Graziela


INCOMPRENDIDO

Y es que no me cree cuando digo que me siguen. Yo no le digo a nadie cómo debe vivir, y a mí, que me dejen en paz. Cuando Irina se marchó mi hermana Concha se preocupó mucho, por ella, que a mí no me engaña. Que si soy agresivo y bronco, que si no me lavo... Nunca la pegué y si dijo lo contrario mentía. Ya sé que tampoco tenía que empujarla o zarandearla. Ella sabía bien cómo ponerme al límite, y yo golpeaba la pared. A veces, después me disculpaba; me hacía la vida imposible y se empeñaba en tener razón. “El enemigo vive dentro” me decía cuando compraba un nuevo cerrojo para la puerta. Y, encima, alegaba que todo lo que hacía era porque me quería. Sí, me quería. Vivir calentita y tener dinero para comprar, eso es lo que ella quería. Si no, ¿por qué se fue precisamente cuando me echaron?  Yo sería igual de insufrible con empleo que sin él ¿no? Que no me chupo el dedo, que no soy tonto, al menos no tanto como pensaba la muy zorra.
El despido fue otra patraña, ¡vamos…! ¿No era mi despacho? pues no entiendo entonces que me largaran cuando vieron la nueva cerradura en la puerta.
No puedo con esa obsesión de Concha por la limpieza. Me ducho una vez a la semana, y me cambio de ropa, lo demás es vicio, o es que la gente es muy guarra y se mancha mucho. Mi casa está bien. No me importa que se amontonen platos en la pila, ni que huelan los ceniceros. Cuando ya no caben más colillas los vacío y listo ¿Qué problema hay? Ninguno. Pues si quiere llamar a sanidad, que llame. ¡Claro que no ventilo! Además puede entrar alguien por la ventana. Las cucarachas no me molestan, son inofensivas y discretas, en cuanto enciendes la luz corren a esconderse para no morir despachurradas.
Lo que no sabía Irina es que no estuve sin trabajar ni un mes, porque Iván, que sabe que soy muy buen programador, me vino a buscar. Me entrega el trabajo y lo recoge en la cafetería,  y nos comunicamos a través del correo electrónico. Ni hecho a la medida conseguiría algo mejor, es lo ideal; no tengo que hablar con nadie, aguantar  pamplinas ni templar gaitas. Y, además, me pagan bien.

Tan pesada se puso Concha con lo del psicólogo que una de dos, o la cogía del cuello o iba a la cita. ¿Y para qué me sirvió? Para que me remitiera al psiquiatra y por eso si que no pasé. ¡Para que me atiborre de pastillas y no pueda ni pensar...! Yo no estoy loco. Es esta hermana mía, que nunca está contenta con nada. No le pareció bien cuando le conté que había encontrado un terapeuta que me entendía y decía que la ira y la rabia había que sacarlas. Desde que estoy con él hace un montón que no tengo que visitar urgencias para que me curen las manos después de un ataque de rabia. Que me quieren sacar el dinero, eso es todo lo que argumenta. ¡Qué sabrá ella! Si no ha ido a ninguna reunión. Ellos no te hacen hablar ni contar intimidades, al contrario, todo lo dice el maestro y tú, solo tienes que asentir. Ahora están preparando un viaje a la India. Todavía no le he dicho a Concha, me he apuntado y quién sabe, lo mismo en algún lugar perdido conozco a la hija de un rey y me caso con ella. Tampoco soy tan mal partido…
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2 Responses
  1. josef Says:

    Un relato de los que yo llamo: sin desperdicio. Y digo esto porque es un retrato y crítica primero velada y luego directa, de un tipo de desquiciado social cada vez más frecuente en las ciudades.
    leer tu narrativa limpia y con ritmo ha gustado mucho.
    Espero seguir leyéndote en días sucesivos.

    Un abrazo.


  2. Nines Says:

    Como esta el mundo, una verdad como un templo, lo describes a la perfección.
    Lo mismo escribes algo tan tierno y dulce, como algo tan duro como este relato, la verdad que eres muy valiente. Y ya sabes que a mi me gusta y mucho.
    Besitos.
    Nines