



Y ESPERO QUE EL 2011, TODO SEA MEJOR PARA VOSOTROS.
BESITOS DE ESPUMILLÓN, MAZAPANES Y TURRÓN
GRAZIELA

EL ACUERDO
Hoy me has hecho el hombre más feliz del mundo. Nunca pensé que un mensaje, una simple hoja pudiera proporcionarme tanta alegría.
He pensado en aquel acuerdo absurdo y tienes razón, no deberíamos dejar que la suerte decida por nosotros. Llevo meses pensando en escribirte sin atreverme, por miedo a romper nuestro pacto; me he debatido entre el deseo de saber de ti y el miedo a que tú me hubieras olvidado.
Ni siquiera me he atrevido a regresar allí, por temor a no encontrarte. He preferido mantener tu recuerdo intacto.
Todo este tiempo sin noticias he tratado de imaginarte por los lugares que compartimos, los sitios donde nos quisimos. He llegado a verte recorriendo la casa descalza, con tus pequeños pies silenciosos y esa forma de caminar alegre y desenfadada moviendo las caderas con gracia, que a mi siempre me parecían una invitación para abrazarte, para intentar retenerte junto a mi, muy cerca, notando el aroma de tu cabello y la suavidad de tu piel bajo mis manos.
¡Como te he echado de menos! Aún no sé como he podido soportarlo. Soy un cobarde, por no buscarte, y hoy te puedo confesar, que no he dejado de planteármelo ni un momento.
Necesito sentir de nuevo tus manos, el tacto de esos dedos largos y delgados dibujando líneas sobre mi cuerpo, para volverse de pronto, dejándome notar la suavidad de unas uñas esmaltadas deslizándose suavemente por todos mis contornos y en los momentos más apasionados su presión y el placer que me proporcionaba la fuerza de tu abrazo, como si quieras desgarrarme mientras todo estallaba.
He desistido de buscar el sabor de tu aliento, siempre dulce, en otras bocas y tus palabras de ternura susurrándome al oído, que aún me parece escuchar.
Me siento consolado al saber que sientes lo mismo. Quiero verte, necesito verte pronto y hasta entonces sigamos escribiéndonos para conocernos mejor.
¿Sabes? Te he compuesto una canción. Un bolero romántico y cadencioso. Tal vez te pueda parecer cursi, pero me da igual, se llama “Todo me sabe a ti”, en cuanto nos veamos te lo voy a cantar muy bajito, al oído mientras bailamos juntos.
PLASENCIA SIN TI.
El anuncio de tú enfermedad me cogió por sorpresa, fue como si me asestaran un mazazo en el pecho que me dejó sin aliento, plantando la semilla de la tristeza en mi mente. La reacción inmediata era ir a verte, así que sin esperar decidimos hacer una excursión a Plasencia, una visita como tantas otras, pero con otro ánimo. Recorrimos el camino bajo un diluvio. Sin embargo, al verte animado, dispuesto a luchar con uñas y dientes, tan entrañable como siempre y encantado con la visita, se disiparon las nubes y cuando emprendimos el regreso se asomaba tímido el sol. Pase un día feliz disfrutando de ti, de los tuyos, de la pequeña y sobre todo de estar juntos de nuevo, aunque una sombra negra, como buitres de Monfragüe, planeaba ya sobre nosotros.
No esperaba que el triste desenlace fuera inminente. Solo unos días después hicimos el mismo viaje, pero ya nada sería igual, porque tú no estabas esperando, ni llamabas para ver por dónde íbamos. El encuentro emocionado con tus hijas, con tu hijo, los yernos y Loly, fue tan intenso al sentirme unida a ellos por el dolor de tu perdida, que a veces me costaba respirar. Por encima del dolor que sentía estaban todas las muestras de cariño, de admiración hacia ti. Me impresionó atravesar Plasencia con prisa, desde la Puerta de Talavera hasta la Parroquia de El Salvador, sin contar con tu presencia y tus comentarios sobre fachadas y rincones, sin escuchar tu voz a mi lado relatando algunas anécdotas que hacían la ciudad más cercana. Ya te echaba de menos.
Resultó conmovedor que al terminar la ceremonia, con el “ave maría” retumbando en los muros de la iglesia en una atmosfera de paz, de llantos contenidos, con el sol filtrándose por las vidrieras, centenares de personas pasaran delante de tu familia y de tu féretro cubierto de flores, para rendirte un último y emocionado homenaje.
Sabias extender a tu alrededor amor, como quien esparce flores a manos llenas, siempre pendiente de los demás. Lástima que una persona tan buena tenga que desaparecer prematuramente. Es tan ancho el vació que has quedado… tan grande la pena. Ahora tendremos que aprender a disfrutar de la belleza de los cerezos en flor sin que tú nos muestres los árboles y paisajes más hermosos; alguien tomara tu relevo para que veamos crecer a los niños y nos enviará sus fotos en mensajes de internet y aunque nunca los arroces del Puerto estarán tan sabrosos, ni las puestas de sol con el Peñón de fondo serán tan bellas, intentaré seguir disfrutando de todos los lugares que compartimos, pues tu familia, que ha heredado muchas de tus cualidades, estará conmigo. Yo también espero haber “sacado la pila”, siento orgullosa.
Y como soy de las que piensa, que alguien no muere mientras su recuerdo se mantenga vivo en la memoria de los que le conocieron, hoy he salido a pasear con tu recuerdo por el parque. He visto el otoño con mil matices en las hojas de los árboles, en su desnudez, hacía sol y mucho frio, pero no me he sentido sola. Gracias Nico.
Sí, ya sé que acordamos dejar que el destino nos guiara y no volver a vernos hasta que nuestros caminos se cruzaran de nuevo, por esas coincidencias que solo el azar decide; sin embargo no pude evitar pensar en ti cuando regresé a Vera. Tan solo fueron cuatro semanas, eso sí, vividas con tanta intensidad que me bastaron para saber que algo importante estaba sucediendo entre tú y yo.
Al regresar a Madrid terminé con mi pareja, porque cuando estaba con él pensaba en ti, evocaba aquellos atardeces, los largos paseos por la playa, nuestras charlas; no podía evitar buscar tu mirada en sus ojos, tus besos en su boca, tus caricias en sus manos... Hasta que la situación se hizo insostenible, no pude soportarlo más y forcé la ruptura con excusas absurdas.
Ha pasado el tiempo y sin embargo, aquí parece permanecer en suspenso; otra primavera como aquella. Al llegar, la casa estaba oscura y sin embargo no tuve miedo, algo de nuestra relación seguía flotando en el ambiente. Hice la cama con sábanas limpias y al acostarme, sentí su frescura húmeda abrazándome, y creí tenerte a mi lado, incluso percibí el olor salobre de tu cuerpo bronceado. Me dejé llevar por los recuerdos, rememoré momentos felices con tanta intensidad, que incluso llegue a notar de nuevo el cálido roce de tus manos en caricias soñadas.
Noté como me recorrías entera, palmo a palmo, con dulzura y suavidad; a veces con tal sutileza que tus mimos me llegaban como el aleteo de una mariposa que revoloteara a mi alrededor sin llegar a posarse. Sentí de nuevo tus besos, tu boca cálida y tu lengua inventando caminos, mientras yo me dejaba llevar por nuevas sensaciones guiada de tu mano, hasta otros universos de placer. Pude sentirte de nuevo llegando hasta lo más recóndito de mi ser.
Me he dado cuenta de que bajo este cielo, todo me sabe a ti y esta añoranza hace dolorosa la inmensidad de tu ausencia.
Lo he pensado mucho, no quiero resignarme a vivir sin verte, sin saber de ti. No me importa lo que acordamos en su momento, ya no pienso lo mismo. Además, si tan seguros estábamos de no querer contactar ¿Podrías explicarme que nos llevó a darnos nuestros correos? Tal vez, ninguno de los dos estaba convencido de dejar nuestro futuro en manos de la casualidad. Todo en esta vida es un albur ,y quizás este simple mensaje sea lo único que necesitamos para reencontrarnos. Una pequeña ayuda, un simple empujón para poner de nuevo en marcha algo que no debería haberse terminado nunca.
HIM
Him, me contó que fue maestra, hasta la instauración del régimen ultraradical y fundamentalista talibán (integristas islámicos) que prohibió cantar, bailar, tocar o escuchar música, hacer deporte, e incluso volar cometas; dejó la escuela pues la mujeres no podían trabajar, no les permitían pasear solas por la calle, ni siquiera podían recibir asistencia médica, salvo en algunos hospitales. Ella era una mujer culta pero eso no la hacía más feliz, al contrario.
Intentó acostumbrarse a usar el burka, obligatorio desde que los talibanes llegaron al poder, pero no soportaba ver cómo su país daba un paso hacia atrás de muchos siglos y ella tenía que confinarse dentro de un pedazo de seda, por muy ricamente adornado que estuviera.
Me resultó sorprendente la historia del burka que se remontaba al siglo XIII A.C. y entonces la religión musulmana ni siquiera existía, después lo utilizaban las princesas y mujeres de clase alta, para “aislarse” del pueblo llano, evitando así sus miradas. Y hubo un rey que a principios de mil novecientos impuso su uso a las doscientas mujeres de su harén, para que la belleza de sus rostros no provocaran a otros hombres. Him sabia esto y muchas más cosas de la historia de su país, por eso no conseguía acostumbrase a su nueva y terrible vida. Su marido cada vez era más radical, más dominante y decía que ella, sus palabras y sus pensamientos le ponían en evidencia, que traería la ruina a la familia. Pensó huir, aunque sabía qué no se lo permitirían y que pagaría con su vida el intento de abandonar de su marido.
Yo sé por ella, que es difícil ver el mundo a través de una rejilla. Saber que no eres nada bajo la tela de seda, soportando un peso tan grande que te impide moverte con facilidad, que no te permite correr. Vivir aislada como un gorrión metido en una jaula de gruesos barrotes, que evitan que la luz penetre. Ser una figura azul que se mueve y que respira, pero que no vive, aunque tenga vida, porque por el simple hecho de haber nacido mujer en Afganistan y por pertenecer a las tribus pashtunes, no tienes ningún derecho. Mientras conversábamos sobre esta y otras escabrosas cuestiones yo notaba cómo crecía el coraje en Him y cuando nos despedidos y abandoné el país estaba convencida de que haría algo y aunque probablemente mi amiga no consiguiera su fin, al menos lo habría intentado.
Pocos meses después volví a saber de ella. Cuando su hermana menor desesperada se lanzó al vacío y aquella seda azul que la cubría se tiñó de rojo, Him tomó la decisión de desaparecer. Salió de casa con su burka, como cada mañana, pero debajo llevaba otras ropas; vestida de hombre todo fue mucho más fácil.
Atrás quedo su país, su familia, su casa y su marido, a los que nunca volvería a ver.
El aroma de las lilas siempre precedía a la presencia de mi madre. Al entrar en casa sabía si ella ya había llegado, sólo por el olor. Aquel perfume dejaba una estela a su paso y la seguía por todas partes.
Yo no me acuerdo, pero dicen que de pequeña tenía pesadillas, me despertaba llorando, asustada, y cuando el ama me quería consolar yo seguía llamando a mi madre, que siempre estaba ocupada o había salido para cumplir con sus frecuentes compromisos ineludibles, nunca se la podía molestar con mis niñerías. Así fue como aquella mujer sabia que me crió tuvo la ocurrencia de poner unas gotitas del perfume de lilas en mi osita preferida, desde entonces mi sueño era más profundo y placentero, sin necesidad de que nadie tuviera que venir a acompañarme, pues aunque me despertara sobresaltada simplemente con aspirar el dulce aroma que emanaba del peluche me volvía a quedar plácidamente dormida.
Fui creciendo y no me entendía con mi progenitora; bueno, en realidad creo que ella nunca quiso saber mucho de mí, simplemente no le interesaba, no formaba parte de sus planes y mi presencia no la divertía en absoluto, aunque yo en cierto modo la añoraba.
Aún era una cría cuando intentaba rivalizar conmigo. Si mi padre decidía que quería que aprendiera a tocar el piano, mi madre contrataba un profesor y empezaba inmediatamente a tomar clases intensivas, aunque se cansaba pronto. Si se planteaba la conveniencia de que yo hablara francés, ella se marchaba tres semanas a la costa azul a descansar y a practicar el idioma.
Creo que cuando empecé a interesarme por los chicos y presté más atención a mi aspecto físico es cuando realmente reparó en mi presencia y no me gustaba ver cómo me miraba. Había odio y envidia en su mirada, cuando me escrutaba y pasara revista a todo lo que me ponía, objetaba mi peinado y hasta la colonia que usaba.
Me sentía observada como un pastel de chocolate entre bocaditos de nata. Tal vez por eso, y por no tener que aguantar más sus críticas ponzoñosas, preferí estudiar en un internado en Irlanda, alejada de sus ojos fríos, perfectamente maquillados, que me parecía que veían hasta lo que pensaba. Por unos años me olvidé del olor a lilas y hasta del color, que siempre formara parte de su atuendo; le fascinaba en todos sus tonos. El servicio la llamaba doña Lila y a mi me hacía mucha gracia, menos mal que ella nunca lo supo…
Cuando me licencié y regrese mi madre no era la misma, la enfermedad la había convertido un una burda copia de lo que fue, ni siquiera su perfume olía igual. Se estaba marchitando, como sus flores, y ella lo sabía y no lo podía soportar. Nunca se quejó y sólo entonces pude disfrutarla, cuidarla, estar a su lado, compartir confidencias. Era una mujer complicada, con mucha personalidad y llena de complejos, sin admitirlo.
Hoy sus cenizas descansan en mi jardín, bajo los lilos, y cada vez que florecen y su aroma perfuma el aire ella vuelve a estar a mi lado y me hace sentir segura, como cuando era niña, aunque sigo odiando el color lila.
(Este relato ha sido publicado en la revista Papirando)
Hay algo efímero en su mirada
Solo sus pasos tocan tus pies,
Cuando camina, parece alada
Y si te alcanza sabrás quien es.
Busca instalarse en ti, confiada
Vivir latente bajo tu piel
Dispuesta a asirte, mano afilada
Hasta que aflora y se vuelve hiel
Surge la lucha, merma tus fuerzas
Constantemente intenta vencer
Más, si consigues hacerle frente
Cuando te impongas estarás bien.
El vuelo desde Madrid salió con media hora de retraso, que curiosamente recuperamos en el trayecto y llegamos a Ámsterdam a la hora programada. Allí, tras recoger nuestras maletas, contactamos con los organizadores del crucero y conocimos a nuestro “guía acompañante”, un tal Xavi, que junto con otros dos compañeros organizaban los grupos de cada barco. Nos dijeron que esperáramos detrás de la salida, donde ellos estaban, que faltaban algunas personas y que pronto nos marcharíamos, eran como las tres de la tarde y solo habíamos comido un bocadillo en el avión. La hora límite para embargar en el “MS Alemannia” eran las cuatro treinta y a partir de las cuatro empezamos a impacientarnos aunque al parecer los vuelos habían llegado, no estaban las personas que esperábamos; los otros grupos se había ido marchando hacía rato y nosotros seguíamos allí, cada vez más cansados e impaciente, de pie pegados al escaparate de una tienda, con todo nuestro equipaje y sin atrevernos a movernos ni para comprar agua, por si salimos. Al final abandonamos el aeropuerto pasada la hora del supuesto embarque y sin las dos personas desaparecidas.
Ya en el autocar el guía nos contó y constató que seguían faltando dos pasajeros del grupo, pero más tarde ya en ruta, cuando fue diciendo los números de camarotes de cada uno resultó que las “desaparecidas” estaban allí y lo habían estado casi desde el principio, pensé que esto pudo suponer un despiste por parte de Xavi, pero más tarde comprendí que este chico, pese a ser estudiante de arquitectura, tenía problemas para contar personas, aunque estuviéramos sentadas muy quietitas.
El “MS Alemannia *** superior” era un barco alemán, lleno de alemanes con 42 españoles infiltrados, entre los que nos contábamos mi marido y yo, lo que implicaba que tendríamos que adaptarnos a los horarios de ellos. El día de nuestra llegada no nos importó, pues llevábamos sin comer nada desde medio día y cenar a las 18,30 supuso un alivio y una alegría para nuestros estómagos que no paraban de protestar. Con la tripa llena, instalados todos en nuestros camarotes, dimos un agradable paseo nocturno por los canales de la capital de Holanda, que una ligera llovizna consiguió deslucirlo un poco. Al terminar, nuestro guía nos dejó en el embarcadero cerca de la estación central de Ámsterdam, para que regresáramos al puerto solos o diéramos una vuelta por la ciudad, pero como la noche estaba desapacible, y el camino a recorrer hasta el Alemannia no nos inspiraba mucha confianza, al tener que atravesar unos túneles mal iluminados y poco transitados, decidimos volver a la seguridad de nuestro barco, acompañando a las señoras que supuestamente desparecieron a la llegada, que se mostraban indignadas por sentirse abandonas por Xavi . Nosotros ya habíamos estado otras veces en la ciudad y conocíamos el barrio rojo, que fue el destino que nos recomendó nuestro guía, pues solo pasaríamos esa noche en la ciudad.
Al día siguiente, domingo, tras un estupendo desayuno realizamos una excursión por Ámsterdam; visita panorámica que Peter, el guía local, se encargó de amenizar, después de contar los que integrábamos el grupo y reclamar a Xavi pues le faltaba una persona, que cuando nuestro guía acompañante preguntó por ella una señora comentó que la ausente había decidido quedarse descansando. Visitamos el casco antiguo, los canales, la Plaza Dam y los edificios del siglo XVI y XVII que la rodean, entre los que se encuentra el Ayuntamiento; la iglesia Nueva, el Barrio Judío, la Casa de Rembrandt.
Incluido en la visita estaba un taller y joyería, donde nos enseñaron como se tallan los diamantes, pues los Holandeses tienen fama de ser los mejores talladores de preciosas piedras del mundo y nos mostraron unos magníficos ejemplares azules y dorados, que lanzaban preciosos destellos con sus cincuenta y tantas caras reflejando la luz, quedándose allí todos ellos pues los precios eran más grandes que sus brillos y abultaban infinitamente más.
Después tuvimos tiempo libre y visitamos el Mercado de las Flores Single, que por ser domingo me pareció que ofrecía menos flor cortada que otras veces y estaba poco concurrido, disfrutamos de un agradable paseo por las calles y canales de la “Venecia de Norte” admirando preciosas fachadas y viendo el ambiente de la ciudad, esquivando algunas de las muchas bicicletas que por allí transitan.
El almuerzo se sirvió temprano a las 11,45 y seguidamente salimos dirección Utrecht.
Paramos en la ciudad solo para recoger a los que habían decidido hacer la excursión a Holanda del Norte.
La visita estuvo bien, paseamos por el Barrio de San Martín, vimos la Iglesia del mismo nombre, que había sido reconstruida; el Barrio Judío y el Ayuntamiento del siglo XVI, que fue uno de los pocos edificios que se salvo de ser destruido por los bombardeos. La catedral tiene unas dimensiones impresionante, y preciosas vidrieras y pegado a ella han construido un museo para poder ver unos mosaicos en el mismo lugar donde fueron encontrados, y el edificio es un mamotreto que nada tiene que ver con las demás construcciones de la plaza y parece un pegote.
Miércoles. Habíamos seguido navegando por la noche y pasando exclusas para llegar a Koblenza a primera hora de la mañana. Salimos a conocer la ciudad con nuestros compañeros de mesa, sin la madre y su hijo, que caminaban más despacio. Visitamos la estatua del Kaiser Wilhem I, símbolo de la unificación del imperio germánico, situada frente al lugar donde se unen los dos ríos (Mosela y Rin). Fuimos a conocer la ciudad, muy tranquila a esa hora de la mañana y nos metimos en un pequeño callejón con tiendas de objetos orientales, instrumentos musicales exóticos y en un escaparate pude ver una calimba y me hizo mucha ilusión, pues me acordé de mis queridos tertulianos, aunque no pude comprarla porque estaba cerrada la tienda.
Regresamos al barco y seguimos viaje deleitándonos con el paisaje. Pasamos por el acantilado más famoso de Alemania, la Lorelay, hermosa doncella que se sentaba en lo alto de las rocas para atraer a los marineros, cantando para arrastrarlos a la muerte en los rápidos del rio. El poeta Heinrich Heine escribió una gran obra basada en esta historia, Die Loreley, aunque tengo que reconocer que yo no la vi, pues me quedé dormida con el suave movimiento del barco, pero me dijeron que no era nada impresionante y que había que tener imaginación para verla bien.
Ese mismo día llegamos a Rüedesheim. Un precioso pueblo turístico, que nada tenía que ver con el que habíamos conocido antes. Nos encontramos con unos tunos de Granada y nos cantaron una canción, íbamos los seis de siempre y resultaba un poco raro escuchar clavelitos en aquel entorno. Nos gustó mucho esta visita, recorrimos las callejuelas observando las casas de preciosas fachadas, paseamos por sus placitas y entramos en las tiendas. A mí me encantó una que solo vendía cajas de música, de todo tipo. Pasamos un buen rato escuchando las distintas melodías. Al parecer era una población con mucha afición por la música pues había un museo con un show mecánico-musical, de instrumentos raros, pero no entramos. Preferimos caminar viendo y escuchando a los grupos musicales que actuaban en los distintos locales de copas, que eran muchos, hasta que nos decidimos por uno; en su fachada había un preciosos carrillón que cuando daba las horas salían muñequitos y la gente se congregaba alrededor. Nos sentamos en la terraza a tomar unas cervezas, pues hacía una temperatura agradable que había que aprovechar, dado que a veces el frío y un viento helado hacían su aparición, y pese a ir abrigados eran bastante incómodos.
Jueves. Navegamos hasta Worms y desde allí viajamos en autocar para conocer Heidelberg, una de las ciudades más bonitas de Alemania. A los encantos de esta preciosa ciudad sucumbieron músicos, pintores y poetas de Romanticismo y conociéndola, no me extraña en absoluto. Está situada en el valle de río Neckar. En esta ciudad está la Universidad de Heildelgerg, la más antigua de Alemania y conocimos a unos chicos valencianos que estaban estudiando allí. La zona frente al castillo tiene unas preciosas construcciones, casas que en principio fueron ocupadas por profesores de universidad. El lugar más destacado de la ciudad es el castillo de Heidelber, que además es la ruina más famosa de Alemania; consta de varios edificios, incluida la Dicker Tum (torre gorda).
Sábado. Último día del viaje. Como había subido el nivel del agua el barco no pudo llegar hasta su destino y tuvimos que desembarcar en un pueblo 40 kilómetros antes. En el bus fuimos hasta Basilea para realizar un City Tour. Es el punto donde confluyen Alemania, Francia y Suiza, a orillas del Rin.
Lo que más me gustó de la ciudad fue el claustro de la catedral y las vistas desde el mirador. Estuvimos en la plaza del mercado muy bulliciosa y animada y vimos la fuente con el Basilisco, símbolo de la ciudad. Aquí terminaba el viaje y nos dejaron en el aeropuerto de Zúrich. Como teníamos algunas horas por delante antes de que saliera nuestro vuelo decidimos, los seis de siempre, coger un tren hasta el centro de la ciudad. Fue toda una aventura que terminó muy bien, pues la capital vale la pena verla. Comimos muy bien en la terraza de un restaurante muy original, en el que la carta estaba pegada sobre las tapas de cajas de películas antiguas, enormes; los platos tenían nombres de películas famosas y toda la decoración del local estaba basada en el mundo del celuloide. Después del café dimos un paseo muy agradable que terminó en el río y volvimos a tomar el tren al aeropuerto para dar una vuelta por las tiendas duty-free, que me sorprendieron con unos precios bastante caros, comprando los típicos y exquisitos chocolates suizos, que podremos degustar el primer día de nuestras tertulias.