no fuera por los frascos y cajas de medicinas que se veían tras las puertas de la cocina francesa, nadie diría que el lugar estaba habitado. En el pequeño armario empotrado solo había algunas prendas sin colgar en las dos baldas y unas zapatillas deportivas, todo perfectamente ordenado. El espejo del baño estaba cubierto con una toalla vieja de color indefinido.
Ramón se sentía amenazado por las inofensivas imágenes que parecían observarle desde las paredes, enmarcadas en marrón, como agujeros, entradas a otros lugares. Por la única ventana penetraba la suave luz del atardecer y se escuchaban las gaviotas, que no dejaban de gritar y los desagradables sonidos penetraban en su cerebro, como llamadas de auxilio. Había llegado la hora de salir sin miedo al sol. Se quitó las chanclas y se calzó las deportivas para irse.
Por el paseo las sombras de los ficus y las adelfas se alargaban por momentos, como si quieran tocarle, pese a qué el procuraba esquivarlas, no prestarles atención, tenía la sensación de que le seguían, haciéndole sentirse indefenso.
El paseo desembocaba en la playa. No conseguía abarcar con la vista la grandeza de aquel espació. No había casi nadie bañándose y eran pocos los que aún permanecían tumbados en la arena. La fresca brisa le acarició el rostro, despejándolo del cabello mientras se descalzaba para acercarse al mar. Cerró los ojos para aspirar el aroma salobre y por momentos sintió una sensación cercana a la felicidad. Caminó despacio hasta que la espuma del agua rozó su piel. Se empezaban a ver las estrellas. Se sentó a la orilla y se mantuvo ajeno a todo, hipnotizado por el movimiento de las olas que cada vez morían más cerca de él.
Al tumbarse y observar el cielo se dio cuenta, supo que no podría volver a las paredes inmaculadas, a los uniformes, al olor a desinfectante y percibir los sonidos amortiguados por las puertas cerradas. Comenzó a concebir un plan. Aún le quedaban dos días para pensar cada detalle y llevarlo a cabo. No podría fracasar.
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