may
09
LA
CASTAÑERA
Igual
que las violetas florecen con los primeros fríos, aparecían en
Madrid las castañeras. Cambiaban el paisaje urbano poniendo un poco
de calor en la calle, salpicando las aceras más concurridas con el
humo de los hornillos y su aroma inigualable, caldeaban el ambiente
invernal. En la esquina de Gran Vía con la Plaza del Callao, en
Arguelles y Princesa, en Goya… pero mi preferida era la de Diego de
León con Conde de Peñalver, pues además de ofrecerte el
cucurucho de papel de periódico con doce castañas asadas por un
duro, siempre te obsequiaba una sonrisa. Sonreía mientras trabajaba,
sin mirar a nadie, como para ella. Me encantaba pararme, y al
calor de la lumbre charlábamos un rato mientras se doraban las
castañas.
Eloisa,
que así se llamaba, era una mujer amable que aprendió el oficio de
su madre, igual que aprendió desde niña a recolectar fruta, labor a
la que se dedicaba de mayo a septiembre, empezaba con la fresa y
acababa en la vendimia; una vez incluso viajó hasta Francia, porque
decían que allí pagaban mejor.
Siempre
le encantaron las castañas: tan brillantes, tan bonitas, con sus
formas redondeadas, por eso para ella aquel trabajo era agradable,
sin tener que agacharse y levantarse todo el tiempo o cargar con
grandes cestos a la espalda.
Con
sus mitones renegridos y algo quemados, se sentía dichosa cuando
colocaba el carbón en el hornillo y lo prendía al empezar su
jornada. Con la única ayuda de un gancho de hierro y una badila
removía las brasas de vez en cuando, dejando que el aire las avivara
para dar más calor, que había que ahorrar. Sentada en su banqueta
con el delantal largo y bien arropada, con bufanda y toquilla de
lana, iba cogiendo una por una las preciosas castañas. Usaba
su gastado cuchillo romo y realizaba una pequeña incisión en cada
fruto para que no estallaran al asarse. Controlaba cada hornada con
atención, evitando que se quemaran o salieran crudas. “Castañas
calentitas”, pregonaba con áspera voz cuando no se acercaba nadie
al puesto. En los momentos de espera a que alguien le comprara, se
dedicaba a observar a la gente.
Vendiendo
castañas conoció a aquel hombre. Su madre le dijo: “Yo con
este no me casaba aunque fuera envuelto en oro”, pero en primavera
ella sí se casó. No tardó mucho en comprender su error. Mejor
habría hecho quedándose sola, pensaba, como estuvo toda la vida su
madre. De la mano de aquel hombre conoció la angustia de la espera y
el miedo a no tener que comer, pues él se bebía y se jugaba cuanto
entraba en el hogar. No duró mucho. Eloisa tenía coraje y le largó
de casa en cuanto le puso la mano encima por primera vez. Se apañaba
bien sola, trabajaba duro, pero no estaba hecha para soportar
vejaciones y si estar casada era eso, prefería estar soltera.
A lo
largo de los años me fue contando su historia y también conocía
mis soledades.
Volvió
a ser la castañera aquel invierno. Cortaba orgullosa las castañas
que le mandaban de Extremadura o de Galicia sin fijarse en los
hombres, por miedo a que alguno volviera a herir su corazón.
Centraba
toda su atención en el trabajo y se sentía feliz, mientras
cortaba las castañas admiraba su brillo, que las hacía
parecer recién pulidas, como si alguien se hubiera dedicado a
barnizarlas una por una. Le encantaba el aroma que dejaban en el aire
cuando se asaban y no le importaba quemarse los dedos al cogerlas.
Ponía tanto la mente y sus sentidos en tan sencilla labor que
mientras la realizaba no pensaba en otra cosa. Cuando me lo contaba
yo sabía que aquella era su forma de meditar.
A mí
siempre me ocurría igual. De pronto, inesperadamente, cuando un día
paseaba por Diego de León y sentía la necesidad de subirme el
cuello del abrigo o de meter las manos en los bolsillos, me percataba
de que en el aire flotaba un olor conocido, agradable, con sabor a
invierno. Había vuelto la castañera, cada año más vieja, con el
rostro reseco y arrugado, las manos sarmentosas bajo los viejos
mitones, y esa sonrisa capaz de aliviar el día más frío.
(Primer premio del concurso de cuentos "María Santa Perea", VI edición convocada con el tema: Leyendas urbanas de un Madrid diverso" A)
Felicidades por tan merecido premio.
Esa castañera es de lo más evocadora.
My bien.
Muy Bonito, tierno, precioso, dulce, no se que mas decirte Graciela, la verdad tu ya la sabes tienes un primer premio muy merecido y reconocido. Muchas Felicidades. Besos.
¡Enhorabuena! Se me había pasado, pues coincide con la semana y media que he estado fuera. Buen cuento y mejor premio. Evidentemente este cuento no ha sido una "castaña".
javier
Me acaba de decir Javier que te han concedido este premio y me alegro muchísimo de que tu tesón en el trabajo literario vea sus frutos. Felicidades.