PRIMERA CONSULTA
Seguí
como si aquello no hubiera ocurrido, y no volví a ser la misma viviendo sin
retrovisor.
Andábamos
sin buscarnos, sabiendo que andábamos para encontrarnos, esto debió ser
así desde el principio. Está claro que el universo nos guía hacia determinadas
experiencia y de un modo u otro, los pasos que vamos dando en nuestro camino
nos acercan a ese destino.
Tu
nombre en mi agenda no me dijo nada, ni siquiera sabía cómo te llamabas, dónde
vivías o a qué te dedicabas.
Silvia,
la recepcionista te hizo pasar.
Cuando
apareciste en mi consulta, nuestras miradas se cruzaron, contuve la respiración
y el corazón se me detuvo por unos instantes para latir desbocado desde el minuto siguiente.
Supe
que eras tú nada más verte. Fue como volver a tener frente a mí a tu padre. Tendrías la misma edad que él cuando le vi por última vez. Al estirar el brazo para estrechar mi mano no
tuve ninguna duda. Vi esa mancha de nacimiento en forma de gota, donde se unen
el pulgar y el índice; era como si una de las muchas lágrimas vertidas cuando
te pusieron en mis brazos, se hubiera quedado dibujada en tu piel, igual que yo
la tenía en la mía.
Apenas
podía contener la emoción. Una oleada de ternura me rodeaba, sentía debilidad
en las piernas y no era capaz de articular palabra. Creo que retuve tu mano
durante más tiempo de lo normal, mientras me mirabas con una tristeza infinita.
Debiste notar mi turbación.
Con
un gesto te indiqué el diván y mientras te acomodabas tomé el bloc de notas. Me
senté frente a ti, intentando aparentar un control que había perdido hacía
rato.
Fui
recobrando el dominio de la situación, haciéndote las preguntas rutinarias. Era
muy buena en mi profesión y una experta en reprimir emociones. Te miraba
mientras me contabas tu vida a grandes rasgos, tus inquietudes, los problemas de relación y con tus padres.
Yo
escuchaba en silencio, asintiendo de vez en cuando, invitándote a continuar. Te
serví agua y bebí yo.
Casi
no apunté nada y me sobresalte cuando sonó la alarma indicando que la visita había
finalizado. Te levantaste. Pregunté si tenías prisa. Dijiste que no. Te pedí que me disculparas un momento.
Como
una autómata salí a la puerta y le dije a Silvia que podía marcharse, que
cerraba yo.
Tú estabas de pie, frente al escritorio y te invité a que
te sentaras en mi silla, entonces fui yo la se tumbó en el diván y comenzó a
hablar.