Graziela

HIM

Him, me contó que fue maestra, hasta la instauración del régimen ultraradical y fundamentalista talibán (integristas islámicos) que prohibió cantar, bailar, tocar o escuchar música, hacer deporte, e incluso volar cometas; dejó la escuela pues la mujeres no podían trabajar, no les permitían pasear solas por la calle, ni siquiera podían recibir asistencia médica, salvo en algunos hospitales. Ella era una mujer culta pero eso no la hacía más feliz, al contrario.

Intentó acostumbrarse a usar el burka, obligatorio desde que los talibanes llegaron al poder, pero no soportaba ver cómo su país daba un paso hacia atrás de muchos siglos y ella tenía que confinarse dentro de un pedazo de seda, por muy ricamente adornado que estuviera.

Me resultó sorprendente la historia del burka que se remontaba al siglo XIII A.C. y entonces la religión musulmana ni siquiera existía, después lo utilizaban las princesas y mujeres de clase alta, para “aislarse” del pueblo llano, evitando así sus miradas. Y hubo un rey que a principios de mil novecientos impuso su uso a las doscientas mujeres de su harén, para que la belleza de sus rostros no provocaran a otros hombres. Him sabia esto y muchas más cosas de la historia de su país, por eso no conseguía acostumbrase a su nueva y terrible vida. Su marido cada vez era más radical, más dominante y decía que ella, sus palabras y sus pensamientos le ponían en evidencia, que traería la ruina a la familia. Pensó huir, aunque sabía qué no se lo permitirían y que pagaría con su vida el intento de abandonar de su marido.

Yo sé por ella, que es difícil ver el mundo a través de una rejilla. Saber que no eres nada bajo la tela de seda, soportando un peso tan grande que te impide moverte con facilidad, que no te permite correr. Vivir aislada como un gorrión metido en una jaula de gruesos barrotes, que evitan que la luz penetre. Ser una figura azul que se mueve y que respira, pero que no vive, aunque tenga vida, porque por el simple hecho de haber nacido mujer en Afganistan y por pertenecer a las tribus pashtunes, no tienes ningún derecho. Mientras conversábamos sobre esta y otras escabrosas cuestiones yo notaba cómo crecía el coraje en Him y cuando nos despedidos y abandoné el país estaba convencida de que haría algo y aunque probablemente mi amiga no consiguiera su fin, al menos lo habría intentado.

Pocos meses después volví a saber de ella. Cuando su hermana menor desesperada se lanzó al vacío y aquella seda azul que la cubría se tiñó de rojo, Him tomó la decisión de desaparecer. Salió de casa con su burka, como cada mañana, pero debajo llevaba otras ropas; vestida de hombre todo fue mucho más fácil.

Atrás quedo su país, su familia, su casa y su marido, a los que nunca volvería a ver.

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4 Responses
  1. Es una pena que historias como esta puedan ser reales. Lo cierto es que Him debería haber escapado hace mucho más tiempo. Ningún ser humano debe soportar semejante discriminación.


  2. Nines Says:

    Que pena que pueda estar sucediendo esto, que las mujeres estén tan aisladas, humilladas y discriminadas. Estos paises de locos talibanes, que las mujeres son sus esclavas, para ellos no valen nada. Todas ellas no tienen los medios para poder escapar del infierno en el que viven.


  3. encantada Says:

    Dentro de lo triste de la situación, que al existir realmente hace aún más triste el relato, el final de la historia nos permite ver una luz al fondo del tunel, muy lejana, pero parece que la vemos allí al final. Está muy bien descrito. Un besín.


  4. Maritere Says:

    Me ha gustado el relato, pero es triste la realidad de esas mujeres.
    besitos