INVISIBLE
Hacía tiempo que tenía la desagradable sensación de haberme convertido en un ser invisible. La figura de Marta, mi mujer, me eclipsaba casi totalmente y me acostumbre a forma parte de su sombra, a trabajar para su éxito sin ningún reconocimiento a mi labor, pese a que todos sabían que una parte importante de su carrera se apoyaba en mi trabajo. Me alimentaba de sus logros, sin embargo un sabor amargo me venía a la boca y me recorría entero cuando en las recepciones pasaba desapercibido a su lado, oscurecido bajo el brillo de sus joyas, el color de su maquillaje perfecto, su modelo de diseño y su eterna sonrisa; algunos ni se dignaban a saludarme pasando ante mí sin verme, sin que ella hiciera nada por evitarlo, aunque se diera cuenta, o tal vez ni siquiera lo notara. Marta era la protagonista absoluta y yo su compañero perfecto, de apariencia discreta y anodina, como una tenue presencia que apoya y acompaña. Estaba cansado de los desplantes de todos, de no ser considerado, de sentirme menos que nada en aquel mundo que cada vez me resultaba más ajeno.
Decidí cambiar cuando conocí a Beatriz, ella era entonces el complemento perfecto de un político nuevo en la gran pista de aquel circo en el que ambos nos movíamos, al son que tocaban nuestras respectivas parejas. Dejé de formar parte del patio de butacas de los múltiples eventos que protagonizaba mi mujer, de acompañarla a los estrenos, de preparar sus discursos, sus intervenciones para la prensa. Aunque al principio no parecieron importarle mis ausencias y mi falta de entrega, con el tiempo fue perdiendo su seguridad y empezó un lento declive. Yo mientras profundizaba en mi incipiente relación con la estupenda señora del político de turno, hasta que nos hicimos íntimos y decidimos divorciarnos de nuestros respectivos cónyuges.
Con los beneficios económicos obtenidos al terminar con nuestros matrimonios, ¡alguna ventaja tendría que reportarme ser tan buen abogado! hemos comprado una finca, y nos dedicamos a la cría de caballos, que son bastante más cariñosos y agradecidos que la mayoría de nuestros antiguos conocidos y por supuesto que nuestras parejas. Alejados de los focos hemos dejado de ser invisibles y la sensación es muy gratificante, aunque nos guste pasar desapercibidos.
un buen cambio en unas vidas que no tenían muy buen futuro. Un saludo!
La verdad es que muchas veces me he sentido como el hombre invisible, pero siempre entre gente mal educada y ególatra.
Javier
Hay momentos en que recibes desplantes de personas, que te hacen sentir como tu bien indicas invisible, pero todo forma parte de la mala educación y del poco respeto hacia los demás. Hay que acercarse a lo bueno, lo malo contra más lejos mejor.
Sí, yo también opino que para dejar de ser invisible sólo hay que acercarse a los buenos amigos. Buen relato, Graciela, dice más de lo que parece.