Acababan de traerle la taza de café. Colocó una señal en la página del libro y lo dejó a un lado.
Cerró los ojos para concentrar su atención en el aroma fuerte y amargo. Aquel olor inconfundible, intenso y penetrante le trasladó a su niñez.
Sintió de nuevo el tacto caliente y tranquilizador de la mano de su abuela, que le sujetaba con fuerza mientras caminaban lentamente. Sabía que estaban llegando a su destino cuando comenzaba a percibir el aroma del café.
Entrar en aquel establecimiento, que ya entonces parecía antiguo, lleno de grandes botes con etiquetas que contenían las distintas clases de café, era como estar en otro mundo.
Ni siquiera sabía leer e iba preguntado que ponía en los letreros de aquellas latas y su abuela con infinita paciencia traduciendo uno por uno todos los cartelitos, que él trataba de memorizar.
Siempre compraban lo mismo “un cuarto de mezcla molido fino”, aquellas palabras en la voz dulce de la abuela resonaron ahora en sus oídos, del mismo modo que recordaba el ruido del enorme molinillo que trituraba los granos hasta convertirlo en polvo marrón oscuro, que era vertido en una bolsa de papel.
El rastro de aquel olor les seguía por la calle hasta casa; donde la abuela lo guardaba en una lata con dibujos chinos. El fuerte aroma, ligeramente amargo permanecía flotando después de que la abuela diera por terminado aquel extraño ritual. Él la observaba mientras cerraba los ojos y aspiraba los efluvios que emanaban del preciado envoltorio, preguntado, ¿Por qué te gusta tanto comprar café?, ella sonreía y con mirada tierna respondía:
-Hijo, nunca sabrás como he echado de menos este olor; durante la guerra no había café y tomábamos achicoria, los que podíamos, aquello parecía agua sucia con sabor a regaliz, por eso me alegra tanto poder ir a comprarlo... y que tú me acompañes –para luego añadir- ¡No me hagas caso, son cosas de la abuela!
Entonces él no entendía nada y ahora, desde algún lugar recóndito de su memoria, le asaltaba aquel recuerdo tan antiguo; debía tener cinco años en esa época, comprendiendo así de pronto porque disfrutaba tanto de cada taza de café que se tomaba, igual que su abuela. Creyó escuchar de nuevo su voz “Hijo, bébetelo ya, ¡que se te va a enfriar...!”
La memoria algunas veces nos castiga con malos recuerdos, pero otras nos envuelve en aromas tan placenteros que nos hacen revivir momentos imborrables.
Es increíble como los olores nos transportan en el tiempo. Cuanta nostalgia de tantas cosas perdidas. Muy evocador.
Javier
Me gusta, el café y el relato. Recuerdo esa caja con dibujos chinos.
My bien.
Precioso, la memoria cuantos recuerdos, cuanta nostalgia, el tiempo pasado nos hace sufrir y disfrutar a la vez. Muy bonito
Muy bonito relato para pensar en los difíciles tiempos del pasado. Muy entrañable. También he podido escuchar la voz de mi abuela.