Graziela

 



    CRÓNICA DE UNA RECUPERACIÓN

 Me sentía hecho polvo, las buenas palabras de los amigos no me ayudaban. Mi cuerpo llevaba impresa la marca de la enfermedad. Los músculos me dolían incluso al subir la escalera, necesitaba ejercitarlos, paliar el temblor y los calambres.

Demasiado débil para hacer deporte, al ver un documental el buceo libre me llamó la atención. Busque un instructor que me enseñara a controlar la respiración. Aquello no era solo una actividad física. Controlar las apneas era mucho más, me ayudaba a dejar la mente en blanco; el agua helada activaba mi cuerpo con suavidad. El fondo del mar se convirtió en un paraíso desconocido, en el que el tiempo se detenía, sin espejismos.

Bajo el agua, impulsándome suavemente con la aleta me sentía libre, mejoró mi capacidad pulmonar, prolongando las inmersiones, perdiendo el miedo. Era como si hasta entonces hubiera sido ciego.