Ni el tiempo triste y llorón consiguió desanimarnos y nos convocamos a primera hora de la mañana del viernes para salir de Madrid. Un nutrido grupo de mujeres y algunos hombres, creo que eran cuatro con el guía, cargados de entusiasmo y energía para iniciar la marcha hacia la Miniciudad Encantada de Tamajón.
Nuestro camino por las tierras altas del noroeste de la provincia de Guadalajara comenzó con una parada en la localidad de Tamajón, para desayunar, coger fuerzas y de paso comprar unas magdalenas caseras que nos recordaran durante días la excursión.
El objetivo era recorrer una serie de pueblos que conformar un conjunto singular al estar construidos con lajas de pizarra y piedra oscura, conocida como arquitectura negra.
Comenzamos la marcha por un camino un tanto abrupto, que bajo la fina lluvia y el cielo blanco daba al paisaje tonalidades impensable bajo el sol.
La flora típica de monte bajo, con jarales, apuntando botones blancos que dentro de poco ofrecerán un espectáculo impresionante, pequeñas pinceladas de brezo rosa entre tanto verde y brezos blancos, abundantes en esta zona deleitaron nuestros ojos durante el descenso.
Desde arriba pudimos ver en la lejania la localidad de Almiruete, un buen ejemplo de arquitectura negra, enclavado dentro del valle de las Presas. Dicen que dada su localización geográfica, es un lugar que en verano resulta fresco y en invierno está protegidos de las inclemencias del tiempo, aunque a nosotros llegamos allí entre chubascos, escuchando el agua que cantaba en regatos y arroyos. Es un pueblo tranquilo, sencillo y original, en el que vimos algunas casas rurales y apartamentos rústicos.
Llama la atención la espadaña a poniente de su iglesia, con huecos para las campanas y ábside semicircular a oriente, características todas ellas de esta zona.
Durante el camino encontramos varios castaños centenarios, imponentes, de espectacular belleza, pese a estar todavía desnudos, pues la primavera en estas tierras parece que se toma su tiempo para mostrarse en todo su esplendor.
Dejamos atrás la localidad y nos encaminamos hacía la Miniciudad Encantada. el sendero se hizo más ancho, y caminamos por la pista con tranquilidad, a ratos con chubasquero, a ratos sin el, al cobijo del paraguas o sin capucha, siguiendo los caprichos de este loco abril. Observando el magnifico bosque de sabinas, atentos a los comentarios de nuestro guía, que se encargó de mostrarnos los cambios en la fisonomía de este árbol a lo largo de su vida y la diferencia entre estas y los enebros. El bosque también tenía buenos ejemplares de encina, cantuesos, jarales y tomillos perfumaban el aire, puro, húmedo y fresco. También escuchamos los trinos de diversos pájaros, aunque el agua los tenía un poco asustados y no dejaban ver.
Esta zona es un reserva de caza y aunque no vimos ningún animal de los que habitan en esos lares (corzos, venados, jabalíes...), sin duda nuestra alegre charla y el día otoñal no les animaron a mostrarse.
Las formas caprichosas de las rocas en la Miniciudad Encantada, emergen imponentes en un terreno que antaño estuvo inundado por las aguas; la piedra caliza, erosionada por el paso del tiempo ha ido conformando este paisaje original, tan característico de la zona en un bosque de sabinas, con algunos robles y saúcos, poniendo la nota de color los tojos, de un amarillo chillón que destacaba entre los mil matices de verde.
Visitamos la ermita de la virgen del Enebral, aunque realmente está levantada entre sabinas y no enebros. Allí aprovechando para hacer un alto en el camino y disfrutar de la comida.
Repuestas y con las mochilas más ligeras seguimos ruta.
El día no nos dejaba disfrutar de la cumbre de Ocejon, que separa la cuenca del río Sorber (a derecha) y del alto Guadarrama (a izquierda) pues unas nubes gatas la ocultaban. Sin embargo por la tarde, más despejada vimos la Sierra de Ayllón. Atravesamos un pinar esquivando ramas y troncos, pendientes del suelo resbaladizo y pedregoso y como el sendero que nos haría llegar a Retientas nos resultó esquivo, desandamos lo andando y nos encaminamos a Tamajón, donde terminamos la marcha.
Una excursión interesante, entretenida y amena, que terminamos mostrando nuestro reconocimiento a la labor de Josefina, que no ahorra esfuerzos para conseguir que sus alumnos hagamos salidas como esta, que fomentan no solo el amor a la naturaleza, sino las relaciones y el compañerismo.