Graziela



OTRO MUNDO

Recordaba Julia que aquel siempre había sido su refugio; desde niña, cuando los gritos y los llantos se hacían insoportables, ella corría y corría, para alejarse de casa. Huía y, despavorida, como azuzada por el fuego, atravesaba el pueblo amurallado hasta ese rincón. Una vez allí, se empinaba para poder mirar a través de aquel agujero. Estaba situado en un lugar estratégico de la villa medieval y como luego supo ese orificio se utilizaba para sacar parte de los cañones y disparar al enemigo. Ella sólo quería ver lo que había al otro lado, y una vez que lo conseguía la belleza de la campiña sosegaba su ánimo. Con la contemplación de aquellos campos, que se le antojaban preciosos, se iba calmando y una vez tranquila regresaba al hogar.

Esta vez era diferente, había vuelto a su refugio después de bastante tiempo y llevaba con ella a su hija Sofía; sin embargo, la historia se repetía, no había podido dejar el llanto atrás, le dolían los golpes y el silencio retumbaba en sus oídos. Venía a despedirse del lugar, no quería que su pequeña tuviera que refugiarse allí, ni en ningún otro sitio, por eso esta era su última visita antes de abandonar la región de Senigalia para siempre.
Ya no tuvo que ponerse de puntillas para mirar a través de aquella ventana a la tranquilidad, aquella abertura le mostró otro mundo lleno de matices y dejó que los ojos se le llenaran con su luz. Sintió su reconfortante bálsamo y solo entonces se sintió preparada y segura para partir.
Etiquetas: edit post
4 Responses
  1. PILARA Says:

    La lacra de la violencia acecha oculta, incluso en un texto tan bucólico como este. Por suerte parece que logra arrancarse de sus garras. ¡Lo que no hagamos por los hijos...!


  2. Anónimo Says:

    Hermoso y enigmática historia. El agujero me recuerda a uno existente en las murallas de mi pueblo, al que, de niño, fui tantas veces.

    Un abrazo

    Juan


  3. Arvikis Says:

    Me ha gustado mucho.
    Cada vez dices más cosas con menos palabras
    Javier


  4. Anónimo Says:

    Es curioso que uno pueda ver las mismas cosas con distinta mirada, y que lo haga casi siempre por amor. Precioso