Graziela

 SÉPTIMO DÍA.
   Nos despertó el canto de los gallos y amanecimos con los ruidos de la selva que se extendía frente a la terraza de nuestra cabaña, en Puri Lumbung, Munduk, disfrutando del aroma a clavo que entraba por todas partes.  



   Habíamos quedado para meditar en la parte alta de la pequeña cabaña que funcionaba como cafetería, tetería y bar.       De camino, todo nos llamaba la atención a Macarena y a mí, nos parábamos a cada momento para hacer fotos a una flor, a la montaña, o contemplar un rincón encantador, y el resultado fue que llegamos tarde a la meditación y acababan de empezar, así que nos unimos a ellas. 








   El día era muy claro, al terminar pudimos contemplar las maravillosas vista que nos ofrecía nuestro enclave privilegiado.









Daba igual hacia que lugar dirigieras la vista, los ojos se nos llenaban de múltiples colores. Me llamó la atención una torreta que había frente a nosotras, en medio del arrozal, en la que había un hombre que estaba allí para agitar campañas y hacer ruido y espantar así a los pájaros que se acercaban a comer, aunque no siempre lo conseguía.










  
    Dimos un paseo para llegar al restaurante, y allí nos recibió contento el perro que conocimos la noche anterior. El desayuno era la mejor comida del día en Bali: frutas, tés, café, pastas, bollitos, tostadas, tortillas de lo que elegías; huevos, queso, frutos secos. Entre esto y la charla matutina se nos pasaba el tiempo. Después dimos un paseo, para ayudar a la digestión, disfrutando del aire de montaña, de los sonidos de las fuentes y pequeñas cataratas, del precioso jardín.

    A las 12,00 nos recogerían para visitar las cataratas de Sekumpul. Yo me sentía muy ilusionada, pues íbamos a disfrutar de uno de los lugares más poderosos y emblemáticos, energéticamente hablando, de la Isla de los Dioses. 
   Esta cascada y otras se encuentran dentro de un Parque Natural en el norte de la isla.  El agua tiene una caída de 80 metros de altura.
  El camino en coche era sinuoso y estrecho, y aunque íbamos cantando y riendo me tuve que tomar un chicle para el mareo, pues no era cuestión de llegar emborrachada de curvas.
   Llegamos hasta el aparcamiento, donde nos esperaba nuestro guía local y había que pagar la entrada para visitar las cataratas. Hacía mucho calor, y antes de empezar la ruta, también se podía hacer alquilando una moto con conductor que te llevara hasta el final del camino y comienzo de las escalera, pero preferí hacerla dando un paseo. El camino era polvoriento y no muy cómodo, hacía calor. 
   Nos detuvimos en los puestos de frutas, desconocidas para mi y muy raras: salak, mangostín, durian, rambutan, fruta del dragón... Putú, habló con las mujeres que las vendían y nos dejaron probarlas algunas. Eran dulces pero con sabores muy diferentes a los que conocemos.
    Aún no nos habíamos atrevido a probar la fruta típica de allí, con forma de coco y color verde, al parecer muy refrescante y sabrosa pero con un aroma característico (como a vómito) que no la hace nada apetecible, pero ellos la toman con deleite.
  La ruta se hacía larga por el intenso sol,  y tras llegar a un restaurante se terminaba el camino. Después había unas cabinas que marcaban la entrada y casi seguido empezaban las escaleras. 

    No se cuantas pudimos bajar, en inclinado descenso, aunque de vez en cuando había un lugar a modo de "descansillo" donde poder detenerse, descansar y contemplar la vista, que a medida que nos adentrábamos empezaba a ser impresionante.














Según nos aproximábamos el ruido del agua al caer se hacía  más intenso.










 En vez de dirigirnos directamente a la gran cascada, por indicación de Montse tomamos otro camino, solitario y estrecho que desembocada en una cascada más pequeña. 


Dejamos la ropa, las zapatillas o sandalias y nuestras cosas bajo unos arbustos, a la sombra, nuestro guía se encargaría de vigilar y descalzas y en bañador fuimos caminando hacía el pequeño lago que había bajo la catarata. 




  El sonido del agua era tan intenso que deje de escuchar los pájaros, aunque los veía. También estaba maravillada con las mariposas multicolores y las preciosas libélulas.
   Tenía frente a mí, una enorme pared rocosa color negra en la que crecían plantas y arbustos con infinidad de tonos verdes. Había que levantar mucho la cabeza para poder contemplar el cielo, que se recortaba entre la vegetación. Las piedras del suelo estaban resbaladizas y el agua gélida.
  Me costó meterme, casi cortaba la respiración su frialdad y más contrastando con el calor acumulado durante el descenso hasta allí.
   Por fin, sin hacer caso a mi mente me lancé y me dejé envolver por aquel maravilloso baño de naturaleza en estado puro, dejando que todos los poros de mi piel se inundaran de las mil sensaciones que me invadían en ese momento. 
   Nadé despacio hacia el agua  que caía con un intenso ruido, como si estuviera en medio de un fuerte aguacero y grité de emoción, de alegría, de felicidad. Miré el  pedazo de cielo claro que resaltaba en contraste con la vegetación y era como sentirse dentro de un útero, aunque parezca absurdo tuve ganas de cantar y canté. Total, estábamos allí solas y  no todas en el agua, además con el ruido creo que solo yo me escuchaba.
   Tenía la sensación de encontrarme dentro de la película de Avatar.
  Al salir del agua aún sentí más esa sensación. Sentada en una roca, al sol, había libélulas revoloteando a mi alrededor, tenían colores inimaginables desde el turquesa al dorado, pasando por los verdes, anaranjados y rojos. De pronto me di cuenta de que unas que parecían de terciopelo negro con las alas naranjas o doradas se posaban sobre mi, mi compañera decía que lo mismo picaban, pero no hacían nada, se limitaban a permanecer unos instantes sobre mi piel, en el hombro, la mano o la pierna para volar de nuevo y alejarse.
   Lastima que teníamos todas nuestras cosas en el camino, pues me habría encantado poder fotografiarlas, aunque en mi memoria seguirá perdurando su imagen, fueron momentos mágicos.

   Después de pasar allí un rato, gozando del paisaje en el que me sentía inmersa, nos dirigimos a la cascada grande, tuvimos que cruzar un pequeño riachuelo. En esta otra cascada había más gente, ruidos, voces, fotos. Las piedras que había que pisar para llegar a la base estaban tan resbalosas que muchas personas terminaba cayéndose. 

   Nuestro guía local nos daba la mano para ayudarnos a pasar, en todo momento estuvo pendiente de nosotras, quería asegurarse de que nosotros no terminaríamos dándonos una culada o costalada.
  Después del baño tan maravilloso que acababa de darme en la otra cascada, que me refresco por dentro y por fuera, ya no me apetecía mojarme más. 
   El camino de regreso se hizo especialmente duro, sobre todo porque yo empecé con mucho ímpetu y rapidez, las escaleras parecían interminables, además, ahora eran de subida y tuve un momento en que sentí que las piernas me flaqueaban y me tuve que parar. Con un ritmo más mesurado termine el camino bien y no quise subirme a una moto para llegar hasta el restaurante, preferí seguir andando, para aliviar la tensión del ascenso. Acabé cansada, contenta y agradecida, pues el cuerpo me respondió, aunque no pude evitar pensar un momento en las agujetas que tendríamos al día siguiente.


   Tras la comida me hice amiga de Kiara, la hija de la dueña de lugar donde cominos. Mientras mis compañeras charlaban o regateaban con la mujer de la tienda que había en el porche, la niña me mostraba las frutas de los árboles, una especie de hurones y conejos que tenían en jaulas, sus juguetes y todo aquello que ella consideraba importante. 
Estuvimos jugando bastante rato y cuando le pedí que se fotografiara conmigo le daba mucha risa y vergüenza. Era preciosa.
   Estaba feliz, había conocido un paraíso, me había dado un baño de naturaleza, además disfrutaba de la compañía de una niña, daba igual que no habláramos el mismo idioma, los niños son niños y nos entendimos perfectamente. Me sentía llena de gratitud y enormemente afortunada.

  El día aún no había terminado. Camino a nuestros alojamientos paramos para contemplar los lagos y tomar una cerveza, que en un sitio tan precioso nos supo a gloria, aunque no estaba muy fría.


 Al parecer habían tenido un año seco, pues cuando hay buenas lluvias los dos lagos llegan a juntarse formando solo uno.









Debe ser un mirador donde se detienen todos los turistas y visitantes, por eso había un señor que tenía murciélagos, serpientes y búhos para hacerse fotos con ellos, y me dio pena de los animales.


     Llegamos a Puri Lumbung con tiempo para ver atardecer de nuevo en su jardín y como aún no lo conocíamos bien, dimos un paseo para conocer lugares que aún no habíamos visto o disfrutarlos bajo otra luz.

Y como en esta entrada ya he escrito mucho y no quiero aburriros, me limitaré a poner una fotos más.
 








   Cuando llegamos a nuestra "casita", ya era de noche, y también "disfrutamos" de la inesperada visita de bichos varios, y un gecko cantarín y colorido, bastante grande, que se ocupaba de limpiar el cuarto de intrusos. 
   Esa noche cenamos pronto y aprovechamos la sobremesa para comentar nuestras impresiones sobre el día tan intenso que habíamos vivido, como solíamos hacer todas las noches. Nos acostamos temprano, estábamos agotadas y al día siguiente las chicas se habían apuntado a  una clase de yoga temprano y teníamos que recoger y hacer maleta para trasladarnos a la costa Norte de Bali, última parte del viaje.

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2 Responses
  1. JESUS Says:

    Me ha encantado!!


  2. ¡Que precioso viaje, me entran ganas de salir corriendo para Bali!