Graziela

 

                                                       Cuadro de Pedro Cano


POR ACCIDENTE

 La gente no entiende que me guste venir aquí cada mañana después de lo que paso. Llego muy temprano, me coloco delante la barandilla de hierro, estoy más seguro si me apoyo en ella. Pensé que nunca volvería a este sitio, bueno, ni a este ni a ningún otro. Fue muy jodido. El accidente me corto la pierna y a punto estuve de desangrarme en la barca. Miro los escalones, a mi pie, con añoranza, con rabia. Durante años los bajaba y los subía cuando íbamos a hacernos a la mar, y cuando volvíamos con las cajas repletas de pescado. Necesito el olor a mar, sentir el salitre en la piel y el viento en la cara para saber que sigo vivo.

Vengo cuando todos han salido y me marcho antes de que vuelvan. No quiero ver la lastima en sus ojos, ni que me compadezcan como a un lisiado cuando me miran. Ellos no saben que aunque el carácter cada vez lo tengo más osco me siento agradecido. Tampoco es tan malo que te falte una pierna. Lo peor es no poder trabajar y estar condenado a días interminables de hastío.

Antes llevaba el pantalón largo, con la patera vacía, que se movía como una bandera a cada paso. No quiero prótesis, me apaño bien con la muleta. No me da vergüenza que me vean el muñón, pero Juana, mi mujer me dice que no es agradable para los demás. Tiene más complejo ella que yo.

Quiere que cuando me den la indemnización nos marchemos a vivir cerca del chico. Dice que ahora con el niño nos necesitan. Yo sé que solo quiere largarse de aquí, no soporta ver a Raimundo, le culpa del accidente y las cosas pasan porque toca. El cable de hierro siempre estuvo allí. Fue mala suerte, no le guardo rencor, seguimos siendo amigo, aunque él me esquive.

La cosa se pondrá mal en casa cuando me niegue a marcharme. Veremos quién gana, Juana es muy buena, pero muy burra y ahora la necesito más que ella a mí.

 

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