Graziela
 DESDE MI SOLEDAD

         Ya sé que no es normal, pero no pude evitarlo. Me produjo mucha alegría ver aquel precioso abejorro libando las flores de los ciclámenes de mi ventana. Todavía era invierno y pensé que no debía haber muchas flores por la zona para alimentarles.
         Era grande y aterciopelado de rayas, con un amarillo muy vivo que resaltaba aún más en contraste con el negro. Sus alas, irisadas, hacían mucho ruido y lanzaba reflejos dorados. Quedé embelesada mirándolo, como si fuera un peluche diminuto, mullido y zumbón. Si me acercaba mucho al cristal se asustaba, así que le observaba a través de los visillos.
         Al día siguiente, aproximadamente a la misma hora, apareció con un compañero. Los escuché mientras desayunaba y me acerqué sigilosa para verlos más de cerca. Sé que puede parecer absurdo, pero a partir de aquel momento esperaba su visita cada día, como un acontecimiento. 


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