EN LA CIUDAD.
Empuja
el carro en el que guarda toda su existencia. Lastrado por su
fracaso, arrastra los sueños partidos y la miseria. Sin futuro, sólo
vive para ver pasar la vida meciéndose en el tedio de las horas, y
por dar de comer a los tres perros que ahora son su única familia.
A
veces, entre volutas de humo y efluvios de alcohol vuelve a ver el
piso luminoso y escucha a Lola cantando en la cocina, mientras hace
la paella del domingo y llegan los chicos a comer.
La
luna, como una pestaña pintada en el cielo, trae de nuevo la
oscuridad. Él, saca los cartones del carro y se preparan para
dormir.
Cerró
la puerta de su casa por última vez y dejó las llaves en el buzón,
sin despedidas ni explicaciones. En la galopada, sobre el caballo
tocó fondo y puso tierra entre ellos. Perdió el mar. Es más fácil
no ser nadie en una gran ciudad, donde los vecinos le guardan comida
y de vez en cuando alguien le da una moneda. Aunque todavía, a veces,
le duelan los recuerdos y la pena le devore las entrañas.
Me ha encantado. Es muy visual y poético, casi se puede oler esa paella dominguera.
My my bien, Ángela.