Graziela


UNA COPA

Descorchó la botella y se sirvió la primera copa de frustración, luego llegó la del abatimiento, con la que además se sintió incomprendido. Le siguieron las de la rabia, el fracaso y la culpa, tras la que supo que no valía la pena maltratarse más, pero aún así siguió bebiendo, y notando como la ansiedad y la sensación de asco se iban apaciguando con cada sorbo, pensaba más despacio y todo era confuso. Apuró el final de la botella de vino y se bebió de un trago la escasa autoestima que le quedaba, con una gran dosis de auto-compasión, al fin y a la postre dormiría todo la noche de un tirón, y aunque mañana se sintiera como un trapo, y se prometiera no volver a probarlo, en la soledad de la noche descorcharía una nueva botella y volvería a empezar la letanía con una primera copa.

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Resulta curioso que cuando visitamos cualquier ciudad queramos conocerlo todo, ver los edificios más notables, su arquitectura, las zonas más concurridas, los museos, los lugares típico... y sin embargo, pasamos la vida en una localidad, que es la nuestra, y muchos ni siquiera reparamos en el precioso mirador de la casa de la esquina, por la que estamos hartos de pasar por delante. Por eso, de vez en cuando me gusta salir a pasear y ponerme los ojos de turista bajo los cristales de mis gafas y observarlo todo desde otra perspectiva. Disfruto mucho al descubrir que cualquier calle esconde detalles sorprendentes que me hacen seguir enamorada de Madrid, pese a sus ruidos y su tráfico, con el calor asfixiante que nos proporciona el asfalto, que no me hace olvidar que también puedo escuchar el trino de los pájaros, ver las golondrinas por la mañana haciendo trazos en este cielo de un azul especial.


Por eso, ahora que la gente está de vacaciones y abandona la gran urbe en busca del aire fresco de la montaña, de su casita del pueblo o de la brisa que les llena los ojos de
mar, es un momento ideal para disfrutar de Madrid.

Durante años
visité con frecuencia, por motivos laborales, el precioso edificio de Correos, sin dejar de admirarlo, ahora reconstruido y convertido en Palacio de Cibeles luce precioso y os recomiendo la maravillosa vista de toda la ciudad que desde su octavo piso se ofrece, de la que sólo se podrá disfrutar hasta finales de julio.

No dejéis pasar esta oportunidad, os aseguro que vale la pena, y además conocer el edificio por dentro, descansar en sus salas de cómodos sofás y subir a la azotea es totalmente gratis.

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MAÑANA DE LLUVIA

Era una mañana plomiza en la ciudad, el agua caía dócil, sin malicia, barnizando todo con un brillo especial, avivando los colores. En la entrada de aquel local cerrado había una mujer cuya edad no supe calcular, estaba sentada sobre un montón de cajas de cartón, tapada con una manta y en sus manos cubiertas con unos sucios mitones, que antaño debieron ser guantes, sujetaba, con mucho cuidado, casi con mimo, un libro. Sonreía, parecía feliz con la lectura, ajena al mundo que la rodeaba. Comprendí entonces más que nunca que los libros te permiten vivir muchas historias, y sobre todo, como en este caso, te ayudan a vivir otra realidad. Sentí curiosidad por saber el título de aquel ejemplar que parecía tan interesante, pero preferí no acercarme, y guardarme aquella imagen. Muchas veces la recuerdo y pienso que detrás de cada persona se esconde un mundo.