LA
FUERZA DE LA INERCIA
Con
el tedio instalado en el salón, entre mi sitio y el suyo, añoro la
alegría de tiempos pasados: las risas de mis hijos, sus ruidos, los
horarios y hasta las broncas. Vivo sumida en el
aburrimiento de los días iguales, devorada por la rutina que tiñó
de gris mi piel. Él me anima a salir, ir de compras, apuntarme a
algún taller o asistir a clases, mientras mira la tele o lee el
periódico en el ordenador, encantado de poder disfrutar de ese ocio
que a mi me crispa, siempre sentado en su sillón.
Al
final me animo y me apunto a unas clases de pilates y a patchwork,
para ver si consigo espabilar este cuerpo dormido que cada vez me
pesa más y puntada a puntada pongo orden en mi cabeza, que falta me
hace.
Marta
tiene mi edad, es atractiva, simpática y dulce, y me comprende
perfectamente. Me reconforta saber que alguien me entiende, que he
encontrado una amiga a la que las hormonas no han conseguido
desequilibrar y sumir en una constante montaña rusa emocional, para
terminar buceando en profunda tristeza. Ella me hace reír, no tiene
hijos, y estaba tan aburrida de su matrimonio como yo, pero ha tenido
el valor de divorciarse y un mundo nuevo se abre a sus pies. Yo
quiero a Juan, será por la fuerza de la inercia de tantos años. A
él también le gusta Marta, le cae muy bien y en cuanto tiene
ocasión se le insinúa. Es bobo, cree que no me doy cuenta, el pobre
no sabe nada, ni se lo imagina; está encantado con mi cambio de
actitud. He recobrado la alegría, la ilusión y hasta los chicos se
han dado cuenta y dicen que estoy más guapa. Todos se muestras
agradecidos a mi nueva amiga. Ella y yo nos reímos, nos divierte la
situación.
No hay nada mejor que un cambio radical para escapar de la rutina; si con el cambio se encuentra algo que ni sabíamos o no queríamos asumir nunca es tarde para buscarlo y disfrutar.
My bien, Ángela.
Muy bonito....y sobretodo muy real ...como la vida misma. eso sí dan ganas de vivir a tope.