Graziela

Tanto tiempo sin poder salir de casa se me estaba haciendo muy cuesta arriba. 
Tenemos que cuidarnos, hacer ejercicio, estiramientos, alimentarnos bien; practicar actividades que nos enriquezcan a nivel personal, intelectual, profesional o espiritualmente, para estar contentos y centrados. 
También hacer lo posible para que se sientan mejor nuestros familiares y amigos, aunque sea hablando con ellos por teléfono, con palabras de ánimo, consejos y apoyarnos unos a otros. Tenemos que cuidarnos.
Sin embargo, me di cuenta de que empezaba a dejar mella en mi este confinamiento, al sentirme desanimada y triste, pese a querer mantenerme en mi centro, haciendo muchas cosas y disfrutando con actividades para las que normalmente no dispongo de tiempo.  Sin ganas de nada, apática. 
Y es que lo de salir solo para comprar, por pura necesidad y con sensación de premura, de miedo, incluso de culpa, como si realmente estuviera haciendo una maldad, me estaba pasando factura. 
Antes de esta situación por la que estamos pasando, caminaba más de una hora al día.  Me encantan los parques y trabajar en el jardín de la Finquilla. Necesitaba estar en contacto con la naturaleza, con la tierra.


Tenía que cambiar la actitud y aprovechar la oportunidad de salir a la calle a por fruta, pan y otros alimentos para gozar del aire, del sol o la lluvia y de todo lo que me ayuda a sentirme bien y que puedo encontrar en mi camino, por corto que sea. Por eso, ésta semana, cuando me tocó ir a comprar, además de la mascarilla y los guantes me puse las gafas de atención plena, para no perder detalle. 
Me sorprendió lo preciosos que están los árboles, la intensidad de los colores, el frescor del aire, y yo sola me fui animando. 



Decidí ir a un supermercado diferente, por cambiar de ruta, aunque esté igual de cerca. Me llamaron la atención las flores en ventanas y balcones, los gingkos biloba frondosos, con sus preciosas hojas en forma de abanico moviéndose en las ramas, como un ballet; las acacias en flor, los tilos, aligustres, y hasta pinos y cipreses, que fui encontrando en mi breve recorrido. 













¡Una maravilla! Incluso me detuve a tomar fotos y un señor se reía al verme. "¡Es que tengo tantas ganas de verde...!" le dije desde la acera de enfrente, y él asintió sin dejar de sonreírme con los ojos.


Os parecerá mentira, lo cierto es que volví como nueva. Necesita asomarme a la primavera, dejar que germinara en mi la ilusión que me produce cada capullo, cada brote o una flor, y sumergirme por unos minutos en su colores y aromas. 
Y es que a poco que nos lo propongamos, la primavera y su alegría nos sale al encuentro. 


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1 Response
  1. Esos geranios florecidos están hermosos y las hojas del ginko también. ¿Que nos dirian las plantas, los árboles si pudiéramos oírles?