El vuelo desde Madrid salió con media hora de retraso, que curiosamente recuperamos en el trayecto y llegamos a Ámsterdam a la hora programada. Allí, tras recoger nuestras maletas, contactamos con los organizadores del crucero y conocimos a nuestro “guía acompañante”, un tal Xavi, que junto con otros dos compañeros organizaban los grupos de cada barco. Nos dijeron que esperáramos detrás de la salida, donde ellos estaban, que faltaban algunas personas y que pronto nos marcharíamos, eran como las tres de la tarde y solo habíamos comido un bocadillo en el avión. La hora límite para embargar en el “MS Alemannia” eran las cuatro treinta y a partir de las cuatro empezamos a impacientarnos aunque al parecer los vuelos habían llegado, no estaban las personas que esperábamos; los otros grupos se había ido marchando hacía rato y nosotros seguíamos allí, cada vez más cansados e impaciente, de pie pegados al escaparate de una tienda, con todo nuestro equipaje y sin atrevernos a movernos ni para comprar agua, por si salimos. Al final abandonamos el aeropuerto pasada la hora del supuesto embarque y sin las dos personas desaparecidas.
Ya en el autocar el guía nos contó y constató que seguían faltando dos pasajeros del grupo, pero más tarde ya en ruta, cuando fue diciendo los números de camarotes de cada uno resultó que las “desaparecidas” estaban allí y lo habían estado casi desde el principio, pensé que esto pudo suponer un despiste por parte de Xavi, pero más tarde comprendí que este chico, pese a ser estudiante de arquitectura, tenía problemas para contar personas, aunque estuviéramos sentadas muy quietitas.
El “MS Alemannia *** superior” era un barco alemán, lleno de alemanes con 42 españoles infiltrados, entre los que nos contábamos mi marido y yo, lo que implicaba que tendríamos que adaptarnos a los horarios de ellos. El día de nuestra llegada no nos importó, pues llevábamos sin comer nada desde medio día y cenar a las 18,30 supuso un alivio y una alegría para nuestros estómagos que no paraban de protestar. Con la tripa llena, instalados todos en nuestros camarotes, dimos un agradable paseo nocturno por los canales de la capital de Holanda, que una ligera llovizna consiguió deslucirlo un poco. Al terminar, nuestro guía nos dejó en el embarcadero cerca de la estación central de Ámsterdam, para que regresáramos al puerto solos o diéramos una vuelta por la ciudad, pero como la noche estaba desapacible, y el camino a recorrer hasta el Alemannia no nos inspiraba mucha confianza, al tener que atravesar unos túneles mal iluminados y poco transitados, decidimos volver a la seguridad de nuestro barco, acompañando a las señoras que supuestamente desparecieron a la llegada, que se mostraban indignadas por sentirse abandonas por Xavi . Nosotros ya habíamos estado otras veces en la ciudad y conocíamos el barrio rojo, que fue el destino que nos recomendó nuestro guía, pues solo pasaríamos esa noche en la ciudad.
Al día siguiente, domingo, tras un estupendo desayuno realizamos una excursión por Ámsterdam; visita panorámica que Peter, el guía local, se encargó de amenizar, después de contar los que integrábamos el grupo y reclamar a Xavi pues le faltaba una persona, que cuando nuestro guía acompañante preguntó por ella una señora comentó que la ausente había decidido quedarse descansando. Visitamos el casco antiguo, los canales, la Plaza Dam y los edificios del siglo XVI y XVII que la rodean, entre los que se encuentra el Ayuntamiento; la iglesia Nueva, el Barrio Judío, la Casa de Rembrandt.
Incluido en la visita estaba un taller y joyería, donde nos enseñaron como se tallan los diamantes, pues los Holandeses tienen fama de ser los mejores talladores de preciosas piedras del mundo y nos mostraron unos magníficos ejemplares azules y dorados, que lanzaban preciosos destellos con sus cincuenta y tantas caras reflejando la luz, quedándose allí todos ellos pues los precios eran más grandes que sus brillos y abultaban infinitamente más.
Después tuvimos tiempo libre y visitamos el Mercado de las Flores Single, que por ser domingo me pareció que ofrecía menos flor cortada que otras veces y estaba poco concurrido, disfrutamos de un agradable paseo por las calles y canales de la “Venecia de Norte” admirando preciosas fachadas y viendo el ambiente de la ciudad, esquivando algunas de las muchas bicicletas que por allí transitan.
El almuerzo se sirvió temprano a las 11,45 y seguidamente salimos dirección Utrecht.
Paramos en la ciudad solo para recoger a los que habían decidido hacer la excursión a Holanda del Norte.
El lunes seguimos navegando hasta las 14,30 que llegamos a Colonia, disfrutando durante la singladura de un paisaje verde, salpicado de campings y pequeños pueblos a ambas orillas del río, muy relajante y agradable. Está es una de las zonas más bonitas de Rin, pues en ambas laderas del rio se encuentras numerosos castillos-fortaleza, muchos de ellos están reconstruidos y reconvertidos en hoteles, hospederías y restaurantes. Desembarcamos en la ciudad y realizamos la excursión a pie, que terminaba en la Catedral, construida en piedra arenisca, muy sucia por el paso del tiempo y porque no se puede limpiar por el tipo de material.
La visita estuvo bien, paseamos por el Barrio de San Martín, vimos la Iglesia del mismo nombre, que había sido reconstruida; el Barrio Judío y el Ayuntamiento del siglo XVI, que fue uno de los pocos edificios que se salvo de ser destruido por los bombardeos. La catedral tiene unas dimensiones impresionante, y preciosas vidrieras y pegado a ella han construido un museo para poder ver unos mosaicos en el mismo lugar donde fueron encontrados, y el edificio es un mamotreto que nada tiene que ver con las demás construcciones de la plaza y parece un pegote.
Visitamos la fábrica más antigua de agua de colonia, donde se podían adquirir los frascos de la misma a precio de perfume. Acabamos degustando la típica cerveza Kolsch, en la famosa cervecería Fruh y con tanto paseo y tanta cerveza la visita al escusado se hacía imprescindible, llamándome la atención que al tirar de la cadena toda la tapa del inodoro se daba la vuelta completamente y se limpiaba por un extraño artefacto. Como quede tan sorprendida por el invento, que nunca había visto, lo comenté con los compañeros de mesa por si se trataba de un efecto indeseable de la bebida, pero uno por uno pudimos comprobar el ingenioso mecanismo, que no dejéis de ver si vais por aquellos lares, como una curiosidad mas.
Por las noches en el barco había música en vivo y baile, pero como la mayoría de los pasajeros eran alemanes las canciones eran para ese público, y a mi me recordaban el repertorio de la discoteca del hotel de Cala Millor (Mallorca) cuando iba de vacaciones con mi padre, es decir, de hace treinta años, sin exagerar, y además en alemán.
El martes nuestro barco dejaba el Rin para remontar las aguas del río Mosela. La confluencia de los ríos tiene lugar en Koblenz. A media mañana llegamos a Cochem (Valle del Mosela) después de haber visto desde el barco muchos viñedos a ambos orillas, que daban al paisaje la apariencia de un precioso mosaico. Cochem es una pequeña población, con un magnifico castillo El Reichsburg, desde donde pudimos observar magnificas vistas sobre el rio, los puentes, los viñedos, y flores, muchas flores.
El castillo ha sido reconstruido y nos mostraron algunas de sus salas y una terraza voladiza con cristales emplomados que es impresionante por las vistas que ofrece. El casco antiguo del pueblo tiene preciosas calles, originales edificios, placitas encantadoras y tiendas, muchos comercios con aspecto de chiringuitos, que junto con los turistas, que lo llena todo hacen que parezca un pueblo de cualquier localidad costera. Huimos del gentío junto con algunos de nuestros compañeros de mesa: Matilde y José-Marcos, y Elena y Judit, decidimos aprovechar el tiempo libre para caminar hasta un funicular y dar un paseo en telesilla.
La vista desde los miradores de arriba era impresionante, había un bar, dimos una vuelta, hicimos fotos y regresamos, pues habíamos quedado en las bodegas Hieronimi para realizar una cata de vinos. Disfrutamos de los vinos blancos del Rin, que tienen fama mundial y pudimos comprar alguna botella, aunque yo me limité a traerme una mermelada de vino, pues mi maleta no tenía mucho espacio y además siempre suponen un riesgo por su posible rotura.
Miércoles. Habíamos seguido navegando por la noche y pasando exclusas para llegar a Koblenza a primera hora de la mañana. Salimos a conocer la ciudad con nuestros compañeros de mesa, sin la madre y su hijo, que caminaban más despacio. Visitamos la estatua del Kaiser Wilhem I, símbolo de la unificación del imperio germánico, situada frente al lugar donde se unen los dos ríos (Mosela y Rin). Fuimos a conocer la ciudad, muy tranquila a esa hora de la mañana y nos metimos en un pequeño callejón con tiendas de objetos orientales, instrumentos musicales exóticos y en un escaparate pude ver una calimba y me hizo mucha ilusión, pues me acordé de mis queridos tertulianos, aunque no pude comprarla porque estaba cerrada la tienda.
Regresamos al barco y seguimos viaje deleitándonos con el paisaje. Pasamos por el acantilado más famoso de Alemania, la Lorelay, hermosa doncella que se sentaba en lo alto de las rocas para atraer a los marineros, cantando para arrastrarlos a la muerte en los rápidos del rio. El poeta Heinrich Heine escribió una gran obra basada en esta historia, Die Loreley, aunque tengo que reconocer que yo no la vi, pues me quedé dormida con el suave movimiento del barco, pero me dijeron que no era nada impresionante y que había que tener imaginación para verla bien.
Ese mismo día llegamos a Rüedesheim. Un precioso pueblo turístico, que nada tenía que ver con el que habíamos conocido antes. Nos encontramos con unos tunos de Granada y nos cantaron una canción, íbamos los seis de siempre y resultaba un poco raro escuchar clavelitos en aquel entorno. Nos gustó mucho esta visita, recorrimos las callejuelas observando las casas de preciosas fachadas, paseamos por sus placitas y entramos en las tiendas. A mí me encantó una que solo vendía cajas de música, de todo tipo. Pasamos un buen rato escuchando las distintas melodías. Al parecer era una población con mucha afición por la música pues había un museo con un show mecánico-musical, de instrumentos raros, pero no entramos. Preferimos caminar viendo y escuchando a los grupos musicales que actuaban en los distintos locales de copas, que eran muchos, hasta que nos decidimos por uno; en su fachada había un preciosos carrillón que cuando daba las horas salían muñequitos y la gente se congregaba alrededor. Nos sentamos en la terraza a tomar unas cervezas, pues hacía una temperatura agradable que había que aprovechar, dado que a veces el frío y un viento helado hacían su aparición, y pese a ir abrigados eran bastante incómodos.
Jueves. Navegamos hasta Worms y desde allí viajamos en autocar para conocer Heidelberg, una de las ciudades más bonitas de Alemania. A los encantos de esta preciosa ciudad sucumbieron músicos, pintores y poetas de Romanticismo y conociéndola, no me extraña en absoluto. Está situada en el valle de río Neckar. En esta ciudad está la Universidad de Heildelgerg, la más antigua de Alemania y conocimos a unos chicos valencianos que estaban estudiando allí. La zona frente al castillo tiene unas preciosas construcciones, casas que en principio fueron ocupadas por profesores de universidad. El lugar más destacado de la ciudad es el castillo de Heidelber, que además es la ruina más famosa de Alemania; consta de varios edificios, incluida la Dicker Tum (torre gorda).
En centro histórico está muy bien conservado y dispusimos de tiempo libre para recorrerlo. Visitamos la Iglesia del Espíritu Santo con la guía local y luego caminamos por sus bulliciosas calles, contemplando los preciosos edificios, las animadas terrazas, pastelerías y la famosa tienda de “besos de chocolate”.
Viernes. Al medio día llegamos a Estrasburgo (Francia) y después de comer prontito (11,45) salimos de excursión por la ciudad. Su centro histórico ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Es una gran urbe, con un trazado que la hacen fácil de recorrer, en la que se ven muchos contrastes, una ciudad cosmopolita en cuyas calles se puede reconocer la identidad de la región a la que pertenece, Alsacia. Bellos edificios, románticos rincones, estrechas callejuelas con casas preciosas adornadas con madera tallada. El tiempo acompañó, pues hacía un día espléndido para recorrer su casco antiguo, ver el reloj astronómico más completo del mundo en su magnífica catedral gótica, que es considerada una de las mejores del mundo, o disfrutar de un helado en una de las animadas terrazas de la plaza.
La Pettitte France, es uno de sus barrios más tradicionales y hermosos. Era una zona en la llevaban a los enfermos del “mal francés” (sífilis), de ahí su nombre. Edificaciones alsacianas, fachadas de madera con preciosas vistas a los canales. Todo muy cuidado y adornado por preciosos arreglos florales que no pueden pasar desapercibidos. Es una delicia pasear por sus estrechas callejuelas, cruzar los puentes y disfrutar de un ambiente pintoresco e inolvidable.
Sábado. Último día del viaje. Como había subido el nivel del agua el barco no pudo llegar hasta su destino y tuvimos que desembarcar en un pueblo 40 kilómetros antes. En el bus fuimos hasta Basilea para realizar un City Tour. Es el punto donde confluyen Alemania, Francia y Suiza, a orillas del Rin.
Lo que más me gustó de la ciudad fue el claustro de la catedral y las vistas desde el mirador. Estuvimos en la plaza del mercado muy bulliciosa y animada y vimos la fuente con el Basilisco, símbolo de la ciudad. Aquí terminaba el viaje y nos dejaron en el aeropuerto de Zúrich. Como teníamos algunas horas por delante antes de que saliera nuestro vuelo decidimos, los seis de siempre, coger un tren hasta el centro de la ciudad. Fue toda una aventura que terminó muy bien, pues la capital vale la pena verla. Comimos muy bien en la terraza de un restaurante muy original, en el que la carta estaba pegada sobre las tapas de cajas de películas antiguas, enormes; los platos tenían nombres de películas famosas y toda la decoración del local estaba basada en el mundo del celuloide. Después del café dimos un paseo muy agradable que terminó en el río y volvimos a tomar el tren al aeropuerto para dar una vuelta por las tiendas duty-free, que me sorprendieron con unos precios bastante caros, comprando los típicos y exquisitos chocolates suizos, que podremos degustar el primer día de nuestras tertulias.
Ha sido un viaje muy agradable y unas vacaciones estupendas, en las que he visitado pueblos y ciudades inolvidables y disfrutado de todo el trayecto; he conocido a gente encantadora, me he divertido con ellos, haciendo risas y he podido relajarme durante las horas de navegación que he aprovechado para leerme el libro de Vargas Llosa ”Travesuras de la niña mala”, que me apetecía mucho, enganchándome desde el principio, no me ha defraudado en absoluto, pues es una historia muy buena aunque a veces de sabor amargo, además este viaje a sido mejor al hacerlo en compañía de Jesús.
Por último y por si alguno se anima a realizar este crucero fluvial por el Rin, que vale la pena, le recomiendo que elija el itinerario que comienza en Zúrich, porque ir contra corriente, como hemos hecho nosotros, supone más horas de navegación y menos tiempo en tierra, aunque si lo que quieres es descansar… Y cuidado con las avispas, que con tantas flores son muy abundantes y molestas.
¡Menudo viajecito!
Lo tendré en cuenta; apetece visitar tantos y tan bonitos e interesantes lugares.
Muy interesante el viaje. Espero poder realizarlo algún día.
Besos
Suso
Hola! , Graziela
Muy bonito el crucero , Muy ameno y bien contado .
Ya conocia Amasterdam , Colonia y Heidelberg y me ha gustado tu Recreación .
Besos , Ino