Graziela



VIVIR LA PRIMAVERA

Hacía años que no visitaba en primavera el Valle del Jerte. La ausencia de Nico se me hacía tan patente que me dolía pensar en los maravillosos paisajes sin él, sin su voz mostrándonos cada rincón, cada cascada, las especies más bellas. 
El cerezo en flor en esta región ofrece un impresionante espectáculo que todos deberíamos contemplar, aunque solo fuera una vez en la vida.
Ya ha pasado tiempo y me sentía lo suficientemente fuerte como para afrontar el reto de volver, estoy segura de que a él le alegraría saber que seguimos reuniéndonos en torno a los cerezos, las flores, el río, con el almuerzo en el campo, entre los árboles y sobre todo el reencuentro familiar, que durante años evite por no añorarle más. 
Salimos temprano desde Madrid y llegamos al lugar de encuentro antes de los previsto, tanto, que nadie nos esperaba, aunque nos recibió un día fresco, soleado y precioso, que nos acompañaría toda la jornada. Aquí me sobresaltó un recuerdo, siempre era él quien aguardaba, siguiendo nuestro viaje desde lejos, con mensajes y llamadas, adelántandose a la cita, nervioso. 
Un café con churros nos calentó por dentro. 
Saludos, besos, y abrazos emocionados, cargados de alegría por tan esperado encuentro.
En esta ocasión su mujer y su hijo ejercerían de montaraces cicerones.  
Cogimos la carretera del Valle. Tras cada curva del camino me sorprendía algo que atraía mi atención. La primera parada la hicimos en Casas del Castañar.

Cerezos viejos, jóvenes, injertados; troncos cubiertos de hiedra... 

Y como una imagen vale más que mil palabras, aquí están algunas de muestra.
 
 







Después nos detuvimos en Valdeastillas, reuniéndonos con los que nos faltaban.  Recorrimos los bancales llenos de preciosos cerezos y algún naranjo furtivo.

Aprovechamos la parada todos juntos, para tomar un tenteenpíe: chorizo patatero con pan de pueblo y unas riquísimas perrunillas, todos productos de tierras extremeñas, en honor a nuestros ancestros.


Pasamos por Rebollar sin dejar de admirar la belleza del paraje: cerezos cargados de flores, aunque algunos, según la zona de umbría o solana estaban por florecer o ya con hojitas verdes, señal de que la flor empezaba a pasarse.





















El último pueblo de la ruta elegida fue El Torno. Que nos permitió admirar desde lo mas alto todo el Valle, salpicado de un blanco níveo,  a nuestros pies.



Entre charlas, paseos, fotografías y risas nos alcanzó la hora de comer y nos dirigimos a Plasencia, a la Isla. Donde se nos uniría otra parte de la familia y la benjamina, nuestra "cerecita", que cada día está más preciosa.
Comimos en el restaurante que está a orillas del Jerte, que mostraba una preciosa vista del río. 







Después de comer una vuelta por el parque, con juegos para escalar y columpios en los que entretener a los más pequeños, de los que disfrutamos los que ya vamos siendo mayores; un delicioso paseo por la vereda fluvial siguiendo el sendero, mirando a los patos o una cabezadita en los bancos, para hacer la digestión escuchando el trino de los pajaritos. Todo muy bucólico, respirando paz y aunque las horas parecían perezosas, se nos fue escapando el tiempo. 


Un  día inolvidable, que me supo a poco, aunque estuvo cargado de emociones y alegrías para mi, en el que disfruté como antaño, pues su esencia me seguía acompañando allí más que en ningún otro lugar.










Besos, abrazos y despedidas hasta la cosecha de la cereza, en que pensamos volver para recoger los frutos y reunirnos de nuevo, lo que siempre supone un gran placer. GRACIAS



1 Response
  1. tafpilar Says:

    Reencuentros un día precioso