Graziela

EL ÚLTIMO TREN. OBRA DE  KOTXETXE

EL ÚLTIMO TREN

     No sé qué tipo de hombre pensaba Claire que era yo. Aunque no tuviera un trabajo convencional, nos daba de comer y le permitía todos sus caprichos. Desde el principio se lo dejé claro. Mi misión era importante, tenía que estar dispuesto siempre que mi jefe requiriera mis servicios.
     Ella era preciosa, divertida, alegre, aunque hubiera jurado que no tenía carácter, por eso me cogió por sorpresa no encontrarla en casa aquella mañana. Ver su armario vacío, el tocador sin los perfumes y tarros; el cepillo y el espejo de plata habían desaparecido y también el joyero. ¡Me volví loco! No lo entendía.
    Tengo mis contactos; sé qué teclas tocar para conseguir la información que necesito. Pedí unos días libres a mi jefe y entendió mis motivos.
     Me costó hacerme a la idea de que mi mujer me dejara, y mucho más que se atreviera a largarse con el primero que se cruzó un su camino.
    Aquella localidad de mala muerte entre la nada y el más allá no era lugar para mi chica. Y la ratonera en que vivía con ese representante de conservas era un cuchitril. Me situé en el bar de enfrente para observar. Cuando salió el "fortachón", entré en la casa. Claire estaba recogiendo la mesa. Los platos se le cayeron al suelo por la sorpresa.
       –Tranquila, solo quiero hablar contigo –le dije cuando la vi alejarse de mí como si tuviera miedo.
    La rabia me comía por dentro, aunque siempre supe controlar los nervios. Me conocía, se fue tranquilizando. La escuché decir lo mucho que me había querido; la angustia que le daba verme salir cada noche sin saber cuándo iba a regresar, y lo sola y abandonada que se sentía. Lo único que deseaba era una vida tranquila.
      Pese a lo que la gente piensa, no soy un hombre agresivo. Me quedé muy a gusto tumbando de un puñetazo al tipo que me la había robado.
      Tuve que coger el último tren. En el vagón, nadie regresaba a aquella hora. No sé si fue el whisky que tomé en casa de Claire, o el saber que ella volvía a ser feliz aunque no fuera conmigo, lo curioso es yo me sentía acompañado en aquel tren como si yo mismo ocupara todos y cada uno de los asientos del pasillo.
      Me sentía satisfecho, había pasado página y volvía a mi mundo.