Graziela
NADA ES PERFECTO
Tanta felicidad
a veces me daba miedo. Mi mujer
y yo supimos crear nuestro propio paraíso,
ciegos de amor. No vimos ninguna marca
o señal de lo que estaba por venir, no había luces rojas que avisaran de un peligro, todo iba bien y parecía perfecto.
El tiempo se detuvo, con mi temblor ante las palabras del doctor. Nos dejó helados, no se trataba de un espejismo.
Me siento inmensamente
afortunado porque ellos están a mi lado; mis mellizos son mi mayor bendición.
Ahora somos tres, como siempre
soñamos ella y yo, sin embargo, no puedo dejar de ver a su madre en los ojos de
Lucía, ni en la sonrisa de Samuel. Y me duele el alma al pensar que para que
ellos estén hoy conmigo ella tuvo que dejarnos.
Graziela
LA MUJER DE LA OTRA ESCALERA
Yo tuve la culpa. Algo raro ocurría
en aquella casa. Las agradables palabras de la vecina, cuando nos cruzábamos,
mis encuentros en el mercado con su marido, que decía buscar algo para
sorprenderla: “melocotones que le encantan, unos girasoles”. Alguien tan
obsequioso no parecía capaz de cometer una infamia al llegar a casa.
No parecían tan sentimentales y
amorosas las broncas, portazos o insultos, que los oía por el patio.
La policía llamó a mi puerta.
Encontraron muerta a la vecina de la otra escalera. Con temblor de piernas les
conté lo que sabía. Ella nunca tenía marcas de golpes.
No creía que un hombre tan atento
fuera capaz de cometer el crimen, pero le detuvieron.
Un señor visiblemente afectado
colocó un tulipán rojo sobre el ataúd.
Le recordé, siempre con la maleta. Es el marido, me dijo la cotilla del
bajo. ¿Su marido?
(Micro del juego del verano Sol-Mar 2020)