Graziela



EL HOMBRE DEL TREN

Me avisaron de la residencia, la tía Matilde se había roto la cadera y tenían que ponerle una prótesis. Cuando me llamaron, lamenté una vez más que la hermana de mi madre tan cabezota como ella, se negara rotundamente a abandonar Cartagena y trasladarse aquí, donde podría visitarla con más frecuencia y ocuparme mejor de sus cosas. 
Era su única familia así que tenía que salir inmediatamente. Mi cuñada se encargaría de la tienda en mi ausencia.
Hacía años que no viajaba en tren y la idea de poder pasar casi cinco horas leyendo, escuchando música o pensando en mis cosas me pareció mejor que conducir sola y con este tiempo tan lluvioso. Mi marido me acompañó a la estación.
Llegué pronto, me senté y saqué mi libro mientras salíamos. Afortunadamente el vagón no iba lleno y cuando arrancó pensé que podría estirar las piernas e incluso colocarlas en el asiento de enfrente, momento en que entró un hombre y se acomodó en el mismo. Saludó cortesmente y también sacó un libro. Yo le miré y sonreí, él pareció desconcertado.
­- Disculpe, es que me ha hecho gracia ver que los dos estemos leyendo lo mismo, "Gente imperfecta". 
­- Si, es curioso. Tiene una portada interesante. A mi me lo han regalado, y me da la impresión que no es un best seller.
-­ Para nada, yo me lo compré el día que lo presentaron en Madrid. Conozco a  una de sus autoras. A mi me está resultando muy entretenido.
­ - Sí, se lee fácil.
Los dos volvimos a meternos de lleno en la lectura y de vez en cuando, cuando terminaba un cuento miraba por la ventanilla; quedaban atrás casas y edificios, carretera, árboles, más casas, o el campo. 
       Al acabar un relato me reí y mi compañero de asiento también lo hizo. Debíamos estar en el mismo punto, casi por el final. Empezamos entonces a comentar el tema del libro: los siete pecados capitales y la forma de verlos a través de los protagonistas de las historias que acabábamos de leer.
Esa conversación derivó en otra y al cabo de un tiempo que no podría determinar, me sentía tan a gusto charlando con aquel hombre que acepté su invitación a pasar por la cafetería a tomar algo. 
Las horas pasaron sin sentir, casi habíamos llegado y el viaje me resultó hasta divertido con Daniel, ese era su nombre, una persona agradable. Al llegar a la estación nos despedimos.
  Mi tía fue operada y se recuperaba bien de la intervención cuando empezó a tener fiebre alta y mucha tos. Respiraba con dificultad. Yo estaba muy preocupada pues no respondía a los antibióticos que le administraban, así que su médico pidió que mandaran un colega de neumología  para que la examinara. 
       No me separaba de ella en todo el día. Cuando se abrió la puerta y entró el neumólogo quedé petrificada. No sabía que Daniel era médico; él pareció tan sorprendido como yo.
Entonces lo supe, todos podemos llegar a ser gente imperfecta, y caer en la tentación si surge la oportunidad, como algunos protagonistas del libro que ambos habíamos leído.