Graziela


EN LA CIUDAD.

Empuja el carro en el que guarda toda su existencia. Lastrado por su fracaso, arrastra los sueños partidos y la miseria. Sin futuro, sólo vive para ver pasar la vida meciéndose en el tedio de las horas, y por dar de comer a los tres perros que ahora son su única familia.
A veces, entre volutas de humo y efluvios de alcohol vuelve a ver el piso luminoso y escucha a Lola cantando en la cocina, mientras hace la paella del domingo y llegan los chicos a comer.
La luna, como una pestaña pintada en el cielo, trae de nuevo la oscuridad. Él, saca los cartones del carro y se preparan para dormir.
Cerró la puerta de su casa por última vez y dejó las llaves en el buzón, sin despedidas ni explicaciones. En la galopada, sobre el caballo tocó fondo y puso tierra entre ellos. Perdió el mar. Es más fácil no ser nadie en una gran ciudad, donde los vecinos le guardan comida y de vez en cuando alguien le da una moneda. Aunque todavía, a veces, le duelan los recuerdos y la pena le devore las entrañas.
1 Response
  1. PILARA Says:

    Me ha encantado. Es muy visual y poético, casi se puede oler esa paella dominguera.
    My my bien, Ángela.