ACTO DE ENTREGA DEL TERCERE PREMIO DE "V CERTAMEN DE CUENTOS DE LA ASOCIACIÓN NACIONAL DE ARTISTAS CARMEN HOLGUERAS", CELEBRADO EL 9 DE OCTUBRE DE 2023.
TIERRA
FÉRTIL
Lo de nuestra madre fue inesperado. Cuando aparecieron los primeros síntomas ya era tarde. Todo ocurrió tan rápido que ni Lidia ni Rubén, mis hermanos, llegaron a tiempo al tanatorio. Tras la incineración decidimos posponer el funeral para que pudiéramos asistir todos sus hijos.
Una vez que tuvimos sus cenizas
surgió el dilema: la tía Esperanza dijo que podíamos hacer una reducción de
restos y enterrarla junto a papá, pero dado lo mal que se llevaron durante los
últimos años de su vida en común, no me pareció buena idea. Comprar un nicho o un columbario ni siquiera
lo contemplamos. Se acercaba el momento de las exequias y seguían las dudas.
El tío Rafa me ofreció una solución: que
lleváramos las cenizas a “Los
acebuches”, su finca, en la que habíamos pasado tan buenos ratos en
familia. A mí me pareció una idea estupenda y se lo comenté a mis hermanos:
— Eso supondría que no descansará en
campo santo —Objetó Lidia.
—Lili, ¡tú estás tonta! —dijo Rubén—
Desde cuándo te importan esas cosas, si la última vez que pisaste una iglesia
aquí fue en el funeral de papá, hace ya más de cinco años.
Y así quedó zanjado el asunto.
Decidimos comprar un árbol y enterrar la urna bajo el mismo, pues lo de
esparcir sus cenizas no nos pareció buena idea desde que mi cuñado nos contó
que, al aventar las de su padre sobre el mar, cambió el viento y terminó
llevando a casa parte de sus restos pegados en la ropa y el pelo.
Elegimos un lugar alejado de la casa
y pasamos por el vivero más próximo para comprar el árbol.
—A mí me parece que un melocotonero,
que era la fruta preferida de mamá, estaría bien.
El empleado nos enseñó un montón de
árboles de melocotón: rojo, Vesubio, Fortuna, Brasileño, amarillo. Tempranos,
tardíos, de distintas edades, precios y tamaños. Y ante tanta variedad no
sabíamos por cuál decidirnos. Así que a Lidia se le ocurrió decir:
—Bueno, realmente, lo que más comía
eran ciruelas para ir al baño. ¿Qué tal un Pruno o un Claudio? Aunque no sé
cómo son sus flores.
Y el buen hombre, con infinita
paciencia, nos llevó a la zona de los ciruelos y nos mostró las variedades que
tenía: Claudia verde, Santa Rosa, Black Diamond, enumerando las características
de cada uno. Tras su charla, Rubén, un tanto aburrido, sentenció:
—A mí éstos no me gustan, son muy
redondos de copa. Y como ella ya no necesita nada que le regule el intestino, yo
prefiero los cerezos, acordaos de las excursiones al valle del Jerte que hacíamos
de pequeños para ver su floración. O un albaricoque. A mamá la volvían loca los
orejones.
—Pues los cerezos están allá al
fondo y los albaricoqueros junto a los melocotoneros que hemos visto antes. Así
que díganme qué quieren ver primero.
—Bueno, los naranjos también son árboles
bonitos y el azahar huele muy bien —dijo Lidia.
El del vivero, que debía estar harto
de aguantarnos, se giró airado para responderle.
—Sí señora, y su fruta también tiene
cualidades laxantes, pero aquí no se dan. Si me dicen dónde lo quieren plantar,
si es solana o umbría, yo podría aconsejarles.
Estaba claro que no teníamos ni idea
de fruticultura, así que le expliqué porqué queríamos comprar un frutal. Nos
aconsejó poner un árbol como portainjertos o patrón, e injertar en el mismo la
variedad de fruta deseada. Por un precio razonable, él se comprometía a plantarlo,
injertarlo una vez prendido y cuidarlo durante el primer año.
Resuelto el tema, después del
funeral nos desplazamos toda la familia al lugar elegido y al lado del tronco,
que era robusto y parecía que llevara años allí, enterramos la urna con las cenizas
de mamá. Quedamos con el tío en que lo visitaríamos cuando pudiera cada uno y
se mostró encantado.
En primavera el frutal lucía esplendido,
cuajado de hermosas flores rosas.
Me llamó Rubén para decirme que
había estado en “Los Acebuches” y probó las cerezas del frutal de mamá, que
eran exquisitas.
Poco después vino Lidia de vacaciones
y comentó que el ciruelo estaba lleno de Claudias verdes, dulcísimas; había
cogido un cesto lleno para hacer mermelada.
Me quedé desconcertada. Así que
decidí comprobar cual de mis hermanos tenía razón.
Sorprendentemente cuando yo fui todavía quedaba fruta en el árbol, pero no
eran cerezas ni ciruelas, sino melocotones.
¿Tierra fértil o cosas de mamá?
Imágenes del acto.
Mis felicitaciones a los demás galardonados. Gracias a la Asociación Carmen Holgueras, a todos los que nos acompañaron esa tarde y a Paloma Martín Tovar, la secretaria encargada de dirigir el acto.