ÁLBUM
DE FAMILIA
Al volver de la luna de miel quedé con el fotógrafo de la
boda. Me había llamado un par de veces para que eligiéramos las fotos que
queríamos para el álbum. Como eran tantísimas le dije que me dejara un tiempo
para verlas con tranquilidad. A Jorge le parecía una labor tediosa, estuvimos
una hora, solo vimos las cien primeras, y
la verdad, es que resultaba aburrido, porque muchas se parecían o eran casi
iguales.
Como mi madre y mi suegra me preguntaban con frecuencia qué
pasaba con los álbumes de la boda, organicé una merienda para que me ayudaran
con la selección. La idea les encantó.
En algunas estábamos muy bien, había muchas otras en las
que yo me veía fatal, y eso que aquel día estaba radiante, según todos. Fuimos eligiendo aquellas en las que los dos
salíamos favorecidos, las más naturales y luego las típicas: con los padrinos,
con sus padres, con la familia, los amigos, los compañeros de trabajo…
– Y esta niña tan rarita ¿Quién es? No recuerdo haberla
visto. Y seguro que con el trajecito que lleva, no se me habría
olvidado.
Ni mi madre ni yo fuimos capaces de articular palabra.
– ¿Qué os pasa? Me estáis asustando. Os habéis quedado
blancas.
– ¡Dios mío, hija, no puede ser!
– ¿Por favor decidme que ocurre? ¡Me tenéis en ascuas!
Viendo a mi madre con los ojos brillantes, tuve que
tragar saliva para intentar que se deshiciera el nudo que tenía en la garganta
y poder hablar.
– Esa niña es mi prima Lourdes, el traje se lo hicieron
para una función del colegio, y le encantaba. Cuando yo era pequeña siempre
estábamos juntas.
– No entiendo nada, ella todavía parece una cría.
– Si tenía doce años. Aquel día al salir del colegio un
conductor la arroyó y murió en el acto.