Graziela



SIN PIES NI CABEZA

Eva salió de nuevo precipitadamente de su casa dejando tras de si el eco de un portazo. Al llegar al portal no supo hacia donde encaminar sus pasos, no recordaba bien el lugar en el que había aparcado el coche el día anterior. Cinco minutos y un par de vueltas por las calles más cercanas le costó localizar su Clio incrustado entre dos vehículo, entonces recordó lo que le había costado meterle en aquel hueco diminuto. No podía seguir así. Cuando arrancó no había decidido que dirección tomar, conducir la tranquilizaba, así que se limitó a seguir las indicaciones de las señales para ir girando por las calles que estaba permitido hasta verse en la gran avenida. De pronto sintió la necesidad de comentar lo ocurrido con su madre, ella siempre la comprendió. Dejó tirado el vehículo en el primer sitio que vio. ¡Mierda, tenía que haber cogido el abrigo! Aquí hace un frío de narices. El cementerio le pareció más alegre que otras veces, montones de flores salpicaban su gris fisonomía. Allí también estaba la tía Dori y conversó con ella un buen rato. Tras la charla con las dos mujeres se sintió reconfortada y dispuesta a regresar a casa. La visión de un municipal poniéndole una multa volvió a alterarla.

- Lo siento agente, no tengo documentación, he salido de casa con prisa y me he dejado la cartera.

- Pues no se puede ir indocumentada y menos aún conduciendo un vehículo. Llame usted a alguien para que venga a recoger su coche, que por cierto está en un vado, o se lo llevará la grúa.
- Tampoco tengo mi móvil, ni dinero para coger el metro, todo está en mi bolso y al salir precipitadamente sólo he cogido las llaves del coche.
- Pues entonces tendrá usted que ir andando o acompañarme a comisaría... No creo que los que están allí dentro la esperaran con hora -dijo con sorna mirando al cementerio.
Eva se sintió impotente, si llamaba a Sergio contándole lo ocurrido era como darle la razón, estaba harta de que argumentara que hacía las cosas sin pies ni cabeza. Si al menos tuviera una de sus pastillas, le ayudaría a pasar el mal trago. Empezó a hacer pucheros y dudaba entre ponerse a llorar o echar a correr. El policía pareció comprender la situación y se ofreció para llevarla a casa en el coche patrulla, aunque tendría que ir detrás, sino se jugaba el trabajo, lo que ella aceptó sin pensar.
Sergio estaba en el balcón fumando, tragando su nerviosismo con cada bocanada, cuando vio detenerse un coche de policía delante del portal. Se quedó sorprendido. La loca de Eva no habrá vuelto a denunciarme -pensó- dudaba que consiguiera salir airoso en una tercera ocasión, por muy injustificada que fueran la denuncia. Notaba como la indignación le nublaba la vista, pero al ver salir a su mujer del vehículo sintió cierto alivio. Entró en la casa y esperó a que ella llegara y le diera las inevitables explicaciones. El rato que tardó en escuchar la cerradura se le hizo eterno, hasta que comprendió que se habría vuelto a dejar las llaves y estaría en casa de la vecina pidiéndole la copia y justificándose.
- Cari ¡no sabes qué susto he pasado! Creí que tenía que llamarte desde comisaría -Dijo a modo de saludo.

- Eva tú no estás bien. ¿En que lío te has metido ahora?
- Te juro que no he hecho nada. He ido a hablar con mamá y tía Dori y como he salido con prisas me he dejado el bolso. Me estaban poniendo una multa y al no llevar documentación, ni el móvil, ni dinero el agente amablemente me ha acercado hasta aquí.
- Lo siento, pero ya no puedo más. Vivo siempre intranquilo contigo. Hoy cuando recoja a Pedrito del colegio me marcharé con él a casa de mi madre.
- Tú no te puedes ir, esta es tu casa. No puedes dejarme... Quedarte aquí con el niño, yo me marcharé. Buscaré trabajo, estudiaré y volveremos a estar juntos. -dijo mientras se acercaba a él y le abrazaba.
Tras la escena y el llanto, Eva preparó café y, con más calma que en ningún momento en el último año, hablaron y acordaron que sería ella la que dejaría la casa y al niño. Sergio pediría el divorcio, aunque Eva no estaba convencida de este extremo. Recogió la ropa del tendedero y dejó encima de la cama la suya, para preparar la maleta, planchó la del niño y la de su marido. Ordenó y limpió la casa, y se le ocurrió que tendría que dejarles la nevera llena y algo de comida preparada, él tendría muy poco tiempo ocupándose del crío, la casa y el trabajo. Sergio le dio el dinero que le pidió y la prometió acompañarla después a recoger el coche. Empezaba a arrepentirse de tomar una decisión tan drástica ¿Qué iba a hacer Eva sola?
Tardó tanto en volver del supermercado que se hizo la hora de recoger al niño. Al regresar a casa vio el coche de su mujer y una patrulla de policía en la esquina. Asustando subió al piso. Al verlos aparecer ella se abrazó al niño gimoteando. Tenía la cara tumefacta, con un par de golpes bien marcados. La vecina también estaba allí, mirándole con odio. Sergio se tapó los ojos con las manos. Se la había vuelto a jugar.

2 Responses
  1. PILARA Says:

    Chica lista, aunque un poco malita.
    My bien.


  2. Arvikis Says:

    Armas de mujer. Muy bien.