Graziela



BUEN  LECTOR

             Me encanta leer, además me gusta hacerlo en voz alta. Y no es porque lo diga yo, es que tengo una voz profunda y varonil y la gente comenta que es un placer escucharme. Me habría gustado ser actor, porque se que tengo talento para interpretar. Tal vez por eso, y sobre todo por ayudar a otros, decidí apuntarme en una fundación como voluntario. No tardaron mucho en asignarme un caso.
            Se trataba de una señora mayor, que padecía no se que clase de degeneración en el nervio óptico y apenas veía. Vivía en una casa señorial con una empleada y según me contó en nuestro primer encuentro tenía un hijo. Era una anciana muy agradable, con una buena biblioteca. Le gustaban las novelas costumbristas  y autores como Pérez Galdós o la Pardo Bazán. Para empezar opte por narrativa corta con “cuentos escogidos” que hicieron las delicias de mi oyente.
            Leía unas cuantas páginas y parábamos para merendar, y ella aprovechaba para relatarme su vida en capítulos, que era bastante aburrida. Aunque me gustaba escuchar las cosas que me contaba de su hijo. Había visto sus fotos por toda la casa y tengo que reconocer que me picaba cierta curiosidad por saber más sobre un hombre tan atractivo. Casi un año después me sabía de memoria la historia del tal Ernestito: tenía un puesto directivo en una conocida empresa de seguros y ganaba un dineral; vivía en un apartamento en el paseo de la Habana, que había decorado él mismo con un gusto exquisito;  le gustaba mucho viajar, como atestiguaba el álbum que muchas veces yo veía y comentaba para que doña Aurora disfrutara con mis descripciones. Estaba soltero y sin compromiso, como siempre comentaba su orgullosa madre, aunque había tenido algunas novias ninguna había conseguido llevarle al altar, lo que parecía todo un triunfo para ella, que así lo tenía en exclusiva.
Me gustaba pensar que tal vez mi presencia en la casa le generaría alguna curiosidad por conocerme. No fue así, al parecer siempre estaba ocupado o fuera del país, por lo que acabe perdiendo la esperanza de que surgiera un encuentro.
No se si fue por el aburrimiento, por lo mucho que le ensalzaba su madre, o por no tener ninguna relación sentimental, el caso es que me acabe enamorando de Ernesto.
Una noche estaba de copas con un amigo por la zona de Chueca y este se empeño en que entráramos en un local tipo cabaret. Había espectáculo y cuando salió aquel travesti reconocí de inmediato la mirada acariciadora del hijo de doña Aurora. Me puse muy nervioso con el descubrimiento, a medida que avanzaba el show fui serenándome.
Seguí con las visitas a la madre de Ernesto, libro tras libro, pasaba el tiempo durante el que también me hice habitual del local donde él actuaba.
Una noche, tras el espectáculo él se acercó a la barra y entablamos conversación. Entonces me di cuenta de que mi amor por él no era un espejismo, que le quería de verdad, aunque no podía confesarlo. Sabía tantas cosas de él que me daba cierto pudor, era como si le engañara.
El invierno y una pertinaz afección pulmonar terminó con la vida de doña Aurora. Fui al entierro y presenté mis condolencias a su hijo, que me reconoció, sin saber muy bien de qué. Tardó en darse cuenta. Fue dos noches después en el cabaret. Poco a poco intimamos, para mí fue muy fácil, mis ensoñaciones se hicieron realidad. Ahora vivimos en su lujoso apartamento; cuando volvemos a casa, antes de dormir, yo leo en voz alta un rato, como hacía con su madre.
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1 Response
  1. PILARA Says:

    Me gusta mucho. Cortito y contundente.Ni le sobra ni le falta.
    My bien, Ángela.